¿A favor o en contra del «campo»?

en El Aromo n° 43

Javier González Fraga

Creo que el campo es la cabeza del iceberg de un agotamiento de la política que viene de hace un par de años y que hoy está en profunda discusión. En el 2002, Argentina implementó una política que yo llamaría virtuosa en lo macroeconómico: sobre la base de crear un superávit fiscal, se crearon las condiciones para que sea más rentable producir que especular. Lo contrario de los anteriores 40 años: alto superávit fiscal, con una tasa de interés baja y un tipo de cambio devaluado. En ese contexto, es más rentable producir que comprar bonos. Eso creó las condiciones para un crecimiento récord en los siguientes 6 años. Pero eso queda incompleto: hubo un déficit en lo microeconómico. Hubo un contexto macroeconómico adecuado, pero no se bajó línea a una política concreta. No hubo una política de infraestructura, por lo tanto fuimos agotando el excedente. Y con una infraestructura que se había heredado, empezamos a tener incertidumbres energéticas y esto empezó a desalentar las inversiones de las grandes industrias. No hubo tampoco una política pyme, más allá de la que llamamos de “desborde”. No hubo tampoco una política clara para la agroindustria. Sobre todo no hubo una política contra la pobreza. Me sorprende que el plan jefes y jefas siga siendo de 150 pesos desde marzo de 2002, que la magnitud de los subsidios que están yendo al 30% más rico del país supera varias veces lo que costaría duplicar los ingresos de las familias beneficiadas. Esta es la política que comienza a ser evidente en 2006, cuando comienza el deterioro económico, porque empezó la inflación y subió la tasa de interés y se apreció el seguro de cambio. Claramente el superávit fiscal bajó a la mitad y ya no alcanza para hacer frente a los vencimientos de interés. Apenas alcanza para un año, el que viene no, el siguiente tenemos 12 mil millones de dólares de necesidades de capital. Y todos sabemos que si tenemos 2 puntos de superávit estamos en la mitad de esa cifra. Entonces, el año que viene o realmente colocamos el doble o triple a Chávez, o se lo colocamos a las AFJP o, si no, vamos a tener que hablar con el Club de París. Otras soluciones no hay, así que esto es un deterioro macro. ¿De donde sale el número que se le tiene que cobrar al campo? De la necesidad de subir un punto el superávit fiscal. Esa es la madre del problema. Hay una voracidad por ingresos que lleva a capturar esa renta. No es cierto que sea el intento de evitar que suban los precios internos, porque la incidencia de la soja en los precios internos es nula. Hay una necesidad fiscal para seguir generando una cantidad de subsidios que viene a reemplazar un congelamiento de tarifas. Estudios recientes nos dicen que el 47% de los subsidios en alimentos, que son 4 mil y pico de millones de pesos amortizados, van a para al 30% más rico de la población. De los 20 mil millones de subsidios que hoy pagamos entre todos, entre 12 y 14 mil van a parar al 40% más rico. Está claro que estamos subsidiando los taxis, las tarifas aéreas, a los porteños que consumimos gas natural a la mitad de lo que vale en Bolivia. No es que estemos a favor de eliminar todo subsidio y aumentar a todo el mundo la tarifa, pero yo me pregunto si el subsidio a los taxis es más importante que el aumento en el plan jefes y jefas, o, entrando un poco en la temática agropecuaria, políticas como la suspensión de las exportaciones de carne que dieron un resultado emocional muy bueno. Pero el resultado de esa política fue que subió el precio del asado el doble que el precio del dólar. El resultado entonces fue que la pobreza comenzó a subir en los últimos 3 años y tomando en cuenta la inflación real, está por arriba del 30%, después de haber estado en el 23%. Esto también explica por qué la economía empieza a enfriarse. Yo creo esto tiene que ver con la crisis del campo, porque la suba de 4 a 5 puntos en las retenciones de soja fue la gota que colmó el vaso. La protesta no es por las retenciones en forma exclusiva, porque las retenciones benefician al tambero: cuánto más altas mejor, más barato compro los alimentos del campo. Entonces a la ganadería, a la lechería, le convienen las retenciones. Pero, ¿por qué paran en la ruta? Porque sienten que ha habido una acumulación de agresiones y una falta de política agroindustrial. Gran parte de ellos han votado a Cristina. Se votó a una política distinta, de inclusión, de desarrollo de la agroindustria y esto ha generado un fracaso. Yo creo que hay que entender la crisis del campo en este contexto.

