Evidentemente, el debate ha entrado en zona de definiciones. No voy a enumerar las contradicciones en las que los compañeros incurren, ni en los olvidos tampoco, porque si no reduciríamos la controversia a un intercambio estilo “yo te dije-vos me dijiste” más bien improductivo. Los textos están allí y cualquiera que tenga interés puede revisar qué dijo quién, cómo y a santo de qué. Prefiero ahora ir al núcleo del asunto.
Pensar y militar
Los compañeros reivindican la tarea intelectual. Ridículo sería que yo, habiendo fundado una “organización cultural”, adopte una postura en contrario. Que pensando se milita, no me cabe la menor duda, no sólo porque aún el más modesto de los militantes piensa, elabora tácticas, lleva adelante una estrategia, lo sepa o no, sino porque hay, al lado de la lucha económica y la política, una lucha específicamente intelectual, la “teórica”. Dentro de ella, incluso, la más alta de las funciones militantes (al decir de Lenin) es la que tiene mayores componentes intelectuales. En efecto, el “teórico” es aquel que dedica una mayor proporción de energía intelectual a su tarea específica, por encima del propagandista y el agitador. Lenin distinguía, entonces, a un reducido grupo (Kautsky, Lafargue, etc.) como “teóricos”. Obviamente, allí está Marx. ¿Qué sería de nosotros sin El Capital? Con suerte, quedaríamos reducidos al socialismo utópico.
No es necesario llegar a semejante “cumbre” para adquirir una categoría tal: teórico es simplemente aquel que produce un conocimiento científico útil a la tarea revolucionaria. Esa es la razón por la que raramente se encuentran teóricos “puros”, siendo más bien la producción teórica una función dispersa en un conjunto amplio de individuos que realizan otras tareas. El compañero que ha estado militando en las fábricas ocupadas, por dar un ejemplo, metido en el día a día, en los vericuetos del asunto, en el sin fin de tareas prácticas, se incorpora a la función intelectual cuando escribe un volante o agita en una asamblea, entra en la propaganda cuando redacta un folleto para explicar algunas cuestiones generales del movimiento en marcha, y se consagra a la teoría cuando crea conocimiento nuevo resumiendo la experiencia y mostrando los nexos causales entre los fenómenos y las leyes generales del modo de producción capitalista. Todavía queda un largo recorrido dentro de la “teoría”, pero el compañero en cuestión ha pasado sucesivamente desde la agitación a la propaganda y de la propaganda a la teoría. Como veremos, que este recorrido sea posible (y de hecho funcione todo el tiempo) no quita que haya tareas específicamente teóricas no derivables en modo inmediato de la práctica de frentes específicos. “Pensar” la cuestión militar en un sentido más general puede caer dentro de esta última categoría. Sin embargo, como veremos más adelante, no puede estar separada de la praxis concreta.
En efecto, lo que criticábamos a los compañeros no es su voluntad de reflexionar sobre la guerra, sino que identificaran la guerra con situación revolucionaria y que no hicieran un análisis concreto de la situación concreta. Dicho de otra manera, que pusieran en primer plano de la acción revolucionaria (aunque ahora pretendan lo contrario) los países en donde hay “situación de guerra” (Colombia, México, África); que no realizaran una propuesta concreta sobre una situación concreta, a saber, la nuestra. Los compañeros creen que la revolución vendrá de la mano de la guerra, que la guerra presupone que la revolución requiere una organización militar y que dicha organización tiene que ser preparada ex ante. Así debiera ser, aparentemente, en todos lados. De allí que se salte con tranquilidad de la sabana africana a las selvas colombianas y de allí al Uruguay de los Tupamaros o a la Argentina del PRT. Este es el núcleo del problema: así no se “piensa”.
En efecto, de esta manera no se consiguen más que reflexiones generales que no pueden, a esta altura del partido, sorprender a nadie. Si lo que se está diciendo es que hay que prepararse para la guerra civil, no sé qué utilidad pueda tener semejante afirmación y no entiendo a quién se refieren cuando hablan de “pacifismo”. ¿Los compañeros afirman que, desde el PO hasta el PCR, algún partido de izquierda revolucionario argentino cree en la posibilidad de una transición pacífica o parlamentaria? Eso no lo cree ni el PC de Heller. La única manera en que lo que sostienen tenga valor estratégico es que dibujen en el horizonte cercano un escenario de guerra regular o irregular, donde la estrategia adecuada asuma la forma de guerrilla rural o urbana. Si no quieren llamarle a eso foquismo, no importa. Pero ese es el problema en discusión.
Pensamiento y estrategia
Mi pregunta era concreta: ¿FAL Cibelli-PRT o PO-PTS? Los compañeros respondieron: FAL Cibelli y PRT recargado. No estará de más, entonces, revisar la propuesta. El grupo Cibelli se propuso como un conjunto de técnicos militares para un partido que algún día surgiría y para una tarea que algún día requeriría sus funciones. Cuando la realidad los convocó demostró que todos esos años de preparación fueron completamente inútiles. Esa es la razón por la cual todas las FAL, no sólo el grupo Cibelli, se encontraron descolocados en la coyuntura que abre el Cordobazo, donde lo que el movimiento requiere es dirección política, no técnicos militares. El PRT no fue suficientemente “militarista”, según Pablo y Flabián. En realidad, si no entiendo mal, utilizaban la lucha armada como propaganda política, por eso no la desarrollaron siguiendo sus reglas sino las urgencias de la coyuntura. Me parece a mí que el eje es otro: además de dedicar una masa enorme de energía a una tarea inútil y contraproducente (la creación del “ejército popular”) lo que el PRT no vio fue el retroceso en el seno de la clase obrera luego de las jornadas de junio-julio de 1975. No pudo, en consecuencia, armar una retirada estratégica ordenada. El resultado fue la desaparición del partido. La acción de Monte Chingolo se entiende en este contexto: la idea de aumentar la capacidad de fuego iba en el sentido que reclaman los compañeros. El resultado ya lo conocemos. Este es el núcleo del debate: la inviabilidad de la guerra de guerrillas (urbana o rural)/foquismo en la Argentina. La estrategia adecuada a la Argentina es la insurrección, lo demás es pérdida de tiempo y energías, además de hacerle el campo fácil a la represión.
