Por Ianina Harari – Laurent Cantet logró emocionarnos con Recursos humanos (1999). En medio del escepticismo reinante, la película nos mostraba que la lucha era posible, que había razones para emprenderla. Restablecía la centralidad del trabajo y cuestionaba, como en su momento Tiempos modernos (1936) o La clase obrera va al paraíso (1971), su sentido bajo el capitalismo. Sin embargo, el film dejaba un final abierto, ambiguo.
El protagonista, egresado de Recursos Humanos regresa a su pueblo para hacer una pasantía en la empresa de su ciudad natal. La compañía lo utiliza para neutralizar al sindicato, imponer las 35 horas y despedir obreros. Entre ellos, su propio padre, trabajador histórico de la fábrica. Al enterarse de la situación, el protagonista decide unirse al sindicato y apoyar la lucha. En medio de la misma, tiene una charla con un trabajador quien le pregunta qué haría si todo termina mal. Volver a París, responde. El obrero asiente: en el pueblo no había mucho que hacer. Entonces, el protagonista le pregunta cuándo se iría él. La imagen se corta en ese momento, sin lugar a respuestas, como si fuera una pregunta retórica porque el obrero, efectivamente, no tiene alternativas. Se genera también la incertidumbre sobre qué sucederá con esa fábrica. Ya por esos años flotaba el fantasma del desempleo y de la relocalización de firmas.
En El empleo del tiempo (2001), el siguiente film de Cantet, el escepticismo y la resignación aumentan, al tiempo que desaparece la acción colectiva. Aquí un hombre pierde su trabajo por el tedio que le producía y luego no puede enfrentar su nueva realidad. Está solo. No le cuenta a su familia que está desocupado. Primero, por vergüenza y porque no quiere alarmarlos. Tampoco busca trabajo, aunque en una escena se mezcla con ejecutivos como si añorara el ambiente laboral. Lo único que puede hacer es fingir ante su familia y amigos un inexistente trabajo en Suiza. Incluso lleva allí a su mujer a una cabaña en la montaña. Finalmente, cuando su familia se entera, ante el asedio económico, debe –a su despecho- volver a un trabajo que su padre le consigue. Se esboza una crítica al sentido del trabajo, aunque con menor intensidad que en el film anterior, pero la visión es mucho más pesimista. La depresión es el destino del trabajador: se angustia si está trabajando, y si no, también.
Pobres niñas ricas
A fines del año pasado, el mismo director estrenó Bienvenidas al paraíso (2005) o Hacia el sur en el título original. El film retrata la explotación sexual de jóvenes en Haití a finales de la década del ’70 por mujeres burguesas. El director, intenta edulcorar la realidad: “Sé obviamente que hay una parte de prostitución en la película. Pero los personajes son concebidos en un espíritu de intercambio. No hay de una parte jóvenes pobres y de la otra, mujeres maduras y ricas que los explotan. El hotel es un pequeño mundo cortado del exterior, un paraíso un poco falso donde las mujeres olvidan sus frustraciones y donde los muchachos encuentran una ternura que no existe en su mundo exterior”.1 Pero la explotación es precisamente un intercambio, un intercambio desigual (trabajo por salario) donde unos tienen opciones y otros no.
Ellas van a esta playa del Caribe en búsqueda de diversión. Pero encuentran, también, cierta contención emocional en los jóvenes negros que a cambio de regalos y comida, les proporcionan no sólo sexo, sino también compañía, caricias y elogios. Esto es lo que ellas más aprecian, porque no lo consiguen de otros hombres. Y es lo que compran. No sólo el sexo, sino también el “amor” mismo se ha mercantilizado.
En la película aparecen tres historias diferentes. Brenda, Ellen y Sue cuentan a cámara la tristeza de sus vidas cotidianas. Brenda, es la más desesperada. No sólo tiene una carencia emocional por la indiferencia de su esposo y familia, sino que en sus cincuenta años, sólo había tenido un orgasmo tiempo atrás, en esa misma playa con Legba. Cuando lo conoció en aquella oportunidad, había ido con su familia. Él era un joven de 15 años a quien invitaban a comer porque lo encontraron desnutrido. Ella, que de alguna forma lo inició en la prostitución, había vuelto para repetir la experiencia.
“Eligiendo mujeres se evitan los lugares comunes sobre el turismo sexual y que los personajes sean juzgados. En el fondo, mi película retrata el cara a cara de dos grupos dominados con un poder que circula entre ellos, ya que la máquina se desarregla puesto que son justamente mujeres”, explica el director.2 Pareciera que intentara ocultar la dominación de clase, frente a la noción foucaultiana de un poder que “circula”, al poner en el lugar dominante a las mujeres en vez de a los hombres. Pero, por el contrario, quitando del medio la opresión de género, queda al descubierto que el problema de la prostitución es el de la explotación de clase y, secundariamente, una cuestión de género. En el relato de las mujeres se puede ver la opresión que sufren en sus países. Sin embargo, ellas pueden escapar hacia el Sur, cosa que sus congéneres haitianas, no. Que en todo caso, tienen que “escapar” al Norte, a prostituirse. Pareciera, entonces, que el problema de género se reduce a quién viaja y hacia dónde. No se entiende, tampoco, por qué mujeres que tienen recursos como para pagar por turismo sexual, no pueden utilizarlos para una vida más real y más plena de relaciones humanas verdaderas.
