De nuestro bolsillo… El financiamiento obrero al Estado capitalista bajo el kirchnerismo y sus límites

en El Aromo nº 67

a67tamaraTamara Seiffer
OME-CEICS

Aunque el desencadenante de uno de los mayores conflictos obreros bajo el kirchnerismo es el impuesto a las ganancias aplicado sobre los trabajadores, en esta nota mostramos que el problema de fondo es la baja del poder adquisitivo de los salarios por la inflación y el menor peso del gasto social en relación al conjunto de los tributos pagados por los asalariados.

Las tendencias generales de la economía -que pauperizaban a la mayor parte de los obreros con salarios en negro o desocupados- empezaron a afectar a los que habían conseguido algunas mejoras en los últimos años. Más allá del impuesto a las ganancias, los asalariados financian gran parte de lo que el Estado redistribuye a través de la política social1. En los primeros años del kirchnerismo, en este dar y recibir, hubo un flujo positivo que favoreció a los trabajadores (que recibían algo más de lo que daban), lo que, en parte, explica el apoyo recibido en las elecciones. Pero con la crisis, esta dinámica se empieza a revertir. Detrás de la disputa en torno al impuesto a las ganancias que afecta a los asalariados mejor pagos, se esconde el comienzo de la ruptura de una de las bases de la alianza construida por el gobierno con una fracción de la clase obrera. Como veremos, la necesidad del capital de bajar los salarios y reducir el déficit fiscal va más allá de si se actualiza o no el mínimo no imponible. Aunque parte de la burocracia sindical lleva la iniciativa en esta disputa particular, sus acuerdos con la burguesía implicaron que en las últimas paritarias los salarios de los trabajadores en blanco crecieran menos que la inflación.

El salario social neto

El impuesto a las ganancias no es el único ni el más importante que paga la clase obrera con su salario2. La categoría de impuestos más importante está dada por los aportes de los trabajadores a la seguridad social, seguida de los impuestos indirectos, principalmente el IVA (al que hay que sumar impuestos internos y “resto”). Los aportes de los trabajadores han significado, en promedio, a lo largo de la última década, el 18% de la recaudación total y el 47% de los impuestos pagados por los trabajadores. En 2009, las cifras se ubican en el 20% y el 49% respectivamente. El IVA, por su parte, significó el 11% de la recaudación total y el 31% de los impuestos pagados por el conjunto de la clase obrera en promedio anual en la década y, en 2009, el 12% y el 31% respectivamente. El impuesto a las ganancias, por su parte, representó apenas el 3% de los impuestos pagados por los trabajadores, alcanzando en 2009 el 3,7%3.
Pero un análisis de los impuestos debe compensarse con el análisis de lo que los trabajadores reciben del Estado, aquello que aparece bajo la categoría del Gasto Social. Un análisis de estas características permite dar cuenta de la “carga tributaria neta”, también denominado “salario social neto” como forma de acercamiento al problema de cómo el Estado se vincula con la clase obrera.
Como observamos en notas anteriores, el Gasto Social crece de manera más o menos ininterrumpida al menos desde inicios de la década del ‘804. Poniendo en relación el Gasto Social destinado a los trabajadores con los impuestos que éstos pagan, se observa que en los últimos años unos y otros tienen niveles similares. Esto significa que lo que recibe la fracción más pauperizada del proletariado, que es la más beneficiada por el Gasto Público Social, proviene de otros sectores de la misma clase y no de las ganancias capitalistas.
Aun así puede observarse un cambio de tendencia a partir de 2002, año a partir del cual el Gasto Social tiende a ubicarse levemente por encima de los impuestos (gráfico nº 1). Esta inversión se explica, en primer término, por una caída de la recaudación producto de la misma crisis económica. En segundo, a partir de 2003, por la expansión de la renta agraria y de la economía en general que sentó las bases para el aumento del gasto público.
Desde 2001 hasta el 2007, se observa un ingreso neto positivo para el conjunto de los trabajadores que funciona como fuente de compensación a los salarios de bolsillo y, como adelantamos, es la base del bonapartismo. En 2008, coincidente con las primeras manifestaciones de la crisis, se observa una inversión de la relación que da como resultado un saldo negativo, mostrando los límites del “modelo”.

