El fin, los medios y los excesos. Acerca del Plan de Operaciones de Mariano Moreno
Por Fabián Harari
Grupo de Investigación de la Revolución de Mayo – CEICS
El pensamiento burgués hace una tajante distinción entre métodos y fines y atribuye a cualquiera de éstos cualidades celestiales. Los intelectuales “progresistas” como Lanata, que juran estar a favor de las reivindicaciones por una sociedad mejor, tan sólo exigen el respeto a las reglas de convivencia vigentes. Como las huelgas y los cortes de ruta las alteran, merecen su condena. Para ellos, la Historia se divide entre quienes utilizan la fuerza y quienes no: Videla, San Martín, Hitler, Trotsky y Stalin de un lado; Gandhi, la Madre Teresa y Jesús del otro. A la derecha, Grondona y Natalio Botana reivindican a la sociedad burguesa como el fin último de la Historia y defienden esta forma de vida por todos los medios que encuentran a su alcance. A la “izquierda”, los autonomistas (vea “El virus idiota” en páginas 8 y 9 de este mismo número) aducen que los únicos medios válidos son el consenso, el pluralismo, la ausencia de dirigentes, el debate permanente. Acusan siempre a la izquierda revolucionaria de utilizar los mismos métodos que la derecha.
El estudio de los métodos que se dio la revolución burguesa en Argentina nos lleva a debatir contra estas posiciones. Contra los primeros y los segundos, porque la democracia (burguesa) fue producto de métodos para nada “democráticos”. Contra los terceros, porque consenso y pluralismo no parecen haber sido el medio más eficaz en la construcción de una nueva sociedad. Y contra los tres, por su intento de construir una moral política por encima del desarrollo mismo de la sociedad.
Para una revolución, un programa
El Plan de Operaciones fue el programa que se dieron los revolucionarios de 1810. Fue escrito el 30 de agosto de ese año. Fue un documento secreto destinado a los cuadros revolucionarios, solicitado por la Junta a través de Belgrano. Su autor fue Mariano Moreno, secretario de la Junta Revolucionaria. El Plan tuvo como objetivos indicar los medios para lograr la victoria de la insurrección, la independencia de las provincias del Río de la Plata, la expansión continental y el desarrollo económico de la región. Se reivindicaba como un producto del análisis de leyes objetivas de la sociedad, ya que, según el autor, “En el orden moral, hay ciertas verdades matemáticas en que todos convienen, así como admiten los hechos incontestables de la física”. Todas las medidas, hasta las más “espeluznantes”, son justificadas racionalmente.
El cuadro de situación que pintaba Moreno era, francamente, desolador. En su texto compara a la Revolución con los “Palacios de Siam”: una gran fachada que esconde la pobreza real. El ejército español acecha por todos los costados, las conspiraciones se multiplican, el gobierno no puede pisar sobre terreno firme, la dirección está dividida, la indisciplina en los ejércitos está a la orden del día y el fisco se halla indigente. Para contrarrestar esta situación propone, antes que nada, la templanza al interior de las filas revolucionarias, de forma tal de evitar “el espíritu de intriga, ambición y egoísmo”. Recordemos que la revolución enfrentaba una lucha fraccional al interior de la Junta, entre el partido de Moreno y el de Saavedra. Una dirección revolucionaria debe funcionar como una máquina bien aceitada. En caso contrario su fuerza se diluye. Esa dirección debía, según Moreno, montar una férrea dictadura. Toda persona que se manifestara contra el régimen tenía que ser perseguida. A los hombres debía tratárselos con “rigor” y “disciplina extrema”. Toda declaración contraria a la causa exigía ser reprimida de inmediato. “Los cimientos de una república nunca se han cimentado sino en el rigor y el castigo”, nos explica.
