Suele hablarse de flexibilización laboral y asociarla a una “etapa neoliberal”. Los más interesados –o sea, los peronistas- incluso le ponen nombres propios: Menem, De la Rúa, Macri, Videla… El mito consiste en idealizar un pasado de “trabajo típico” (en blanco, fijo, estable y, sobre todo, peronista), para contrastarlo con las “nuevas modalidades laborales” impuesta por los gobiernos neoliberales. Lo que no cuentan es que el peronismo de Perón fue un fuerte impulsor de la “flexibilidad”. Veamos de cerca.
En su Segundo Plan Quinquenal, Perón lideró un ataque burgués a la clase obrera en nombre de la productividad. Eso se pudo ver, por ejemplo, en las negociaciones colectivas de 1954: en aquella ocasión, los resultados fueron más favorables a los capitalistas que para los obreros. En varios sectores, las patronales avanzaron con la flexibilidad horaria, con salario por producción o la obligatoriedad de hacer horas extras si el empleador lo necesitara.
También lograron imponer distintos grados de polifuncionalidad, lo que aparecía mediante cláusulas que fijaban la obligatoriedad de realizar tareas complementarias. Distintos gremios firmaron cláusulas compromiso donde las partes manifestaban voluntad de incrementar la productividad y reglamentar las comisiones internas.
Todos estos asuntos intentaron profundizarse en el Congreso de la Productividad y Bienestar Social de 1955. ¿Qué fue eso? Queriendo aprovechar el retroceso parcial de los obreros para avanzar todavía más, Perón reunió a representantes sindicales y empresarios. En su discurso de apertura, llamó al incremento de la productividad: el obrero debía rendir más para que la nación prospere. Para eso, estimulaba a incorporar “premios” a la producción. Perón reclamaba a la clase obrera que trabaje con eficiencia. Incluso condicionaba la jornada de 8 horas a la máxima producción. Así, Perón promovía el trabajo a destajo y los premios a la productividad. De este modo, además, incentivaba que los obreros compitan entre sí para rendir más (en lugar de dar una lucha por un salario en común).
En el Congreso quedó en evidencia el rol de la CGT, colaboracionista con el Gobierno y con las demandas de la burguesía. La CGT –en palabras de Vucetich- proclamaba la necesidad de una “tranquilidad” social para implementar los acuerdos en torno al incremento de la productividad. Es un mensaje para el gobierno y las patronales, pero también para la clase obrera. La CGT se comprometía a colaborar con las demandas patronales. Prometía colaborar en la racionalización de la producción, como prometía soluciones para el ausentismo. Como se ve, la burguesía intentaba avanzar con las condiciones para la compra venta de la fuerza de trabajo. Sin embargo, el empresariado se fue disconforme del Congreso: no se reglamentaron las comisiones internas, ni se votaron medidas concretas para estimular la productividad. Tampoco hubo resoluciones contra el ausentismo obrero. El sistema de categorías laborales y las normas que frenaban la reasignación de funciones a los obreros dentro de las plantas continuaron vigentes. Sin embargo, las huellas que las patronales habían dejado en las negociaciones colectivas por sector fueron significativas. Que varias de las tareas hayan sido realizadas después del ’55, no exime a Perón de su lugar entre los flexibilizadores. Incluso varias de ellas todavía siguen pendientes, esperando a Macri o a los Fernández para aplicarlas.