El amague
Desde el triunfo de Macri, la hoy llamada “oposición” se dispersó en innumerables fragmentos. Cristina misma se baja del caballo y busca refugio. Ofrece, a cambio, la leyenda de su masa de votos supuestamente cautivos. Otros fueron más rápidos para encontrar cobijo: los gobernadores y los “gordos”, con Macri; los intendentes, con María Eugenia; los “movimientos sociales”, con la Iglesia. Al mismo tiempo, y a medida que la ex presidenta hacía evidente su impotencia, crece el deseo de capitalizar la herencia vacante que, en general, todos los pretendientes valoran en mucho más de lo que realmente monta. Los pretendientes, sin embargo, comparten los mismos desatinos de la titular del patrimonio. En particular, la confianza ciega en la hipótesis de la bomba y el helicóptero. Alienta esta estrategia una ingenua caracterización: Macri es el Señor Burns, un tonto reaccionario sin alma, cuyos primeros pasos de elefante destrozarían rápidamente un bazar que no toleraría su presencia por mucho tiempo. Esta ceguera voluntaria alcanza, incluso, a la izquierda.
Los “herederos”, hasta ahora, han fracasado porque ninguno tiene demasiado para ofrecer y porque la bomba no termina de estallar. Varios de ellos ya han perdido la ilusión: Massa y Urtubey, por ejemplo. Hasta la llegada de San Hugo de los Camiones, los dos contendientes más serios eran la Iglesia y el Frente de Izquierda. La primera ambiciona reconstruir el peronismo en clave democratacristiana. Influyente en la oscuridad pero con muy poco peso electoral, Bergoglio intentó poner un huevo en cada canasta (Michetti en CABA, por el PRO; Julián Domínguez en provincia, por el kirchnerismo) y tanto Macri como Cristina le demostraron que su poder no alcanza para manejar la política argentina. El FIT, por su parte, intenta congraciarse con La Cámpora, a cuyas huestes imagina numerosas y anhelantes de una izquierda “verdadera” y “combativa”. De allí su voto a favor de De Vido, su seguidismo absurdo a la opereta montada por el kirchnerismo en torno al caso Maldonado y su sobreactuación en el Congreso en diciembre pasado.
Así las cosas, y cuando comenzaba a abrirse la conciencia de que es más probable que Macri sea reelecto antes que tenga que abandonar la banda presidencial en 2019, cayó el Señor de Todas las Ruedas. Un resultado probablemente no buscado de la política judicial de Macri. El momento parece propicio. Desde su batacazo en octubre, el Gobierno no cesa de cometer errores innecesarios y de pagar las consecuencias de un ajuste inevitable. En el momento más bajo de su aventura política (nada para desesperar, sin embargo), Moyano amagó con colocarse en la vereda de enfrente. Amagó con una marcha opositora, amagó con un plan de lucha contra el ajuste, amagó con transformarse en el verdadero heredero. Amagó. Y hasta ahora, todos le creyeron y fueron al pie. Incluso tras la decepción de un palco frío y un discurso inconexo, donde demostró que lo que le preocupa es lo que dice no preocuparle. Necesitan creerle: sueñan con haber encontrado al “elegido”. Realista, sabedor de que la troupe que reunió abulta mucho y pesa poco, no permitió que le colgaran semejante collar de calefones. Todavía no descarta la idea de llegar a un acuerdo con el dueño de la pelota. Este, sabedor de que lo subestiman demasiado y que esa es su principal carta de triunfo, contraataca: mientras el Enacom pone a OCA al borde de la quiebra, Moldes exige la prisión para Dimas y Arakaki y el PRO se dispone a habilitar la discusión sobre el aborto.
Si Moyano quiere evitar un paso en falso al borde del abismo, necesitará bastante más que un amague. Si los principales pretendientes a la herencia quieren tener suerte, necesitan darse una política propia y dejar de comerse los amagues del fantasma de turno. Por eso, por ahora, gana Macri.
*Director del Centro de Estudios e Investigación en Ciencias Sociales (Ceics) y militante de Razón y Revolución.