La Revolución de Octubre, Una crítica para el Debate, de Axel Barstz y Eugenio Moreno, El Cielo por Asalto. Bs. As., 1999.
Reseña de Fernando Castelo
Los autores provienen de dos tradiciones teóricas opuestas (sino contradictorias). Axel Barstz es un viejo militante del trotskysmo y Eugenio Moreno (pseudónimo de Enrique Israel) es un “histórico” del PC. Dato que más abajo tendré en cuenta ya que, creo, explica en parte el carácter de la obra. En lo que concierne al texto tiene la virtud de presentar, además de documentos no del todo accesibles para cualquiera, el conjunto de las controversias sobre las que se focalizó la crítica marxista al desarrollo de la URSS. Los autores no optaron por hacer una historia política sistematizada, sino que buscaron presentar los problemas que fueron durante mucho tiempo el centro de los debates sobre “Octubre”. Tomando como eje sincrónico la línea larga del proceso de la Revolución Rusa, es decir, desde el arribo de Lenin a Petrogrado en abril del ’17, pasando por una mirada a los sucesos de 1905, el fracaso de la revolución alemana y la Guerra civil española, llegan, prácticamente, al XX Congreso del PCUS de 1956.
En el prólogo (escrito por Horacio Tarcus), se presenta como la intención de la obra el reseñar la serie de lecturas e interpretaciones de dos militantes políticos, en una obra sistemática que trata de dar respuesta a la “tragedia” del fracaso del socialismo soviético. Pero, por la forma en que se plantea el libro, los argumentos que esgrimen se ven deslucidos porque creo que esta “crítica para un Debate” no va a hallar contrincante. Dudo mucho que exista algún stalinista que se atreva a tomar el guante. Entonces la discusión se vuelve monólogo.
Un punto que es importante rescatar es que toman in extenso los argumentos de Trotsky, citándolo textualmente, con el objeto (afirman los autores) de rescatar a un teórico que es central para estudiar la revolución rusa y que no es tan difundido o cuya obra difícil de conseguir. También realizan, aparentemente, la misma operación con Rosa Luxemburg. Pero las hipótesis que esbozan Barstz y Moreno no profundizan más allá de lo que aparece en las citas mencionadas, cosa no del todo buena si se recuerda que se trata de una crítica. Entonces, digo entre paréntesis, de la “crítica para un debate”, no nos queda debate y ya muy poco de crítica.[1]
Por otra parte, cuando los autores se ven frente a las complicaciones de la explicación se detienen en cierta superficialidad. Así, cuando tratan de analizar los conflictos que tuvieron Lenin y Trotsky, que luego el stalinismo se ocuparía de magnificarlos y desvirtuarlos, no pasan el umbral de la explicación psicologista. Para ello se refugian en un comentario del creador del ejército rojo. Este decía: “Pero, también Lenin se equivocaba, y sus errores, cuando los tenía, eran errores grandes, gigantescos, como todo en él”. Nuestros autores aclaran que lo mismo se podía decir de Trotsky. Pero ¿por qué un error era tan importante? ¿No sería porque ese error llevaba a la superficie una gran contradicción que permacía latente en el fondo del proceso histórico?.[2]Engels alguna vez afirmó que: “las muchas voluntades individuales que actúan en la historia suelen producir resultados muy distintos de los queridos – y a menudo, incluso, contradictorios- de modo que sus motivos no tienen sino una importancia subordinada para el resultado total. Por otra parte, se plantea la cuestión de cuáles son las fuerzas motoras que se encuentran detrás de aquellos motivos. Cuáles son las causas históricas que se transforman, en las cabezas de los hombres activos, en tales motivaciones”.[3] Haciendo caso omiso a la recomendación de Engels, la argumentación psicologista se sucede en todo el libro[4].
Otro momento poco feliz se ve cuando pasan a reseñar las críticas de Rosa Luxemburg[5] a los dirigentes bolcheviques. Entre extensos párrafos citados textualmente, aparecen algunas pistas para un análisis serio, como cuando Barstz y Moreno desprenden el accionar político de Stalin desde la mirada “etapista” de Lenin[6] y de su teoría del partido. Pero no se detienen en ello, no hacen siquiera una aclaración, sino que siguen con las críticas a la restricción de la libertad de prensa y la supresión de las fracciones. Y sobre eso tampoco profundizan.
Esta tendencia se vuelve catastrófica en el momento que les toca desarrollar el debate sobre la NEP (ver pag. 59), resumido en menos de una página. Algunos capítulos más adelante, vuelven con el problema de la “acumulación primitiva socialista” ya con Preobrazhensky dentro de la Oposición de Izquierda y el comentario que emiten es: Trotsky y Preobrazhensky tenían razón, la crisis final de la NEP confirmó sus hipótesis. La prueba es la crisis agraria. La pregunta: ¿Por qué?. No hay ni una palabra sobre las diferentes dinámicas del campo soviético y la industrialización acelerada, sobre la migración de campo a la ciudad, sobre los Nepmen o las contradicciones que presentó el régimen de tenencia de la tierra inaugurado por el decreto de Lenin al ocupar el poder. Nada. Sólo un Tenían Razón.
