Debate entre Eduardo Sartelli, Juan Iñigo Carrera y Rolando Astarita

en El Aromo n° 29

En marzo de este año, Razón y Revolución nº 15 publicó el debate entre Rolando Astarita, Juan Iñigo Carrera y Eduardo Sartelli, acerca de la evolución de la economía mundial. Reproducimos aquí un fragmento de la carta en la que Astarita explica por qué abandona la discusión, la réplica de Iñigo Carrera y una acotada respuesta nuestra. En Razón y Revolución nº 16, se publicará la carta completa (que puede verse ya en nuestra página web) y la continuidad del debate.


Carta a Razón y Revolución

Por Rolando Astarita

Economista

Estimado Juan Kornblihtt:

Por tu intermedio, quiero hacer llegar esta carta a Razón y Revolución. El miércoles 12 de abril dos compañeros me hicieron llegar el número 15 de RyR con las respuestas de Sartelli e Iñigo Carrera a mis críticas sobre el catastrofismo económico, y el ejemplar de El Aromo, que viene con una crítica de Marina Kabat a mi posición sobre las 6 horas. Los compañeros me invitaron a continuar la discusión, e incluso a participar en un debate oral en el futuro. Ya en ese momento, les manifesté mi escepticismo sobre lo fructífero que podía ser tal debate, porque me parecía que llegado un punto, los argumentos terminan bloqueados, y que no hay manera de avanzar.

Ahora, después de leer los artículos, constato que efectivamente el debate se mete en un callejón sin salida. Por ejemplo, Juan Iñigo Carrera “demuestra”, con un gráfico de elaboración propia, que el PBI de Estados Unidos es más bajo en los 1990s que en 1792. Ante semejante afirmación, no creo que tenga sentido seguir la polémica. No veo el objeto de demostrar que hoy el PBI de EE.UU. es superior al de 1792. El que esté convencido del argumento de Juan Iñigo Carrera, pues bien, que siga convencido. Si en la izquierda hay personas que piensan que el PBI de EE.UU. hoy es más bajo que hace tres siglos, y que esto es ciencia, pues “allá ellos”. Posiblemente haya gente que se interese en rebatir afirmaciones como ésta; en lo personal, tengo otras preocupaciones que me resultan intelectualmente más atractivas.

Algo similar ocurre con la respuesta de Sartelli. En mi nota, lo que demostré es que no se puede decir que las recesiones de 1990-91, o de 2001 “anularan” el crecimiento económico anterior. Pero esta cuestión no es tocada siquiera por Sartelli. Por el contrario, se lanza a atribuirme posiciones que no son mías, sin poner siquiera una cita. Por ejemplo, sostiene que en mi opinión las crisis “surgen de la nada”. He escrito lo suficiente sobre la ley de la tendencia decreciente de la tasa de ganancia, o sobre las crisis de Argentina, para eximirme de responder a esta falacia. De la misma manera sostiene que soy un “apologista” de la nueva economía. En mi libro doy cantidad de datos y testimonios de lo que ha significado esta expansión del capitalismo en términos de miseria, explotación y hambre para miles de millones de seres humanos.(…)

En cualquier caso remarco que se trata de discusiones que deberían llevarse sin apelar a las descalificaciones. Porque sostener que alguien que afirme que el desarrollo del capitalismo de los últimos 25 años no es cualitativamente distinto, en índices de crecimiento, al desarrollo del capitalismo de 1890-1914, es un “apologista de la nueva economía”, cierra la posibilidad de desarrollar un debate en términos medianamente civilizados.

Esto último me introduce entonces a la otra razón, y más fundamental, para no continuar el debate con RyR, y se refiere al contenido más profundo de la argumentación. Por empezar, Sartelli sostiene que la razón está del lado de los que suscitan más adhesiones entre los trabajadores con sus posiciones, y que si mis posiciones están aisladas, se debe a que están equivocadas, y a que me puse del lado de los “iluminados”. Con lo cual sostiene, en esencia, que la discusión teórica no tiene sentido.

