Rosana López Rodriguez
Grupo de investigación de Literatura Popular – CEICS
El año pasado la Universidad de Quilmes publicó El imperio de las obsesiones. Los siete locos de Roberto Arlt: un grotexto, tesis de doctorado de Rocco Carbone, que se propone reconstruir el campo intelectual argentino de la década del ’20, haciendo énfasis en una figura muy estudiada, aunque, como considera el autor, no siempre de la manera más adecuada. Hay, en la obra, no sólo una reivindicación de un autor, sino, sobre todo, de su ideología, desde la cual se proyecta un juicio estético general. Carbone propone, además, romper la bipartición tradicional, que en la literatura argentina se construyó a partir de la oposición Florida-Boedo, para introducir una “tercera zona” organizada en torno al grotesco.1 Zona que es caracterizada como la más elevada en términos estéticos y políticos. Reconstruido el mapa, Carbone redistribuye dones y miserias, donde la peor parte se la lleva Boedo: si el martinfierrismo es reivindicable, a despecho de su conservadurismo político, por su supuesta calidad estética, Boedo sólo merece la piedad que se reserva a los ingenuos bien intencionados. La “tercera zona” resulta la superación de ambos en ambos planos, estético y político. Esta es la idea que queremos discutir: la “inferioridad” de la literatura “positiva” (Boedo) frente a la “superioridad” del anarquismo pequeñoburgués.
El grotesco
El libro resulta en un rico examen de Los siete locos, texto normalmente rechazado por la crítica por su desorden, sus alteraciones temporales, su carácter arbitrario y sus pretensiones políticas anarcoides. Contrariamente, más que la novela fallida de un autor capaz de cosas mejores, para Carbone Los siete locos es la mayor expresión estética y política de su obra. Que por extensión, resulta en la cumbre, en ambos aspectos, de la literatura argentina del período. La crítica no habría sido capaz de entender este logro creativo, surgiendo de allí el juicio negativo. ¿Por qué es superior en términos estéticos? Porque, examinada de cerca, se revela una obra de vanguardia, construida sobre la base de la estética tardío medieval, desde Brüeghel y Archimboldo. Con su caos aparente, su locura y proliferación, Los siete locos es una pintura perfecta de la Argentina irigoyenista, la del caos inmigratorio, la de la democracia inaugurada, la de la mescolanza política suprema, el radicalismo. Arlt comparte estas cualidades con otros “tercerzonistas”: Raúl Scalabrini Ortiz (ensayo), Nicolás Olivari (poesía), Roberto Mariani y Enrique González Tuñón (narrativa breve), Armando Discépolo (teatro) y Enrique Santos (tangos). “Cambalache” y Los siete locos, resultan ser la expresión más alta de este género peculiar, alejado de “soluciones positivas, objetivas, políticas o moralizadoras”, que propone “un realismo intimista”y “una representación de lo real obrada por vía subjetiva”. En suma, un “realismo subjetivo.” Detrás del elogio estético, se encuentra también la revalorización política. El grotesco es una estética difícil de tolerar: la mezcla de lo desagradable con lo tradicionalmente considerado bello, lo alto y lo bajo (en el sentido de la carnavalización analizada por Bajtin), la tensión entre lo cómico y lo dramático, las alteraciones en la cronología lineal de una supuestamente ordenada realidad en el ordenado realismo decimonónico. En la narrativa de Arlt se diluye también el protagonismo del héroe romántico y “empiezan a circular el ladrón, la puta, el cafishio, el loco. Y por medio de su descalificación social, psicológica, económica se ponen en duda valores positivos como el trabajo (que sólo produce miseria) y su función ética, la moral, el matrimonio. Su obra representaría, entonces, la cumbre también de la crítica social al mundo capitalista, así como de los falsos redentores. Dicho a la manera de “Cambalache”: no hay mayores perspectivas de superación del estado actual de cosas, el comunismo es lo mismo que el capitalismo. La mezcla se expresa incluso, en el personaje del Astrólogo, que a nivel ideológico se confiesa bolchevique, fascista, militarista, católico. La esencia del ser humano es la corrupción y la bajeza, de modo tal que cualquier propuesta positiva no puede ser más que una mentira, aunque fuera piadosa. Arlt y sus amigos se atreven, finalmente, a la sinceridad más pura: su risa carnavalesca es un acto de liberación real, diría Carbone. Una liberación que no lleva a ningún lugar mejor, pero al menos libera la conciencia, que se atreve a mirar la realidad tal cual es y la despoja de ilusiones enfermizas.