Gabriela Martínez Dougnac

El enfrentamiento aparece en general en los medios de comunicación, en los discursos, a partir de dos equívocos. El primero tiene que ver con la designación del campo: nosotros sabemos que “el campo” como tal no existe, que es un universo cargado de contradicciones, es una estructura socioeconómica heterogénea, con distintas clases y fracciones de clase enfrentadas. Y no es “el campo” en sí el que se opone, sino que sólo son algunos sectores. Y cuando en algunos casos se critica al gobierno diciendo que dividió al país, esto es incorrecto. Lo que debería criticarse es que la política del gobierno dividió mal, uniendo lo enfrentado (no nos une el amor sino el espanto). El segundo equivoco también se expresa en el discurso de los medios al plantear que quienes se opusieron a la política del gobierno son “los productores”. Pero el conjunto de opositores no pueden definirse como tales. Los productores son aquellos que con su trabajo físico producen valor y riqueza. Pero muchos productores, en este sentido del término, no estaban en el corte, y sí hubo en cambio muchos no productores. Estos dos equívocos facilitaron ciertos discursos políticos, en gran medida los del gobierno, indiferenciando a quienes cortaban las rutas. Y también facilitaron un discurso equívoco de los que participaron en el corte, que se atribuyeron un universo que no estaba en el lugar. El segundo elemento que me gustaría señalar, ahora con respecto a la estructura agraria, son las tendencias dominantes que explican cómo se configuró este escenario de enfrentamiento por las políticas económicas y las retenciones. El primer rasgo fundamental, que no nace con la política económica de los últimos años, ni tampoco durante los 90 sino que es una tendencia a largo plazo, es la tendencia a la concentración económica. Esta tendencia en la producción agraria ha sido notoria y acelerada. Iniciada en la primera mitad del siglo XX, notoria en la segunda mitad, y más acelerada en los años ‘90. La tendencia de la concentración económica se expresa en el agro en la concentración de la tierra, el capital, la producción, y los números y estadísticas reflejan este proceso. Se debe tener en cuenta que la tendencia a la concentración es resultado de esas leyes inexorables que señalaba Marx como propias del desarrollo del capital. Otra cuestión a considerar es que estas leyes inexorables pueden verse atrasadas y aceleradas en función de la particularidad de la estructura económica, y a partir de las políticas económicas. En el capitalismo agrario, la tendencia a la concentración propia del modo de producción -que en nuestro país se acelera a partir de las políticas de los 90- toma dos formas diferentes: por un lado da forma a los procesos de competencia entre capitales, dando cuenta de las desventajas de los pequeños capitales; mientras que por otro lado, los procesos de concentración económica en el sector agrario, expresados en la desaparición de explotaciones, no sólo afectan el pequeño capital sino también a la agricultura familiar y a los campesinos. Por ejemplo puede verse a partir de los CNA que, entre 1988 y 2002, desaparecieron un cuarto de las explotaciones agropecuarias, y en la región pampeana alrededor del 30%. Si tomamos los niveles más chicos, los productores con menos recursos, este proceso golpeó mucho más fuerte: en el caso de las explotaciones de menos de 100 hectáreas, entre el 88 y el 2002, se perdió, en la región pampeana, cerca del 45%, y en Pergamino un 55%. La crisis afecta de manera