Es que bastaría contar qué teoría o discurso obtiene más adeptos, para darle la razón. ¿Para qué discutir entonces? Si El Capital no tiene adeptos entre la clase trabajadora, será porque sus argumentos son falsos. Y cualquiera que quiera defender la teoría de Marx, según la lógica expuesta, debería explicar primero por qué la clase trabajadora no adoptó como propia la teoría de la plusvalía. De nuevo, ¿para qué discutir? Para colmo Sartelli dice que el grupo de iluminados al que pertenezco se caracteriza por “la inacción y la nulidad histórica”. Pero no tengo ningún deseo de explicar a RyR cuál es mi actividad política, y menos discutir en qué grado soy una “nulidad histórica”. Tampoco comprendo muy bien qué interés puede tener RyR en invitar a debates a “nulidades históricas”.(…)

Pero lo que me lleva definitivamente a terminar este debate es el artículo “Argumentos patronales” (el título hace referencia a mis argumentos sobre la consigna de las seis horas de trabajo) donde su autora, Marina Kabat, afirma que Astarita “parece tener siempre una buena razón para oponerse a la huelga”, y que Astarita “nos recomienda no luchar por ninguna mejora porque solo lograremos enfurecerla [a la burguesía]”. Por supuesto, jamás escribí ni dije esto, pero el hecho es que no veo el objeto de polemizar con alguien que me identifica con los intereses patronales, y que dice que me opongo a todas las luchas de los trabajadores. El que quiera conocer mi pensamiento sobre esto podrá consultar o solicitarme los trabajos al respecto. Pero no veo el objeto de seguir una polémica con gente que me considera pro patronal, y que inventa algo como que recomiendo “no luchar por ninguna mejora”. Confieso que ni siquiera me interesa convencer de algo a quienes sacan la conclusión que soy un contrarrevolucionario leyendo un artículo como el de Marina Kabat.

Aclaro, además, que ésta es la actitud que tomo siempre que se llega a este tipo de argumentos. Por ejemplo, un dirigente del Partido Obrero escribió que soy un “cruzado contra el socialismo”. Lo que equivale a decir que soy un nazi, esto es, alguien juramentado a luchar contra el socialismo. Desde hace tiempo circula este artículo, y nunca lo he respondido. Otro ejemplo: Hebe Bonafini, con el apoyo de algunos grupos de izquierda e intelectuales, sostuvo que yo era un “agente pagado por los radicales para destruir a la Universidad de las Madres”. Tampoco he respondido a esta acusación. De la misma manera, a partir de que Marina Kabat dice que sistemáticamente me opongo a las huelgas y que recomiendo no luchar porque asumo los argumentos de la patronal, ya no respondo. Hay niveles de discusión en los que no entro. Sobre esto quisiera señalar que mis posiciones sobre los ciclos Kondratiev, sobre el intercambio desigual, sobre la globalización, o mi crítica al uso indiscriminado de consignas de “transición al socialismo” las he discutido con gente diversa (del exterior o del país) sin que se cruzaran acusaciones del tipo de “apologista de la nueva economía”, “enemigo de las huelgas y las luchas”, y cosas por el estilo. Se discrepa en apreciaciones, en teorías y explicaciones, pero la discusión se mantiene un nivel de diálogo civilizado, en el cual ambas partes se reconocen como discrepantes, pero en un marco común de lucha por el socialismo. En cambio, cuando se llega a los niveles de agresión que exhibe RyR, no hay manera de continuar un debate. Lo mejor es cada cual siga su camino.

Insisto, no entiendo tampoco para qué RyR puede tener interés en dialogar con alguien a quien considera un enemigo de la clase obrera. Por todo esto es hora de poner punto final a mi relación con RyR.

