Cerca de la Revolución…
¿Cómo debe organizarse una clase revolucionaria ante una invasión militar?
Juan Flores
GIRM-CEICS
La Academia dice (y la izquierda repite) que la Revolución de Mayo fue producto de acontecimientos externos. En particular, la caída de la monarquía en 1808. Aquí mostramos por qué la revolución empieza en 1806. Además, explicamos cómo, ante una invasión extranjera, la burguesía no se plegó a la clase dominante y elaboró su propia estrategia.
Aunque la Revolución de Mayo constituye uno de los hechos más importantes de la historia argentina, el desconocimiento existente sobre sus orígenes y la dinámica que la impulsó es sorprendente. Frente a la idea superficial de que la Revolución se inicia en mayo de 1810, con la formación de la Junta Provisional, los historiadores académicos y cierta izquierda señalan, con igual superficialidad, que todo comenzó en 1808. En efecto, para ellos, el cautiverio del Rey Fernando VII habría generado un “vacío de poder” en las colonias. Ante esto, los grupos o partidos revolucionarios se reducen a cambiantes facciones de una “elite” que, sin ningún programa político y amparadas en el poder militar creado tras las Invasiones Inglesas, compiten y se “reacomodan”, buscando la mejor circunstancia para asumir el poder. Visto de este modo, la Revolución se devalúa, ya que supuestamente nadie quiso hacer lo que hizo. Así, el problema central se reduce a cómo y con qué personal político formar un gobierno “legítimo” ante la fuerza de las circunstancias. A pesar de lo que los académicos digan, las revoluciones no caen del cielo.
Un pueblo pide sangre
El año 1806 marca el inicio de lo que llamamos proceso revolucionario, es decir, un proceso en el cual, el estado “quiebra” política y militarmente, viéndose la clase dominante feudal imposibilitada de mantener su hegemonía y surgiendo, dentro de las filas de la burguesía hacendada -aliada a comerciantes librecambistas y al artesanado-, una estrategia política independiente de toda mediación institucional del Estado y de la clase dominante.
¿Qué es efectivamente lo que ocurre? En 1805, tras la caída de la flota española en manos británicas en la batalla de Trafalgar, el comercio colonial queda paralizado. En este contexto, las fuerzas británicas a cargo de Beresford avanzan sobre el suelo porteño. Ahora bien, el lugar tomado no es producto de una elección fortuita: se trata del bastión más importante del Virreinato, uno de los puntos neurálgicos del Imperio español.
Cuando las corporaciones y la burocracia colonial se rinden ante el poder militar inglés, el pueblo armado, a partir del saqueo de los arsenales, será el que garantice la defensa. Así, Buenos Aires asistirá a un progresivo proceso de militarización. Esto implica el surgimiento de organizaciones relativamente autónomas: las milicias urbanas hispánicas y criollas. En una carta que un burócrata español, el subinspector Don Pedro de Arce, dirige al Virrey Sobremonte, con un tono de reprobación, se le advierte de la situación alarmante y explosiva vivida en Buenos Aires. A pesar de su efectividad para la Reconquista, las milicias no debían tener ese carácter autónomo:
“He advertido que en esta capital se han levantado varios cuerpos urbanos en que está comprendida la mayor parte del vecindario. Y su denominación la toman de las provincias de que son naturales como de Catalanes, Vizcaínos, Andaluces, suc. Y, según tengo entendido, extraoficialmente han obtenido despachos de esa superioridad los jefes y oficiales, que los mandan en virtud de elección o nombramiento que entre ellos hicieron sus mismos compatriotas.”1
Pero la defensa militar no se limita al restablecimiento intacto del poder español y de su clase dominante colonial. Más bien, en este contexto de quiebra del Estado, con la constitución de estas milicias armadas, lo que se conforman son verdaderos partidos políticos. Es decir, aquéllas eran órganos de poder popular por fuera del control del Estado, con direcciones emanadas de la votación nominal de sus integrantes y con el objetivo de influir directamente en la política. Es en estos órganos donde la burguesía disputaría un rol de dirección con una estrategia independiente respecto de la clase dominante.
