El intestado. La muerte de Néstor Kirchner y las perspectivas de la política argentina.

en El Aromo nº 57

narigonFabián Harari
LAP – CEICS

Pensé que era una broma. No había escuchado nada en los noticieros de primera hora y, oportunamente, me había desentendido. Al volver a encender la televisión, esa broma cobró realidad: se había muerto nomás. Así, en forma abrupta e inapelable. Sin preámbulos ni agonías que suelen preparar los ánimos y dar tiempo a conciliábulos. Nadie creía que se iba a morir y nadie se preparó para eso. Durante tres días, no se supo qué hacer. La administración estatal, las roscas parlamentarias y las negociaciones en torno a candidaturas, puestos e internas quedaron congeladas. El tamaño del estupor es una muestra de la cantidad y calidad de relaciones que este hombre anudaba en su persona. No hay dudas: la burguesía argentina ha perdido a su mejor cuadro viviente (lo cual es toda una muestra de su estado…). No es extraño que esté de duelo y que se requiera algo de tiempo para reacomodar las piezas.

Las virtudes de Bonaparte

Néstor Kirchner imprime su sello a una década que, paradójicamente, representa el despertar de la clase obrera argentina, luego de un prolongado letargo. Con suficiente fuerza para trazar alianzas, impulsar e intervenir en una crisis política, provocar una insurrección y ganar una cantidad de conquistas sociales, el proletariado logró detener el avance de su enemigo. Sin embargo, por debilidades subjetivas, no consiguió imponer su propia salida. Este escenario produce un empate. Luego de una serie de vacilaciones (Puerta, Rodríguez Saá, Duhalde), la burguesía intenta romper la paridad mediante una salida represiva (Puente Pueyrredón), pero debe retroceder rápidamente, ceder ante las demandas y armar otra cosa. Duhalde mismo comienza ese abrupto viraje entregando 2 millones de planes sociales y, como buen soldado de su clase, renuncia anticipadamente para evitar que la crisis se profundice. Esa “otra cosa” es Kirchner.

La salida democrática de 2003 no había comenzado bien. El candidato del bonapartismo no sólo había perdido sino que había sacado un magro 22%. Para colmo, el contrincante (recordemos: Menem) desistió de la segunda vuelta, especulando con una agudización de la crisis. Como solía recordar Néstor, “tenía más desocupados que votos”. Si quería llevar adelante su presidencia, debía realizar un armado particular. Así lo hizo. Se comportó como un verdadero árbitro (que nunca es neutral). Congeló las tarifas de servicios públicos para evitar un estallido. Ofreció recursos a las organizaciones piqueteras y se quedó con varias de ellas (MTD, Barrios de Pie). A muchas, las redujo a la estafa del proyecto cooperativista. Mediante transferencias y entrega de conquistas, permitió la expansión y el entronizamiento de Moyano en la CGT, creándose una base política de obreros en blanco y con altos salarios. Sedujo a la pequeño burguesía díscola, separándola de la izquierda por la vía de la política de Derechos Humanos, quedándose, de paso, con Madres, Abuelas e Hijos. Pero también entregó a derecha: industrias ineficientes y empresas de servicios públicos recibieron subsidios. Además de avalar el empleo precario y, luego de 2005, la inflación, que comenzó a minar el salario. En materia política, barrió con todo lo que se le puso enfrente. No sólo se quedó con una parte del movimiento piquetero, sino que ilusionó a más de un partido de izquierda (PC), deshizo al duhaldismo y partió en dos al radicalismo.

Claro, nada de esto podría haberse hecho sin la renta agraria y petrolera, es cierto. Pero el problema no puede reducirse a estos términos. Primero, porque no es cierto que si no hubiera habido una recuperación de la renta, la revolución estaba al caer. Segundo, porque el dinero solo no traza alianzas. Dicho de otra manera, el capital no es Dios materializado. Hace falta una notable capacidad para estructurar todas estas alianzas en un movimiento relativamente estable y sostenerlas por siete años. Tercero, porque la crisis es, justamente, una crisis económica que, como todas ellas se resuelve en el plano político. Por último, porque desconocer la envergadura del armado kirchnerista y sus particularidades no permite advertir hacia dónde se dirige todo esto, una vez muerto quien lo comandaba.

