El kirchnerismo culpabiliza al neoliberalismo de la supuesta destrucción de la educación técnica en Argentina. En ese sentido, se vanagloria de haber sacado a nuestro país del infierno a partir de la restauración de un modelo productivo. En forma consecuente con esa tarea se habría encargado de devolverle a la enseñanza técnica el lugar que le c correspondería en el podio de la educación. A tales efectos, en septiembre de 2005, promulgó la Ley de Educación técnico profesional o Ley nº 26.058. En otra oportunidad analizamos los alcances de esa iniciativa: mucho ruido y pocas nueces. La idea de que tuvimos algo que se perdió y hubo que recuperar resulta poderosa. Sin embargo, en este artículo analizaremos cómo era la educación técnica argentina en una de las décadas claves del desarrollo industrial argentino: los años treinta. Veremos, entonces, que la educación técnica no se inició con el peronismo, pero también que desde sus orígenes estuvo lejos de representar un paraíso perdido, tal como sostiene el mito kirchnerista.
Pocos y mal preparados
Muchos identifican a Perón como el personaje que estructuró el circuito de educación técnica entre 1940 y 1950. Sin embargo, la apertura de escuelas de esa modalidad ya venía, por lo menos, desde la década previa. Hacia 1935, según el informe del inspector Ing. Juan José Gómez, existían en todo el país 35 escuelas de artes y oficios: 12 en la provincia de Buenos Aires, 4 en Santa Fe, 3 en Entre Ríos y 2 en Tucumán, Córdoba y San Luis1. El resto de las provincias contaba con una escuela. En total estudiaban 2.878 alumnos, registrándose una mayor concentración de matricula en las ciudades industriales.
Durante el primer año de estudios los alumnos recibían una formación general a partir del cursado de tres talleres básicos: carpintería, herrería y mecánica. Una vez aprobado ese primer año debían optar por una orientación determinada: carpintería, herrería o mecánica en todos los establecimientos; tonelería en las escuelas ubicadas en zonas donde existía industria vinífera, motoristas agrícolas, fundidores y electricistas entre otras.2 Sin embargo, a pesar de la amplitud de las orientaciones, la decisión de los alumnos se encontraba bastante circunscripta: “de los 1.088 inscriptos desde segundo a cuarto año, en 1934, el 63,3% correspondía al taller de mecánica, el 26,6% al de carpintería y sólo el 10,5% a los otros talleres”.3
Sin embargo, esa desigual distribución de los alumnos no constituía el problema mayor. De mayor gravedad resultaba el escaso equipamiento con el que contaban las escuelas. El Ministerio reconocía que la dotación de máquinas a las escuelas se había realizado en tres grandes momentos: al fundarse y entre 1925 y 1928. De modo tal que, hacia 1935, había escuelas cuyas instalaciones resultaban anticuadas y sus máquinas desgastadas. Por lo tanto, las condiciones de estudio eran ineficientes e inseguras.4 De conjunto, los establecimientos de orientación mecánica resultaban los más resentidos por ser los más elegidos por los estudiantes. Dentro de ese cuadro general, se encargaban de reconocer las iniciativas de algunas escuelas para paliar esa situación. De esta manera, celebraban que algunas hubieran realizado ahorros en sus partidas de gastos mensuales para equiparse mientras otras construían sus propias máquinas, tal como ocurría en las escuelas de Posadas, Mercedes (Buenos Aires) o Chivilcoy.
A pesar de estos intentos, en la mayor parte de las escuelas de artes y oficios había una imperiosa carencia de tornos. También la escasez de cepillos para metales impedía el trabajo de piezas de mayor tamaño en buena parte de los establecimientos. El mismo impacto tenía la ausencia de talleres de fundición o de herramientas básicas como los balancines. Esa ausencia de equipamientos era el resultado de un déficit presupuestario. Al respecto, el inspector dejaba en claro que si para 1930 con un total de 1.264 alumnos el presupuesto era de 247.983 pesos, hacia 1934, con una matrícula que se había duplicado, sólo se habían adicionado a las partidas erogadas 27.111 pesos.5 Así las cosas, el funcionario recordaba en tono de denuncia moderada:
“Manifesté en varios informes de visitas de inspección a escuelas de artes y oficios, durante el último año que, en algunas de ellas, los directores se veían en aprietos para entretener [el término es exacto] a los alumnos de los talleres en los últimos días del mes, para evitar el gasto de materiales que ya no podrían ser costeados por agotamiento de las partidas.”6
Y cuando se analizaba el número de egresados que conseguía trabajo parecía que todo el esfuerzo se hubiera realizado en vano: “el porcentaje de egresados que consigue trabajo es mínimo, a pesar de todo, y no puede atribuirse a falta de preparación práctica”.7 Desde su perspectiva, esa situación sólo se podía explicar a partir de una cierta desidia del Estado que se encargaba de formar obreros y luego no los utilizaba. Resulta extraño, sin embargo, que a pesar de todo, el funcionario concluyera que el funcionamiento de las escuelas de artes y oficios podía catalogarse como bueno.
