Las transformaciones organizativas de Montoneros y sus interpretaciones
Sobre Montoneros se sostiene que el abandono de su organización federativa llevó a su burocratización y aislamiento de las masas. Se trata de una lectura autonomista que termina atacando la construcción de una estructura político-partidaria.
Por Julieta Pacheco (Grupo de investigación de la lucha de clases en los ‘70-CEICS)
El ascenso de la lucha de clases en la Argentina, en 2001, abrió el camino al resurgimiento de posiciones autonomistas, que proponían construir “nuevos movimientos” de tipo “horizontal” donde manden las bases. De esta manera, la tarea del momento sería construir un “socialismo desde abajo”, siendo innecesaria una dirección política, ya que las bases podrían “auto organizarse” y, en función de su experiencia, resolver todos los problemas que se presenten hasta lograr el “cambio social”. Esta posición apunta a cuestionar la “tradicional” estructura de partido, en particular la marxista-leninista, ya que no podría responder a las necesidades actuales de las masas.
Estas interpretaciones están presentes en la historiografía de los ‘70, en una línea que cuestiona fuertemente dos aspectos: el partido marxista-leninista y el concepto de vanguardia. Particularmente en Montoneros, domina una visión crítica frente a su Conducción Nacional (CN) a partir de sus decisiones. Por un lado, se objeta el pasaje de la estructura federativa a la centralizada en el marco de la apertura democrática en 1973. Por el otro, se impugna la centralización, hacia 1975, de la dirección en la CN que culminaría hacia 1977 con la formación del Partido Montonero y la supresión de la identidad peronista por el “montonerismo” –aunque no se explica cuál sería el contenido de esta orientación que lo diferenciaría del peronismo-. La primera de estas ideas es desarrollada por Carlos Flaskamp y Guillermo Caviasca, mientras que la segunda se encuentra presente en la revista Lucha Armada, particularmente en los planteos de Ernesto Salas y la revista Sudestada.1 Más allá de las fechas que tomen como hito, todos coinciden en que la adopción de una estructura partidaria por Montoneros llevaría a una concepción de vanguardia que la desconectaría de sus bases y la aislaría de las masas. Según este razonamiento, la “identidad” que adopten las masas en cualquier momento histórico, en este caso el peronismo, es revolucionaria. Lo que dictan las masas es lo correcto y es tarea de las organizaciones políticas vincularse a ellas a partir de esa identificación. Un partido, a diferencia de los “movimientos sociales”, necesariamente se distanciaría de las masas porque reproduciría relaciones de dominación al imponer la voluntad de una dirección por sobre su militancia y los sectores sociales en los que tiene inserción.
En función de esta lectura, el cambio de estructura de Montoneros habría implicado la imposición de una CN sobre una masa militante honesta. Este argumento intenta pasar por progresista, y pretende oponerse a la idea, arraigada a partir de la “Teoría de los Dos Demonios”, que sostiene un enfrentamiento de aparatos donde los militantes de base fueron “perejiles”. Sin embargo, la lógica de su razonamiento subestima a esas mismas bases que pretende rescatar: si su dirección tomaba un rumbo equivocado y cerraba toda posibilidad de dialogo, ¿por qué no rompían con ella? A esta historiografía no se le ocurre pensar que en realidad las bases tenían una caracterización diferente de lo que ocurría y acompañaban conscientemente las decisiones de sus referentes.
