Un historiador para Mauricio – Juan Flores

en El Aromo nº 93

b6dUn historiador para Mauricio. Reseña del libro 1816. La verdadera trama de la Independencia, de Gabriel Di Meglio

 

La apuesta de Macri es continuar con la línea historiográfica heredada. No tiene ningún motivo para poner en riesgo al actual aparato de ideas burguesas que niegan a las revoluciones. Los historiadores académicos realizarán sin problemas la transición hacia el PRO.

Juan Flores

Grupo de Investigación de la Revolución Burguesa-CEICS


“Deberían tener angustia de tomar la decisión, mi querido Rey, de separarse de España” fue la afirmación que causó –con razón- cierto revuelo. La frase pronunciada por Macri señalaba que los revolucionarios no quisieron independizarse de España, ni hacer ninguna revolución. Más allá de las críticas que recibió, lo lamentable del asunto es que esa idea posee su correlato académico. El libro aquí reseñado –escrito por el historiador “estrella” del kirchnerismo- defiende dicha concepción: la revolución no tuvo como objetivo la Independencia de las colonias.1 Por el contrario, ésta última habría sido resultado de las contingencias, entre las que se destacan la intransigencia peninsular para negociar cuotas de autonomía para el Río de la Plata. Con palabras más elegantes, el libro se vuelve compatible con el discurso de Mauricio.

Un libro superfluo

Di Meglio intenta realizar un recorrido por el año 1816 a través de distintos escenarios (las provincias, el Congreso, etc.), realizando algunas digresiones sobre su pasado más inmediato. Sin embargo, el libro no presenta nada novedoso y escapa a todo debate. Resulta una incógnita saber para qué fue escrito. El autor no puede explicar algo tan simple como en qué radica y cuál es el contenido social de la Independencia. ¿Fue parte de una revolución? ¿Creó un nuevo país de manera formal? ¿Fue un giro “conservador”? Di Meglio elude la base de toda actividad científica y señala que todas las explicaciones serían igual de válidas:

“Las consideraciones sobre qué festejar de ella no son unánimes y cambian de acuerdo con el momento histórico y las posiciones ideológicas. […] Como sea, tenemos numerosas alternativas (…) No hay una sola manera de entenderla” (p.297-298).

Bueno, en realidad, no todas. Primero, porque su libro reproduce ideas halperinianas. Segundo, porque Di Meglio respeta a todas las ideas, menos al marxismo. Como el propio autor supo señalar hace un tiempo:

“Otro intento de lograr una explicación contundente ha resurgido en los últimos años, e incluso alcanzado los medios. Se trata de la posición, proveniente del marxismo, acerca de que la revolución de independencia fue una revolución burguesa que vino a terminar con el feudalismo en el Río de la Plata […] Puede resultar llamativo que la propuesta regrese luego de haber sido muy debatida dentro del marxismo y luego de tantas impugnaciones a utilizar modelos eurocentristas en Asia, África y América Latina. Pero, como se dice en televisión, el público se renueva y se pueden recrear viejas posiciones.”2

Es decir, para la estrella del kirchnerismo, solo es válido todo lo que vaya del liberalismo al revisionismo católico.