Otro de los puntos más débiles del libro es la intención (conciente o inconciente) de esquivar la discusión sobre el partido y la organización. Plantean la inconsecuencia de Trotsky frente a su postura en 1905 con respecto a las tesis sobre el partido revolucionario de Lenin. Muestran que de cara a las obras de la juventud, Trotsky jamás hizo una autocrítica de su aceptación de los criterios de Lenin en 1917. Pero tampoco explican qué motivó esta “inconsecuencia” (ver pág. 39). Y como he señalado más arriba, para ellos, no parece haber diferencia entre la tesis que sustentó al partido stalinista, las tesis de Lenin y las que defendió Trotsky.
Ya he señalado que en el prólogo se presenta como uno de los objetivos de la obra el comprender la tragedia del fracaso de los “socialismos realmente existentes”. Pero, en las conclusiones de los autores aparece que: “es preciso encontrar explicaciones al fenómeno de cómo fue posible que del pensamiento dialéctico, crítico, abierto y antidogmático de Marx, haya podido surgir un hijo bastardo tan antidialéctico, sectario, cerrado y dogmático como fue el stalinismo, convertido además en un ‘culto’ aceptado acríticamente por el movimiento comunista internacional en general” (pag. 143). Para eso pasaron 150 páginas y 50 años de historia, desde los soviets de Petrogrado hasta la liquidación de la III Internacional, en 1943. En definitiva, se esfuerzan por demostrar que no es una obra movida por el afán de “revisión” de las tesis de Lenin o de Trotsky. Pero tampoco se trata de una obra que profundice las tesis de la Revolución permanente, de la transición del capitalismo al socialismo, ni ninguna otra.
Como decía al principio, el libro tambíen tiene sus aciertos. Es una buena introducción a los problemas de la Revolución de Octubre para un lector neófito. Presenta en forma prolija los problemas centrales y los puntos de discusión. Hasta me puedo animar a decir que la serie de problemas y debates teóricos que desarrollan en el libro son correctos, a grandes rasgos. Pero sólo correctos.
Debido a la poca justicia que le
hacen a la teoría del partido de Lenin y las limitaciones que encuentran al
momento de dar cuenta del proceso de burocratización, me parece no estar
criticando un libro sobre la Revolución de Octubre, sino que estoy frente al
examen de conciencia de dos militantes políticos que, ahora, se arrepienten de
haber sostenido con esfuerzos inútiles la máquina errónea del partido
bolchevique. Y es así porque, en realidad, el objeto de este libro es demostrar
cómo dos intelectuales ligados a sectores antagónicos de la izquierda marxista
pueden escribir juntos un libro. Pueden negociar con arrepentimientos mutuos y
hasta lamentarse de la separación inútil de una izquierda que nació para
estar unida y no dividada por sectarismos egoístas. El ex stalinista
reconoce los méritos de Trotsky, la certeza teórica de la Revolución Permanente
y la postura antimarxista que se esconde, no mucho, en las tesis stalinistas.
El otro reconoce el genio de Lenin y las debilidades de Trotsky para el manejo
político. Y todos amigos. Parece fácil, entonces, entrever que el objetivo
final de la obra es externo a ella. Así
termina la “tragedia” del juego de las lágrimas…
Notas:
[1] Nótese que ellos mismos se excusan constantemente por el uso, en algunos temas, de pocas referencias bibliográficas debido a que no pretenden “hacer un análisis completo de uno de los sucesos sociales que más conmovieron”[…] etc. Ver pag. 115 y ss.
[2] Digamos que Trotsky no cometió este error y buscó una explicación dialéctica a esto. Para tener un ejemplo véase Bolchevismo y Stalinismo, El Yunque, Bs. As., 1974.
[3] Engels, F: Ludwig Feuerbach y el final de la filosofía clásica alemana, Anteo, Buenos Aires, 1988
[4] Los comentarios que se repiten durante todo el Cap VI (pag. 38 y ss.) donde no puden salir del atolladero intelectual de esbozar la hipótesis acerca de las contradicciones en la dirección bolchevique.
[5] Este libro, por ejemplo, se inicia bajo la advocación de una frase famosa de Rosa Luxemburg: “Libertad solamente para los amigos del gobierno, solamente para los miembros de un partido –por más numerosos que sean- no es libertad. Libertad es siempre para los que piensan distinto.”
[6] Barstz y Moreno dixit: “ […] según Rosa Luxemburg, las organizaciones locales debían contar ‘con el suficiente espacio para poder desplegar su iniciativa y emplear las oportunidades existentes para llevar más adelante la lucha’. En cambio, el centralismo sustentado por Lenin estaba ‘destinado a controlar, canalizar y regimentar la actividad del partido’, predicción que bajo la égida de la burocracia stalinista se cumplió tragicamente”. Op. cit. pag. 94