En un reciente artículo en la revista Lucha de Clases, Pablo Anino y Esteban Mercatante (militantes del PTS), analizan el rol de la renta de la tierra en la acumulación de capital en la Argentina.1 El trabajo comienza describiendo las trasformaciones que ha sufrido el agro argentino en las últimas décadas para concluir que el mismo se encuentra atrasado con respecto a los principales productores mundiales. Además señalan que la renta diferencial es la causante del atraso argentino. En este sentido critican nuestro libro Patrones en la ruta acusándonos de una supuesta apología del capitalismo.
Al analizar con detalle la crítica encontramos que los compañeros caen, una vez más2, en innumerables errores y contradicciones resultado de la falta de investigación y de la lectura canónica de algunos supuestos clásicos.3 El trabajo comienza afirmando que desde la década del ’70, la Argentina registra “un sostenido avance de la producción agrícola […] vinculado a los fuertes aumentos en los rendimientos por hectárea y en la rentabilidad de los cultivos”.4 Los dos fenómenos principales vinculados a este crecimiento serían el continuo mejoramiento de las semillas y la mayor tecnificación de las tareas de siembra y cosecha. Hasta aquí parecería que efectivamente el agro argentino se modernizó y desarrolló tecnológicamente en las últimas décadas. Sin embargo el trabajo continúa afirmando que “algunos datos sugieren que la producción agropecuaria argentina está lejos del nivel mundial en lo que hace a impulsar el desarrollo de nuevos medios de producción, técnicas de organización del trabajo y mejoramiento de insumos”.5
En primer lugar, es, como mínimo, poco serio afirmar que “algunos datos sugieren” que nos equivocamos, sin exponerlos. Sería interesante saber qué datos son esos, si es que los tienen. En segundo lugar, el hecho de que el agro pampeano no esté al nivel mundial en el desarrollo de nuevas tecnologías, no implica que, como afirman los compañeros, “esto desmiente afirmaciones como las de Eduardo Sartelli de que la región pampeana compite con la agricultura europea y norteamericana en sus mismos términos: el desarrollo capitalista”.6 El hecho de que, como sostienen más adelante en su trabajo, el desarrollo técnico en Argentina se reduzca a introducir lo que se inventó en otro lado, nos habla de los problemas de la industria argentina, no del agro. En ningún lugar afirmamos que la industria argentina esté a la vanguardia mundial en la producción de semillas, ni de agroquímicos, ni de maquinaria agrícola. Por el contrario, en este mismo número de El Aromo, y en otros anteriores, presentamos avances en la investigación sobre maquinaria agrícola, que muestran el atraso, la ineficiencia y los problemas de dicha rama.7
Pero decir que la industria de insumos agrícolas está atrasada, no quiere decir que la aplicación de tecnología en el agro esté atrasada. Porque justamente el agro pampeano incorpora los “inventos” de otras latitudes, siempre y cuando dichos desarrollos impliquen un aumento de la rentabilidad, como hace cualquier capitalista. Y aquí entramos en la consideración de la renta diferencial de la tierra.
Anino y Mercatante afirman que no comprendemos que “la renta diferencial implica una mayor productividad con menos desarrollo de las fuerzas productivas”.8 Dejemos de lado que la expresión, tomada literalmente, es falsa. Aún así, comprendemos perfectamente lo que quieren decir. ¿Lo comprenden ellos? El agro pampeano aplica tecnología siempre cuando el beneficio de dicha incorporación sea mayor al costo. Por supuesto que sería beneficioso en términos de productividad física tener, por ejemplo, riego en toda la región pampeana. Se evitarían pérdidas millonarias como las de la última campaña por la sequía. Pero incorporar sistemas de riego en toda la región implicaría un costo mayor al que implica una sequía cada tantos años, con lo cual el aumento en la productividad del trabajo sería menor al aumento del costo de producción. Simplemente, dada la fertilidad de las tierras pampeanas, dicha inversión no es necesaria en términos del capitalismo. Por supuesto que un aumento en la producción, incluso a costos crecientes, implicaría una mejora en la alimentación de la humanidad, pero como los intelectuales del PTS deberían saber, el interés del capital no es desarrollar la productividad para el bien común, sino para aumentar la ganancia. A esto nos referimos con que la agricultura se desarrolla en términos del capitalismo, tanto acá como en EE.UU. ¿Acaso nuestros críticos creen que en EE.UU. innovan por amor a la ciencia?
