El discreto encanto del Pequeño capital – Juan Kornblihtt

en El Aromo n° 24

El discreto encanto del Pequeño capital

Por Juan Kornblihtt

Grupo de Investigación de la Historia de la Economía Argentina – CEICS

 

El Partido Socialista hizo, en 1919, uno de sus mayores intentos por construir un capitalismo “diferente” en la Argentina. Sus diputados, Juan B. Justo y Nicolás Repetto, encabezaron una Comisión Investigadora Antitrust en el seno de la Cámara de Diputados de la Nación.

Ante ella desfilaron cientos de empresarios de diferentes ramas de la producción. El objetivo: probar que las prácticas monopólicas de los grandes empresarios hacían que el capitalismo funcionara mal, perjudicando a los pequeños productores y con ellos a las condiciones de vida de la clase obrera. La concepción que guiaba la creación de la Comisión y todas las entrevistas realizadas, pretendía que se podría construir un capitalismo capaz de garantizar el bienestar de todas las franjas de la población si se limitaba a las corporaciones. En definitiva, era el accionar de un puñado de capitalistas inescrupulosos el culpable de dañar un modo de producción llamado a ser exitoso, porque en lugar de apostar a la producción y a la cultura del trabajo, priorizaban la especulación y las finanzas.

A partir de las entrevistas realizadas por la Comisión Antitrust1, el PS pensaba probar el carácter monopólico de varias empresas y así conseguir leyes que impidiesen la centralización de capital en pocas manos. El Estado era para ellos el tercer actor (junto a la clase obrera y al pequeño capital) que garantizaría la libre competencia. Con este planteo, el PS creía encontrar un aliado en el pequeño capital para enfrentar a los grandes burgueses, lo que le permitía proponer una reforma del capitalismo sin necesidad de plantearse su superación.

La hipótesis a probar era que, a partir de la instalación de los trusts, la competencia ya no regía y la economía había empezado a deformarse. El PS centró gran parte de su informe en analizar la rama harinera. Por su ligazón directa con la producción de trigo y por tener un proceso de producción simple, se trata de una rama que expresa en forma temprana las leyes de la acumulación capitalista en la Argentina. Entre 1870 y 1890 se incorpora maquinaria de punta a nivel internacional, alcanzando el régimen de gran industria, y a partir de la crisis de 1890 se produce un proceso de centralización de capital en pocas manos, entre los que domina la empresa Molinos Río de la Plata.2

Hasta la aparición de Molinos Río de la Plata, la rama se había tecnificado y crecido y, desde su instalación, muchos molineros tuvieron que cerrar sus puertas y despedir trabajadores. Se trataba, para los socialistas, del ejemplo ideal para probar su tesis. Si en la rama más avanzada se probaba que la competencia capitalista estaba limitada, podrían trasladar sus conclusiones a toda la economía. Durante las entrevistas, Juan B. Justo intentaba probar que la desaparición de estos molinos se había producido porque Molinos Río de la Plata apelaba a estrategias ilegales que impedían la competencia. Para ello, entrevistó a panaderos y fabricantes de pastas que diariamente compraban harina. Y para sorpresa de la bancada socialista, una tras otra recibieron la respuesta de que en la rama harinera la competencia era algo cotidiano y que ellos, a la hora de comprar su insumo básico, se decidían por el precio más bajo entre diferentes molinos. Del informe queda claro que Molinos Río de la Plata era el más grande y quien ocupaba una porción cada vez mayor del mercado. También queda claro que cada día desparecían más molinos que no podían competir con los precios bajos de la empresa en manos de Bunge&Born. Sin embargo, pese a todos sus esfuerzos, lo que no pudieron probar Juan B. Justo y Nicolás Repetto es que esto era fruto de la anulación de la competencia, sino todo lo contrario. La concentración y centralización de capital y la destrucción de otras empresas era resultado de un desarrollo normal y no de su distorsión. En definitiva, los pequeños molinos no podían competir no porque la competencia estuviese anulada por el monopolio, sino porque su menor tecnología y tamaño los hacía menos rentables.

Ninguna política estatal que no anulase la propiedad privada, base de la competencia intercapitalista, podía garantizar la supervivencia a largo plazo de los pequeños capitales. La propuesta del PS de consolidar a través del Estado una alianza entre clase obrera y pequeños capitales para construir un capitalismo “serio” llevaba a una vía muerta. En definitiva, era la competencia capitalista la causante de los males. Ya Engels y Marx habían señalado, a fines del siglo XIX, que la propuesta de construir una sociedad socialista de pequeños productores era utópica. La producción en pequeña escala parece contrapuesta a los grandes capitalistas y factor activo en la construcción del socialismo, pero es incapaz de lograrlo por ser parte de la dinámica capitalista que genera la concentración ycentralización de capital3.

