Las aventuras de la vanguardia, el arte moderno contra la modernidad, de Juan José Sebreli. Sudamericana, 2000.
Reseña de Fernando Castelo
Sopa de tomates y libros malos. Mi tía Rebeca aún vive en una vieja casa, tipo“chorizo”. En el comedor grande cuelga de una pared, sobre el aparador, un óleo con una escena campestre que (por los personajes) podría estar inspirada en el siglo XVIII. El cuadro no tiene firma. Alguno podría decir que mi tía Rebeca es kitsch sin habérselo propuesto. Dudo que sepa de qué se trata. Si yo hiciera el intento de mostrarle una tela monocroma de Yves Kleim, mi tía – sin pedir disculpas- afirmaría que eso no es arte; lo más novedoso que su delicado y contundente gusto acepta concluye en Van Gogh o Cézanne. Claro, ella para fundamentar su posición no se ocuparía de citar a Hegel ni a Nietzsche. Tal vez por eso no le ha sido dado escribir el libro que sí ha concluido Juan José Sebreli. Para hacer justicia con mi tía, que después de todo aquí es sólo una excusa, diré que ella no escribe libros vagos pero sí hace la mejor sopa de tomate de todo el mundo. Y como sabe que es así, se dedica a eso…
Al parecer, ya se ha dicho todo sobre “La aventura de las vanguardias” y todo lo dicho se resume casi de la manera que presenté. Sin embargo, se ha tendido a subestimarlo; por eso aquí me detendré en la teoría histórica que esboza y no en sus afirmaciones ridículas. A esto habrá que sumarle ciertas incorrecciones y un estilo que adiciona un conjunto de citas obsoletas a las innecesarias, que tienen por único fin demostrar que ha realizado una impresionante recopilación de fragmentos sumado a un exhaustivo fichaje de biblioteca. Si bien hasta en eso consiguió ser “desprolijo”. Algunos (por no decir todos) de los libros que cita ni siquiera recibieron la suficiente atención por parte de nuestro “historiador” como para al menos escribir correctamente los nombres de los autores que desde ya dudo que haya leído. Esto lo conduce a hablar de Bergman (págs. 355 y 444) cuando a lo que alude es a Marshall Berman, autor de: Todo lo sólido se desvanece en el aire[1] o de Burge (pp. 395 y 445) donde debería referir a Peter Bürger y a su obra: Teoría de la Vanguardia.[2] Sin embargo, las anécdotas fueron bien copiadas. Y así se espanta con las intimidades de cuanto artista de moral dudosa se le ha cruzado. En fin, mucho más no se le puede pedir a un montón de cenizas con la palabra Emet grabada en la frente.
Detrás de todo está difuso pero presente el espíritu lukácsiano del “Asalto a la Razón”; Sebreli se esfuerza por desarrollar la teoría expuesta por el marxista húngaro acerca de la modernidad pero, más allá de eso, no consigue darle una estructura coherente y entonces cae en la trampa de la teoría… concluye por hacer uso de la misma matriz teórica que trata de criticar.
Los Mareados: el camino de los excesos… La objeción más seria surge cuando expone su concepción de lo que es la vanguardia… concepción que en ningún momento detalla o define pero que el libro trata de demostrar en el recorrido histórico que parte con el periodo romántico hasta hoy día. Y esta es la segunda estratagema de Sebreli, para nada ingenua o descuidada. Se puede decir que, para él, la vanguardia no es más que un conjunto de personas que profesan incondicionalmente el culto a la irracionalidad, con marcadas tendencias reaccionarias que los conducen directamente a enaltecer la Edad Media. Entre vino, hachís, opio y ocultismo crean su arte que, en última instancia, se explicaría por los influjos del alcohol, la droga o la afición a la magia negra y otras yerbas. Los inconvenientes que esto lleva aparejado, además de los problemas físicos para los protagonistas, son de diversa magnitud. No es fortuito que presente su “historia” viciada por la absoluta unidireccionalidad que es tributaria, a la vez, de una causística elemental y mecánica. Más allá del recurrente uso de citas eruditas para presentarse como autoridad ante determinados lectores, existe una intencionalidad que subyace a esta superficie: conformar un enemigo en común, un antagónico social anómico e inmoral, un Otro que atenta contra la comunidad orgánica (¿cristiana y occidental?).