Cuando los autores “demuestran” su tesis de que el agro argentino está atrasado en cuanto a desarrollo tecnológico mediante comparaciones de inversión de capital en Argentina y en otros países, lo único que terminan demostrando es que son ellos quienes no comprenden que “la renta diferencial implica una mayor productividad con menos desarrollo de las fuerzas productivas”.
Afirmar como una “prueba” del atraso del agro argentino el hecho de que en Europa se produzca 3,4 veces más toneladas que en Argentina mientras que “la venta de tractores es 26 veces mayor” es como mínimo preocupante.9 Se está convirtiendo la virtud en defecto, además evidencia la falta estudios concretos. En primer lugar, la comparación de cantidad de tractores no tiene ningún sentido sin considerar su potencia y su uso real. Pero además, probablemente la estructura de propiedad europea, sostenida vía subsidios, menos concentrada y de menor escala que la argentina, limite la aparición del contratismo. Probablemente en Europa, cada capitalista tenga su propio tractor, el cual, por las características estacionales de la producción agrícola, se pasa la mitad del año parado. En Argentina, el contratismo permite una utilización mucho más eficiente de la maquinaria. Decimos probablemente, porque aunque tenemos fuertes indicios, en verdad, no lo sabemos aun a ciencia cierta ya que no hemos hecho una investigación específica sobre el sector agrario europeo. Actualmente estamos investigando el desarrollo tecnológico en el agro norteamericano y brasilero, de manera de poder comparar el nivel de desarrollo de los tres principales productores de soja del mundo. En el futuro agregaremos a la comparación algunos países con tierras no tan fértiles pero con una parte considerable de la producción agraria mundial, como Europa, India, Paquistán, Canadá o Australia. Sugerimos a los compañeros del PTS seguir el mismo camino (o al menos a leer las investigaciones existentes) ya que es en la investigación concreta donde se resuelven las cuestiones generales. Hay, sin embargo, una cuestión “de bulto”: ¿cuáles son los productores que intentan limitar la entrada de sus competidores, los europeos o los argentinos? ¿Están los productores argentinos batallando por la prohibición de la importación de productos agropecuarios europeos o es al revés? Otra pregunta “de bulto”: ¿históricamente, han sido los argentinos los que han inventado trabas para-arancelarias contra la carne o los granos norteamericanos, como sucedió con la aftosa tiempo atrás, o en realidad fueron los yanquis los que se protegieron de las importaciones argentinas? Decir que el agro pampeano no es el más productivo del mundo es ignorar más de cien años de historia agraria mundial. Pensar que esa productividad simplemente brota de la tierra y no tiene relación con la magnitud de capital que se aplica en ella, es desconocer las características físicas y geográficas de la tierra pampeana.
Otra “prueba” del atraso del agro pampeano sería que los últimos avances tecnológicos como las semillas genéticamente modificadas y la siembra directa tendrían un carácter “global”.10 Si la aplicación de estos avances fue global, quiere decir que se da igual en todos los países, lo cual coloca a la Argentina al nivel mundial en cuanto a aplicación de dichos avances. Sin embargo, los propios autores reconocen que estos desarrollos no se dieron igual en todos los países y que dichos avances se aplicaron de manera más rápida y masiva en Argentina que en otros países. Ellos mismos reconocen que “hoy prácticamente toda la soja sembrada en el país es transgénica. Algo que ni siquiera se alcanzó en EE.UU.”11 O que en Europa hay reticencias para aprobar el uso de dichas semillas y que en algunos países incluso se han prohibido ciertas semillas. Lo mismo sucede con la siembra directa. Estos dos desarrollos tecnológicos, que conforman la base del paquete tecnológico, han tenido una mayor y más rápida difusión en Argentina que en otros países. ¿A esto llaman atraso?
A esta altura creemos que nuestro punto ha quedado suficientemente fundamentado. Si bien la Argentina no se halla a la vanguardia en cuanto al desarrollo de tecnología para el agro, lo cual nos refiere a un problema de la industria y no del agro, sí se ubica al nivel mundial en cuanto a aplicación de tecnología, siempre y cuando sus ventajas en cuanto a fertilidad del suelo conviertan a determinada inversión en necesaria para el capital.
