Fabián Harari
Razón y Revolución
¿Por qué el Partido Obrero, como integrante del FIT, acompaña al kirchnerismo y lo construye? Algunas explicaciones se relacionan con su histórica incapacidad de delimitarse del peronismo. Otras, de su oportunismo. Puede pensarse que, consecuentemente opositor al kirchnerismo, realizó un viraje cuando este dejó el poder. Para averiguar eso, tendríamos que examinar cuáles fueron sus posiciones sobre el kirchnerismo mientras este gobernó. A continuación, un análisis de sus posiciones a lo largo de los años.
Ante todo, una aclaración necesaria: el PO no tuvo una caracterización única del kirchnerismo, sino que fue oscilando en sus posiciones. Por eso, a pesar de que puede resultar algo tedioso, cuando citemos, vamos a aclarar el año de la cita. Es necesario, para consignar esos cambios de posición.
La nación (peronista)
Empecemos, entonces por las cuestiones programáticas en juego. De acuerdo al PO, la crisis ponía de manifiesto las tareas históricas, ¿cuáles eran? Jorge Altamira escribía en 2004:
“La independencia nacional es central a la presente crisis política y solamente podrá ser resuelta por el desplazamiento de los gobiernos capitalistas por un gobierno de trabajadores. […] La lucha por la independencia nacional no suma, sino que opone a los trabajadores contra la burguesía nacional”1
Es decir, ante la crisis, la perspectiva no es el socialismo, sino las tareas nacionales. Claro que, según el Programa de Transición, eso solo podría ser resuelto por la clase obrera. Entonces, el proletariado debe tomar el poder para suplantar a la burguesía nacional y llevar adelante sus tareas. No obstante, debe aclararse que la función del partido debería ser desarrollar una conciencia nacional, no socialista. Además, la necesidad de llevar adelante tareas nacionales (es decir, burguesas) requiere una alianza con alguna fracción del capital nacional. Que la clase obrera sea la que dirija el movimiento, es otra discusión. Pero eso no quiere decir que no haya que buscar algún mecanismo de conciliación, toda vez que el gobierno de trabajadores debe llevar adelante tareas que implican el desarrollo del capital (no otra cosa es la revolución burguesa). Tal como lo reitera Altamira (todavía en 2004): “Un Estado nacional tiene que tener una burguesía nacional”. Por lo tanto, la construcción del primero implica alguna alianza con las segunda.
En la mayoría de los casos nacionales, la ejecución de las tareas nacionales implicó un avance para el conjunto de la sociedad: la liberación de relaciones precapitalistas, el desarrollo de las fuerzas productivas, la unificación económica de territorios enteros, la abolición de las opresiones ligadas al privilegio de clase, entre otras medidas. Por eso, allí donde esas tareas no habían sido hechas, era deber de todo revolucionario impulsarlas.
No obstante, Altamira, ese mismo 2004, advierte sobre lo contrario: “Cuando uno examina este programa [el kirchnerista], ve la profundidad del saqueo a la población trabajadora que implica la reconstrucción de la burguesía nacional”. En principio, la reconstrucción de la burguesía nacional, sea cual fuere el proceso, es una requisito indispensable para cualquier tarea nacional. No otra cosa fue lo que impulsó la revolución bolchevique al implementar la NEP. Por eso, es importante dilucidar esta frase.
La primera pregunta que debería realizarse es: ¿a qué se refiere con “saqueo”? Si se trata de la extracción de plusvalía, sí, es evidente: el desarrollo de relaciones capitalistas implica el de la explotación del proletariado. Eso no obsta para que este apoye las transformaciones sociales propias de la revolución burguesa, contra los vestigios de explotación precapitalista. Incluso, cuando esto implicase la pauperización de masas de población entera, como en Inglaterra entre los siglos XVIII y XIX.
Ahora bien, si se refiere a un retroceso de la clase obrera, entonces, o las tareas nacionales representan un camino reaccionario (y entonces hay que abandonar su reivindicación) o es la clase obrera la que se constituye en un obstáculo al progreso histórico y, evidentemente, ya no puede ser un sujeto de la transformación. En su lugar, habría que apelar a lo más progresivo de la burguesía. El PO, claramente, no tomó la primera opción, pero tampoco sacó las consecuencias necesarias de la segunda.
Menos elaborado, algo más burdo, pero no por ello menos representativo, es lo que escribió sobre ello Gabriel Solano:
“El nacionalismo ha sido un instrumento de la superexplotación de la fuerza de trabajo, de mayor entrega nacional, de extranjerización de la industria y el agro, y de primarización de la economía.”2
Es extraño, porque más de una vez el PO se mostró como el más nacionalista de los partidos. Entonces, este párrafo, aunque redactado con poco cuidado, encierra el conjunto de problemas y contradicciones programáticas del PO en torno a las tareas principales. En una misma oración, se acusa al nacionalismo de servir a intereses extranjeros, de traer capitales internacionales a la industria, sobreexplotar la mano de obra pero, a la vez, de “desindustrializar” el país.
