Un golpe certero
Fabián Harari
No habrá Perestroika. Al menos, no la que reclama D’Elía. Sí, seguramente, aquella cuyas consecuencias conocemos: el avance del capital sobre las conquistas del proletariado, llevándose puesta a la estructura bonapartista. En ese sentido, resulta paradójico que Cristina se haya comparado con Napoleón cuando, justamente, está dejando de serlo.
La salida del bonapartismo y la “cura en salud” ante la crisis mundial que representa la “sintonía fina” implica la ruptura de ciertas alianzas y la construcción de otras. Este movimiento no es indoloro para el gobierno y por ello avanza tímidamente, con varios rodeos y algún retroceso. La ruptura con Moyano -precedida por el impuesto a las ganancias que afecta el salario, el tope a las asignaciones familiares y la deuda con las obras sociales- expresa el distanciamiento del gobierno con la masa de trabajadores ocupados en mejores condiciones, una fracción que había sido un pilar de apoyo importante. En cambio, todavía no parece haber decidido su ataque a la sobrepoblación relativa, ya que ahí se asientan las organizaciones genuinamente kirchneristas y las relaciones con los intendentes del conurbano. Por el lado de la burguesía, Cristina mantiene su vieja alianza con el pequeño y mediano capital (véase el suplemento OME), mediante un sistema de subsidios que pagamos todos. Esas transferencias son la base del apoyo de la CGE y de la creación de la Cgera (empresariado ultra K). Se concentran allí ramas como calzado, cuero y afines, exportadores e importadores, medicina privada y textiles. Carlos Spadone y Guillermo Gómez Galicia los empresarios preferidos de Cristina, no son sino el creador de los vinos Menem y el constructor de la pista de Anillaco. En la CGE y Cgera abundan capitales que, si bien no tienen peso económico, sí permiten trazar lazos con la sobrepoblación relativa. Sin la ayuda estatal, esos trabajadores estarían en la calle, con un agravante: esa masa de desocupados, a diferencia de los ya existentes, se formaría sin el paraguas de la estructura asistencial existente.
Hace tiempo que no escuchamos quejas de la Mesa de Enlace, aunque la suma de sobrevaluación con retenciones puede llegar a disgustar a más de uno. Queda por ver cómo revolverá el gobierno su relación con los capitales más concentrados, que se quejan por el encarecimiento de los insumos, pero que, sin embargo, aplauden la austeridad fiscal y la pretensión del gobierno de atacar los salarios y las condiciones laborales. En especial, se han mostrado ilusionados con el reemplazo de Moyano. Antonio Caló, por caso, es el candidato de Techint.
Una hendija de luz
La crisis fiscal y los reacomodamientos dieron comienzo al inicio de una incipiente crisis política. El verano de 2012 concentró varios de esos elementos y desplegó quiebres que no se habían visto en los nueve años anteriores. Uno detrás del otro, se fueron sumando sin pausa los episodios que conformaron un clima de creciente descontento popular. Cada hecho fue incrementando el fastidio: el anuncio del ajuste (con efecto ambiguo), la pelea con Moyano, Famatina (con represión incluida), la tarjeta SUBE y el aumento proyectado, el Proyecto X, el affaire Ciccone, el crimen de Once y, como si fuera poco, el ataque presidencial a los docentes. Este último, provocó el repudio de un público que había prestado su apoyo al gobierno. Incluso, tuvieron que salir a cruzar a la presidenta dirigentes fieles como Yasky. Por primera vez en su trayectoria, el gobierno recibió un golpe certero en su costado más sensible.
El descontento general al que asistimos tiene una particularidad: es el primero que se abre a la izquierda del gobierno. En 2008, hubo una fuerte oposición, pero se situaba a la derecha, ya que pretendía incrementar las ganancias de la burguesía agraria. Por lo tanto, se trata de un giro en la conciencia de la población. En la crisis del campo, los candidatos de la reacción capitalizaron el conflicto, lo que pudo comprobarse en la terrible paliza electoral de junio de 2009. Incluso Binner y sus aliados se situaron en ese espacio. En cambio, aquí, el descontento no tiene ningún padre: nadie pudo erigirse en la dirección moral de los reclamos. Hay algunas razones atendibles: la oposición está deshecha, y la que se perfila con fuerza (Macri) se ubica objetivamente en el campo del gobierno (o sea, acuerda con ajustar). Curioso es el silencio de Binner y sus aliados (Proyecto Sur), que no pueden decir nada porque no se ponen de acuerdo en una salida. Más preocupante aún es la ausencia del FIT en estas cuestiones. Si bien los referentes sindicales de los partidos de izquierda se mostraron públicamente, el frente como tal no pudo realizar acciones contundentes y, por lo tanto, se privó de la posibilidad de crecer en un contexto más que favorable.
Más allá de cómo intervenga cada uno, los quiebres del gobierno y su nueva orientación darán lugar a la formación de un espacio similar al que di origen a la Alianza, que oscilará entre un reformismo más osado y el simple cambio de personal político (lucha contra la corrupción, contra el “autoritarismo”). Seguramente, allí confluirán Binner (o algún otro con más sangre), Moyano (con o sin PT), parte de la UCR y los desprendimientos que tenga el kirchnerismo. Nadie se anima a dar el primer paso, porque desconfían de la profundidad de las grietas y están esperando a los tiempos electorales, pero el espacio ahí está y no tardará en llenarse.
El FIT debe evitar dos tentaciones: asimilarse a esa construcción, por un lado, y abandonar el combate por el público, por el otro. Debe disputar la dirección de ese espacio, que no es sino la lucha por su contenido. Tiene una ventaja: el sistema político burgués no se ha recompuesto. No hay ningún gran partido burgués enfrente. Pero para aprovechar la situación, es preciso e imperioso salir del ostracismo y dar un paso adelante. Uno que exceda lo meramente reivindicativo y sindical. Ante todo, debe dejar muy en claro su programa. La falta de delimitación política con los elementos de la nueva Alianza (como Plataforma 2012) sólo fortalece la construcción de este espacio burgués. El horizonte de un Partido, socialista y revolucionario es el mejor instrumento que podemos darnos. Sin ultimátums, sin pretender que los acuerdos estén antes del debate, sin acortar inútilmente los tiempos, dándonos un órgano de discusión y una serie de etapas. Los frutos tan preciados de este importante paso seguramente no serán inmediatos, pero serán muy palpables a medida que la crisis se desarrolle. Por el contrario, seguir como hasta ahora (y transformar al FIT en un sello electoral) costará un precio demasiado alto. Tal vez, ya lo estemos comenzando a pagar.