El caso es que Néstor Kirchner demostró tener las cualidades políticas necesarias para ocupar el lugar indicado en el momento más difícil y salir airoso. Su caso es una muestra de la capacidad de producción de cuadros de una clase, por un lado, y del calamitoso estado en que se encontraba la política burguesa, por el otro. Sus logros no tienen punto de comparación con los del fundador del peronismo. Su tibio reformismo no llegó siquiera a montar un movimiento propio. Si los datos de la prensa son correctos, a su funeral no fue más gente que la que fue a despedir a Sandro (40.000, aproximadamente) y menos que la que fue a ver a Alfonsín (70.000). Su estatura sólo puede medirse en este hecho: recompuso parcialmente la política burguesa y le dio aire. Como Perón, concentró en sus manos los arbitrajes necesarios. Como su antecesor, antes de que todo comenzara a crujir, se despidió. Pero sólo eso.

Hijos, hijastros y entenados

En El Rey Lear, Shakespeare alertaba al monarca absoluto sobre los peligros de abandonar el poder o, peor aún, repartirlo. A menos que se encontrase una mano fuerte, todo sería guerras y traiciones. En la pieza (verdadera obra maestra que desentraña las leyes de la dinámica política), el monarca se tomaba el trabajo de preparar su sucesión. Aún así, hecha con cierto grado de anticipación, la apuesta es desaconsejada. En este caso, el asunto es peor aún: el dirigente no tuvo tiempo no ya de encaminar una sucesión, sino siquiera de preparar su testamento.

Debía pegar la vuelta. Si quería sobrevivir, debía desandar el camino. La normalización institucional (nombre que recibe el restablecimiento de la plena hegemonía burguesa) requería eliminar las concesiones y conquistas sociales en un país cuyo capitalismo, si quiere ser competitivo, no puede sostener una vida decente para la clase obrera. Ese giro significaba romper alianzas en la forma más indolora posible para el régimen. Mientras la renta agraria se mostrara vital, no había necesidad de intervenir demasiado. En cuanto vaya a dar señales alarmantes, se va a tener que tomar el bisturí. La muerte de Néstor Kirchner no modifica demasiado estas tareas, pero adelanta la crisis política que ellas suscitaban.

En su última noche, el ex presidente encontraba entre él y el sueño tres asuntos: el asesinato de Ferreyra, la discusión con Moyano y la “traición” de Scioli. El primero, porque amenazaba con una investigación que podía conducir a las entrañas del poder: la Secretaría de Transporte y Julio De Vido. Pedraza era un cadáver político, pero no iba a rendirse sin hablar. De todas formas, no podía consentir que los trenes se acercaran siquiera a la situación del Subte. Ni como hipótesis posible.

El segundo, porque, estando Balestrini en coma, el camionero tenía derecho a reclamar la dirigencia de la provincia como vicepresidente primero del PJ. Néstor había programado un cuerpo colegiado para evitar el embate de Moyano, pero este se le adelantó y convocó a un congreso. Kirchner y los intendentes se lo vaciaron, pero igual se las ingenió para hacerse votar, negando información acerca de la cantidad de delegados. Como forma de amenaza, el ex presidente le dio el visto bueno a Oyarbide para que le brindara datos al Juez Bonadío, quien investiga al sindicato camionero por su vinculación con la “mafia de los medicamentos”. Esa última noche, Hugo le había pedido a Néstor que frenara la causa, recibiendo una negativa que provocó un portazo. La vice 2º del PJ provincial es otra Cristina cuyo nombre el lector comenzará a oír: Cristina Álvarez Rodríguez, ministra provincial de Infraestructura. Es decir, la que maneja la plata de las obras. Cristina armó la agrupación Peronismo 2020, alineada con Scioli.