El nacionalismo es el programa de la construcción nacional. Es decir, del desarrollo capitalista en la región, sobre la base de la burguesía local y, por lo tanto, se enfrenta a los capitales externos. Como programa es eso. De hecho, la promoción de la sobreexplotación de la mano de obra local es parte de la competencia contra los capitales externos y un intento de llevar adelante el desarrollo industrial. Diferente es si Solano está indicando no al nacionalismo, sino a los partidos burgueses que deberían representar ese programa. En ese caso, los estaría acusando de “traición” y sería el PO quien debería toma esas banderas. Un tercer caso es que considere que el nacionalismo, como programa, es inviable en la Argentina y, por lo tanto, eso que se llama “nacionalismo” es, en realidad, su contrario. No por “traición”, sino porque el contenido de ese movimiento no guarda relación con el programa. Pero, como no aclara los términos, todo queda en la nada. Claro que Solano aclara que se trata del “nacionalismo burgués”. Con lo cual, habría un “nacionalismo obrero”. Un disparate que no podemos discutir aquí, pero referimos a nuestro trabajo sobre el tema.
Así como no puede definir a qué se refiere con “nacionalismo”, tampoco puede definir qué es la “entrega”. El primero expresa los intereses de la burguesía local en los términos que se enfrentan los capitales: el reparto de plusvalía (o renta, según el caso). Solano habla de “entrega”, pero no define qué es lo que el nacionalismo estaría entregando. En definitiva, no sabemos a qué se refiere ni qué es lo que se entrega. Sí podemos concluir que Solano no puede definir los términos y desconoce qué es el nacionalismo y cuáles son las formas de disputa entre capitales.
Este eclecticismo es la consecuencia de dos tendencias. La primera, caracterizar al kirchnerismo como un gobierno “nacionalista”, que pretende “reconstruir la burguesía nacional”. La segunda, a resaltar el carácter reaccionario del gobierno y, por lo tanto (según el Programa de Transición) contrario al nacionalismo necesario en los países “semicoloniales”.
Dije, digo, no sé…
En primer lugar, Altamira, en septiembre de 2004, explicaba que el gobierno de Néstor Kirchner expresa una tendencia nacionalista “burguesa” (es claro que, para el PO, hay un “nacionalismo obrero”) que enfrenta al imperialismo:
“Kirchner tiene un planteamiento estratégico junto con Lavagna de reconstruir la burguesía nacional. Un Estado nacional tiene que tener una burguesía nacional. Para reconstruir la burguesía nacional lo ha puesto a Prat Gay como presidente del Banco Central, que oponiéndose al FMI y a muchos bancos extranjeros aplicó un programa de reconstrucción de la burguesía nacional.”3
Pero un mes antes, había dicho lo siguiente:
“Bajo la verborragia nacionalista se esconde la restauración del orden que llevó al pueblo a la sublevación; por eso es apoyado por el gran capital y el Tesoro norteamericano”4
¿Representa entonces el kirchnerismo al programa nacionalista, según el PO? Un misterio guardado bajo siete llaves. Su dirección no lo sabe o lo sabe y decide mantenerlo en secreto. En todo caso, no parece preocuparse demasiado por lo que escribe.
Vayamos al problema del bonapartismo, un asunto que no se inscribe estrictamente en la discusión programática, sino en la cuestión del régimen político y, por lo tanto, en la relaciones de fuerza entre las clases. Al comienzo del gobierno kirchnerista, el PO evitó el término “bonapartismo” y se refirió vagamente como un intento de recomponer la autoridad política (“restauracionista”) y, como vimos “reconstruir la burguesía nacional”. Sí habló de gobierno “gatopardista” y de “arbitraje”:
“Kirchner se ve obligado a gobernar con un método de choques cotidianos con sus adversarios reales o supuestos, porque está obligado a ratificar todos los días su condición de árbitro político. Sin una base organizada, está obligado a atacar a derecha e izquierda sin desenvolver ninguna tendencia autónoma hasta el final, porque hay un marco de contradicciones explosivas y la burguesía nacional exige que no se desarrolle ninguna”.5
Como en otras oportunidades, no sabemos tampoco a qué se refiere con “tendencias autónomas”, aunque su descripción, sin nombrarlo, remite al bonapartismo.