diferenciada a distintos sectores puesto que no tienen los mismos recursos para enfrentarla. ¿Y qué pasa en este sentido después de 2001? Cambian las políticas económicas y en cierta medida las condiciones de producción, y en el caso del sector agrario, esto se vio muy claramente en el fin 1 a 1, el impacto de la convertibilidad y la pesificación de las deudas. Pero la concentración económica continuó. Los números que mencionó Cristina Fernández en su último discurso eran alarmantes: un 2 por ciento de los productores de soja concentran casi el 50% de la producción, y aquellos que producen hasta 300 tn de soja, que son el 79%, tienen poco más del 15%. Estos datos son de 2007 mientras que según el Censo Agropecuario de 2002, aproximadamente el 2% de los sojeros tendrían no más del 30% de la producción. Hoy existe entonces una burguesía agraria altamente concentrada -el caso de los Grobo es el caso paradigmático-. Existen también grandes terratenientes burgueses altamente concentrados. Y hay una pequeña burguesía que es en gran medida este 79% mencionado anteriormente. Finalmente, hay una cantidad de trabajadores rurales que no aparecen registrados en los censos en toda su magnitud, estando una parte importante contratada en negro, pero siendo la principal fuerza responsable del total de la producción. Las retenciones como política promotora de los objetivos anunciados de redistribución del ingreso, pueden ser parte de políticas justas y necesarias. Pero en este caso, tal como se modularon y en el escenario que se describió, diríamos que una medida de igual impacto sobre sujetos tan contradictorios no parece ser lo más efectivo. En el tercer discurso de Cristina Fernández el diagnóstico es muy claro, pero las medidas de política económica que suponen efectos positivos tendientes a revertir ese diagnóstico no son sin duda las más correctas. En ese sentido es que señalábamos que no fue error del gobierno imponer una política que dividió el país, sino que, al igual que en 2006 con el paro ganadero, el problema está en que impone una medida que dividió mal. No es verdad que hoy por primera vez sectores del agro protestan. En los ‘90 la protesta agraria fue bastante generalizada. El primer paro importante fue del ‘93, el del ‘94 movilizó –y también dividió- a la FAA. O sea que muchos de aquellos que fueron perjudicados hoy por las retenciones, tienen ya una gimnasia de movilizaciones notoria, aunque no parece ser demasiado efectiva viendo los efectos de la concentración. Entonces, la imposición de las retenciones, que golpean por igual a sujetos tan indiferenciados, tiene por efecto que los “golpeados” se movilicen a partir de necesidades y objetivos diferentes, y que a mi entender estas necesidades son justas en el caso de algunos, y en el de otros no. Los concentradores no estaban físicamente en el corte, pero estaban sí con su fuerza puesta en la política que acompañaba el corte. Aquellos que fueron víctimas de la concentración sí están en el corte y están, en gran medida, en función de demandas que no son diferentes a las de los ‘90. Aquellos que tenían buenos ingresos los siguen teniendo, y entre aquellos que salieron golpeados de la convertibilidad, algunos pelean por la subsistencia, otros por la rentabilidad. Por supuesto, lo ideal sería la lucha por un agro diferente. El caso del corte que yo propongo es el de la pequeña burguesía, los campesinos, los obreros rurales. La política que se está llevando adelante no está orientada a favorecer condiciones propicias para esta unión.