El falso impuesto a las ganancias

Aunque no es el más importante, el impuesto a las ganancias que pagan los trabajadores asalariados (4º categoría) está en el centro de la escena. Se trata de un tributo que afecta a la fracción mejor paga de la clase obrera argentina: la que se encuentra registrada y con ingresos de bolsillo superiores a $5.782, para solteros, y $7.997 para casados. El reclamo que motorizó la movilización va desde la suba del mínimo no imponible y el ajuste de las escalas de tributación hasta su total anulación. La crítica en torno al impuesto a las ganancias que afecta a los trabajadores asalariados registrados tomó principalmente dos caminos. Aquellos que plantean la “injusticia” de que los trabajadores imputen tal impuesto en tanto “el salario no es ganancia” y aquellos que plantean la legitimidad de cobrar impuestos “progresivos” a los ingresos (es decir, los que más tienen más pagan). Los primeros apuestan a su eliminación, mientras que los segundos centran su crítica en la necesidad de actualización del mínimo imponible y las escalas de tributación5. Otra posición fue la de defender tal impuesto, en concepto y en montos, con la necesidad de eliminar las exenciones impositivas a las ganancias “provenientes del capital”6. Las dos últimas posiciones plantean la progresividad de este tipo de impuestos partiendo de un análisis por estratos y no por clases, que desconoce que estos trabajadores son tan explotados como los demás. Si los impuestos afectaran al salario sin una contraparte del Estado, estos trabajadores verían afectada su normal reproducción.
Un análisis de la evolución de la recaudación muestra que los impuestos a las ganancias provenientes del salario se han incrementado en los últimos años de manera significativa, con un aumento relativo del 160% durante los gobiernos kirchneristas. Su peso en la recaudación total del Estado es, para el año 2010, del 2% sobre la recaudación total y del 0,68% del PBI, y el promedio para la década fue del 1% y del 0,3% respectivamente (gráfico nº 2). Teniendo en cuenta que el aumento del mínimo no imponible afectaría a solo una porción de estas cifras, se hace evidente que la intransigencia del gobierno no puede tratarse simplemente de un problema de caja.
En análisis anteriores sobre la evolución de los salarios, mostramos que la recuperación de los salarios reales en la última década no alcanza los niveles de la década del ‘70 y se observa un distanciamiento, cada vez más pronunciado, entre los salarios registrados privados, los públicos y los no registrados7.

¿Bases renovadas de la acumulación?

La fijación del mínimo no imponible parece ser, más que una forma coyuntural de recaudación, la forma de poner tope a los aumentos salariales de los trabajadores registrados en mejores condiciones (y, por tanto, del conjunto de la clase obrera). El problema de fondo es que la crisis se empieza a manifestar en los sectores de la clase obrera que estaban en mejores condiciones con despidos, suspensiones, limitaciones de horas extras y negociaciones por debajo de la inflación8.  La desocupación y la baja del salario real empiezan a afectar a los trabajadores registrados luego de algunos años de recomposición. Se trataba de una recomposición que, si bien no los llevaba a la situación previa, los alejaba de los trabajadores “en negro”.
Lejos del tan mentado “cambio de modelo”, esta medida parece ir en la línea de mantener los salarios bajos como fuente de plusvalía extraordinaria para los capitales que operan en la Argentina. Así, la crisis evidencia que las tendencias de la economía afectarán tanto a unos como a otros y nos pone frente a una posible ruptura del gobierno K con los sectores mejor pagos de la clase obrera que empiezan a movilizarse. Por ello la clave pasa por dar una batalla que unifique a la clase obrera mejor paga con la más pauperizada. Así como la burocracia no frenó la caída salarial, no motoriza tal unificación, como se expresa, por ejemplo, en su ataque a los trabajadores tercerizados que se organizan. Son tareas que solo podrán llevar adelante fuerzas que desarrollen la independencia de clase.

Graficos 1 y 2
Graficos 1 y 2

NOTAS

1 En sentido estricto, todo el financiamiento del Estado corrresponde al producto del trabajo obrero, en este artículo nos referiremos en particular a las transferencias que afectan a la parte paga del valor, es decir el salario.
2 Para los cálculos de la participación de los trabajadores en los impuestos y en el gasto, tomamos la metodología propuesta por Tonak en Tonak, E.: “The U.S. Welfare State and the Working Class, 1952-1980” en Review of Radical Political Economics, Vol. 19 (1), 1987, pp. 47-72.
3 Cálculos propios sobre la base de los Informes anuales de la AFIP y datos del INDEC.
4 Véase Seiffer, Tamara: “La máquina de subsidios”, en El Aromo, nº 60, mayo-junio de 2011.
5 Es la posición de la CTA. Véase CIFRA: “Información sobre asignaciones familiares e impuesto a las ganancias. Cómo afectan a los trabajadores”, Documento de trabajo nº 12, Buenos Aires, mayo de 2012.
6 “El salario sí es ganancia”, 8/6/12. Disponible en http://www.taringa.net/posts/economia-negocios/15062789/El-salario-si-es-ganancia.html
7 Véanse Rodriguez Cybulski, Viviana: “Hambre para para mañana. Los límites del empleo público”, en El Aromo, nº 66, mayo-junio de 2012 y Dachevsky, Fernando: “Obreros de primera, obreros de segunda. Los trabajadores en negro y su situación salarial durante el kirchnerismo”, en El Aromo, nº 57, noviembre-diciembre de 2010.
8 Véase Harari, Ianina: “La vida en suspenso. El paro en las fábricas tras las elecciones de 2011”, en El Aromo, nº 66, mayo-junio de 2012.

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