No quedan dudas de que el avance del capital destruye el medio ambiente. Hasta la burguesía, a través de voceros como Al Gore, lo reconoce. De hecho, una parte importante del éxito electoral de Pino Solanas puede atribuirse a su supuesta lucha en favor del “planeta”. En sintonía con este planteo, en los últimos años se han publicado una gran cantidad de trabajos que analizan el agro y la producción sojera desde una mirada ecologista.
Una simple planta aparece como culpable de todos los males: desertificación, contaminación, deforestación, desplazamiento y desaparición de los pequeños productores, hambre, pobreza y muerte. En el presente artículo, mostramos que los problemas lejos están de haber nacido con la implantación de la siembra directa y el uso del glifosato que resultó del uso de la soja transgénica. Incluso, en algunos aspectos parciales, la situación previa era peor. También discutiremos la idea de que los pequeños productores, como afirman varios grupos ecologistas como GRAIN o Vía Campesina, son más amables con el medio ambiente.1
El falso debate entre bondades y maldades del yuyo maldito no hace más que desviar la atención hacia el verdadero causante de la destrucción del planeta, el capital. Lejos de mejorar las condiciones de vida de la clase obrera frente al ataque del capital, las salidas “antisoja” confunden el fenómeno con la causa y por lo tanto desvían el eje de la discusión.
No culpes a la soja
Toda la discusión y la crítica están centradas en el “yuyo maldito”. Como si una planta, fuera la responsable y no el uso que se le da en determinadas relaciones sociales, como si este cultivo fuera especialmente malo, y todos los problemas se esfumaran sembrando otro. “Desmontes realizados para aumentar el área agrícola, cambios en la forma de laborar la tierra, riesgos que acompañan la introducción de los cultivos transgénicos, peligros del monocultivo de soja, contaminación de las napas de agua, intoxicación de humanos y de otras especies con agrotóxicos, pérdida de la fertilidad de los suelos, destrucción del hábitat de vida silvestre, desaparición de pequeñas explotaciones rurales y desarraigo de población”, son todos problemas que el economista Miguel Teubal enumera como consecuencia de una “nueva agricultura”.2
Una mirada más detenida nos muestra que ni esta agricultura es “nueva”, ni los problemas son “nuevos”, ni son consecuencia exclusiva de la soja. Tomemos algunas de estas cuestiones para analizar más detenidamente.
Un hecho indiscutible es la pérdida de fertilidad de los suelos. Actualmente en el país se reponen menos nutrientes de los que se extrae en cada cosecha. Según el Ingeniero Agrónomo Walter Pengue, uno de los principales críticos del actual modelo productivo, “la extracción continua de nutrientes del suelo provocará que en veinte años las deficiencias de nitrógeno limiten los rendimientos en un 60% a 70% de las áreas cultivadas del país, mientras que las deficiencias de fósforo serán severas a moderadas en un 70% de los suelos cultivados y en 60% de los mejores suelos”. Sin embargo, el propio autor aclara a continuación que la “solución a este singular problema es que habrá un vuelco en el consumo de fertilizantes y correctores de suelos, que por ahora sigue siendo muy bajo”.3 El hecho de que actualmente se repongan menos nutrientes de los que se extrae no implica ni un problema de la soja (extrae niveles similares a los demás cultivos e incluso, en el caso del nitrógeno, menos4 ni avala una propuesta de retorno a las rotaciones agrícolas-ganaderas, como plantea el mismo autor, que llevaría a un encarecimiento insostenible de los alimentos.