Las limitaciones del anarquismo individualista y pequeño-burgués
Como tal vez pocos textos en la crítica argentina, el de Carbone se presenta personal y afiliado decididamente a la estética y la política de su defendido. En efecto, hasta por el modo de escritura, la tesis de Carbone es un grotexto, igual que Los siete locos: la confusión de géneros y personas (Respiración artificial como ensayo literario y Renzi por Piglia), la invención de la fuente (la supuesta carta de Arlt a Girondo), las citas no traducidas en lenguas extranjeras, los neologismos que perfectamente pueden pasar por cocoliche (“dinamicidad”, “hibridismo”), chistes y juegos de palabras, asociaciones arbitrarias (Videla con Erdosain, Erdosain con Viñas y Viñas con Schelling), expresiones extrañas para un texto académico (“tomo aliento”, “descifro”, “cita y primer acercamiento”, “empujo”, “palpo con cautela y reagrupo”, “rebobino y circunscribo”, “entro en otro pliegue y palpo al trote y a los cañonazos”, “retomo para ensancharlo”). De la misma manera, la filiación política se revela en la asunción de la crítica al boedismo, al que se devalúa permanentemente, incluso con cierto desprecio y alarde de superioridad displicente. El “esquematismo boedista.” no “problematiza”, constituyendo simples “inflexiones de un naturalismo arraigado”, caracterizado por “una instancia narrativa nada ambigua, que responde a las convenciones del relato decimonónico”. Para que quede claro a quién se refiere, Carbone aclara (y no sabemos si empuja también): “Narraciones boedistas, desde ya.” El boedismo “apunta a la descripción de la injusta situación de los ‘oprimidos’, sin llegar a una comprensión histórica de la clase obrera”, comprensión que, parece, Arlt y Carbone sí tienen. Esa literatura tiene como finalidad probar la injusticia, las miserias y tragedias de la explotación por la vía del pietismo. Cae entonces en la “sensiblería barata” y por lo tanto, niega el realismo. Digamos, para empezar, que Carbone asimila complejidad textual (si aceptamos que Los siete locos es lo que dice y no, simplemente, una novela mal escrita), con virtud política. Examinemos un poco, entonces, esa “virtud”. Los protagonistas de la narrativa de Arlt representan la anomia social, reconoce Carbone. El caso paradigmático es Remo Erdosain, de Los siete locos, quien no hace nada durante toda la novela, vaga de un lado a otro sin tomar ninguna decisión, presa de la angustia, en constante duda. ¿Qué tiene esto de bueno, políticamente hablando? ¿En qué se diferencia de la impotencia? Desde el punto de vista ideológico, Los siete locos pone en escena el problema de cómo sobrevivir en esta sociedad: el trabajo es visto como una humillación, por eso, ningún personaje “se gana la vida trabajando”, ni “en forma honesta”. Algunos críticos consideran esta perspectiva como una expresión del terror a la proletarización por parte de la pequeño burguesía. Carbone, en cambio, prefiere ver allí una decisión consciente de liberarse de las ataduras pequeño burguesas, son personajes que eligen “automarginarse porque la sociedad (…) no les da cabida. Ésta frustra su inventiva, sus ambiciones y entonces confluyen en la Sociedad fraguada por el Astrólogo.” Perfecto. ¿Pero qué solución eligen a esa esclavitud? Esclavizar a otros. Aprovechar la descomposición social para medrar con ella: escolazo, prostitución, robo, vivir de rentas, inventar. ¿Qué tiene esto de bueno, políticamente hablando? ¿En qué se diferencia de un cinismo miserable y fascistoide? Arlt podría haber elegido otra salida. Recordemos que estamos hablando de la época de la Revolución Rusa. Sin embargo, Carbone reconoce que no le interesa ninguna filiación ideológico-estética que ligue sus intereses a los de la clase obrera, sino a los intereses mezquinos de la pequeño burguesía, a