Pero queda pendiente una pregunta por resolver, a saber, ¿por qué los compañeros del PTS se empecinan en describir el agro pampeano como atrasado en términos capitalistas, cuando su propio trabajo demuestra lo contrario?
Creemos que esto tiene que ver con su punto de partida, es decir, la caracterización de la Argentina como un país atrasado, dependiente y sometido al imperialismo. En primer lugar esta caracterización se contradice con la teoría de la renta diferencial que los autores suscriben, según la cual la Argentina recibe una masa de plusvalía internacional gracias a que posee parte de las mejores tierras del planeta.
Dicha contradicción la resuelven por la vía de sostener que es justamente ese ingreso de plusvalía a través de la renta diferencial, una de las causas del atraso y la dependencia de la Argentina. En una reedición parcial de la teoría de autores como Diamand12, los compañeros sostienen que la mayor productividad del agro y el ingreso de riqueza vía renta diferencial provocarían en Argentina una sobrevaluación de la moneda nacional que perjudica a la industria cuya productividad es menor, impidiéndole exportar. Es decir, un simple problema monetario que se resuelve con tipos de cambio diferenciales. En definitiva para el PTS, siguiendo a autores como, Jorge Sábato, Jorge Schvarzer o Milcíades Peña, los problemas de la Argentina son por culpa de la renta diferencial que genera un menor desarrollo del país porque traba a la burguesía industrial.
Sin embargo, centrar el supuesto “subdesarrollo” del capitalismo en Argentina en la estructura de propiedad de la tierra y la renta diferencial implica suponer que de no existir estas trabas el capitalismo argentino se podría haber desarrollado de otra manera, que el capitalismo en Argentina es un capitalismo deformado. En realidad, el capitalismo argentino no está deformado, sino que esa es su forma. Es la forma en que la acumulación de capital mundial se desarrolla plenamente en la Argentina. La diferencia principal con nuestros compañeros del PTS consiste en que nosotros consideramos que el agotamiento del capitalismo es consecuencia de su pleno desarrollo y debe dar paso a una nueva forma de organización de la sociedad, basada en la centralización del capital en manos de la clase obrera. Los compañeros por el contrario creen que el capitalismo todavía no se ha desarrollado en plenitud en el país y aun tiene algo para dar. Por eso cuando algún dato les muestra lo contrario, deciden no mirar o tomar los datos sin importarles la fuente o directamente contradecirse abiertamente sin pudor. De ahí que sostengan que todavía existan tareas democráticas y nacionales por realizar. Como si un mayor desarrollo del capitalismo, o un “mejor” desarrollo, sin las trabas que le impone la “dependencia” y el “imperialismo”, tuviera algo que ofrecer a la clase obrera.
Notas
1Anino, P. y Mercatante, E.: “Renta agraria y desarrollo capitalista en Argentina”, en Revista Lucha de Clases, nº 9, Junio de 2009. Dicho trabajo generó un debate que contó con la participación de Rolando Astarita y Juan Iñigo Carrera. Todos los artículos están disponibles en la página del Instituto del Pensamiento Socialista Karl Marx, www.ips.org.ar.
2Cabe recordar el ridículo en el que cayeron los compañeros del PTS al afirmar en base a una nota de Página 12 que en la Argentina había 3 millones de campesinos. Aunque reconocieron su error, esto no los llevo a cambiar su planteo político acerca de las tareas “campesinas” en Argentina.
3Llama la atención como pese a todo lo escrito sobre los límites de la explicación de Milcíades Peña sobre el desarrollo argentino, lo sigan tomando como una lectura sagrada.
4Anino, P. y Mercatante, E.: op. cit. p. 73.
5Ídem. P. 75.
6Ídem.
7Ver los artículos de Damián Bil en El Aromo, nº 43, nº 46, en suplemento OME de este número; y en Crítica, 7/7/09.
8Anino, P. y Mercatante, E.: op. cit. p. 75.
9Ídem. p. 76.
10Ídem. p. 72.
11Ídem. p. 54.
12Diamand, M.: “La estructura productiva desequilibrada argentina y el tipo de cambio”, Desarrollo Económico, 45, abril-junio 1972.