Atentamente, Rolando Astarita

Buenos Aires, 18 de abril de 2006

 


Del enfrentamiento entre el voluntarismo que se cree abstractamente libre y la conciencia que es libre porque conoce su propia enajenación

 

Por Juan Iñigo Carrera

Economista

 

En mi artículo “La superproducción general en la acumulación actual y la cuestión de la acción de la clase obrera como sujeto revolucionario”, en Razón y Revolución nº 15, desplegué paso a paso las determinaciones concretas que muestran cómo la marcha actual de la acumulación mundial tiene en su base un creciente desarrollo de la superproducción general, y puse en evidencia el voluntarismo de Astarita. Lo primero que puede pensar cualquiera que lee el breve párrafo, con el que Astarita da por respondidos mis planteos en su carta, es que uno de nosotros dos, Astarita o yo, es un imbécil en el más estricto sentido de la palabra. La cuestión es dilucidar cuál.

Según Astarita, yo he de ser tan imbécil como para creer que el volumen físico del producto de los Estados Unidos (que esto mide el PBI a precios constantes) es más chico hoy que en 1792. ¿En qué funda su conclusión? En el gráfico Nº 1 que presento en la página 204. Aquí podríamos achacar las culpas de semejante interpretación a los editores de Razón y Revolución, que omitieron el subtítulo del original que decía “Fluctuación s/tendencia”. Pero no. El texto que remite al gráfico (página 196) dice con todas las letras “La velocidad de crecimiento del producto ha caído cada vez más por debajo de su propia tendencia histórica durante dicho período”.

Además, en el resto de los gráficos a la vista, junto con el nº 1 se lee claramente “Fluctuación sin tendencia”, incluyendo el nº 4, que refleja las fluctuaciones, no ya del producto físico, sino de su valor.

Por otra parte, hasta el último economista sabe que cuando se discute acerca de los movimientos cíclicos de la acumulación de capital y las crisis, el análisis se refiere a los movimientos en torno a la tendencia, no a ésta. Para más abundancia, si Astarita se hubiera molestado en leer mi libro El capital: razón histórica, sujeto revolucionario y conciencia, habría visto en la página 189 un gráfico del PBI en cuestión, y en las páginas 200-204 el cuadro correspondiente, que muestran un incremento entre 1792 y 2001 del 359.583%. No, yo no soy el imbécil por el que pretende hacerme pasar el “comentario” de Astarita. Quedan, entonces, dos posibilidades. La primera, que Astarita haya mirado el gráfico sin leer nada del resto del artículo y, a puro impresionismo y prejuicio, se considere en condiciones de “saber” qué es lo que yo pienso. Sin duda, la megalomanía de “saber” lo que piensan los demás, sin siquiera haber leído sus textos, es un rasgo característico de Astarita, ya puesto en evidencia en el artículo con que inició el debate y en sus comentarios acerca de la cuestión de la renta de la tierra que circulan por internet.

La segunda, que Astarita haya leído mi texto y, no teniendo argumentos racionales para rebatirlo, haya apelado a su grotesca descalificación para huir de toda discusión rigurosa. Si hasta parece que necesitara repetirse tres veces el absurdo del menor PBI para convencerse de lo que está diciendo. Cualquiera sea el caso, queda en claro cuál de nosotros dos es el que anda escaso de razón o tiene el sentido perturbado, o sea, cuál de nosotros dos es el imbécil.

La cuestión de la crisis de superproducción general ha dejado al desnudo la crisis de infraproducción racional de un pensamiento en lastimosa bancarrota. Bien podría considerarse que, con la evidencia presentada, carece de sentido seguir ocupándose del pensamiento de Astarita, perdido en los humos de vaya a saberse qué “otras preocupaciones que me resultan intelectualmente más atractivas”. Pero la verdadera cuestión aquí, como le remarqué en mi artículo, es que lo que está en discusión es la forma concreta necesaria de la conciencia científica de la clase obrera capaz de regir la superación del modo de producción capitalista en la organización consciente general del proceso de vida social.

