(De) Formación laboral. La descalificación de los obreros gráficos, un ejemplo histórico.
Damián Bil
Grupo de Investigación de los Procesos de Trabajo – CEICS
En determinados círculos académicos, particular- mente los teóricos de la Escuela de la Regulación, se abona la idea de que para conseguir empleo es necesario “capacitarse”.1 Entienden que en este mundo de cambios tecnológicos es preciso una mayor formación laboral. El planteo lleva implícita su conclusión: el avance de la mecanización, el desarrollo del capitalismo, exige mayor educación y conocimientos de parte de los trabajadores. El que no se capacita, queda excluido. De esta teoría pueden inferirse dos enunciados. Primero, que la evolución del sistema social exige en la masa de la población mayores saberes o aptitudes. En segundo lugar, que la desocupación no tiene un origen estructural, al quedar este problema restringido al nivel educativo que cada individuo (o Estado) supo darse.2 Mediante este recurso, las víctimas aparecen como sus propios verdugos.
Sin embargo, la historia nos demuestra cómo, progresivamente, el obrero se descalifica. El proceso se consolida con la aparición de la gran industria, o sea el sistema de máquinas característico de las fábricas. Las habilidades del obrero se trasladan a la máquina. Ésta, cada vez más compleja en su estructura, simplifica constantemente el trabajo. No implica esto que una máquina específica o nuevas ramas de la producción no precisen saberes puntuales. Sin embargo, estas “recalificaciones” son menores que los conocimientos perdidos: históricamente, el trabajo pierde contenido. El desarrollo del capitalismo requiere un grupo minoritario calificado con conocimientos científicos y técnicos considerables (ingenieros, por ejemplo). Pero este grupo es necesario para descalificar a la masa obrera, cuyos saberes son cada vez menores. Estos fenómenos no responden a motivaciones “subjetivas” de los capitalistas, sino que son consecuencia de la propia lógica de la sociedad. La competencia entre capitales impone a los burgueses la necesidad de generar mayor valor en la producción. Una de las vías es el aumento de la productividad, lo que hoy se consigue con la mecanización y automatización de tareas. Los efectos para el obrero son la descalificación y el trabajo rutinario y embrutecedor, entre otros.3
La descalificación como arma de la burguesía
Un ejemplo de este proceso de descalificación lo observamos en la historia de los obreros gráficos.4 Desde el último cuarto del siglo XIX, la industria gráfica local se expandió. En este período encontramos ciertas secciones que precisaban un alto nivel de conocimientos. Era el caso de la composición o tipografía. Aquí el tipógrafo armaba el texto a imprimir, letra por letra. Para llevar a cabo su tarea, debía memorizar la disposición de los múltiples caracteres en la mesa. Asimismo, precisaba adquirir gran velocidad, para llegar al promedio de mil caracteres por hora. En el taller regía un sistema de aprendices. Para adquirir los secretos del oficio, el aprendiz asistía al tipógrafo en diferentes tareas. La más importante era la realización de composiciones sencillas y la reubicación de los caracteres en sus respectivos sitios, para memorizar el lugar de cada uno de estos. El entrenamiento duraba dos años. Un cambio fundamental se produjo con el ingreso de la linotipo hacia 1901, que mecanizó la tarea. Esta máquina funcionaba bajo el principio de la máquina de escribir, lo que tornaba innecesaria la habilidad manual del tipógrafo. El tiempo de aprendizaje disminuyó de forma dramática: el propio sindicato sostenía que con una semana laboral promedio se podía aprender el trabajo de linotipista.5 La linotipo provocó entonces la descalificación, al disminuir los saberes necesarios. Años más tarde, el gremio reconocía amargamente la pérdida del control del aprendizaje en esta sección.6 Este cambio permitió el ingreso de la mujer, marginada históricamente de la composición. Con saberes de dactilografía, como poseían muchas jóvenes, se podía operar una linotipo. Asimismo, fueron incorporados los niños, con poca formación.
En la impresión también ingresaron máquinas. Con ello se redujo la necesidad de fuerza física como una aptitud especial. Por ejemplo, en 1879 el Colegio León XIII adquirió una máquina a vapor. Con ella reemplazó a dos jóvenes robustos por un religioso quien, mientras cuidaba la máquina, pintaba.7 En la impresión de diarios, las modernas rotativas automatizaron pasos y simplificaron la labor del operario,8 que se redujo centralmente a tareas de control.