Obreritos argentinos en conserva
En el mismo año, con motivo de la inauguración de cuatro establecimientos en Capital Federal8 los funcionarios explicaron los motivos de las precarias iniciativas oficiales. La escuela contribuía a embeber a los futuros obreros en la más estricta disciplina al mismo tiempo que el espacio escolar los alejaba de las ideas marxistas. De este modo, las escuelas técnicas contribuían a evitar la contaminación de los jóvenes con las ideas apátridas profesadas por los obreros adultos. En este punto señalaban:
“Existe una larga experiencia demostrativa de las grandes ventajas de todo género que tiene el sistema de formación de obreros en establecimientos de tipo escolar sobre el aprendizaje en talleres industriales. Una de ellas […] está constituida por la educación y formación de esos futuros ciudadanos en ambientes de orden, sin el contacto prematuro con adultos que profesen y propaguen ideas contrarias a nuestras instituciones y al espíritu de nacionalidad”9
De la misma forma que había que evitar que los futuros obreros se contaminaran, resultaba necesario focalizar los esfuerzos allí donde se concentrara el mayor número de población obrera, es decir, dónde resultara inmediata su incorporación en las actividades industriales. Porque era necesario ganarle la carrera a los inmigrantes. Desde el Ministerio engalanando su patriotismo declaraban:
“Es corriente comprobar que en muchos de los talleres, fábricas y usinas en funcionamiento, los mejores puestos y los mayores jornales son para obreros extranjeros. Para esto es necesario poner a los operarios argentinos a la altura de la capacidad de aquéllos, porque sólo entonces podremos pretender que ocupen con todo derecho esas posiciones.”10
Para romper con esa dinámica presentaron un proyecto de ley para la creación de una escuela de formación de obreros destinadas a la industria del hierro en el barrio de Barracas, una para los obreros de la madera en San Cristóbal, otra destinada a la formación de electricistas en Puerto Nuevo y, por último, la cuarta consignada a la formación de los obreros de la edificación en el barrio de Flores. En su artículo 3º, el proyecto establecía que, además de la formación específica en el oficio, es decir la parte práctica, las escuelas debían brindar asignaturas de cultura general como castellano, historia y geografía argentinas, instrucción cívica y moral, nociones de contabilidad y de legislación industrial. Asimismo, se establecería una oficina de colocación de egresados en las reparticiones oficiales en tanto el Estado, a la hora de realizar un nuevo contrato, debía dar preferencia a los egresados de las cuatro nuevas escuelas. El proyecto fue aprobado sin modificaciones y se convirtió en la Ley nº 12.234.
Tres años más tarde, se reglamentó el plan de estudios para todas las escuelas de artes y oficios de la Nación. Con posterioridad se fueron sancionando programas específicos para cada una de las escuelas. Ejemplos de ello fueron la promulgación, el 17 de junio de 1938, mediante el Decreto nº 6.504 del plan de estudios para el curso nocturno de “electricidad” de la Escuela Industrial de La Plata de dos años de duración. Otro, fue el plan de estudios para la escuela de mecánicos motoristas agrícolas de la escuela de Chivilcoy11 o el de las escuelas industriales a través del Decreto nº 25.578 el 7 de marzo de 1939. Tal como vemos, en el transcurso de la década de 1930 la legislación fue avanzando en la estructuración de un circuito de formación técnica en el ámbito educativo, no hubo que esperar a la llegada de Perón para que esto ocurriera.
Una escuela a la altura de las circunstancias
A la luz de los informes ministeriales, las escuelas técnicas daban cuenta de serias limitaciones. Por un lado, no todas las especialidades eran útiles, más bien se notaba un sesgo en la elección de los alumnos hacia la orientación mecánica. Los egresados tenían dificultades para insertarse en el mundo laboral. Además, las condiciones de estudio resultaban malas en tanto las escuelas eran dotadas de equipamiento que no se renovaba debidamente. De modo similar, en el día a día sufrían carencia de recursos básicos para desarrollar las tareas al punto que los mismos funcionarios reconocían que más que mediar un proceso de aprendizaje real, los alumnos debían ser “entretenidos”.
Sin embargo, la mayor parte de los problemas no devenían sólo de una mala planificación o de malas políticas. La escuela técnica no podía menos que dar cuenta de los mismos problemas que la industria nacional en su desarrollo. En las décadas del cuarenta y del cincuenta encontraremos problemas similares, problemas que cualquier docente del área suscribiría todavía hoy.
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1Ministerio de Justicia e Instrucción Pública: Escuelas de Artes y Oficios. Informe elevado por intermedio de la Inspección General de Enseñanza, del inspector de esos establecimientos, Ing. Juan José Gómez, Buenos Aires, 1935.
2Ídem, p. 10.
3Ibídem.
4Ídem, p. 13.
5Ídem, p. 14.
6Ídem, p. 16.
7Ídem, p. 19.
8Ministerio de Justicia y Educación: Creación, fundación, organización y plan de estudios de cuatro escuelas técnicas de oficios, Buenos Aires, 1935.
9Ídem, p. 6.
10Ídem, p. 6.
11Decreto nº 6.377 sancionado por la Dirección de Instrucción Pública el 15 de junio de 1938.