Por medio de nuestros escritos, tanto Astarita como yo damos forma concreta a nuestras respectivas voluntades de actuar políticamente en el proceso colectivo en que la clase obrera produce su conciencia y, por lo tanto, organiza su acción. En mi artículo, mostraba cómo Astarita critica lo que él llama el “voluntarismo de los catastrofistas” sin más sustento que su propio voluntarismo: todo su argumento se reduce a la contraposición de una voluntad política correcta (la suya), frente a una voluntad política “equivocada” (la del resto); a la voluntad de los “verdaderos marxistas”, que aplican correctamente los “principios del marxismo” (él), frente a la voluntad de los “falsos marxistas”, que no lo hacen (el resto). Si se cayera en la misma superficialidad, la bochornosa respuesta de Astarita a mi posición llevaría a concluir que su voluntad no encierra más necesidad que la de degradar toda posibilidad de discusión científica hasta convertirla en un escandalete que culmina con su retirada indignada, aduciendo la incomprensión de sus oponentes. Pero con ello no se haría más que caer en la apariencia inherente al modo de producción capitalista de que es posible dar cuenta de la voluntad, y por lo tanto, de la conciencia, por sus apariencias necesarias de ser simplemente una conciencia y una voluntad libres.

Por el contrario, la conciencia y la voluntad de la clase obrera no son simplemente libres: “… desde el punto de vista social, la clase obrera, aun fuera del proceso directo de trabajo, es atributo del capital” (Marx, El capital, T I, FCE, p. 482). La conciencia y la voluntad de la clase obrera se encuentran enajenadas en el capital. Esto quiere decir que el obrero es un individuo libre, un individuo que no se encuentra sometido al dominio personal de otro, al costo de enfrentarse al producto de su propio trabajo como a una potencia social que le es ajena y lo domina; esto es, la capacidad para organizar el proceso de metabolismo social se le presenta como el atributo de una cosa, del capital. Tal es lo que significa la organización privada del trabajo social.

Cuando el obrero aplica su conciencia y voluntad de individuo libre en la realización de su trabajo social, le está dando cuerpo a su conciencia y voluntad enajenadas en el capital.

La superación del modo de producción capitalista consiste, en esencia, en el desarrollo de la libertad humana de modo que el individuo se afirme como libre de todo sometimiento personal, por conocerse objetivamente a sí mismo como portador individual de las potencias productivas del trabajo social.

El contenido de esta transformación pone en evidencia que ella sólo puede ser el producto de una acción de la clase obrera regida por una conciencia que parta de conocerse en su condición de conciencia enajenada. La producción de esta conciencia es el contenido de El capital: se trata de la conciencia enajenada que arranca de su forma material exterior más simple, la mercancía, hasta reconocerse a sí misma como la portadora de la necesidad inmanente al modo de producción capitalista de aniquilarse a sí mismo en su propio desarrollo.

Astarita y yo expresamos las dos caras contrapuestas de la conciencia enajenada de la clase obrera como atributo del capital. La de él, no sabe sino aferrarse a la apariencia de su libertad inmediata, reproduciendo así su enajenación a través de un discurso que niega la existencia de la misma. Es una conciencia prisionera de su enajenación, porque cree ser una conciencia simplemente libre. La mía, se produce a sí misma como una conciencia que supera la apariencia de su libertad inmediata, para construir una libertad consistente en que conoce su propia enajenación. Es una conciencia libre porque es la negación de la negación de la conciencia libre.

Astarita ha puesto en evidencia que la forma de conciencia enajenada que él encarna se encuentra determinada por la necesidad de eludir la discusión objetiva acerca de la cuestión de las formas de la conciencia de la clase obrera, aun al precio de hacer el ridículo. La forma de la que yo encarno me determina a seguir llevando adelante dicha discusión en el espacio abierto por Razón y Revolución.


Una nulidad histórica. Respuesta a la provocación de Rolando Astarita

Eduardo Sartelli

Historiador y Director del CEICS

 

Como era previsible (porque el personaje tiene su historia), lo que empezó mal, terminó mal. Digo terminó, porque lo que se suponía era un debate sobre el “catastrofismo económico” derivó en un conventilleo lamentable, cuyo objeto sería ahora los “buenos modales del debate entre compañeros de izquierda”. Como trataré de no intervenir más sobre este particular, porque quiero seguir con el debate sobre la crisis mundial con Juan Iñigo y todos los compañeros interesados -y porque el asunto no lo amerita-, quisiera aquí dejar planteada mi posición general primero, y específica después. Contestaré a las cuestiones de orden “económico” en RyR 16, que verá la luz en setiembre de este año.

