Editor responsable
A esta altura, ningún gobierno parece indemne a la ola de desplantes por parte de la población y ningún sistema político, a la llegada de arribistas de todo tipo. Luego de las elecciones norteamericanas, el caso más resonante, en estos días, parece ser el de Italia. Matteo Renzi, su partido y una amplia alianza intentaban llevar un sistema político parlamentarista (que, a falta de una clara mayoría, fuerza al acuerdo y a las coaliciones permanentes) hacia una mayor concentración del poder en el partido gobernante. Renzi levantó la apuesta y puso su mandato en juego, lo que impulsó a una mayor cantidad de gente a las urnas. El resultado es el que anticipó el referéndum en Inglaterra y en Colombia: una victoria del NO. Ahora, Italia se encuentra en plena crisis de gobierno. Quien emerge como ganador es el Movimiento 5 Estrellas, comandado por un ex comediante, Beppe Grillo, que exige la deportación de los inmigrantes y un referéndum para salir del Euro, junto con la fascista Liga del Norte. Si seguimos el recorrido por Europa, vamos a encontrar episodios similares: Austria, Holanda, Francia…
La salida de varios países del Euro puede ser usada por las burguesías menores para defenderse, pero también por la burguesía alemana para atacar. Sin la obligación de transferir ayuda a economías inviables y sin el acuerdo que fuerza a una equiparación, los industriales germanos pueden lanzarse a la conquista con las manos libres.
¿A qué tipo de proceso estamos asistiendo? Si limitamos nuestra mirada a Europa, podemos decir que asistimos a la crisis del sistema político construido en la posguerra, con el empuje del Plan Marshall. Luego de la Segunda Guerra Mundial, con la amenaza de la revolución latente y un Estado obrero en la frontera Este, se edifica un sistema político y una economía que contempla amplios intereses inmediatos del proletariado (el llamado “Estado de Bienestar”). Se creó, al efecto, un sistema bipartidista con un partido de centroderecha y uno de centroizquierda. Hubo que desarmar a la población miliciana (véase como ejemplo la terrible escena de entrega de armas al Estado en Novecento). Los partidos comunistas aportaron lo suyo al acuerdo (lo que se llamo el “eurocomunismo”) y se creó un sistema parlamentario que privilegiara los acuerdos institucionales, a fin de evitar la acción directa de las masas.
Esa estructura comienza a crujir muy tempranamente, a fines de los ’60 y comienzos de los ’70. Los procesos revolucionarios victoriosos y la sola presencia de estados obreros provocan una rápida radicalización de las masas frente a la crisis económica. Pero también, una rápida, unificada y eficiente respuesta de la burguesía, que en algunos casos (como en Italia) procesan esa represión sin necesidad de ningún cambio sustancial del régimen político. A fines de los ’70, esa normalización permite el necesario (en términos capitalistas) desmantelamiento de las conquistas obreras con las que se logró soldar la reconstrucción del sistema en Europa, lo que arrastra también a fracciones burguesas más débiles.
Lo que ahora vemos caer es el régimen político de plena hegemonía construido en la posguerra y que sobrevivió a la oleada revolucionaria en los ’70. El avance de la crisis capitalista provoca una fuerte desconfianza de las masas sobre quienes dirigen sus destinos. Como ya dijimos en otras oportunidades, se rompe la relación política entre el proletariado y la burguesía.
A diferencia de los ’70, esta crisis encuentra un desarrollo mucho más lento en el proletariado. La derrota de los ’70, la desaparición de los estados obreros y la ausencia de revoluciones triunfantes a la vista provocan un clima adverso. Pero también es diferente en el campo burgués, ya que la crisis en las alturas tiene un mayor desarrollo: los partidos y los gobiernos caen. La burguesía, en su conjunto, no puede dar una respuesta a una amenaza todavía muy incipiente, porque se halla completamente dividida. Un escenario que remite más a los años ’30 que a los ’70.
La rabia
Todo esto, si acotamos la mirada a de Europa occidental. Sin embargo, si levantamos la vista hacia el conjunto del planeta y repasamos los últimos 15 años, vemos una mancha que se va extendiendo. Comienza en América Latina en los primeros años de la década del 2000, luego se extiende con la “primavera árabe” en 2011, continúa con la crisis griega, sigue con los “indignados” españoles y ahora llega hasta EE.UU. (Trump) y Europa. En todos los casos, las masas piden “algo nuevo”. Es decir, la vida (capitalista) se les ha hecho cada vez menos soportable. Claro que ese “algo nuevo”, por ahora es solo la rabia.