En el fondo, esta insinuación de una desconexión entre la dirección y la base habilita una fuerte crítica a la construcción de una organización política de tipo marxista-leninista, es decir, estructurada a partir del centralismo democrático, algo que, nuevamente, emparenta estas posiciones con los “aparatos” de los “dos demonios”. Desde su perspectiva esto es sinónimo de burocratización, mientras tomar mate con los vecinos del barrio, es una actividad de construcción política más valiosa.2 Lo que realicen las bases es siempre correcto, todo lo que no surge de ella, es burocrático y vanguardista. En suma, una revalorización de la política autonomista. Salas, retomando a Rubén Dri, lo dice abiertamente: “de acuerdo a lo que venimos reflexionando, el partido tradicional de izquierda no nos sirve. Reproduce las relaciones de dominación. Se necesita un nuevo tipo de partido que sea una verdadera articulación del poder popular gestado en la base.”3
En diversas notas hemos señalado el carácter reformista del programa montonero, que siempre estuvo lejos de los planteos marxistas.4 En esta ocasión, buscamos mostrar cómo la transformación organizativa de Montoneros en 1973, lejos de aislarlo de las masas y desconectarlo de sus bases, le permitió profundizar su crecimiento y potenciar su campo de acción, sin que por ello se radicalizara su programa.
¿Del foco a la infección?
Los dos primeros años de la vida política de Montoneros son reconocidos por la organización misma5 y por la historiografía, como el pasaje del “foco” a la Organización Político Militar. Lo que está presente en esta utilización del concepto de “foquismo” es la alusión a una estructura de pocos miembros, exclusivamente militar y clandestina, que pretende crecer a partir de sus acciones militares. Esta concepción organizativa derivaba del análisis político del período, Montoneros consideraba que el avance de la crisis política presentaba el momento del enfrentamiento militar. De ahí, la necesidad de construir estructuras que permitieran desarrollar este aspecto. En este punto, no se propondrían acciones armadas orientadas al impulso de la consciencia, que ya estaría desarrollada, dado que las masas adscribían mayoritariamente al peronismo, sino una tarea de dirección para potenciar esas cualidades revolucionarias.
Sin embargo, esta imagen “foquista” es falsa, pues la organización no se dedicó exclusivamente al accionar armado. Por el contario, articuló el despliegue de dos estrategias: la militar y la político-sindical de masas. Los militantes montoneros, a pesar de las afirmaciones en sus documentos, mantuvieron vínculos con las bases y sus contactos sindicales. Esto fue lo que les permitió sortear la represión posterior a la acción del secuestro de Aramburu y la toma de la ciudad de La Calera, reorganizarse nuevamente y establecerse. Además, la adhesión a los programas peronistas de La Falda y Huerta Grande así como el encolumnarse bajo la consigna “Perón Vuelve”, permitió generar una identificación en la mayoría de la clase obrera desde un vínculo político-programático.
La estructura interna, además, desmiente la idea de una organización “foquista”. Montoneros contaba con tres niveles organizativos: las Unidades Básicas de Combate (UBC), las denominadas “organizaciones de base” que trabajaban en los diferentes frentes realizando un trabajo político y las Unidades Básicas Revolucionarias (UBR), que se ubicaban en un nivel intermedio conectando a las otras dos. Mientras que en las conducciones regionales UBC militaban oficiales, en las UBR lo hacían los aspirantes, y en las agrupaciones, militantes de base.6 A nivel de dirección, para fines de 1971 Montoneros constituyó el Consejo Nacional integrado por uno o dos responsables de cada una de sus ocho regionales, lo que significaba una conducción con un funcionamiento federativo.
En suma, en un período caracterizado como “foquista”, la organización tuvo que construir organismos que vincularan a los combatientes con las bases. Esto nos muestra que la organización no era necia y estaba en contacto con las masas.
El huevo de la serpiente
La estrategia de apertura democrática, esbozada en 1972 por la burguesía, empujó a Montoneros a volcarse de lleno a las elecciones y a la apertura y crecimiento de los frentes de masas. El 9 de julio de 1972, se constituyó la Juventud Peronista-Regionales, una inmensa estructura destinada a encuadrar todo el trabajo de masas que se había desarrollado hasta el momento y que comenzaba a desbordar a la organización. Luego de muchos problemas, derivados del recrudecimiento de la represión que avanzó sobre los primeros dirigentes de la organización, a fines de 1972 se conformó la CN integrada por cinco miembros: Mario Firmenich, Roberto Perdía, Raúl Yaguer, Carlos Hobert y Horacio Mendizábal. Allí se decidiría la ejecución de la política que se discutía en las reuniones de Consejo Nacional. A su vez, todos los cuadros debían asumir una dirección integral, esto es desarrollar tanto tareas políticas como militares, a la vez.