 

Sobre el debate en el seno de la izquierda

 

Es común, entre gente que simpatiza vagamente con la izquierda y no se ha comprometido con ninguna de sus agrupaciones, demandar una “unidad” que concibe sencillamente como un acto de voluntad. Dado que su escaso conocimiento de las divisiones en el seno de la izquierda no le permiten entender las razones de esa fragmentación, esta gente concluye que la falta de “unidad” se debe a cuestiones mezquinas, cuando no meramente personales: Altamira no quiere ser menos que Ripoll, que no se resigna a marchar detrás de Alderete, que a su vez no se dejará primerear por Etchegaray. ¿Por qué no se unen, si en el fondo todos quieren lo mismo? Por las mismas cuestiones por las cuales no se entiende la fragmentación, tampoco se entiende por qué la izquierda se pelea con tanta “ferocidad”. En tanto se le otorga a los problemas en discusión un carácter banal, cualquier tono que exceda el de una charla pasatista entre aristócratas ingleses a la hora del té, resulta inexplicable. Pues bien, no es así.

Lamentablemente, la disputa científica, es decir, política, no es así, por la simple razón que la lucha de clases tampoco es así. Que quienes desconocen todo lo concerniente a la izquierda piensen de tal manera, vaya y pase. Pero que quienes se postulan a dirigentes mantengan tales ilusiones, ya es asunto serio. En el mundo real, no en el de los ignorantes, las diferencias programáticas se manifiestan en la acción. En acciones de calidad y cantidad diferentes, que remiten a alianzas y, por lo tanto, a enfrentamientos diferentes. Como esos enfrentamientos obedecen a la disputa por el poder social, adquieren la forma que esa disputa tiene en cada momento histórico. Van de amables charlas sin ton ni son hasta enfrentamientos armados. No hay más que revisar las revoluciones reales: lo que era una disputa más o menos abstracta sobre el lugar del Estado en el proceso revolucionario (Marx vs Proudhon), se convirtió en una batalla organizativa (Marx vs Bakunin) y culminó en guerra a muerte (bolcheviques vs anarquistas); lo que era una disputa más o menos abstracta sobre la forma que asumirían las transformaciones sociales (Marx vs Proudhon), se transformó en una batalla organizativa (Marx vs los sindicalistas ingleses) y culminó en otra guerra a muerte (bolcheviques vs mencheviques). ¿Se debió al “autoritarismo” de la tradición marxista o de los bolcheviques en particular o a las condiciones objetivas que asume la lucha de clases, independientemente de la voluntad de quienes la protagonizan? Un ignorante idealista elige la primera opción; un científico materialista, la segunda. Creer que si no nos decimos “cosas fuertes” hoy, mañana evitaremos agresiones más importantes, es una estupidez del mismo tipo y tamaño que el de la democracia burguesa: hablando se entiende la gente… Idealismo de la peor especie.

 

Un provocador

 

Hecha esta aclaración general, es bueno pasar a las minucias, aunque sea por única vez. Astarita se concibe a sí mismo como el salvador de la izquierda argentina, el único puro. Habiendo pasado por el MAS, por el PO y el PTS, fundó la Liga Marxista y la fusionó con la LSR, divorciándose luego por cuestiones no precisamente programáticas. Protagonizó más tarde un escándalo mediático contra Madres de Plaza de Mayo a resultas del atentado a las Torres Gemelas, renunciando con estruendo a dictar clases en la Universidad de Madres, olvidándose que debiera haber rechazado el ofrecimiento inicial, en tanto no mucho antes, el organismo hoy kirchnerista se había pronunciado a favor de los atentados de la ETA, arrancando críticas hasta de Joan Manuel Serrat. ¿Oportunismo? Hemos de creerle que todos son malos menos él y que todos, menos él, se encuentran fatalmente equivocados. Astarita no concibe la posibilidad del error, de allí que se ofenda porque alguien le diga “apologista” de la nueva economía o “cruzado contra el socialismo” (mientras no se priva de ninguna actitud ofensiva). No se le cruza que posiciones teóricas equivocadas puedan arrastrarlo a posiciones políticas equivocadas, como su absurda concepción de la renta de la tierra o de la jornada de seis horas. Religioso como pocos, parece tener el “celular de Dios” (Marx en este caso) que le dicta desde el más allá las posiciones correctas. Profeta elegido, no considera necesario rebajarse a discutir con mortales… salvo que sean académicos extranjeros… ¿Prestigismo académicista burgués?

