Por Cintia Torres
Grupo de Investigación de la Pequeña Burguesía – CEICS
La participación de los compañeros Franz y Edwin Villea, de la productora boliviana Tercer Mundo, fue promovida con énfasis por los organizadores. Los compañeros tienen una importante trayectoria fílmica, habiendo llegado a ganar en su país el Premio Nacional de Videos
“Amalia Gallardo” al mejor guión, sonido, mejor actor y mejor video por Soplando al viento. Desde esa experiencia plantean un punto importante para el movimiento cineasta revolucionario: “históricamente se ha planteado que Europa y Estados Unidos son los dueños del manejo profesional de los medios audiovisuales en el tema de efectos, de sonido, de cámaras, de secuencia de imágenes. En Latinoamérica hay mucho que crecer en esto. Tampoco es cosa de agarrar una cámara para registrar imágenes y ya está hecho. Hay que trabajar 10, 20, 50 veces para editar un producto de calidad. Masificación no siempre es calidad. […] Pero hay que tener paciencia como en todo aprendizaje.
Puede tardar pero el producto va a ser bueno.
Hacer documentales yo creo que podríamos hacer muchos, pero no se trata de producir por producir.” Su conexión con otros medios gráficos, radiales y televisivos comprometidos con las luchas populares los llevan a señalar aportes para mejorar el FELCO: “Lo que si sería una reflexión para adelante que en este tipo de actividades ligadas con la realidad social hay que vincularse más a los organismos vivos del campo popular: sindicatos, organizaciones barriales, organizaciones juveniles, para darle una presencia más viva. Yo creo que de lo que se trata es de depositar la organización […] en manos de las organizaciones populares. El otro tema, respecto a las secuencias, tal vez en algún momento decían que haría falta mayor debate […] nosotros estábamos planteando es que sea a nivel latinoamericano, por eso el grupo Tercer Mundo […] ha planteado que en la ciudad de El Alto en octubre de 2005, en homenaje a ese extraordinario pueblo que dio su sangre, dio su sacrificio, luchó contra un gobierno oligarca, hacer ahí el Festival de la Clase Obrera y por el Socialismo”.
Los compañeros llegaron para presentar su trabajo sobre la insurrección de masas de octubre de 2003, ¡Fusil, metralla, el pueblo no se calla! El film se concentra en la represión del Ejército contra trabajadores, campesinos y estudiantes en las calles de El Alto y La Paz. Las escenas de violencia callejera, los planos cortos sobre heridas de bala y demás elementos, y los primeros planos de la respuesta popular logran un gran impacto en cualquier receptor. Durante el relato hay citas de portadas y notas de periódicos del país que, al ponerse en relación con las demandas en la calle y la de los medios masivos, introducen en el texto fílmico imágenes que muestran cierta comunión de intereses entre ambos. En términos estéticos, el montaje de las imágenes, si bien pone énfasis en mostrar esa rebelión del movimiento popular, también intenta explicar el contexto de la lucha, el problema que origina, de algún modo, el estallido. Hay un buen
uso de testimonio de actores sociales y del material periodístico sonoro. El mejor ejemplo es el del locutor de radio que narra lo que percibe, logrando una favorable transmisión de sensaciones sobre los hechos. Las imágenes, los planos, los detalles, son cuidados, componiendo una descripción prolija, a diferencia de otros tipos de cortos que dan cuenta de otras insurrecciones populares que suelen despreocuparse de los aspectos técnico-estéticos. En suma, los realizadores se propusieron enfatizar la disparidad de fuerzas sociales enfrentadas, la existencia de una “unidad popular” y la importancia de la intervención de radios, canales de televisión y periódicos en el devenir de los acontecimientos. Estos ejes son producto de una opción consciente de los compañeros, como aclararon en una entrevista hecha por nosotros: “creemos que uno de los factores positivos del documental es que ha intentado mostrar desde la visión popular
(no una visión subordinada al poder) lo que descarnadamente fue la represión y lo que fue la
avanzada popular para, al menos, dar un primer paso victorioso, el derrocamiento de Goni [seudónimo popular del presidente derrocado Sánchez de Losada]”. Como señalamos con respecto a otras producciones que sólo reflejan rebeliones populares, en el afán por denunciar la represión estatal y resaltar la combatividad popular se deja de lado la explicación de los procesos. Eso no significa que no exista una explicación implícita: la victoria (darle ese carácter es ya toda una definición) se debió a la existencia de una amplia unidad “popular”. Se elude un análisis más profundo que explicaría la derrota posterior a la caída de Sánchez de Losada. El documental privilegia la lucha callejera en sí, en
detrimento de referencias a la intervención de organizaciones y dirigentes y a la enorme tradición de la lucha obrera boliviana desde la década del ’50.
Ese autonomismo proyectado en el documental no parece ser consciente, al menos si escuchamos a los realizadores: “Ahí no hay un líder que esté arengando una bandera y dando un discurso. Hay gente a la que sí hay que reconocer, que tuvo su rol en su momento, más allá de que uno tenga discrepancias. La Confederación Obrera Boliviana jugó un rol importante. Tal vez no dirigió el conflicto, pero en su momento fue muy importante. La Federación de Juntas Vecinales, y la Confederación de Campesinos también fue ron importantes. […] Entonces tampoco se puede decir que no hubo lideratos, que no tuvo cabeza. […]Yo no creo en eso de que la gente viene y no interesa no tener cabeza, o sea, yo no creo mucho en una visión anarquista. Siempre existen instancias de dirección y no todas son instancias mezquinas, individualistas. Un pro ceso también tiene que ser dirigido.” Su lectura crítica del octubre boliviano también contradice verbalmente lo que se expone fílmicamente:
“…el paso siguiente fue la derrota. Yo diría que en ese momento estábamos en un empate histórico, con una leve ventaja para la clase dominante, porque aún siguen conservando el poder. Toda la gente de niveles jerárquicos medios e intermedios, que eran del anterior gobierno, sigue en sus cargos, no los han movido. Lo peor de esto ha sido que un partido que se pensaba que podía tener una conducta diferente -como es el MAS de Evo Morales- se ha plegado al gobierno de Meza con apetitos personales y electorales de que ellos pudieran llegar a la presidencia del 2007”.
Aumenta la contradicción entre el filme y la conciencia del realizador cuando le escuchamos decir que “en Latinoamérica la gran ausencia siempre ha sido el instrumento político, la dirección política. De lo que Lenin ha hablado, del partido revolucionario.” Balance político del proceso boliviano que, insistimos, no se desprende del documental aunque esté en la cabeza de los realizadores. Cabría indagar en esta contradicción, pero nos parece que alguna relación debe tener con la cesura que se interpone, aún en la izquierda, entre arte y política.