El avance de la campaña “Luche y vuelve” hizo evidente el poder organizativo y de convocatoria de Montoneros. Esta fortaleza se manifestó en el poder de atracción que ejerció (incorporó a Descamisados y a las Fuerzas Armadas Revolucionarias), y en la necesidad de formar una conducción centralizada, que transformó las relaciones de coordinación en relaciones de conducción. Es decir, se abandonó la estructura federativa. Este el momento, según los autores señalados, en que comienza a incubarse el huevo de la serpiente. Según Flaskamp y Caviasca, el proceso de centralización iniciaría la burocratización de Montoneros, mientras que para Salas se acentuaría una creciente postura de Montoneros como “vanguardia” que llevaría a intentar imponer en las masas su línea -el “montonerismo”-, tendencia que se desarrollaría completamente en 1977.
En este período, el abandono de la clandestinidad, producto de la reapertura democrática, le permitió a Montoneros modificar su estructura: centralizar la dirección, avanzar en la construcción de los frentes de masas, asegurar el asentamiento geográfico de las estructuras, preparar a éstas para que respondiesen a una eventual contraofensiva del enemigo (comandos de autodefensa y milicias) y contemplar estructuras aptas para los sectores militares del ejército que se mantengan en el campo de las fuerzas populares. Es decir, la formación de estructuras militares y de masas y, el mantenimiento de un mando unificado de carácter político-militar en todas las conducciones de la organización, desde el nivel superior hasta la estructura de columna. Esta reestructuración ampliaría el espacio político, con la creación de organizaciones capaces de movilizar y conducir a las masas y conseguir un mayor desarrollo y control sobre las estructuras del movimiento peronista.
Dentro de esta directiva general, se desarrollaron los diferentes frentes. En primer lugar, el político de asentamiento territorial, que incluía al Partido Justicialista, la Rama Femenina (Agrupación Evita), la Juventud Peronista y la estructura de villas (Movimiento de Villeros Peronistas –MVP-). En segundo lugar, el frente político asentado sobre las estructuras de producción, que incluía el sindical (Juventud Trabajadora Peronista –JTP-) y el campesino. En tercero, el político estudiantil, donde se encontraban la Rama Secundarios (Unión de Estudiantes Secundarios –UES-) y la Rama Universitaria (Juventud Universitaria Peronista –JUP-). Estos frentes debían ser de carácter nacional, coherentes y unificados. También se fundó el Movimiento de Inquilinos Peronista (MIP) y el Movimiento de Lisiados Peronistas (MLP).
Esta tendencia a la centralización y el despliegue de frentes de masas, fue acompañada con un avance en la homogeneización en el interior de la organización, planteando la necesidad de que los cuadros asumieran su ideología, que sería la de la clase obrera, la disciplina interna y “la adhesión a su proyecto ideológico que supone la socialización de la vida de los cuadros, es decir la subordinación de sus intereses individuales a los intereses del conjunto.” Asimismo, se planteaba la “formación integral de los cuadros”, que suponía la “instrucción teórica organizativa para la construcción del partido y el ejército, con sus pasos intermedios, la guerrilla y las milicias.”7
Este proceso trajo problemas en la organización, provocando disidencias y rupturas. La más emblemática fue la Columna Sabino Navarro, en Córdoba. A mediados de 1973, rompió haciendo suyo el famoso Documento Verde. Esta Columna es presentada por la visión que criticamos, como una “ruptura por izquierda”, a partir del cuestionamiento a la CN y sus planteos cercanos a la denominada “alternativa independiente” de las Fuerzas Armadas Peronistas (FAP) y su “Peronismo de base”. De esta manera, este proceso de centralización que habría comenzado en este período para luego profundizarse, es señalado por la historiografía como un proceso de burocratización y de ausencia de espacios democráticos que permitieran el debate interno.
