La libertad de los desposeídos. Acerca de las condiciones de trabajo en el desflore del maíz y el arándano.
Por Agustina Desalvo* y Roberto Muñoz **
A partir de una sucesión de allanamientos en diferentes establecimientos de empresas dedicadas al desflore del maíz salió a la luz, por un lado, las condiciones de superexplotación a las que son sometidos sus trabajadores, por otro, la procedencia de estos últimos, casi todos oriundos de la provincia de Santiago del Estero. Sin embargo, ninguno de estos fenómenos es nuevo. Históricamente, esta provincia se ha caracterizado por ser expulsora de su población, convirtiendo a una importante porción del proletariado santiagueño en la mano de obra barata disponible para las necesidades estacionales de distintas capas del capital a lo largo del país. Fundamentalmente, es la burguesía agraria la principal demandante, insertando a los obreros en “ciclos migratorios” que los llevan a trabajar en distintas cosechas, con el fin de escapar del pauperismo consolidado en su provincia. Actualmente son 30 mil los trabajadores rurales que migran todos los años para ocuparse en estas tareas, 6 mil de ellos menores de edad. En su momento, las producciones de azúcar y algodón fueron las principales válvulas de escape de esta masa obrera, pero la mecanización cerró esta vía. Hoy en día, dos de las actividades que emplean gran cantidad de obreros santiagueños son el desflore del maíz y la cosecha del arándano.
A comienzos de la década del noventa existían unas 30 empresas de mejoramiento genético (criaderos) y unas 500 multiplicadoras de variedades (semilleros), con un predominio, en ambos casos, de las empresas transnacionales. El desflorado consiste en quitarle manualmente las flores hembras a la planta de maíz, para evitar que se contamine. Se realiza antes de la cosecha, entre los meses de octubre y marzo y requiere gran cantidad de mano de obra. El objetivo final es la producción de semillas híbridas que se destinan, mayoritariamente, a la exportación. En 2008, la empresa de personal eventual Manpower, estimaba que era responsable de la contratación del 60% de los obreros que trabajaban en los semilleros. Alrededor de 3000 personas en provincias del norte y 5000 en la zona núcleo, la región más fértil del país.
El lector habrá notado que en ningún momento hemos hablado de esclavos para referirnos a estos trabajadores. La razón es que simplemente no lo son. Caracterizarlos de esa manera fue la estrategia kirchnerista para minimizar y ocultar el problema, intentándolo presentar como un fenómeno excepcional, aislado, producto de la avaricia de ciertos sectores empresarios que habría que sancionar. Sin embargo, recurrir a la justicia no resuelve el problema. Las condiciones laborales descriptas más arribas son generalizables a todas las producciones rurales. Se trata de obreros libres, y la libertad de los obreros, bajo el capitalismo, se reduce a la posibilidad de optar entre vender su fuerza de trabajo, bajo las condiciones que el contexto histórico imponga, o morir de hambre. No se puede ser esclavo de a ratos. Terminado el período de cosecha, el obrero se transforma en desocupado –y no en esclavo liberado- que esperará la reanudación del ciclo agrícola para volver a ofrecer su capacidad laboral. Esto no es una anomalía, sino consecuencia del normal funcionamiento de las relaciones capitalistas. Una solución parcial para esta situación generalizada sería la implementación en forma inmediata de un subsidio universal al desempleo equivalente al valor de la canasta básica real, que permita a estos obreros dejar de emplearse en las condiciones descriptas. De esta manera, se verían liberados de tener que optar entre el hambre y la superexplotación.
**Roberto Muñoz – Investigador TES – CEICS