Nicolás Villanova
Grupo de Investigación de la clase obrera – CEICS
“Contar sus años no sabe, y ya sabe que el sudor es una corona grave, de sal, para el labrador”. Miguel Hernández, El niño yuntero Las cifras sobre trabajo infantil en el mundo son, realmente, alarmantes. Basta echar una mirada por la información que suministra UNICEF1 para dar cuenta de ello. Este organismo calcula la existencia de, aproximadamente, 246 millones de niños y niñas que trabajan en la actualidad. Es decir, el equivalente a la población de 6 Argentinas. De ellos, casi el 70% realizan tareas en situaciones peligrosas, como el trabajo en las minas, la manipulación de productos químicos y pesticidas en tareas agrícolas, o manejando maquinaria peligrosa. Como si eso fuera poco, millones de niñas realizan actividades en el servicio y la asistencia doméstica no remunerada. A su vez, otras son víctimas del tráfico de menores (1,2 millones), forzadas a trabajar en condiciones cercanas a la esclavitud (5,7 millones), ejercer la prostitución o la pornografía (1,8 millones) u otras actividades ilícitas (0,6 millones). No obstante, la mayoría de los niños y niñas que trabajan (el 70% o más) se dedican a la agricultura. El trabajo infantil existe desde hace mucho tiempo y en todas partes. Ya Engels nos ofrece un panorama de la situación de los niños en las fábricas de Inglaterra, durante el siglo XVIII, los cuales “devenían, desde luego, enteramente esclavos de sus patrones que los trataban con una brutalidad y una barbarie extremas”.2 En pleno siglo XXI, la Argentina actual tampoco puede declararse libre de este problema. Si bien el registro del trabajo infantil fue siempre una tarea dificultosa debido a los problemas de los censos, las cifras oficiales para nuestro país son realmente aterradoras y todavía más si consideramos que, por lo general, se encuentran subvaluadas. Ahora bien, ¿cuáles son las causas por las cuales los niños trabajan? Esta pregunta es central para pensar en las medidas que permitan la superación de este flagelo. En un intento de documentar y analizar esta problemática, el Ministerio de Trabajo, Empleo y Seguridad Social (MTESS), en colaboración con la Oficina de la Organización Internacional del Trabajo para la Argentina, el Programa Internacional para la Erradicación del Trabajo Infantil y el INDEC, llevó a cabo la Encuesta de Actividades de Niños, Niñas y Adolescentes (EANNA), durante el año 2004. Veamos cuáles son los datos que arroja y cuál es el análisis que realizan los profesionales que participaron de su elaboración, respecto de los determinantes del trabajo infantil en Argentina y la salida que proponen para su erradicación.
Los números del infierno
La encuesta se estructuró a partir de entrevistas realizadas a casi 4 millones de niños y adolescentes residentes en las provincias de Jujuy, Tucumán, Salta, Mendoza, Chaco, Formosa y el Área Metropolitana de Buenos Aires, de los ámbitos rural y urbano, divididos en dos franjas etarias: de los 5 a 13 años y desde los 14 a 17. Los datos arrojados revelan que en la Argentina, de los niños que tienen entre 5 y 13 años, el 6,5% trabaja y, de los adolescentes que tienen entre 14 y 17, lo hace el 20,1%. La mayoría de los niños y adolescentes que trabajan realizan tareas en el ámbito rural, sobre todo los segundos, que constituyen el 35,5%. Fundamentalmente, tres son las actividades que concentran el 77% de los niños trabajadores y el 58,7% de los adolescentes. Entre ellas se incluyen el comercio (recolección de cartones y papeles y venta en la vía pública), servicio doméstico y agricultura. Otro dato destacable es que el 18,6% de los niños de 5 a 13 años trabajan entre 10 y 36 horas semanales; mientras que, de los adolescentes, el 15% lo hace, al menos, 36 horas semanales. Es decir, cumplen una jornada laboral promedio similar a la de cualquier adulto. Asimismo, un 10% de los niños y más de un 15% de las niñas realizan sus actividades laborales en horario nocturno. El promedio mensual de las retribuciones de los niños es de $21,00 y de los adolescentes de $97,00. Estos datos fueron publicados en una compilación junto a una serie de artículos que intentan considerar causas y posibles soluciones del trabajo infantil.3 La ineficacia de sus propuestas está íntimamente vinculada con los errores que reproducen en la explicación del fenómeno. Como veremos, los autores ocultan el problema real y terminan responsabilizando a las víctimas.