Los caballeros de la angustia

Como vimos, el libro es más de lo mismo en la tradición de la Academia, pudiendo resumirse en tres premisas: a. No hubo en el Río de la Plata un enfrentamiento entre clases, b. La Independencia fue un resultado no buscado y c. Los revolucionarios eran un conjunto de carreristas. Para sostener estas afirmaciones, Di Meglio debió omitir varios “detalles”. En principio, quitó sustancialidad a las contradicciones internas agudizadas en el virreinato, a partir de las Invasiones Inglesas. De hecho, señala que recién luego de 1810, la Revolución “crea” su “enemigo interno” (el “español/maturrango”), en el marco de disputas facciosas dentro de una misma elite (p.36). Es decir, para Di Meglio, entre 1806-1810 no hubo enfrentamientos que obedecieran a intereses contrapuestos y que delimitaran dos campos (el revolucionario y el contrarrevolucionario). Nada menciona sobre la quiebra política del Estado, que llegó al punto tal de que una movilización amplia sacó a un virrey y eligió a otro, sin auspicio de la Corona, antes que Napoleón pusiera un pie en España. Tampoco se mencionan las disputas políticas en torno al poder del Estado (la asonada del 1º de enero de 1809, los conflictos en torno a la llegada del Virrey Cisneros). No se mencionan las persecuciones a revolucionarios, como Pueyrredón o Miranda. Nada se dice sobre la composición social de la dirección de los cuerpos milicianos.

Todos los conflictos corporativos en el Consulado, en torno al comercio libre y la venta de cueros, son ignorados. Incluso se confunde “comercio con neutrales” (1809) con “libre comercio” (p.188), cuando el primero significaba aun múltiples restricciones a los comerciantes criollos y británicos. En efecto, Di Meglio supone que por habilitarse el puerto a los navíos “neutrales” en 1809, la demanda de librecambio no tuvo que ver con la revolución. En fin, remitimos a una lectura de nuestros trabajos, en los que demostramos una explicación más razonable.

De este modo, para el autor, la “independencia” no sería fruto de un plan revolucionario, sino una alternativa elegida ante las circunstancias (pp.31-33). Mientras que los primeros gobiernos revolucionarios son vistos como “autonomistas”, leales a Fernando VII, recién en el Congreso triunfaría una veta “independentista” (hasta entonces minoritaria), producto del regreso y las amenazas de Rey.

Nuevamente, Di Meglio debe esconder varios hechos que prueban todo tipo de voluntad independentista. No sólo porque el gobierno revolucionario sostuvo desde 1810 las guerras contra las autoridades metropolitanas en varios frentes, sino también por derrotar intentonas contrarrevolucionarias en Buenos Aires (Álzaga) o Córdoba (Liniers), con medidas sumarias extremas. Además, antes del regreso de Fernando ya se habían realizado las expropiaciones a la Iglesia, comerciantes españoles y al propio Rey. Ya en 1810, el gobierno prevé disponer de las tierras de la Corona y otorgarlas con títulos privados.3

Además, varios elementos de su personal político ya venían planificando una ruptura con España. En 1808, mientras Fernando caía en cautiverio, Pueyrredón –en viaje diplomático al Viejo Mundo- se apresuraba a negociar con los ingleses con fines independentistas y emitiendo proclamas sediciosas. Eso le valió la persecución de Cisneros, la Junta Central, Álzaga, Elío…4 Ni que hablar sobre la “Máscara de Fernando” sobre la que muchos revolucionarios se expidieron. Moreno aclaraba ya en La Gaceta que “la memoria de Fernando VII se considera como cosa de estilo, el pueblo no tiene más idea que hacerse independiente de todo poder extranjero”.5 También un dirigente del Cuerpo de Patricios como Juan Pedro Aguirre advertía a Feliciano Chiclana sobre “guardar consecuencia con el disfraz político que vuestras mercedes entablaron, dejando a mejor tiempo correr del todo el velo de nuestra independencia absoluta”.6

Contra toda esta evidencia, ¿qué fuente utiliza Di Meglio para hablar de “autonomismo”? Una cita de Matías de Irigoyen, un enviado diplomático que debía afirmar en Londres que Buenos Aires quería preservar los dominios para el Rey Fernando (p.33). Ahora bien, ¿notó Di Meglio el contexto de esta frase? Se trata de una afirmación muy conveniente para no forzar a Gran Bretaña a romper lazos con la revolución, en razón de su alianza con España. Di Meglio cree a ciegas en las palabras de un emisario diplomático, sin analizar críticamente el origen de la fuente.

¿Las clases donde están?