No obstante, años más tarde, en 2010, se realizaría un balance distinto sobre aquellos primeros años:
“Néstor Kirchner, por su lado, intentó varias formas de método de gobierno, desde un bipartidismo centroizquierda-centroderecha (que minimizaba al PJ, poblado de ‘centroderechistas’), un intento luego de ponerlo en el centro, hasta el aislamiento final después de la 125 y la derrota electoral de 2009.”6
Es decir, se intentó volver a un régimen de plena hegemonía. No obstante, en el mismo artículo, se aclara una tentativa bonapartista:
“La tentativa bonapartista del gobierno, desde 2003, ignorando a la oposición parlamentaria, buscó un apoyo en el movimiento obrero regimentado por la nueva dirección de la CGT encabezada por Moyano y los sindicatos del transporte. Ahora que el gobierno ha quedado en minoría y también enfrenta la rebelión de la Corte Suprema de Justicia, también queda al desnudo la precariedad de ese punto de apoyo en el movimiento obrero. En definitiva, estamos ante la disolución de una tendencia que nunca llegó a adquirir una real fisonomía bonapartista.”7
Es decir, no hubo régimen “de arbitraje”, tal como se propuso en 2004, sino solo una tentativa. Ahora bien, si no hubo bonapartismo, ni hubo régimen bipartidista, ¿qué es lo que hubo? ¿Cuáles fueron las características de ese régimen? La política no soporta el vacío, aunque sí lo hagan las definiciones del PO.
Es para el período que sigue a la rebelión de la burguesía agraria 2008 y las elecciones de 2009 que el PO desarrolla una caracterización más clara (aunque no por eso más adecuada): bonapartismo tardío. Se trata de un régimen que nace a partir de la crisis de 2008 y se consagra en las elecciones del 2009. Sin la capacidad de gobernar con el parlamento y con la Justicia, con parte de la burguesía en contra, decide impulsar un régimen de arbitraje, pero ya tardío, sin “caja”, con base estrecha (la burocracia sindical) y sin la capacidad de elevarse por encima de las clases. Es decir, aparece “tardíamente”, en el declive del mandato y sin los recursos necesarios para sostenerse.8
El bonapartismo no se define por los recursos (si no hay renta, no hay bonapartismo), ni por el momento del mandato, sino por la relación de paridad entre las clases. Normalmente, aunque no siempre, aparece ligado a un proceso insurreccional que suele precederlo. Ahora bien, si no tiene capacidad de arbitraje (como lo expresan), entonces ese régimen no puede sostenerse. Pero el kirchnerismo se sostuvo siete años más, luego de que se anunciara si “incapacidad” para arbitrar. Eso es porque no se pudo identificar a las fracciones burguesas que sí apoyaron al gobierno durante la crisis del campo y, por lo menos, hasta el 2013 (burguesía industrial, pequeño y mediano capital) e, incluso, varios elementos de la clase obrera ocupada (CGT oficialista) y parte de la sobrepoblación relativa. El año que inicia la debacle debe datarse en 2013, cuando las elecciones muestran una ruptura de la clase obrera ocupada (Moyano), la mayoría de la burguesía y parte de la sobrepoblación relativa (saqueos, tomas) y sus direcciones (rebelión de intendentes del conurbano, alejamiento de Barrios de Pie). Otra vez, si para el período 2003-2008 teníamos un panorama en blanco, aquí nos entramos con un contenido confuso y con poco apego a los hechos.
Con respecto a la represión, hay que empezar por señalar que el PO ha denunciado cada represión regular e irregular que tuvo noticia y responsabilizando al Estado como dirección de la misma.9 De eso no hay dudas. A la hora de caracterizar la tarea del gobierno, apenas asumió, se dejó en claro que el gobierno “se encuentra empeñado en demoler el trabajo político y social del movimiento piquetero”.
No obstante, a la hora de elevarse por sobre el empirismo y trazar una definición abarcadora, nos encontramos con ciertas dificultades. En primer lugar, Pitrola enfatiza el lugar de la cooptación por sobre la represión física:
“[El kirchnerismo] vino a reconstituir una autoridad en función de estos intereses estratégicos y lo ha hecho con los métodos de lo que ellos llaman un ‘gobierno nacional y popular’. No lo hizo igual que los gobiernos anteriores; lo ha hecho con un eje que ha sido la cooptación política: cooptación de Madres, cooptación de Abuelas, cooptación de piqueteros, cooptación de izquierdas, cooptación de sindicalistas, cooptación de centrales obreras, cooptación de fracciones políticas opositoras del sistema, de éste y del otro, de otros partidos”.10 (p. 61-62)
Junto con este énfasis en el consenso por sobre la represión, aparece la denuncia de la “judicialización” de la protesta. Es decir, el uso de la Justicia para combatir la acción directa de la clase obrera. Según el PO, esto sería desnaturalizar las instituciones. Tal como lo manifiesta Néstor Pitrola: “Reprimir la protesta social con el Código Penal en la mano es una criminalización en estado puro, porque el Código Penal, en mi opinión, no está hecho con ese objeto”.11 Con este criterio, el PO abandona la caracterización clasista del Derecho burgués para pasar a un reclamo liberal. Se desconoce que el Código Penal no solo tiene ese objeto, sino que es su objeto principal.12 Resguardar la propiedad privada, combatir cualquier tendencia revolucionaria tipificada como “criminal”, no para otro fin se elaboró esta legislación.
