Después de octubre
Por Leonardo Grande
Editor Responsable
A 60 años del 17 de octubre de 1945, 37 millones de argentinos somos convocados a votar a favor -o en contra- de un gobierno peronista. En los últimos días, dos acciones del Ministro de Interior, Aníbal Fernández, nos pueden servir -otra vez- para entender la etapa actual. El primero fue su decisión de impedir el acceso a la Plaza de Mayo, durante todo setiembre, del virtual frente único piquetero-sindical-universitario. Así, el gobierno K volvió a mostrar su cara reaccionaria típica de la segunda etapa del bonapartismo, demostrando que 50 años atrás habrían sido miembros de las fuerzas del Almirante Rojas, más que de las que protagonizaron el “día de la lealtad”. Lo significativo es que -ya lo dijimos- después de cuatro años, los representantes vivos del argentinazo (obreros ocupados y desocupados, pequeño-burguesía estudiantil) han sumado al limitado “que se vayan todos” la superadora consigna de la etapa, “la plaza es nuestra”.
El segundo hecho fueron sus declaraciones de fines de agosto, cuando “explicó” al duhaldismo que “la marcha peronista se la metieran en el culo”. Bien mirada, toda una definición de la etapa actual. Pero también la honesta frase del Ministro manifiesta la cruda verdad de esta campaña electoral: la política burguesa es una farsa, donde todos pueden decir cualquier disparate y nadie se ofende de verdad. Muchas encuestas hacen palpable ese “estado de ánimo” de las masas (al menos en Buenos Aires), un descontento con la política burguesa que aún no se ha extinguido, por más que haya muchos ilusos con Kirchner. Descontento que se transforma en improductivo y contraproducente si genera -como gusta opinar la prensa burguesa- escepticismo político y conformismo económico. Porque esa es una desviación posible del “que se vayan todos”: “ya no hay nada que hacer” y “total así, dentro de todo, vamos tirando”. Dos posiciones que, además de ser funcionales a la reacción contra los que siguen luchando, incluyen una aceptación pasiva de las ilusiones reformistas que promueven el gobierno y sus intelectuales.
En este contexto de descomposición, se suma la pronta llegada del máximo representante de este sistema social criminal. Muchos se están preparando ya para recibir a Bush de la “mejor” manera posible, entre ellos, varias organizaciones políticas que apoyan al gobierno K. Sin embargo, no se trata sólo de insultar públicamente a Bush o intentar impedirle que camine en alpargatas por las playas de la Bristol. Se trata de hacerse cargo de que Bush, el sistema social que dirige y representa, ya vive hace largo rato entre nosotros. Y aquí se llaman Kirchner, Duhalde y Carrió (entre otros). Si el antiimperialismo ha de ser algo valioso, debe serlo en el marco de la lucha socialista. De lo contrario, se trata de simple distracción a la realidad concreta, la que tiene a millones de personas en la Argentina al borde de sus condiciones de existencia, a pesar del crecimiento de la economía.
¿Cómo vamos a evitar tanta muerte asegurada? Queda claro que con la ficción burguesa de los votos en la urna, no. Pero aprovechar la democracia burguesa con fines revolucionarios no es lo mismo que asumirla, legitimarla o echársela a los hombros. Puede servir para que desarrollemos un programa, una salida diferente en todos los “espacios” que la “pluralidad” bonapartista se ve obligada a abrir: las aulas, los periódicos, las radios, los murales, las galerías de arte, etc. Si la política burguesa está devaluada, debemos movernos entre los despojos para armar a su sepulturero, que ya ha nacido y se desarrolla.
Debemos comprender por qué luchamos todos estos años, difundir nuestra concepción del mundo, nuestra teoría y nuestros sentimientos. Debemos mostrarnos y mostrarles que hay un movimiento político dispuesto a enfrentar la debacle. Debemos, en última instancia, hacernos cargo de nuestra potencialidad revolucionaria, para que la lucha futura nos encuentre preparados.