En el caso de la expansión de la soja a zonas extrapampeanas, con ecosistemas más frágiles, lo cuestionable es el planteo de la “novedad” de estos problemas. Baste recordar procesos similares a lo largo de todo el siglo XX como la destrucción de la selva misionera para permitir el cultivo de yerba mate y té, así como del bosque chaqueño y las selvas del NOA, previos a la expansión sojera.5 Tomando datos de Greenpeace, de 1998 al 2006, la deforestación de zonas del NOA y el Chaco ha avanzado sobre casi 2 millones de hectáreas. También encontramos el ejemplo contrario en la región mesopotámica donde, lejos de tener alguna relación con la soja, es la forestación la que trae problemas al ecosistema. Los bosques de pinos y eucaliptos, con fines industriales para extraer celulosa, han sido plantados sobre la vegetación autóctona que regulaba la humedad y evitaba sequías e inundaciones.6
Por último, podemos mencionar al glifosato, otro “demonio” muy de moda últimamente. Al respecto hay que tener en cuenta que este herbicida pertenece, dentro de la clasificación de la Organización Mundial de la Salud (1988), al grupo de herbicidas de toxicidad clase IV, “prácticamente no tóxicos” y según datos de 2001, la introducción de la soja tolerante a herbicidas, representó una disminución de la cantidad utilizada de herbicidas de toxicidad clase II y III, todos ellos más peligrosos para la salud humana.7 Sin embargo, es cierto que el uso excesivo del glifosato, está generando resistencia en algunas malezas, lo cual obliga a combinarlo con los herbicidas anteriores, más tóxicos, como la Atrazina o el 2,4-D (componente del Agente Naranja que utilizaron los EE.UU. en Vietnam). En este caso, la solución pasa no por volver a un componente más tóxico, sino por desarrollar un nuevo glifosato, apto para las resistencias creadas por el anterior.
No todo pasado fue mejor
Como se observa, varios de los “males” que se mencionan cuando se critica el avance sojero, efectivamente existen. Pero culpar a la soja y su paquete tecnológico basado en semillas transgénicas y glifosato implica no entender como avanza el capital en el sector agropecuario, e ignorar las transformaciones que sufrió el agro argentino desde la década de 1960. En particular, implica embellecer el desarrollo previo, basado en el maíz y el trigo, que estaba llevando a la pampa a una destrucción generalizada de suelos.
En efecto, luego de un período de crisis o estancamiento en la agricultura (y crecimiento ganadero) en la década de 1940, el agro pampeano se recupera en los ’50 y empieza una etapa de fuerte crecimiento en la década siguiente, que se denominó “agriculturización”. Este procesó implicó una intensificación de la producción agraria, expandiendo el área sembrada, eliminando las rotaciones entre agricultura y ganadería y aplicando nuevas tecnologías para aumentar la productividad. El agro pampeano registró en los ‘60 un importante salto tecnológico con la renovación del parque de maquinarias (de mayor tamaño y potencia) y la difusión de nuevos agroquímicos, mientras que, en la década de 1970, la expansión de la soja permitió un fuerte aumento de la producción a través del doble cultivo, fenómeno que explotará en los ’90, con la introducción de la siembra directa y el glifosato.
Estas transformaciones, a las que se identifica con la causa de los problemas ecológicos actuales de la pampa, vinieron en realidad a frenar un proceso de desertificación que se venía intensificando desde los ’40. Efectivamente, el sistema productivo de esa época, basado principalmente en el maíz y el trigo, tenía problemas peores a los de la actualidad, si pensamos que no existía la siembra directa y que se aplicaban mayores dosis de agroquímicos aun más tóxicos que los actuales.
En cualquier período de la historia del agro argentino que se analice, el capital ha procedido igual. Donde haya mayores ganancias habrá mayor afluencia de capitales y mayor inversión en tecnología. Tecnologías que aumentan los rendimientos, ahorran trabajo y permiten expandir las tierras de cultivo a zonas donde antes no era agronómicamente posible. Si ello puede hacerse en condiciones ecológicas mejores, se hará. Si no, se tomará el camino que marque la rentabilidad. Lo que es curioso es que, al revés de lo que cree la vulgata, rentabilidad y mayor sustentabilidad se juntan (bien que contradictoria y parcialmente) en la soja y lo inverso puede decirse del dúo trigo-maíz. La ausencia de una visión más general y de largo plazo en la mayoría de los trabajos sobre la cuestión de la sustentabilidad, lleva a plantear una visión idílica y romántica del campo argentino antes de la soja.