Para Sebreli las tendencias artísticas de fin de siglo, surrealistas, cubistas, pos-impresionistas y expresionistas, la escuela arquitectónica de la Bauhaus, el rayonismo y prefuturismo ruso, etc. surgen todas del mismo fenómeno, el desarrollo de la teosofía y del exotismo hindú, budista o chino. A su vez esta tendencia es tributaria de la tradición establecida por los primeros románticos que, en su vuelta, a través del goticismo, a la Edad Media, tratan de rescatar la alquimia, la brujería, la cábala o el pensamiento esotérico como una forma válida de imponer lo sensible y lo oculto a lo racional y superficial. Ahora bien, basta con tomar una sola de estas prácticas para trazar una línea que diverge francamente de las metas a las que Sebreli las conduce.
Me detengo con la Cábala. La cábala se desarrolla entre los siglos VIII y XII a XIII, sobre todo en las comunidades judías de Provenza, el Languedoc y España.[3] Surge como una forma de crítica a la doctrina rabínica cristalizada en el Talmud. Los cabalistas intentan mediante diversos medios conocer la verdad escrita en la Torah y de esa forma enfrentar a las lecturas oficiales construídas durante los primeros siglos de la era cristiana por los doctores talmúdicos.[4] Luego de una época de cristalización y de integración de la cábala a la “ortodoxia” rabínica, durante los siglos XVII y XVIII, con la irrupción de los movimientos mesiánicos, tanto en el Cercano Oriente como en Europa Central y Oriental, y del desarrollo del movimiento jasidim resurgen el revisionismo y la relectura de los libros tradicionales. Juntamente con este proceso aparece el sionismo, como programa político del judaísmo alemán. Y desde aquí se da el desarrollo de la “Cuestión Judía” que discutirá Marx.
Sin embargo, Sebreli sólo se interesa en la cábala como parte del universo de las ciencias ocultas sin preguntarse por qué o cómo llega este resabio a los círculos místicos del romanticismo. Obviamente esta misma crítica se puede hacer a la alquimia y a la “magia negra” o a la astrología medieval. Lo que tienen de particular estas formas de “conocimiento” místico es que mantienen vivas prácticas sociales relacionadas con las instituciones formadas en la resistencia de las clases subordinadas mientras que la Iglesia trató de sostener la hegemonía de la clase dominante en la tradición Romana-Germánica. Y que concluye con el colapso del poder del Vaticano sobre gran parte de Europa durante la Reforma.[5] Claro está que estas omisiones tienen su razón de ser.
Entre el Mesías y Lacan. Todo esto que sería en un sentido inútil discutir con nuestro golémico autor, primero, lo traigo a colación dado que él mismo se desvive por criticar las tesis de mesianismo racional, o revolucionario -fundado en el criterio weberiano de “afinidades electivas”-, que postula Michel Löwy.[6]Particularmente se detiene en criticar la caracterización de intelectualidad mesiánica del judaísmo centroeuropeo (pág. 80 y ss.) Sin embargo, los grupos vanguardistas del ’20 / ’30, son presentados por Sebreli como… mesiánicos (pág. 324). Y en segundo lugar porque apunta a una construcción que, como ya había dicho, no es para nada inocente. En la medida de mis posibilidades trataré de proponer una matriz teórica para analizar la “inocente” crítica sebreliana.
El hecho de no dar una definición sustantiva de “las vanguardias” esta inscrito en un recurso que ha sabido explotar históricamente el antisemitismo. Con ello no es mi deseo afirmar que Juan José Sebreli sea antisemita, sino que reproduce con otro objeto los mismos mecanismos de fetichización.