Este era su tercer problema. El Gobernador de la Provincia de Buenos Aires y vicepresidente del PJ había comenzado un acercamiento con el peronismo disidente, a través del “grupo de los 8” (ocho intendentes críticos, entre ellos Bruera y Massa) y de José Pampuro, el lazo con Duhalde, que fue echado del kirchnerismo.

Estas tres rupturas, que podían llegar a amortiguarse, van a estallar, cada una a su modo. El caso de Mariano Ferreyra ya tiene un sexto detenido. En un acto poco meditado, y algo desesperado, el gobierno prometió pasar a planta permanente a los 1.500 tercerizados. Es, de no mediar un milagro, el fin de Pedraza al mando de la Unión Ferroviaria. Pierde sus empresas en el Roca y peligra su conducción porque, ¿a quién van a votar estos 1.500 compañeros? ¿A quienes dieron la vida para que pudieran entrar o al patrón que quería impedirlo a los tiros?

Los otros dos problemas resumen el corazón de la estructura política burguesa: la Provincia de Buenos Aires. Muerto Kirchner, no hay motivo para que algunos dirigentes del peronismo federal no vuelvan al redil. Felipe Solá pareció anotarse y De Narváez ya había trabado conversaciones con intendentes afines al gobierno. El puente es Scioli y los que sobran allí son personajes impresentables para cualquier elección como Duhalde, Rodríguez Saá, Puerta y Barrionuevo. Por otro lado, las apetencias del PRO se verán también muy erosionadas. El obstáculo a todo esto es, en principio, Moyano. No por su “estilo”, sino porque exige mantener las transferencias a su sindicato para mantener su base social. Tras el velorio, Moyano se reunió con Méndez, el titular de la UIA, y con De Mendiguren. Ofreció formalizar el Consejo Económico y Social para mantener la “paz”. Los industriales pusieron como condición que levante su proyecto sobre ganancias en diputados. El camionero suspendió el proyecto, pero eso no es suficiente.

Si el acercamiento con el peronismo federal comienza a prosperar, todo el arco que representan Pérsico, D’ Elía, Madres y la CTA van a tener que abandonar la experiencia. Será esta la oportunidad que tendrá Pino Solanas para amontonar gente para su proyecto (unificación de la CTA incluida). En el radicalismo, oscurecerá la figura de Cobos y la dirección que lo impulsaba (Aguad, Morales), a favor de Ricardo Alfonsín, que intentará mostrarse como un líder progresista, pero sin las incómodas alianzas a las que suele someter el peronismo.

Por fin, la Dama…

Más allá de que se concreten o no las nuevas alianzas, hoy por hoy, la candidatura de Cristina para el 2011 difícilmente sea cuestionada. En vista de las encuestas, es difícil que alguien ocupe su lugar. Sin embargo, el problema está en las alianzas que sostendrán a la señora.  En caso de que el kirchnerismo se rompa, parece más probable que la presidenta se quede en la alianza con los sectores de derecha, una vez purgado de personajes más impresentables. El operador y el verdadero dirigente de este espacio será Daniel Scioli. Aquellos que se integren (Solá, De Narváez) seguramente exigirán alguna prenda de cambio, pero eso hoy es sólo materia de especulación. Sólo podría evitar tal resolución la entrada en escena de un intransigente Máximo y su “Cámpora”, lo que es toda una incógnita.

No se trata de establecer un pronóstico inmediato, sino de señalar una tendencia. El movimiento de la política auguraba una crisis luego de las elecciones del 2011. Esta crisis va a adelantarse porque la dirigencia burguesa intentará cerrar el ciclo. Movimientos que no resultarán indoloros. Más de un partido será puesto a prueba y más de un partido quedará en el camino. La izquierda no va a tener un escenario fácil, pero tiene una oportunidad de crecer en medio de una dinámica marcada por la transitoria confusión de las filas enemigas, producto de la muerte de uno de sus generales, sin testamento ni orden de sucesión.

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