En la actualidad, a través de un nuevo salto tecnológico, se ha aumentado la productividad. Estos avances potencian el desarrollo capitalista, con todo lo que ello implica, es decir, polarización social, concentración y centralización de capital y destrucción de los recursos naturales. Hacer eje en la soja esconde que el problema son las relaciones sociales en las que vivimos, y que la lucha no se debe plantear contra la soja sino contra el capitalismo. Por eso, aunque este modelo “sojero” sea mejor que el anterior, para nosotros el problema sigue siendo el mismo y tan grave como siempre lo fue.
Falsas salidas
El desarrollo de las fuerzas productivas por parte del capital trae aparejado la destrucción del medio ambiente. A mayor desarrollo, más potencial destructivo. Pero al capital global no le favorece la contaminación ni la destrucción ambiental, sino que es una consecuencia de la búsqueda de ganancias de cada capital individual. Por esa razón, es que existe una política propiamente burguesa enfocada en la ecología y el cuidado del medio ambiente, que logra ciertos paliativos o mejoras parciales pero que deja intactas las causas de fondo que producen esos males. En ese sentido se enmarcan las salidas ecologistas progres. Peor aun son las propuestas de aquellos que se creen más a la izquierda y creen que favorecer a los pequeños productores y los planteos de reforma agraria constituyen una solución. Por la propia dinámica de la competencia, los capitalistas más chicos deben ahorrar costos por la vía de rotar menos la producción, restituir menos nutrientes, proteger menos a los trabajadores rurales y abusar más de plaguicidas. Plantear que los chacareros o la agricultura familiar es más sana es, como mínimo una utopía, si no una abierta apología del capital más reaccionario.
Esto nos muestra las propias contradicciones del capital, por lo que la clase obrera sólo puede avanzar hacia un mejor trato con la naturaleza si avanza en la productividad del trabajo que permita amortizar técnicas menos agresivas que de por sí son más costosas. Para hacerlo, la solución es avanzar hacia la concentración de la tierra en mayor escala. Es decir, plantear la producción socializada en el agro pampeano. Sólo así podrán superarse los problemas históricos planteados y no pensando que los males del mundo se reducen a una simple oleaginosa.
NOTAS
1 “Small scale sustainable farmers are cooling down the earth”, Via Campesina Views, Jakarta, Diciembre de 2009. Disponible enwww.grain.org/o_files/Sustainable-farmers2.pdf.
2 Teubal, M.: “Expansión del modelo sojero en Argentina. De la producción de alimentos a los commodities”, en Realidad Económica, nº 220, Mayo/Junio de 2006, p. 91
3 Pengue, W.: “Expansión de la soja en Argentina. Globalización, Desarrollo Agropecuario e Ingeniería Genética: Un modelo para armar”, Buenos Aires, 2001. Disponible en www.grain.org, pág. 11
4 Sartelli, E. (Dir.): Patrones en la ruta. El conflicto agrario y los enfrentamientos en el seno de la burguesía, marzo-julio de 2008”, Buenos Aires, Ediciones ryr, 2008. Apéndice 1.
5 Galafassi, G.: “La sojización argentina y la (in)sustentabilidad según una interpretación económica-ecológica. Un análisis más que superficial”, en Revista Theomai, Invierno 2004, Número Especial, Universidad Nacional de Quilmes. Pág. 4
6 Leyes, R.: “Llover sobre mojado. El capitalismo y las inundaciones en el río Uruguay”, en El Aromo, nº 52, 2010.
7 Trigo, E. y Cap, E.: “Diez años de cultivos genéticamente modificados en Argentina”, ArgenBio, Diciembre de 2006. Disponible enwww.argenbio.org, págs. 18 y 19.