Enrique Martínez

Un ciudadano medio informado, ¿qué puede tener en claro en estos dos meses? Primero, que producir trigo, soja, girasol o maíz es un buen negocio en la Argentina. Segundo, que dentro del mismo aspecto, hay perspectivas económicas diferentes, según la magnitud de la producción, el lugar, la calidad del suelo. Tercero, que hay varias situaciones cuando se examina la cadena de valor completa, que hay eslabones dominantes, monopólicos o cuasi monopólicos. Hay una fuerte cartelización en la exportación de cereales, en la demanda para el mercado interno, en los insumos y en el acceso al consumidor final en el mercado interno. Frente a ese concepto, en términos primarios sembrar un cereal es buen negocio, por los precios crecientes y sostenidos. Esto también ha quedado en claro, por la realidad internacional de demanda de alimentos, agravado por la loca política norteamericana, de enormes superficies dedicadas al bioetanol a partir del maíz. Pero con la demanda mundial de alimentos se imagina un precio creciente. Argentina extrae rentas, que luego se puede discutir si es graznde o no, extraordinaria o no. ¿Por qué no es importante discutir la renta extraordinaria? Porque las características productivas del campo son las mismas si hay una retención de X ciento. Este es el modo en que el Estado se introduce, para mejorar la caja del Estado, para tener recursos, por motivos ideológicos, para romper un posible contagio de los precios internos respecto de los precios internacionales. En una cadena de valor que funciona monopólicamente, la regla del juego la fijan los monopolios. Eso sucede en cualquier lugar, con el detalle de que el monopolio extrae toda la renta que puede hasta permitir que el eslabón más débil sobreviva en la cadena. Y además, hasta conseguir que se tenga la idea de que esa supervivencia es una opción mejor que no estar en la producción. En este sentido, la razón fundamental que explica la crisis es, primero, la organización por eslabones monopólicos y, después, la introducción del Estado sin discutir esta organización, sino como extractor global de la renta. Cuando hay un extractor global en este sistema, lo primero que sucede es evasión, mercado en negro. Lo segundo es evasión en las responsabilidades sociales: se desprotege a los trabajadores. Tercero, se baja la renta de los más débiles, generando expulsión social y concentración. Lo cuarto: todo lo anterior impide que el ingreso sea importante y se sigue elevando la alícuota con que el Estado extrae renta. El chacarero no considera modificable la conducta del productor de glifosato, que aumenta 50% en dólares en un año sin razón alguna, o del vendedor de fertilizantes, o del acopiador, y tampoco considera modificable la conducta de quien se queda con más de lo debido. Yo creo que esto no es nuevo. El sistema ganadero argentino de principios del siglo XX se organiza con esta lógica. Inglaterra definió qué se producía, dónde, cómo se transportaba, cómo se pagaba. Y los ganaderos manejaban la Argentina: pusieron presidentes y ministros. Pero la política la puso Inglaterra. Los únicos que le dieron batalla a los ingleses fueron los norteamericanos. Los ganaderos no participaron críticamente de la política. La rentabilidad siempre terminó en la puerta del campo o en el mercado de Liniers. Y esa lógica estructural sigue hoy en día. El Estado es un ente ajeno que complica la distribución de la renta que se genera a partir del dictado del monopolio. ¿Cómo resolver el problema? Hay una regla de oro: una cadena de valor controlada por uno o más monopolios no puede ser modificada si el Estado no se mete como un eslabón más de la cadena. No puede ser modificada persiguiendo evasores, ni con medidas interesantes como modificar la ley de arrendamientos; no pudo ser modificada con reintegros a los pequeños productores que están en negro, tampoco con las retenciones, porque en esta política se generan distorsiones espantosas por las cuales el productor de pollo compra soja con una retención del 40% y exporta con una retención del 5; o compra maíz con una retención del 25 y vende el pollo a 5. Esa lógica sólo se rompe introduciéndose en esa cadena de valor. El Estado tiene que pensar en comprar y vender productos agropecuarios si quiere mantener el discurso progresista, que yo asumo como propio. Participar de la exportación, promoverla a través de cooperativas, importar insumos, asegurar la promoción no a través de leyes, sino a través de su poder de compra, con industrialización de la leche y la pequeña producción regional. Debe incorporarse un actor del peso, el Estado, si realmente queremos resolver el problema. Porque la única manera de resolver el problema de los monopolios es que dejen de serlo.