Un cuarto personaje, Albert es el dueño del hotel donde se hospedan las extranjeras. También cuenta a cámara sus angustias. Su padre había sido un nacionalista que murió luchando contra la ocupación estadounidense. Él, en cambio, se dedica a atender a los extranjeros que ahora, no venían a dominarlos con armas, sino con dólares. Tal vez por eso le desagrade que las mujeres se exhiban demasiado con los jóvenes, aunque no lo prohíbe. Es el único personaje que parece capaz de sentir indignación. “Me gusta su mezcla de indignidad, la mirada de su conciencia y de su herencia (…). Bajo el manto aparente de la sumisión se esconde un auténtico subversivo”.3 Sin embargo, su hotel es el ámbito donde se desarrolla la compra/venta de sexo, la prostitución es, para él, motivo de lucro. Es sabido que los propietarios de hoteles son parte central de la cadena que regentea la prostitución. Nuevamente, Cantet dulcifica a los personajes y resulta que un proxeneta es un revolucionario. En última instancia, que el único que cuestione la situación se encuentre integrado a la red que vive de la explotación sexual, sólo refuerza el mensaje de ausencia absoluta de opciones.
Tu infierno es encantador
Mientras ellas disfrutan de las playas y se disputan la compañía de Legba, la vida del joven transcurre en un escenario distinto. Significativamente, el joven no es presentado como el resto de los personajes. No cuenta su historia a la cámara. El joven más que un sujeto, aparece como un objeto de la trama.
Para él, éste es su trabajo. La única posibilidad de llevarle dinero a su madre. Cuando no está con las mujeres, se va con sus amigos a jugar al fútbol. La pobreza y la violencia de un país gobernado por un dictador mafioso aparecen casi como parte del paisaje. Nadie parece estar muy disconforme con su vida. O al menos, no lo expresan. Paradójicamente, cuando Ellen le pregunta asombrada cómo es que soportan la riqueza y ostentación de los gobernantes, Legba contesta indignado “¿Quién dijo que lo soportamos?”. Pero fuera de esto, no pareciera que los isleños se preocuparan por cómo cambiar su situación.
Según lo que muestra la película, los jóvenes tienen dos alternativas. Al principio, una mujer increpa a Albert para que lleve a su hija a trabajar con él, porque de otra forma la única opción que le quedará será vender su cuerpo. Este parece ser el destino de la mayoría de los chicos. Vemos, a un niño de no más de 10 años, intentar una y otra vez seducir mujeres para iniciarse en la profesión. Las protagonistas, por su parte, permanecen indiferentes. Su supuesto amor por Legba no las lleva a interesarse demasiado por su vida. Hasta que un día se enteran que ésta peligra. Entonces le ofrecen escapar de la isla con ellas. No quieren perderlo. Pero Legba rechaza la oferta. Finalmente, aparece muerto. A pesar de la tristeza que les causa, siguen sus vidas. Una vuelve a dar clases. Otra decide prolongar sus vacaciones por el Caribe, en busca de más diversión.
Nada más lógico
El director ha tomado posición desde el mismo momento en que decide retratar a la angustia de las mujeres y no la de los jóvenes haitianos. Ellas tienen opciones. Ellos, no. Esto queda muy claro en el final cuando Brenda decide emprender viaje hacia otras islas en busca de nuevos amantes. La prostitución desnuda lo peor de la explotación capitalista. Y su tratamiento en este film hace lo propio con la visión de Cantet. Esta película desnuda una visión que se encontraba en germen en sus films anteriores. Del final ambiguo de Recursos humanos, pasó a mostrarnos, en El empleo del tiempo, que no importa cuan terrible sea el trabajo, tendremos que regresar a él; finalmente esa misma coerción empuja a los jóvenes haitianos hacia la prostitución, el único trabajo para ellos disponible. La falta de alternativas a la explotación capitalista tiñe sus films de un clima de resignación. Cantet descubrió que el capitalismo es así, pero no ve opciones. Esto lo lleva, entonces, a aceptar con la misma resignación todas sus consecuencias. Como todos los que aceptan este sistema de organización social, prefiere mirar para otro lado, o edulcorar lo que ve. Para quien no esté anestesiado, a pesar de las intenciones de Cantet, el film muestra con cristalina crudeza que bajo el capitalismo para los jóvenes caribeños la explotación sexual es la única alternativa al hambre y la desnutrición. Así como el trabajo alienado de la fábrica o la angustia del desempleo son las únicas opciones del menú que se le ofrece al obrero. Pero otro futuro es posible y se llama socialismo.
Notas
1Entrevista a Cantet en http://cineuropa.org/interview. aspx?lang=es&documentID=54527
2Ibid.
3Declaraciones del director en http://www.golem.es/ haciaelsur/director.php