“El truco básico del antisemitismo consiste en desplazar el antagonismo social a un antagonismo entre el tejido social congruente, el cuerpo social, y el judío como la fuerza que corroe, la fuerza de corrupción. Así pues, no es la sociedad la que es ‘imposible’, la que está basada en el antagonismo – la fuente de corrupción está localizada en una entidad particular, el judío. […]Este desplazamiento está, obviamente, apoyado por la condensación: la figura del judío condensa características opuestas, rasgos asociados con las clases altas y bajas: se supone que los judíos son sucios e intelectuales, voluptuosos e impotentes, y así sucesivamente”.[7]
En un segundo momento, cuando ya se ha producido este desplazamiento del antagonismo social hacia el lugar del significante del Otro (los judíos), cualquiera que sea presentado como discordante con la conformación orgánica de “lo social”, con la Totalidad, es ubicado en este espacio significante del antagónico social, del (auto) excluido. Por lo tanto queda la siguiente ecuación: judío = x + y + z; en consecuencia lo no judío = (-x) +(-y) + (-z) = la comunidad orgánica. Ahora, que el lector reemplace judío por vanguardia… y el resultado es la definición tan esperada. Vanguardia = sucio + intelectual + ateo + inmoral + mesiánico = n. El lector puede completar con lo que le plazca el valor de n.
No es especulación afirmar, entonces, que la modernidad, en la visión de Sebreli, desplaza su antagonismo a la “fantasía social ideológica”[8]representada por el significante “vanguardia”. Es por este motivo que nuestro autor pretende obviar constantemente la búsqueda de las causas esenciales, reales, manteniendo como reales aquello que el objeto de su obra, la vanguardia, dice de sí misma. El maniqueísmo de este análisis lo lleva a la prueba final: si la vanguardia dice nutrirse del conocimiento de lo oculto y de actuar bajo el influjo de esas prácticas en oposición a la racionalidad, lo que hay que hacer es intentar analizar la dinámica de la vanguardia artística por su irracionalismo y no pedir explicaciones racionales a sus motivaciones o a su arte. Por otra parte, con absoluta calma, desarrolla el razonamiento que sigue: si la vanguardia es irracional y se convierte en forma oficial del arte quiere decir que la sociedad acepta este discurso irracional, por lo tanto aspirará al predominio de la irracionalidad, de las estructuras sensibles, el deseo del totalitarismo, porque las masas son movidas hacia ello y lo aceptan. Por eso, según Sebreli, todas las vanguardias del Siglo XX devinieron en fascistas, nazis o estalinistas. Sin embargo si se ha de prestar la debida atención a lo que intenta ser la explicación correcta del mecanismo ideológico propiciado por nuestro autor, se llega a la conclusión de que en realidad es él quien utiliza la “forma” de ver la realidad del fascismo, esto es, contrapone un lugar de lo antisocial a la “comunidad orgánica”.
Por eso Sebreli no hace otra cosa que propiciar un orden moral (orgánico). Un Orden donde todo lo que no se reduzca al minúsculo universo de este Gólem ético cae en el anatema. Este mecanismo, que supone una estrategia de poder, ni siquiera es original:“Las doctrinas éticas suponían cierta homogeneidad social dentro de la cual pudieran rescribir las exigencias institucionales como normas interpersonales, reprimiendo la realidad política mediante ‘las categorías arcaicas del bien y del mal, desenmascaradas mucho tiempo atrás por Nietzsche como huellas sedimentadas de las relaciones de poder’. [Jameson] Mucho antes de ocuparse de lo posmoderno, había definido la posición desde la cual lo enfocaría: ‘la ética, dondequiera que vuelva aparecer, se puede tomar como indicio de un intento de mistificar y, en particular, de reemplazar los juicios complejos y ambivalentes de una perspectiva más propiamente política y dialéctica por las confortables simplificaciones del mito binario’