Sin embargo, para quienes se niegan a asumir que es imposible avanzar sin un enfrentamiento con la propiedad privada de los medios de producción, el pequeño capital vuelve a aparecer como el posible impulsor de un mundo más justo. Sostienen, al igual que lo hacían los socialistas en 1919, que los males actuales son producto de una distorsión del capitalismo. Desde 1976 -dicen- rige en la Argentina un modelo de acumulación financiero basado en capitales monopolistas que desprecian la inversión productiva y la cultura del trabajo. En cambio, plantean que es posible construir un capitalismo “avanzado y justo” con los capitales nacionales más pequeños, que impulsen el desarrollo industrial y la generación de empleo. Nuevamente, ven en los derrotados por la acumulación de capital al sujeto del cambio social. Pero al analizarse las razones de la derrota de estos pequeños capitales, observarán lo mismo que se vio en el informe antitrust de 1919: no se trató de una deformación de la economía capitalista, sino del proceso normal que rige la producción en nuestros días.

 

Notas

 

1Informe de la Comisión Investigadora de los Trusts, Cámara de Diputados de la Nación, 1919

2Kornblihtt, Juan: “La acumulación de capital en la rama harinera (1870-1940)”, ponencia presentada en X Jornadas Interescuelas/Departamentos de Historia, UNR, septiembre de 2005.

3Engels, F: “Del socialismo utópico al socialismo científico”, en Marx, K.y Engels, F.: Obras Escogidas, T. II, p. 88.

 


¿Todos podemos ser exitosos?

Por Verónica Baudino

Grupo de Investigación de la Historia de la Economía Argentina – CEICS

Predomina la imagen común de que cualquier empresario puede ser exitoso siempre y cuando se lo proponga. Esta visión está particularmente instalada en las interpretaciones sobre el desarrollo económico argentino: “esta tierra tiene potencialidades, sólo que no las sabemos aprovechar”. La más común de estas posiciones es la desarrollista, que pone todo el eje en la política. Palabras más, palabras menos, el planteo es tan simple como engañoso: Argentina está en crisis porque no tuvo una clase dirigente a la altura de las circunstancias. El problema es la falta de buena voluntad y seriedad de nuestros políticos. Existe otra, que parte de la misma matriz teórica, pero con un planteo aún más individualista: los éxitos y fracasos se explican por el gerenciamiento empresarial. Ninguna de estas interpretaciones ve otra determinación al crecimiento económico que la subjetividad, es decir la voluntad individual como elemento que estructura el desarrollo económico.

En las últimas Jornadas Inter-Escuelas de Historia, tuvimos la oportunidad de debatir estos puntos con una de las economistas que mejor expresa esta posición: María Inés Barbero, autora de un libro acerca del caso Arcor. Bien conocido es el éxito de este capital, que hoy compite en el mercado mundial y es el primer productor de caramelos. Lo que no es conocido (y está en discusión) es cómo lo logró. Barbero sostiene que el éxito de Arcor se debe a un adecuado gerenciamiento por parte de su dueño, Fulvio Pagani. Para llegar a estas conclusiones analiza Arcor aislada de sus competidores, como una empresa que corre una carrera sola, sin adversarios. Y es por eso que su sólo esfuerzo es el que se impone sobre el resto. Este punto de partida, deja de lado las condiciones de la rama en la que este capital se inserta y lo subsume en una determinada dinámica. Y le permite llegar a la conclusión de que todos los que sigan el ejemplo Pagani podrán tener su propio Arcor.

Por el contrario, si uno analiza a Arcor en relación a la rama, observa que las decisiones que toma, por un lado, no son una opción: si no invierte se queda fuera del mercado. Por otro lado, puede determinar cuál es la base material que le permite invertir. En este sentido, si Arcor pudo invertir y alcanzar una escala como para competir en el mercado internacional, corresponde preguntarnos de dónde salió esa potencialidad. De su cultura emprendedora e industrialista, del management, responde Barbero. Nuestra respuesta es bien distinta. La clave de Arcor no se encuentra en la subjetividad de sus dueños, sino en el agro argentino.

Los caramelos se fabrican con un 50% de glucosa, un subproducto de maíz. Dado que el maíz argentino es altamente competitivo a escala mundial, es de sospechar que aquí radica la ventaja. Este parece ser el elemento que hace superior a Arcor con respecto a sus competidores internacionales. No así el gerenciamiento o los subsidios, presentes en los principales capitales de la rama.

Pero que la base de Arcor sea el agro no significa que el agro argentino permita el desarrollo de muchos capitales como Arcor. En la misma especificidad que a uno le permite competir a escala internacional, se encuentran los límites para extender la experiencia, algo que se constata al ver la cantidad de capitales de la rama que quedaron en el camino a medida que Arcor se expandía. No cualquiera puede ser Arcor. Dentro de su rama, porque todo nuevo competidor, aunque pueda reproducir las condiciones técnicas de Arcor, se enfrenta a la competencia de un gigante mundial en su propia casa. Fuera de la rama, debe tener una ventaja que le permita competir y en Argentina esa base es endeble. No es cuestión de voluntad.

De otra manera, se abona la teoría burguesa de que el capitalismo tiene potencialidades ilimitadas, sin límites estructurales. Sólo es cuestión de darse maña. Se trata en definitiva de hacer propaganda de la burguesía y no ciencia, como le dijimos a Barbero durante el debate.

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