Sin embargo, como venimos desarrollando, Montoneros realizaba un movimiento que le permitió impulsar su crecimiento de masas, fortalecer la calidad de sus militantes, homogeneizarse y dotarse de una estructura acorde a su desarrollo, a la vez que lo potenciaba. Este proceso además, permitió avanzar en la clarificación de su línea política y pasar a la depuración de quienes no la compartían y, por ende, complotaban contra el crecimiento de la organización. De aquí el proceso de rupturas. En este aspecto es importante señalar que los grupos que se fueron de Montoneros no lograron golpear a la organización, que siguió creciendo, ni tampoco competir con ella, ya que continuó nucleando a las fracciones de izquierda del peronismo. Es así que se produjo la fusión con FAR, lo cual no es un dato menor: llama la atención que un agrupamiento formado por militantes que provenían de una larga tradición política, con una importante formación militante, decida sumarse a una organización que se estaría “burocratizando” y “aislando de las masas”.
Soldados de Perón
Para el autonomismo peronista, la culminación de la “burocratización” estaría dada por una “militarización” de la organización, que comenzaría en septiembre de 1974 con el pasaje a la clandestinidad. En este período la organización emprendió una serie de modificaciones estructurales basadas en la caracterización del avance del sector de derecha del movimiento peronista, su cooptación de las estructuras partidarias y el recrudecimiento de represión legal e ilegal por parte del Estado. La creación de un “Ejército Montonero” con grados y jerarquías, una férrea reglamentación de la vida interna y la realización de acciones armadas de envergadura (el secuestro de los hermanos Born y el fallido intento de copamiento del Regimiento de Infantería de Monte 29 de Formosa) son los argumentos a partir de los cuales se sostiene la “militarización”. A esto se suma un cambio organizativo tendiente al “achatamiento de la pirámide organizativa”, la “homogeneización y depuración” y la eliminación de niveles intermedios entre Conducción y agrupaciones. En este punto cabe señalar que la actividad militar necesariamente tiene cuotas limitadas de “democracia”, puesto que requiere normas específicas de compartimentación y clandestinidad como mecanismo de seguridad para preservar a la organización y sus miembros.
Sin embargo, la “militarización” era concebida por Montoneros como respuesta a las necesidades de la etapa, a fin de reencauzar el proceso iniciado el 11 de marzo de 1973. Es decir, no era una estrategia para la toma del poder, sino una respuesta táctica defensiva frente a una coyuntura de avance represivo. No se abandonó la estrategia electoral ni la inserción en las masas, motivo por el cual se dispuso la construcción del Movimiento Peronista Auténtico, junto al Partido Peronista Auténtico y su correspondiente estructura sindical. Todo ello con el objetivo de reunir a los “leales” al programa de marzo del ‘73, frente a los “traidores” de Isabel y López Rega. Asimismo, esta táctica estaba basada en la concepción de un “ejército popular” donde se llevaban adelante acciones con participación de masas, como las miliciadas, y se realizaban actividades de lo que denominaban “propaganda armada” y que tenían el objetivo de formar al pueblo en la actividad militar.
En el mismo sentido, no se abandonó la militancia en los frentes de superficie, en particular el sindical. Basta recordar que Montoneros fue una de las organizaciones que más peso tuvo en las Coordinadoras Interfabriles de junio y julio de 1975. Estamos, entonces, frente a un panorama más complejo que el de una simple “militarización” y burocratización. El refuerzo de la centralización de la organización buscaba salvaguardarla del avance represivo, era el resultado de una lectura de la coyuntura política, y la tan mentada “militarización” resulta una caracterización excesiva, cuando se revela el contacto estrecho que se mantuvo con las masas desde los frentes.