“Estas observaciones iban dirigidas contra el moralismo convencional de derecha, pero se pueden aplicar en no menor grado al moralismo de la izquierda que trataba de desechar o rechazar el posmodernismo en bloc. Las categorías morales son códigos binarios de la conducta individual; proyectadas al plano cultural, se convierten en incapacitación intelectual y política”[9]. Este orden ético que propone Sebreli como tesis se reduce a que la Modernidad como modernidad progresó en antagonismo a las “vanguardias”. Que, tal vez, los ideales occidenta-les triunfaron por sobre los extremismos. Que la Democracia venció sobre la Dictadura. Claro que esto no cierra del todo. Para lograrlo llega a negar fenómenos elementales como el proceso de lucha de clases abierto a partir de los ’60. Para él no es más que una expresión desviada de un vanguardismo que se refugió en el inconformismo de los estudiantes parisinos: “La mayor fiesta de masas de la segunda mitad del siglo – el mayo francés – tuvo un resultado político nulo. Alboroto de niños ricos aburridos de los juguetes caros que les regalaban sus padres, los jóvenes rebeldes carecían de toda propuesta” (pág. 313) y la otra fiesta de los hippies californianos, que no tuvo consecuencias mayores a su propia explosión. Al parecer De Gaulle se alejó del poder por una crisis de jaqueca y Estados Unidos abandonó la guerra de Vietnam porque Hollywood tenía suficientes argumentos para treinta años de éxitos de taquilla ininterrumpidos. Aquí se vuelve a comprobar que nuestro autor sigue fiel al desplazamiento de los antagonismos sociales desde la estructura a un “Todo orgánico, un Cuerpo social en el que las diferentes clases son como extremidades, miembros, cada uno de los cuales contribuye al Todo de acuerdo con su función – podríamos decir la ‘Sociedad como Cuerpo corporativo’”. La distancia entre la imagen ideológica y el cuerpo real escindido es cubierta por el elemento externo, el cuerpo extraño: “el ‘judío’ es un fetiche que simultáneamente niega y encarna la imposibilidad estructural de ‘Sociedad’: es como si en la figura del judío esta imposibilidad hubiera adquirido una existencia real, palpable”.[10] En este caso el significante Judío será suplantado por Juventud, Subversivos, etc.
Conclusiones: receta para deshacer un Gólem Así, he tratado de mostrar que esta visión no es inocente. Oculto en cierto discurso que aparenta erudición, cumple su fin político, mantener una estructura ideológica que refuerza, de esta forma, el orden de cosas, pero siempre con una cobertura de “crítica mordaz”. Este todo orgánico se conforma desde un desplaza-miento de los antagonismos estructurales hacia la organización de la ideología en donde el lugar del antagónico está vacío de significado pero sobre el que cristaliza un orden ético binario, maniqueo, fundado en lo individual. Esta es la mejor muestra de su incondicional adhesión al demiurgo que lo hizo surgir de las cenizas, que le dio un mundo ilusorio para que reprodujera la ilusión de sí mismo. Y que finalmente, espero, haga el bien de borrar la primera sílaba del nombre grabado a fuego en la frente de nuestro Gólem. Lo que me deja tranquilo es que a pesar de Sebreli mi tía Rebeca seguirá haciendo su sopa de tomates y creyendo que la historia del Gólem no es otra cosa que un cuento, una fantasía.
Notas
[1] Siglo XXI. México, 1995.
[2] Península. Barcelona, 1988.
[3] Ver: Scholem, Gershom: La cábala y su significado, Siglo XXI. Madrid, 1998.
[4] La tesis del desarrollo de la cábala como forma de enfrentar a la elite rabínica está expuesta en: Lazare, Bernard: El antisemitismo. Su historia y sus causas, La Bastilla, 1974, Bs. As. Mientras que Scholem (Op. Cit.) no niega abiertamente esta tesis, la relativiza postulando el desarrollo de la cábala en paralelo a la existencia de la tradición talmúdica y el rabinismo y que en definitiva contribuye a la exégesis de la Torah sin invalidar el Talmud.
[5] Durante la Reforma, aún en países que permanecieron bajo la órbita de la Iglesia Romana, sale a la luz el movimiento profundo de cuestionamiento al dogma, no sólo en los sectores burgueses y letrados sino también, y sobre todo, entre los campesinos, donde particularmente algunas de las objeciones de las sectas protestantes se combinan con prácticas preexistentes dándole forma a los movimientos de oposición a la autoridad del clero y, en definitiva, a las relaciones feudales. Vide: Ginsburg, Carlo: El queso y los gusanos, Munick/Biblos, Barcelona, 1997.
[6] Ver: Löwy, M: Redención y Utopía, El Cielo por Asalto. Bs. As. 1997. También: Bonnet, A: “Un aporte para la crítica de la filosofía de la historia”, en: Razón y Revolución, Nº4, Bs. Aires, Otoño de 1998.
[7] Žižek, S: El sublime objeto de la ideología. Siglo XXI. México. 1992, p.172.
[8] Ibídem, p. 173.
[9] Anderson, Perry: Los orígenes de la posmodernidad, Anagrama, Barcelona, 2000, p. 91.
[10] Žižek, S: Op. Cit.