Eduardo Sartelli

El problema que estalla con el campo expresa los limites generales de la economía argentina, la tendencia que lleva hace 50 años a la Argentina barranca abajo y a ser un participante menor, a perder peso creciente en el mercado mundial. Y expresa, por lo tanto, los límites de la recuperación del 2001. Piensen que estamos hablando de crisis y el Gobierno lleva seis años de crecimiento elevado y sostenido. Esos son los límites de la política que se recompuso después de 2001. Lo que estamos viendo es el techo de esa circunstancia excepcional, de ese “efecto precio” que no transformó a la Argentina en algo distinto de lo que es y ha sido históricamente. El gobierno no hace más que perseguir la plata donde está. Y la plata de la Argentina está en el campo. Más que monopolio de malvados que se apoderan de los ingresos del campo, lo que hemos visto es un fenomenal enriquecimiento de todas las capas del agro pampeano, desde el más chico hasta el más grande. Desde Grobocopatel hasta De Ángeli. Todos han acumulado. Obviamente protestan porque vieron un techo a su acumulación. No se trata de alguien a quien se le ha extraído el excedente por vía de prácticas monopólicas. Por otra parte, el agro pampeano no es, ni por asomo, uno de los sectores más concentrados de la economía argentina. Por el contrario, en el resto de la economía sí encontramos tal concentración: hay un productor de acero, dos telefónicas, etc. Y eso es así aquí y en el mundo. La industria automotriz, por ejemplo, está dominada por 10 empresas, no existen empresas que produzcan dos millones de autos y otras que producen dos mil. En la pampa argentina, hay productores de 150.000 ha y de 200 ha. Entonces cuando hablamos de concentración y monopolios le erramos al problema. No quiero decir que no hay concentración del capital en el agro, sino que entre Grobocopatel y un chacarero de 50 has. hay una enorme gradación de productores de todo tamaño. Pero ¿por qué precisa plata el Gobierno el año que viene? Porque el peso de la deuda a pagar va a ser mayor, crecen los subsidios para mantener la inflación a raya y, por lo tanto, va camino a tragarse el superávit fiscal. De allí la necesidad de extraer una masa de renta mayor al campo. De lo contrario, sólo queda el endeudamiento, una posibilidad muy lejana, dada la situación del mercado mundial y el default del cual el país no ha salido todavía. Por eso es que hay que construir el tren bala, para que los franceses piquen, arreglemos con el Club de París y volvamos al festín del endeudamiento menemista. ¿Por qué quiere mantener a raya la inflación? Porque la economía argentina salió de la crisis por dos razones: por el aumento de los precios internacionales de las mercancías exportadas, pero también por la violenta confiscación de los salarios que significó la devaluación. De esa manera se recompuso, temporalmente, la capacidad competitiva de la industria argentina en el mercado interno. Es decir, mediante devaluaciones, hay que mantener el salario bajo. De lo contrario, se pierde toda capacidad competitiva de la industria. Pero para mantener los salarios bajos hay que mantener la inflación bajo control. El gobierno no está preocupado por los ingresos de los trabajadores, sino de los capitalistas. Por eso tiene que controlar cualquier cosa que altere la pauta inflacionaria y eso lleva a subsidios gigantescos. Dentro de poco se va a subsidiar cualquier cosa, con tal de que no se estimule más la expansión inflacionaria. Esto va a llevar a un déficit fiscal gigantesco que va a evaporar cualquier superávit que se vea. Por todo eso, sale a atacar al campo y dice: quiero plata. El problema es que todo pende del precio mundial. Hay discusión acerca de si ese precio mundial expresa una nueva realidad en el mercado mundial o si se trata de una situación coyuntural, pero si uno sigue el precio de los commodities a largo plazo, lo que se demuestra es que cada recesión provoca, más temprano que tarde, una caída de los precios. Cuando pretendemos vivir eternamente de darle de comer a los chinos, olvidamos que los chinos viven de los yanquis y que ellos están en recesión. Y esa recesión se va a trasladar a China. La idea de que Argentina puede desacoplarse o vivir aislada es ridícula. Hay un problema muy serio y lo que está en discusión es cómo salimos. Carrió quiere enfriar la economía y contener el alza del dólar, es decir, revaluar el peso, lo que significa más desocupados. Los que sobrevivan van a tener mejores salarios en dólares y los que no puedan mantener su empleo volverá a los planes trabajar. El programa del gobierno, de no enfriar la economía, va hacia una catástrofe hiperinflacionaria, en un momento relativamente cercano. Ninguno de los dos programas, ni el del campo ni el del gobierno, son programas populares. En el agro pampeano no hay explotaciones familiares: la mayoría de los productores son explotadores de fuerza de trabajo. Al que no le da para ser burgués directamente, lo es a través de contratistas, o directamente se transforman en pequeños rentistas, es decir, parásitos sociales. Piensen cuánto vale una hectárea en un lugar como Pergamino, multiplíquenla por 100 ha y tienen 1 millón de dólares. No estamos hablando de campesinos. Es cierto que los grandes productores tienen más espalda, más rentabilidad y se van a salvar, y a los otros las retenciones los van a liquidar. Pero ese no es nuestro problema. No es problema de partido revolucionario apoyar la acumulación de los capitalistas, grandes o chicos. Lo que tenemos que hacer es dar un programa obrero a la crisis. Yo no estoy en contra de las retenciones. Es más, yo expropiaría el conjunto de la producción pampeana. Ese no es el problema. Las retenciones no se usan para beneficiar a la clase obrera ni para distribuir “socialmente”. A mí, como medida transitoria, me gustaría que la clase obrera exigiera su derecho a participar en la discusión acerca de adónde van las retenciones. ¿Qué hacemos? ¿Lo gastamos en el tren bala? ¿Se lo damos a Grobocopatel? ¿O lo usamos para un plan económico verdaderamente al servicio de la clase obrera? Esa es la discusión.

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