El proceso de descalificación se reflejó en situacio- nes que debieron enfrentar los gráficos. Una fue el desconocimiento, por los patrones, del sistema de categorías y los plazos formales de aprendizaje. Ellos ya no respondían necesariamente a los requisitos de la producción. Por eso, los capitalistas comenzaron a emplear personal de menor categoría para realizar trabajos que por convenio debían ser ejecutados por otros de escalafón superior.9 También recurrieron a la polifuncionalidad: como labor se simplificaba, era común exigirle los obreros que cumplieran distintas tareas, ninguna de las cuales requería un período amplio de aprendizaje. Como el tiempo de entrenamiento era menor, se le exigía al obrero que se formara en varias labores para “rotarlo” de sección según la conveniencia.10 También se intensificaba el trabajo, así a los impre- sores se les requería que atendieran dos y hasta tres máquinas de forma simultánea.11
Como vemos, lejos de aliviar el trabajo del obrero, la descalificación se convirtió en un arma de los patrones. El ejemplo más evidente lo proporciona la huelga del gremio en 1919. Ante la lucha por conseguir las 44 horas semanales, la Asociación Gráfica fundó una Academia de Linotipistas. Con individuos proporcionados por la Asociación Nacional del Trabajo (perteneciente a la Liga Patriótica), formó en un mes una camada entera de carneros que habrían de reemplazar a los huelguistas, hecho que fue crucial para el desenlace del conflicto.12 De esta manera, la descalificación operada durante este período permitió a los industriales entrenar un cuerpo de rompehuelgas, recursodelquecarecíanenperíodosprevios, cuando formar a un tipógrafo requería dos años de entrenamiento.
La informática profundiza la descalificación
Esta evolución no se restringe al período estudiado. Por el contrario, la tendencia a la descalificación continuó su desarrollo. Es así que durante los ’40 y ’50, la composición en frío y la fotocomposición inician la decadencia del linotipismo. Por medio de estos nuevos métodos era posible obtener textos en papel fotográfico o en películas para la impresión offset, lo que desplazó los restos de la composición manual. También en el campo del offset, hacia los años ’70 ingresaron los scanner rotativos, que permitían un pasaje casi exacto de imágenes a papel con un manejo muy simple. El scanner hizo innecesaria la preparación que tenían los viejos fotocromistas, operarios calificados que se dedicaban a la producción de imágenes en color y que requerían un aprendizaje de al menos dos años. A partir de los años ’80 la informática, con aplicaciones progresivamente más sencillas, propinó otro golpe a los reductos de trabajo calificado. La computadora desplazó al linotipista, que desapareció sus- tituido por el operador de pantalla. Mediante los programas de software, este operario con poca práctica, puede corregir y diagramar las páginas. Con ello es posible eliminar los antaño prestigiosos puestos de corrector y componedor, que exigían largo entrenamiento.13 En el área del diseño, la computación volvió obsoleta la habilidad de los dibujantes que confeccionaban a pulso las planillas para contabilidad. Hoy día, cualquier usuario con pocos conocimientos de Excel u otros programas similares puede realizarlas. Con estas innovaciones asimismo se han vuelto innecesarios los retocadores de fotocromías, virtuosos “artistas” que trabajaban con pinceles de dos pelos, lupas y monóculos de joyeros para modificar detalles en la imagen.
En definitiva, a partir del ingreso de máquinas mo- dernas que simplificaron el trabajo, muchas ocupaciones desaparecieron reemplazadas por operarios con menores calificaciones. Esto nos muestra que en la gráfica el desarrollo del capitalismo impone la tendencia a la descalificación. Lejos de producir una “recalificación” de tareas o de permitirse una mayor “creatividad” a los trabajadores, los efectos son la pérdida de conocimientos necesarios, tareas desgastantes, polifuncionalidad y recargo de labores, rotación, jornadas más extensas, etc. Es decir, una mayor explotación del capital.
Notas
1Véase, por ejemplo, Coriat, Benjamin: Los desafíos de la competitividad, Eudeba, Buenos Aires, 1998.
2Kabat, Marina: “Secundario completo. Las demandas actuales del capital en materia educativa”, en Sartelli, Eduardo (Comp.): Contra la cultura del trabajo, Ediciones ryr, Buenos Aires, 2007.
3Ver Kabat, Marina: “¿Quién le teme a Harry Braverman?”, en El Aromo, nº 35, marzo-abril de 2007, p. 16.
4Bil, Damián: Descalificados. Proceso de trabajo y clase obrera en la rama gráfica (1890-1940), Ediciones ryr, Buenos Aires, 2007.
5Asamblea de la Federación Gráfica Bonaerense. Reglamento de trabajo y tarifas de salarios mínimos, mayo 1919.
6El Obrero Gráfico [EOG], nº 145-46, febrero–mar- zo 1924, p. 2.
7En Ugarteche, Félix de: La imprenta argentina (1700- 1929), Canals, Buenos Aires, 1929, p. 581.
8En Anales Gráficos, nº 7 año XXV, julio de 1934.
9Por mencionar solo dos casos: EOG…, nº 83, diciembre 1917; y en el nº 232-33, agosto-septiembre 1933.
10EOG, nº 156, enero–febrero de 1925 y entrevista en poder del autor.
11EOG, nº 286, enero 1940.
12EOG, nº 99, 3/9/1919.
13Schmucler y Terrero: “El incierto destino de la empresa informatizada”, http://www.felafacs.org/files/schumecler.pdf