Los compañeros no están dispuestos, por lo que parece, a reconocer que todos los ejemplos que ofrecen son ejemplos fracasados. No parecen, tampoco, dispuestos a pensar que fracasaron precisamente porque se internaron por la senda que ellos nos llaman a retomar. Pero la verdad es esa: Tupamaros, PRT, MIR y otros tantos por el estilo, fracasaron. Las únicas experiencias similares triunfantes dependen todas de situaciones particulares: quiebra espacial del aparato del Estado, masas campesinas superabundantes, burguesía débil. No es el caso, ni lo era, de Brasil, Argentina, Uruguay, Chile. ¿Vamos a seguir dándole vuelta al mismo asunto?
Nosotros defendemos a partidos que los compañeros consideran responsables del supuesto “fracaso” de los últimos veinte años. No los defendemos porque consideramos que sean mejores o peores que nosotros o porque hagan una mejor tarea, sino partiendo de una creencia estratégica común: el PO, el PTS y el MAS defienden la insurrección de masas como el camino correcto a la revolución. Esa estrategia presupone la conquista de la hegemonía del partido en el interior del proletariado. Esa hegemonía no se conquista con acciones militares sino en el interior de las fábricas, en los barrios, en los colegios. Cualquier distracción de energías para otras tareas tendrá como consecuencia el subdesarrollo del partido. Eso fue lo que pasó con toda la izquierda que practicó la lucha armada en los años ’70. El “pensamiento” no puede realizarse en abstracción de las determinaciones generales de la lucha: se piensa sobre las necesidades de la lucha. El que “piensa” por fuera de ese marco, “piensa mal”. De allí que según sea la estrategia elegida será el “pensamiento”. El nuestro indica que lo que hay que pensar son las condiciones de la hegemonía de la izquierda revolucionaria en el seno de la clase obrera. Ese es el problema a resolver.
Pensar las etapas
Los compañeros me acusan de etapismo e, implícitamente, de negar la necesidad de la división del trabajo. Efectivamente, tengo una concepción “etapista” del proceso revolucionario, si por etapismo se entiende poner el problema político por delante, subordinando el problema militar. Pero hay un aspecto mayor de la polémica que debe ser resaltado: el hecho de que los compañeros piensan o que la estrategia revolucionaria propia de la Argentina es la guerrilla/foquismo, o bien creen que la revolución puede pensarse en sus detalles, sabiendo de antemano qué tipo de preparación militar hemos de necesitar. En el primer caso, la reflexión sobre la guerra se convierte en la reflexión sobre la revolución y los compañeros tienen toda la razón en llamarnos a “pensar la guerra” como sinónimo de pensar la estrategia revolucionaria. Sin embargo, ellos mismos parecen decir (aunque nunca queda del todo claro) que no es ese el problema. En el segundo caso, la cuestión se vuelve irrelevante, en tanto que se trata de prever detalles menores que nadie sabe si se presentarán, de qué manera y cuándo. Como yo no creo en la concepción guevarista de la revolución, rechazo la primera opción y, sinceramente, creo que hay tareas mucho más urgentes que la segunda.
Si los compañeros tienen para sí la primera estrategia, lo que hay que discutir es eso y no dar más vueltas. Pero si en realidad el planteo atañe a la segunda posibilidad, no hay mucho que discutir. A menos que los compañeros hagan un análisis concreto de la situación concreta: ¿cuáles serían los problemas “militares” de la revolución argentina? Sobre eso podríamos discutir si los compañeros desarrollaran el tema.
Eso nos lleva al último punto, el de la división del trabajo. RyR, efectivamente, parte de reconocer la necesidad de la división del trabajo. Por eso, lo que cuestionamos no es que los compañeros se dediquen a “pensar”, sino el contenido de lo que piensan, que es lo que he tratado de descular en este debate y que sigue sin quedarme claro. Lo dije y lo repito: si los compañeros llaman simplemente a “pensar”, no tiene mucho atractivo lo que proponen. Esa acusación tenía la función, no de reivindicar el anti-intelectualismo, actitud absurda para nosotros, sino forzarlos a una definición estratégica. Porque “pensar” no implica ninguna estrategia específica. Es obvio que hay que pensar. Es obvio que hay que pensar la guerra también. ¿Pero en torno a qué estrategia? Me sigue sin quedar claro cuál es, aunque mis sospechas iniciales se justifican todavía más luego de esta última intervención. Tal vez se trata de una cuestión que requiere más espacio para el debate, ya los compañeros dicen estar escribiendo un texto mayor para explayarse en él. Dada la naturaleza de El Aromo, sería imposible publicarlo en estas páginas, pero desde ya están abiertas las puertas de la revista Razón y Revolución, o incluso de nuestra editorial, a la que Pablo le debe todavía un libro sobre los gobernadores de la Tendencia, un verdadero examen de lo que le pedimos ahora: un análisis concreto de la situación concreta.