Lo cierto es que Astarita no contesta ninguno de los argumentos sustantivos del debate y simplemente se va por las ramas. Como no puede refutar lo que se le cuestiona, arma una provocación, como cuando las barras bravas, al percatarse de la derrota segura de su equipo, generan una situación tal que el árbitro debe parar el partido, salvándose de la goleada. Lo absurdo de la situación se evidencia apenas se repara en el decurso del “debate” y de las actitudes respectivas. RyR siempre invitó a Astarita a sus eventos, pero ni yo ni ninguno de mis compañeros recibió invitación similar alguna, ni por Rolo ni por su Liga; RyR publicó más de un texto de Astarita en su principal órgano científico, pero ni yo ni ninguno de mis compañeros recibió jamás invitación alguna de igual o menor magnitud. Sólo esto debiera llamar a la reflexión acerca de quiénes son los “abiertos” y “democráticos” y quiénes los que parasitan oportunistamente el esfuerzo ajeno.

Pero hay más: el debate en cuestión se inició porque Rolo fue invitado por nosotros a exponer sus opiniones en nuestras jornadas y fue él el que inició la parte “escrita” del mismo mediante una primera “carta” (porque Dios se expresa siempre a través de “la palabra” inaccesible y lejana…), cuyo tono jactancioso, pedante y desinformado puede constatar cualquiera que quiera entrar a la página de RyR. Las respuestas tuvieron la rudeza que corresponde ante faltas de respeto de este tipo. Es más, a diferencia de sus dos “cartas”, en las que no reconoce nada bueno en sus contrincantes más que malicia e ignorancia (además de más de un insulto, que no por velado es menos infamante), yo termino la mía reconociendo el valor de su trabajo, aunque no comparta muchas sus conclusiones y juzgue su tarea política como una “nulidad histórica”. Esto me lleva a la última reflexión. El único criterio final de verdad es la vida real. Pretender que uno tiene razón pero no puede verificarlo en la realidad, es una actitud que pertenece al ámbito de la religión. Astarita y otros como él, como los “economistas de izquierda”, pretenden ser mejores que el resto de la izquierda, a veces, con el acuerdo de alguna de sus fracciones. Sin embargo, su historia no es más que la historia del fracaso. Mientras el PO, el PC, el MST, el PCR o el PTS, lograron convertirse en factores activos de la vida política nacional cuando la realidad llamó a la cita, ninguno de los “iluminados” de la izquierda jugó ningún papel. Es más, estaban mirando para otro lado, aunque no se privaron de subirse al caballo en la primera ocasión. ¿Qué construyó Astarita? Nada. ¿Qué construyó el EDI? Nada. Un mínimo de humildad llevaría a cualquiera a reflexionar acerca de la corrección de ideas que no producen ningún efecto mensurable y a reconocer que quienes tuvieron algún acierto no se beneficiaron sólo de la casualidad. Para justificar su nulidad política necesita falsear la historia (o mostrar su ignorancia sobre una tradición que dice representar) una y otra vez: El capital causó no sólo un efecto inmediato en la clase obrera de su época, sino uno perdurable y profundo hasta el día de hoy. El sentido del socialismo científico es precisamente ese: que puede actuar sobre la realidad con conocimiento de causa.

Astarita -cuyo ego parece no tener límites- se compara con Marx. ¿Pedantería a prueba de ridículo? Juzgue el lector. De más está decir que una nulidad histórica debe ser combatida, porque no por inútil deja de ser perniciosa.

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