Desarmados
¿Qué queda, en definitiva, en todo ese recorrido del PO en el nacionalismo, el bonapartismo y la represión? Una serie de vacilaciones. El nacionalismo es algo reivindicable (el obrero), pero no cuando lo construyen otros (el burgués). El régimen político puede ser cualquier cosa hasta 2008 y luego es un bonapartismo que no llega a arbitrar, pero que no se sabe bien por qué, se mantiene. Y la Justicia reprime a los trabajadores, aunque no debiera, porque el Código Penal no parece tener un contenido clasista.
Esas vacilaciones, esa incapacidad para elaborar una caracterización tiene como trasfondo la propia cercanía del PO al kirchnerismo. No puede criticar enteramente su programa, pero no puede avalar lo que se desarrolla. La consecuencia es la desorientación, el balbuceo teórico y el empirismo sistemático, que requiere el uso del lenguaje y los métodos propios de la agitación. Incluso, en los espacios en que se requiere de la indispensable precisión y solidez de la actividad teórica. Sin teoría no hay claridad. Sin claridad, no hay acción eficaz. Su incapacidad de delimitación clara del gobierno tuvo consecuencias penosas. No es extraño que ese partido haya retrocedido tanto en los primeros años del kirchnerismo y que no haya podido capitalizar su crisis. Tampoco, que en la actualidad termine aceptando su dirección.
Notas
1Altamira, Jorge: Problemas políticos del 2004, Publicación del Partido Obrero, Buenos Aires, 2004, p. 13.
2Solano, Gabriel: “Congreso del movimiento obrero y la izquierda”, en En Defensa del Marxismo, n° 42, septiembre de 2014, p. 8.
3Altamira, Jorge: Problemas…op. cit., p. 106.
4Idem, p. 44.
5Idem, pp. 13-14.
6Ibidem.
7Redacción: “La etapa final de los Kirchner”, en En Defensa del Marxismo, abril de 2010, n° 37, p. 10.
8“Lo caracterizamos como un “bonapartismo tardío”, porque, por un lado, llegaba como tal en una etapa de desenlace de la crisis económica y, por el otro, tenía una base estrecha, revelada en el fracaso electoral en numerosas provincias importantes y en las rupturas con sectores relevantes de la burocracia sindical”, en Altamira, Jorge: Los desafíos de una transición histórica, Buenos Aires, 2014, p.20.
“Este bonapartismo es “tardío” porque nace al final del ciclo del kirchnerismo y del ciclo económico internacional que llevó el precio de la soja y los beneficios sojeros por las nubes. Los K perdieron en 2009 en el momento más fuerte del impacto de la crisis mundial en Argentina. Es también “tardío” porque la capacidad de arbitraje político en las condiciones de la bancarrota capitalista mundial es muy estrecha”, Altamira, Jorge: “’Bonapartismo con faldas’”, en Prensa Obrera, n° 1196, 29-09-2011.
9“Las patotas o las fuerzas represivas estuvieron siempre a la orden del día a la hora de atacar a la clase obrera que lucha contra la burocracia o la cooptación oficial”, en Redacción: op. cit., p. 15.
10Néstor Pitrola: “Un régimen que agrava la criminalización de la protesta social”, en Zaffaroni, Eugenio y Pitrola, Néstor: La criminalización de la protesta social. El debate Zaffaroni-Pitrola, Ediciones Rumbos, Buenos Aires, 2008, pp. 61-62.
11Idem, p. 48.
12Véase, entre tanta bibliografía clásica, por ejemplo, Marx, Karl: El dieciocho brumario de Luis Bonaparte, NEED, Buenos Aires, 1998.
Coincido plenamente. Y todos esos errores a la hora de interpretar la realidad nacional llevan a la incapacidad de reconocer que el enemigo real es lisa y llanamente el capital y la burguesia. En su lugar, según el dia el enemigo puede ser : el neoliberalismo, la oligarquia pampeana, el imperialismo, el capital financiero, la derecha, etc etc.