Entones, estamos ante un crecimiento en “extensión” que va perdiendo “profundidad”. Las crisis en América Latina (Argentina, Bolivia, Venezuela y Ecuador) dieron lugar a procesos revolucionarios en un contexto insurreccional y con la formación de fuerzas sociales revolucionarias más o menos embrionarias, según el caso. La primavera árabe consiste en una tendencia insurreccional en las masas y en una fuerte crisis de hegemonía, que da lugar a la sucesiva caída de gobiernos (Egipto) o a la guerra civil (Siria, Libia), que provoca la intervención directa del imperialismo. No se desarrolla allí ninguna fuerza revolucionaria, por lo que la crisis queda acotada. En Grecia, se produce un verdadero movimiento de masas, que hace caer un gobierno, con fuerte presencia de obreros ocupados y la intervención de la izquierda. Pero los desaciertos de las organizaciones revolucionarias y el peso del reformismo llevan a la formación de Syriza, por un lado, y a la desorganización, por el otro. Los “indignados” españoles ya no protagonizan acciones insurreccionales, pero sí ostentan cierta organización (aunque efímera y endeble) que garantiza la acción directa (la toma de plazas, el fin de los desalojos o el bloqueo del parlamento). Autonomismo mediante, el movimiento sucumbe ante las urnas y el descontento termina en partidos como Podemos. En Europa y EE.UU. la rabia no ha dado lugar todavía a ninguna acción de masas importante y se expresa institucionalmente, mediante el voto. Si uno tuviera que realizar comparaciones, diría que Europa y EE.UU. están en un proceso anterior al 2001 latinoamericano. Que España y Grecia parecen algo más cerca y que en los países árabes la burguesía ya reaccionó. En el segundo caso, resaltamos el “parece”, porque una vez lanzada la crisis, el desarrollo puede acelerarse en cualquier momento.
¿De qué depende la velocidad? Del factor subjetivo. Del conocimiento y voluntad de las masas, elementos que no evolucionan sin una mediación. O sea, falta una dirección revolucionaria que intervenga, explique y organice. Un Partido. Sin él, como vemos, “todo es oscuro, todo futuro fugaz, pasado”.
La izquierda, en general, tiene una oportunidad. Por lo tanto, tiene una responsabilidad histórica. En la Argentina, los partidos que componen el FIT están desaprovechando la potencia que porta el frente. En Atlanta, nadie propuso una salida a la crisis del FIT. El PTS propuso “ampliarlo”, pero al ser consultado se refirió a Zamora, lo que es liquidarlo ante el autonomismo. El PO solo se refirió a la marcha del 20/12, a la que se encargó de quitarle contenido político. Lo curioso es que la respuesta al crecimiento estaba en ese mismo acto: varias organizaciones estuvieron allí, sin pedir nada y sin recibir (como en nuestro caso) siquiera una mención de los locutores. Partidos que trabajan para el FIT son excluidos sistemáticamente y expulsados (como en nuestro caso) de organismos creados para apoyar el frente. Este sectarismo y faccionalismo, esta negativa a organizar una vasta periferia (incluyendo al NMAS), abonó el terreno para la formación de un frente de centroizquierda (FIS), que va a presionar al FIT hacia tendencias más conciliadoras. La crisis del FIT se traduce también en la crisis de los partidos que la componen. El FIT no va a permanecer inalterable, ni siquiera como simple rejunte electoral.
Si no entendemos las tareas que la lucha de clases nos pone adelante, somos unos inútiles. Si no las asumimos, unos irresponsables. Si el FIT no incorpora nuevas fuerzas, quedará estancado. Hay que extender el FIT a todas las organizaciones revolucionarias que se pronuncien a favor del frente y que hayan trabajado para él, si queremos darle una vida real como instrumento de desarrollo político centralizado y eficiente para las batallas que nos aguardan. Una vida como Partido.
«(…)una fuerte crisis de hegemonía, que da lugar a la sucesiva caída de gobiernos (Egipto) o a la guerra civil (Siria, Libia), que provoca la intervención directa del imperialismo.»
¿No era que el imperialismo no existe?
F: Nunca dijimos «el imperialismo no existe». Lo que hemos planteado es algo muy distinto. ¿No es cierto?
Muy buen diagnóstico de la situación internacional. Efectivamente, sin partidos de clase que lideren a las masas y canalicen su descontento, todo queda en la rabia y los estallidos de violencia sin dirección . Y mal de muchos consuelo de tontos, pero veo que la falta de una dirigencia obrera que este a la altura de las circunstancias no es solo un problema de la argentina. Con respecto a RyR, me da la impresión de que están predicando en el desierto ya que la dirigencia de los partidos de izquierda ignora olímpicamente el trabajo de investigación que uds realizan, que creo que siempre fue encarado con seriedad y coherencia más allá de que uno coincida o no con sus resultados.