En su obra, Di Meglio no otorga relevancia a la reproducción material de los dirigentes revolucionarios. Tan sólo muestra datos sobre su trayectoria militar y política. Tanto Güemes como Pueyrredón son descritos como militares y políticos de carrera en medio de disputas facciosas “intra-elite”. Sin embargo, su materialidad pone de relieve sus intereses sociales. En efecto, ambos son propietarios de tierras: mientras el primero es estanciero de la frontera chaqueña que contrata trabajo asalariado, el segundo proviene de una familia de propietarios de San Isidro. No se trata de un asunto menor: es la misma burguesía la que está dirigiendo la Revolución. Para eso debió oponerse a otras clases contrarrevolucionarias, que representaban otro orden social.

En Salta, por ejemplo, el primer contrarrevolucionario fue Nicolás Severo de Isasmendi, hacendado-encomendero vinculado a la ruta gaditana vía Buenos Aires. En 1810, intentó un golpe al Cabildo junto a fracciones del comercio monopolista, en representación del orden Real. Resulta curioso que Di Meglio, quien ligeramente remarca continuidades de una misma “elite” dominante en el Cabildo salteño, siquiera lo mencione.

Negar una lectura de clase también lo lleva a minimizar problemas elementales. Respecto al Estatuto de 1815, según el cual se designaban a los congresales de Tucumán, no se caracteriza lo más importante: quién podía votar y quién podía ser elegido. Tan sólo se lo considera según una cuestión jurisdiccional (en el estatuto comienza a votar la campaña), pero no se destaca que sólo habilitaba la votación de hombres de propiedad u oficio lucrativo, es decir, hacendados-comerciantes. O sea, el límite es la propiedad de medios de producción. Una cuestión de clase, no juridiccional.

Por último, Di Meglio observa sólo “continuidades” en la práctica comercial antes y después de 1810. Es decir, el comercio sigue igual porque opera mediante las mismas “formas tradicionales” (la habilitación). No tendría trascendencia el final del monopolio y de las transferencias de excedente colonial. Una muestra más de que la sutileza no es lo suyo.

Una transición fácil

En el número anterior, marcábamos la perfecta compatibilidad entre la Academia y los distintos gobiernos, cualquiera sea el signo político. Esta obra dibuja de cuerpo entero eso que sosteníamos. Un libro insulso, que no discute, que esconde el problema de la lucha de clases, puede ser servil a cualquier personal de la clase dominante. La apuesta de Macri será entonces continuar con la línea historiográfica heredada. No tiene ningún motivo para poner en riesgo al actual aparato de ideas burguesas que niegan a las revoluciones. Los historiadores académicos, simpatizantes más o menos críticos de Cristina, realizarán sin problemas la transición hacia Mauricio. Porque sus trabajos admiten ambas tutelas.

Notas

1Di Meglio, Gabriel: 1816, La verdadera trama de la Independencia, Editorial Planeta, Bs As, 2016. Todas las citas entre paréntesis corresponden a este libro.

2Di Meglio, Gabriel: “Introducción al dossier. Lo ‘revolucionario’ en las revoluciones de Independencia iberoamericanas”, en Nuevo Topo, nº5, Buenos Aires, 2008

3Rossi Delaney, Santiago: “Tierra y revolución. Los inicios de las transformaciones burguesas en el agro rioplatense”, en El Aromo nº71, marzo-abril de 2013.

4Flores, Juan y Dolgopol, Diego: “Peligroso y de ideas depravadas. La acción revolucionaria de Juan Martín de Pueyrredón”, en El Aromo nº90, julio-agosto de 2016.

5Gaceta de Buenos Aires, Gaceta Extraordinaria del 10 de septiembre, Edición facsimilar, Junta de Historia y Numismática Argentina y Americana, Buenos Aires, 1910, t. I, p. 369

6AGN, Col. Casavalle, leg. 5.

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