sus fantasías de ascenso social por una vía mágica que los convierta en burgueses. Ya hemos señalado que la “tercera zona” es la forma poco específica de referirse a los intereses pequeño burgueses (o del intelectual de izquierda pequeño burgués) en la literatura del período. Si no le interesa la clase obrera explotada y en lucha, ¿qué le interesa? Encontrar la forma de zafar; no la transformación social, sino el ascenso de clase a cualquier precio. ¿Qué tiene esto de bueno, políticamente hablando? ¿En qué se diferencia del yuppie miserable de los ’90 o del niño bien, pretencioso y engrupido de los ‘20? El propio Carbone parece expresarse con un desprecio “arltiano” hacia la clase obrera, mediatizado por la crítica a Boedo: “Si en Arlt hubiera elogio de los albañiles, irritación por los que sudan pero no se resignan. Si hubiera obreraje, quiero decir. Pero no lo hay. Esto se debe a que la ‘filiación’ de Roberto no es boedista, sino tercerzonista (…) y, por lo tanto, no le importa abordar esa cuestión en la década del ‘20. Está fuera de la órbita de sus intereses.”
Quién es quién
Los personajes de Arlt (y el autor mismo) han apostado al individualismo, a salvarse a sí mismos a través del engaño (o la ficción) en detrimento de un proyecto colectivo. “Positiva”, dice Carbone de la propuesta de Boedo. Y efectivamente, es así. Positiva, propositiva, de transformación y cambio colectivo, una ideología y una estética que apunta a la clase obrera como sujeto de la transformación social. Por oposición, y más allá de los valores estéticos, la literatura de los intelectuales pequeño-burgueses desencantados, como Arlt, como Discépolo, es negativa. Y sí, negativa, contrarrevolucionaria, individualista, reaccionaria por filofascistoide. Paradójicamente, la contracara de ese individualismo de pequeño-burgués sin plata, es el liberalismo propio del pequeño burgués acomodado. Es así que, consecuentemente, Carbone hace una apología de la democracia burguesa y el liberalismo, al que lo adorna como defensor de la “libertad”. Lógicamente, el radicalismo resulta una verdadera revolución política. Los siete locos dice Carbone, “puede entenderse como ‘correlato narrativo’ del radicalismo: “La ideología radical puede considerarse como funcional a la categoría estética de lo grotesco porque, dado que el radicalismo representa una alianza de clases, y ya que tiene un carácter coaligante y agregativo, lo acepta todo. No es refractario a ningún interés. Con esto quiero decir que cabe en su seno toda una variedad de ingredientes de índole diversa.” Habría que explicarle esto a los centenares de muertos obreros de la Patagonia, de la Semana Trágica, de La Forestal, de las huelgas pampeanas, a los perseguidos por la Liga Patriótica, a los encarcelados y a los judíos progromizados, por citar algunos ejemplos.
Ingenuidad y posición de clase
La literatura de Boedo es ingenua sólo para aquellos que tienen otra alternativa distinta de la de creer en valores colectivos. Es decir, para aquellos que pueden “zafar” y encuentran naif resolver su situación con un costo mayor del necesario: “mirá que voy a esperar la revolución si puedo vivir de rentas (o prostituirme, o prostituir a otros, escolasear o inventar algo que me llene de guita)”. Los valores estéticos no surgen de la nada, tienen un anclaje de clase. Que La madre, de Gorki, hiciera llorar a millones de madres proletarias se explica de la misma manera. Yo prefiero esos textos, es una elección de clase (y, por ende, estética). Carbone, autor de un texto que vale la pena leer, probablemente por su fascinación estética con la obra de Arlt, se queda pegado, innecesariamente, a una política que, estamos seguros, no es la suya.
Notas
1 Ya hemos hablado sobre el tema en “Florida esquina Boedo”, en El Aromo, n” 32, agosto de 2006.