El Plan recomienda que en las proclamas se siga reivindicando el lazo con España y la lealtad a su rey Fernando VII, presentando el conflicto como una guerra entre españoles. Ante el mundo, los enemigos debían ser acusados de agentes de Napoleón. Si bien ese engaño iba a ser descubierto, permitía al gobierno mantener relaciones comerciales con Inglaterra (aliada militar de España) y confundir durante algún tiempo a los partidos españoles. Para eso se debían juntar testimonios de 30 a 100 individuos influyentes: “El terror los obligará a estas declaraciones”, aclara.
El Estado Revolucionario no debía, bajo ningún concepto, hacer publicidad de los medios que utilizaba para llegar a sus objetivos. La difusión de sus acciones tenía que ser “muy halagüeña, lisonjera y atractiva” y los Bandos y Mandatos públicos, “muy sanguinarios”. En caso de fuertes errores, había que anticiparse a los diarios enemigos “pintando siempre éstos con aquel colorido y disimulo más aparente” y “ordenar que el número de Gacetas que hayan de imprimirse, sea muy escaso.”. El Padre del Republicanismo en Argentina aconsejaba la mentira…
La tarea de la hora era armar un gran ejército revolucionario. En esa tarea el Estado debía reclutar a tres clases de individuos: los cuadros militares, la masa combatiente y un cuerpo de escritores. Los primeros debían buscarse entre las autoridades menores de la campaña que se hacían “estimar y obedecer”, como eran los casos de Artigas y Rondeau. También se podía acudir a conocidos criminales si eran acreedores de una fuerte influencia. La tropa se levantaría publicando bandos que convocaran desertores y criminales, “sujetos que, por lo conocido de sus vicios, son capaces de todo, que es lo que conviene en las circunstancias”. Otro de los medios era la manumisión de esclavos. Por último, un cuerpo de difamadores profesionales que deberían encargarse de difundir noticias falsas y papeles comprometedores de los contrarrevolucionarios, sembrando la discordia en las mismas familias: “de padres a hijos, de tíos a sobrinos, de mujeres a maridos, etc.”. Como se ve, los revolucionarios no pensaban detener su causa ni ante la santidad de la familia.
Intelectuales liberales y autonomistas “explican” que el poder debe surgir de un consenso general, de un contrato, no por imposición. A pesar de haber difundido la obra de Rousseau, en su Plan, Moreno revela que aún no es tiempo de contratos sociales ni de leyes universales. No tiene sentido, manifiesta “establecer leyes cuando han de desmoronarse al menor ímpetu de un blando céfiro […] al menor impulso de nuestros enemigos, envolviéndonos en arroyos de sangre”. Eran tiempos de establecer un gobierno sólido, con recursos y que pudiera ser obedecido. En una sociedad dividida, el consenso no genera poder, antes bien, es la puerta de acceso al suicidio por mano propia. Los “contratos sociales” no son sino una reglamentación del statu-quo vigente.
La forma y el contenido
La democracia (burguesa) es hija de la dictadura (burguesa). Divorciarlas es separar al adulto del niño que lo precedió. Al reivindicar la democracia y el pacifismo, el liberalismo borra de un plumazo la forma por la cual llegó a la posición de imponer a todo el mundo su propia moral.
No existen fines ni medios propios por fuera del desarrollo mismo de la sociedad y de las fuerzas que ella enfrenta. En momentos de guerra abierta, una clase utiliza ciertas formas políticas similares a las de su enemigo. Y sin embargo, lo que distingue a los bandos no son los métodos -más o menos horizontales- sino su objetivo histórico. Son “nobles” sólo los medios que nos llevan a una sociedad libre, aunque no cualquier medio puede hacerlo. La
revolución socialista necesita de la confianza de las masas en sí mismas y de la conciencia de éstas de su tarea.
Los métodos del Plan de Operaciones son lícitos y reivindicables en tanto pugnaron por sumar un eslabón en la emancipación humana. Los revolucionarios de Mayo conquistaron el poder valiéndose de la fuerza y la disciplina al servicio de un programa. Se les podrá reprochar muchas cosas, pero ahí está, edificaron una sociedad nueva, más justa (nobleza obliga) que la anterior.