Por otra parte, el carácter “popular” de estas milicias no es menor. Si tenemos en cuenta que la población masculina, con capacidad de armarse militarmente, asciende a 10 mil personas, y tenemos que 8 mil de ellas efectivamente lo hacen, podemos asegurar que el pueblo estaba en armas. Pero además, debemos tener en cuenta que los despachos virreinales no tenían mayor capacidad de legitimar las autoridades militares, sino que ésta recaía en el poder del pueblo armado. Como lo relata el propio Cornelio Saavedra, dirigente del Cuerpo de Patricios:
“Que el primero soy yo por nombramiento y aclamación de todos mis paisanos (…). Y don Esteban Romero, en los mismos términos, el segundo. Que como tales, y en virtud de nombramiento del pueblo, aún sin tener despachos del señor virrey procedimos a formar las compañías en los respectivos cuarteles de la ciudad, y autorizar el nombramiento que éstas hacían de sus capitanes y oficiales.”2
El 14 de agosto de 1806, pasada la primera invasión, se llama a un Cabildo Abierto y las milicias criollas deponen al virrey Sobremonte, designando a Liniers como autoridad militar, a pesar de no contar el candidato con despacho alguno y sin consultar a la península que, todavía, estaba entera.
El 2 de febrero de 1807 tropas británicas toman la ciudad de Montevideo. Cuatro días después, ese mismo pueblo de Buenos Aires se agolparía en el Cabildo pidiendo la renuncia del virrey y de la Audiencia y llamando a un Cabildo Abierto. Es, en efecto, el conjunto de la población la que entraría directamente en la acción política. El acta del Cabildo diría:
“se presentó a la puerta de esta sala capitular un gran número de pueblo clamando y diciendo a voces que todos querían ir a reconquistar la plaza de Montevideo y estaban pronto a derramar su sangre”3.
Así, en primera instancia las milicias peninsulares y criollas confluían en una batalla al invasor británico, bajo la dirección de Liniers. No obstante, a pesar de dicha confluencia, en las filas de la burguesía se encuentra casi maduro un programa verdaderamente revolucionario con su propia “causa nacional” y no una defensa de la Corona. De hecho, en 1807, una dirección del Cuerpo de Patricios, Francisco de Escalada se negaría, desde su estancia de San Isidro, a contribuir en un donativo para la Corona.
La burguesía se lanza a la defensa del territorio frente a la potencia invasora, pero siempre intentando sentar las bases para la instauración de su propia hegemonía. Hace un frente militar con el feudalismo, pero sin perder nunca su independencia de clase, sus propias organizaciones. Tal como explicaba un funcionario español:
“Los tercios que [Liniers] formó componían una milicia popular, o libre o sedentaria; cuyos individuos más bien defendieron sus propiedades que no contraídamente el supremo dominio de la Real Corona. Más bien se batieron porque quisieron conservar sus riquezas y derecho particulares que no por cumplir aquel precepto de subordinación a que están comprometidos y habituados los soldados”4.
A partir de aquí, nos encontramos ante una situación de doble poder: por un lado, el Cabildo y sus milicias peninsulares como máximos representantes del poder del Rey y, por el otro, las milicias criollas sosteniendo al Virrey Liniers y esperando la ocasión correcta para la toma del poder. Liniers, a su vez, personificaría un régimen de tipo bonapartista, es decir, mediador entre las clases en pugna, aunque buscando fallidamente sostener el sistema y la autoridad real e institucionalizar las milicias. La solución de las tensiones tendrá lugar en 1810: será el momento militar en donde un partido revolucionario preparado y colocado como dirección de una vasta alianza toma el poder.
El año en cuestión
Como lo señalaba el periódico inglés The Morning Post en 1811, “no hay cosa más cierta como que la América española del sur estaba en un gradual camino de separación del Estado principal, mucho tiempo antes que un solo soldado francés hubiese pasado los Pirineos”. Es decir, en ningún momento hay un “vacío de poder” en Buenos Aires. Es más, desde 1806 que el poder es ocupado, sistemáticamente, por las fuerzas que se disputan la conducción de la sociedad. Pero estas fuerzas, lejos de ser sólo “facciones” de una misma elite, expresan alianzas sociales bajo direcciones de dos clases y dos programas políticos verdaderamente antagónicos.
En definitiva, ante una invasión al conjunto de la vida social, cada clase elabora su propia salida. Cada una pugna por dirigir la lucha nacional. La clase dominante exige la subordinación al orden establecido. La burguesía revolucionaria, en cambio, utiliza la crisis para imponer una salida acordes a sus intereses. No se arma en defensa del régimen, sino para sus propios fines. Un buen ejemplo para aquellos que, ante invasiones militares, deciden apoyar a las reivindicaciones “nacionales”.
Notas:
1 AGN: IX, 28-8-2
2 AGN: IX, 28-5-3
3 AECBA, Serie III, t. XIII, p.432
4 Apunte y Oficio de Miguel Lastarria a Casa Irujo, 26 de diciembre de 1818. Las cursivas son nuestras.