La política y la estrategia
La perspectiva de apertura democrática obligó a Montoneros a readecuar su estructura a fin de potenciar su desarrollo y avanzar en su objetivo político: la liberación nacional. Para ello constituyó una dirección centralizada, cuerpos intermedios entre ella y la base de la organización, formó y homogeneizó a sus militantes para constituir cuadros políticos y lanzó una estructura de frentes de masas para estrechar lazos con la clase obrera. El avance represivo en el ’74 hizo necesario un refuerzo de la centralización para preservar a la organización y a sus cuerpos, a la par que se reforzó la actividad militar como una herramienta para presionar en pos de un llamado a elecciones y el cese de la represión. Ello, sin embargo, no significó un aislamiento, los frentes continuaron desarrollándose, en particular, el sindical.
Para los amantes de la horizontalidad y la desorganización, el desarrollo de una estructura y una dirección centralizada significó un craso error, puesto que traduciría la imposición de un puñado de miembros sobre el conjunto de las bases. De este modo, habría opacado lo que constituiría su verdadero acierto: identificarse con el peronismo, la identidad con la que se referenciaban las masas en ese momento. Sin embargo, correctamente mirado el problema, el diagnóstico es el inverso. Montoneros avanzó en la construcción de una estructura partidaria, que le permitió disponer de más y mejores cuadros y de una significativa inserción de masas. Una estructura coherente con sus objetivos políticos. Claro está que lo hizo impulsando un programa de conciliación de clases que invitaba a los trabajadores a mantener ilusiones en la burguesía nacional y en su principal adalid, Perón, del cual nunca se distanció en lo programático. Que el autonomismo peronista se niegue a hacer foco en esto muestra que su preocupación pasa más por cuestionar la estructura de partido (y con ello hacer un ataque por elevación a la izquierda hoy) que por realizar un correcto balance de las limitaciones de Montoneros y su cuota de responsabilidad en la derrota de los ‘70.
Notas
1 Flaskamp, Carlos: Organizaciones político-militares. Testimonio de la lucha armada en la Argentina (1968-1976), Nuevos Tiempos, Buenos Aires, 2002. Caviasca, Guillermo: Dos caminos. ERP-Montoneros en los setenta, Ediciones del CCC, Buenos Aires, 2006. Salas, Ernesto: “El errático rumbo de la vanguardia montonera”, en Revista Lucha Armada, n° 8, 2007 y “No tuvieron la capacidad de escuchar a Walsh”, en Sudestada, n° 122, septiembre de 2013, consultada en http://goo.gl/AOrpbL. La revista Sudestada toma propios los cuestionamientos de Rodolfo Walsh a la CN, encontrando allí una posición más “realista”, vinculada a las necesidades de las bases. Hecho que la CN no habría podido ver por su burocratización y aislamiento. (Montero, Hugo y Portela, Ignacio: “Los papeles de Walsh: crítica a la Conducción montonera”, en Sudestada n° 65, diciembre de 2007).
2 Salas, Ernesto: “No tuvieron….”, op. cit.
3 Salas, Ernesto: El errático, op. cit., p. 10.
4 Pacheco, Julieta: “Donde dije, digo… ¿Tenía Montoneros un programa revolucionario?”, en El Aromo, nº 61, julio-agosto de 2011.
5 Para el análisis de la estructura montonera nos valemos del Manual de Instrucción Montonero elaborado de manera definitiva en abril de 1976. En este documento fue abordado este problema de manera central.
6 Perdía, Roberto: La otra historia. Testimonio de un jefe montonero, Grupo Ágora, Buenos Aires, 1997, p. 118.
7 Montoneros y FAP: “Documentos estratégicos Montoneros. Boletín interno n° 1”, 1° quincena de mayo de 1973.