Padres maleducados
El trabajo del MTESS parte de la definición de trabajo infantil establecida por la Comisión Nacional para la Erradicación del Trabajo Infantil como una “actividad o estrategia de supervivencia, remunerada o no, realizada por niños que no tienen la edad mínima de admisión al empleo o trabajo o que no han finalizado la escolaridad obligatoria, o que no cumplieron los 18 años de edad si se trata de trabajo peligroso”.4 En este sentido, incorpora el perjuicio al rendimiento escolar como un elemento central para entender el trabajo de los niños. De este modo, discute con aquellos argumentos que sólo hacen referencia a las dificultades económicas que atraviesan los niños y adolescentes. Su objetivo, entonces, es analizar el trabajo infantil desde una perspectiva educativa. Los autores suponen que son tres los elementos a tener en cuenta para comprender las causas del trabajo infantil y plantear políticas para su erradicación. En primer lugar, la cultura, que actúa a partir de la naturalización del fenómeno. Desde esta perspectiva, los padres otorgan una gran importancia al trabajo como instancia formativa, de aprendizaje, capacitación y compromiso con las responsabilidades, sobre la base de las costumbres familiares. Al mismo tiempo, en tanto los menores acompañan a sus padres en las actividades laborales, como por ejemplo en las producciones agropecuarias para el autoconsumo, tienden en mayor medida a trabajar y, en consecuencia, a abandonar la escuela. Esto último implica, desde esta óptica, una desigualdad para incorporarse al trabajo formal en la adultez, respecto de aquellos niños que sí pudieron completar la escolaridad. En segundo término, el nivel educativo de los padres sería clave para apreciar adecuadamente las ventajas que la escuela tiene para el futuro de sus hijos. Según cuál sea la percepción respecto de la educación, sus hijos estarán protegidos o no del trabajo. En tercer lugar, la pobreza y la escasez de recursos asumirían un rol también determinante como causa del trabajo infantil. A su vez, postulan que cuanto mayor sea el número de menores en el hogar, menor será la posibilidad de la asistencia a las escuelas. De modo tal que la elevada cantidad de hijos que tienen las familias pobres, aparece como una causa del abandono escolar y del trabajo doméstico. Como vemos, la explicación que ofrecen los autores es simple: la culpa es de los padres. Si no es porque consideran al trabajo infantil como algo natural, es porque su percepción de la educación es negativa, o bien, porque, al ser pobres, tienen muchos hijos y éstos deben ayudarlos en las tareas domésticas, haciéndose más difícil su concurrencia al colegio. Es decir, colocan como determinante del fenómeno a la propia víctima: la familia obrera. El problema de esta explicación, más allá de su cinismo, es que coloca la explicación del trabajo infantil del lado de la oferta. En efecto, las características que asume el mercado laboral serían determinadas por la clase obrera, es decir por la oferta de fuerza de trabajo. La educación, la cultura, las necesidades económicas, las preferencias de los trabajadores serían los elementos que determinan la existencia del trabajo infantil, del trabajo femenino o cualquier otra forma que adopte el mercado laboral. Frente a esto, los autores plantean como salida la realización de políticas orientadas a modificar los incentivos “que hacen que algunas familias privilegien el trabajo de sus hijos respecto de la educación”. De esta manera, proponen la concientización y educación de los padres sobre las ventajas que puede otorgar la educación de sus hijos, así como también, la calidad, el acceso a la escuela y su ajuste a las necesidades y el contexto en que ellos se encuentran. Además, postulan “fortalecer la vinculación del sistema educativo con el mundo del trabajo, recuperando la cultura del esfuerzo, y afianzar la formación técnico profesional”. Es aquí donde los autores ponen sobre la mesa toda su ideología burguesa. Para ellos, la educación serviría para crear mayores conocimientos en los niños y, de esa manera, poder asumir, en un futuro, un mejor trabajo. A su vez, frente a la supuesta mayor demanda de personal calificado, la educación brindaría las herramientas para insertarse ventajosamente en el mercado laboral. Esta explicación está basada en dos errores: por un lado la idea de que con una mejor educación se pueden conseguir mejores trabajos; y por otro, la consideración según la cual es la oferta la que tiene la iniciativa y decide libremente si existe o no el trabajo infantil. Por el contrario, las formas del mercado laboral dependen de las necesidades del capital, no de las decisiones de la clase obrera, por más “incentivos” que tenga. Evidentemente, las causas del trabajo infantil hay que buscarlas en otro lado.
Un viejo patrón
Como decíamos al principio, los autores ocultan la causa real que determina la existencia del fenómeno. Lejos de ser un problema de educación de los padres, el trabajo infantil sólo puede ser entendido a partir de las necesidades del capital. Y por eso la educación no será jamás un elemento que pueda superar el problema bajo relaciones sociales capitalistas. En efecto, el avance tecnológico presupone la simplificación de las tareas y, por consiguiente, la descalificación de la mano de obra. El capital no necesita obreros calificados y por eso la educación no es, hoy en día, más que un medio por el cual se disciplina a los futuros obreros5 . Este es el objetivo de la vinculación entre escuela y ámbito laboral que el Ministerio propone. El trabajo infantil existe porque el capital lo necesita. Y son varios los motivos. En primer lugar, rebaja costos, ya que se trata de una de las fracciones más baratas de la fuerza de trabajo y la más fácil de explotar. Además, el capital emplea a niños puesto que la flexibilidad opera mejor sobre ellos y, al mismo tiempo, la sindicalización resulta dificultosa. Por su parte, en las ramas menos tecnificadas, el capital emplea fuerza de trabajo extremadamente barata y en condiciones de trabajo intensivas, cuyo salario está por debajo de su valor. Los niños resultan, de este modo, un reservorio de esta fuerza de trabajo (sobrepoblación relativa) a disposición del capital. De esta manera, más que nuevas políticas destinadas a mejorar la educación, la única forma de erradicar el trabajo infantil es curar esa enfermedad que acecha la vida de todos los niños del mundo: el capitalismo.
Notas
1 www.unicef.org.
2 Engels, Federico en: La situación de la clase obrera en Inglaterra; Ediciones Diáspora, Buenos Aires, 1974.
3 Ver AAVV: El trabajo infantil en la Argentina. Análisis y desafíos para la política pública; Ministerio de Trabajo, Empleo y Seguridad Social, Oficina de la OIT en Argentina; 1° edición; Buenos Aires, 2007.
4 Ibid., p. 19.
5 Ver Kabat Marina: “Secundario completo. Las demandas actuales del capital en materia educativa”, en Eduardo Sartelli (comp.): Contra la cultura del trabajo, Ediciones ryr, Buenos Aires, 2007.