La voz de un imprescindible – Por Guido Lissandrello

en El Aromo nº 81

imagenNuestra editorial se complace en editar las Memorias de un militante internacionalista, de Daniel Pereyra. Aquí, un extracto del prólogo.

Por Guido Lissandrello (Grupo de Investigación de la Lucha de Clases en los ’70-CEICS)

Un constructor del trotskismo

Nacido el 16 de octubre de 1927, en el seno de una familia obrera (su padre estuvo desocupado desde la crisis de 1929 y su madre trabajaba de lavandera en casas particulares), desde su juventud tuvo que valerse por sí mismo. Habiendo quedado huérfano a los 17 años, abandonó la escuela y comenzó a desempeñarse como aprendiz en una imprenta del barrio de Villa Crespo, donde vivía. Esta incorporación prematura al trabajo coincidió con el inicio de su militancia política. Pereyra entró en contacto con Nahuel Moreno, un joven militante que había sido expulsado de la Liga Obrera Socialista (LOS), uno de los primeros agrupamientos trotskistas del país.

En ese contexto, Moreno junto a Pereyra y un puñado de militantes fundaron el Grupo Obrero Marxista (GOM), en 1943. En efecto, con aquella organización el trotskismo vernáculo logró dar su primer salto: Moreno y sus camaradas comenzaron a desarrollar una inserción dentro del movimiento obrero. Es quizás este el principal acierto de lo que luego se conocerá como morenismo, iniciar el acercamiento orgánico a la clase obrera.

Este acercamiento fue, sin embargo, de carácter incipiente.

Esa línea se mantuvo a lo largo de todas las transformaciones del partido, que fue modificando su denominación: Partido Obrero Revolucionario (POR) en 1948, la breve experiencia dentro del Partido Socialista de la Revolución Nacional (PSRN) en 1954, luego Socialismo Revolucionario Trotskista (SRT) en 1955 y Política Obrera (PO) en 1958.

A pesar de que, entre todos esos cambios de siglas se impulsó el desarrollo de corrientes sindicales, siendo sus principales núcleos en los ’50 las listas verdes en textiles y metalúrgicos, el agrupamiento de Moreno no lograba ofrecerse como alternativa política para la clase obrera frente a la emergencia del peronismo. No sólo porque su inserción fabril fuera deficitaria cuantitativamente, sino porque adolecía de un problema más profundo: un déficit en el desarrollo de la tarea intelectual del partido. En efecto, el morenismo se caracterizó por su incapacidad para erigirse en dirección política independiente de la clase obrera, puesto que su forma de concebir la construcción partidaria suponía que la tarea fundamental era identificar a la vanguardia de la clase (aquella que lidera la disputa en el nivel económico reivindicativo) y “acompañar” su lucha, plegándose a cada una de sus iniciativas (ya sea una huelga, tomas, formas de lucha armada, etc.) Se trata de un seguidismo que se traduce en una claudicación en la tarea de dirección política.1 El ejemplo más transparente en este sentido fue la política de entrismo en el peronismo. Cuando se fundó PO, el partido se colocó “bajo la disciplina del general Perón”. Esa leyenda grabada en su periódico cristalizaba una táctica que reflejaba el déficit del que hablamos: la imposibilidad de desplegar la tarea intelectual del partido disputando la conciencia de la clase obrera, en pos de favorecer el acercamiento a la clase aceptando su conciencia espontánea. Pereyra en su balance lo señala con claridad: el partido creció notablemente en materia sindical, pero a costa de negarse a ejercer el rol de dirección política de la clase, lo que habría sembrado la confusión en sus propias filas. Eso podría explicar por qué importantes dirigentes de PO, como el mismo Pereyra, terminaron defendiendo estrategias opuestas a las que históricamente desarrolló el partido de Moreno.

Fusiles y masas: el problema de la estrategia revolucionaria en la Argentina

A comienzos de la década del ’70 la Argentina vivió un auge de masas. El Cordobazo, en mayo de 1969, marcó el inicio de un proceso revolucionario en nuestro país, signado por una crisis de conciencia de la clase obrera. Fracciones minoritarias comenzaban a romper con el peronismo y girar hacia posiciones revolucionarias. Sobre ese terreno fértil crecieron importantes organizaciones políticas que disputaban su dirección. Se configuró de ese modo una fuerza social revolucionaria con cierta potencialidad para convertirse en Partido del Caos y disputar el poder del Estado. A la luz de los acontecimientos posteriores, resulta claro que tal potencialidad no se puso en acto. En efecto, esta fuerza social portó una debilidad subjetiva que se expresó en dos problemas que la atravesaron: en lo programático, por la claudicación de importantes organizaciones ante el reformismo, y en lo estratégico, la adopción de una estrategia que poco tenía que ver con la realidad argentina, el desarrollo de la guerrilla (tanto en su variante rural como urbana).

Pereyra fue parte de ese conjunto de fuerzas que optaron por una estrategia que marcaba la necesidad inmediata de comenzar a desarrollar las tareas militares. Primero en el Partido Revolucionario de los Trabajadores (PRT) siguiendo la ruptura de Santucho y, luego, tras una nueva ruptura, en el Grupo Obrero Revolucionario (GOR). Sin embargo, sus inclinaciones hacia esa estrategia habían comenzado una década atrás, cuando formaba parte de PO. Su trayectoria biográfica en los ’60 y ’70, contenida en los capítulos II y IV, pone en evidencia que la adopción de la estrategia de lucha armada no fue reflejo directo de la experiencia cubana, sino el resultado de un arduo proceso de discusión, en el que se enfrentaron posiciones y se produjeron rupturas en importantes organizaciones.

La experiencia peruana

Hacia los años ’60 Perú, en particular la región cuzqueña, atravesaba un marcado proceso de agitación social en el agro: se sucedían las huelgas y avanzaba la sindicalización en el campo, lo que derivaba en un acelerado proceso de toma de tierras. Uno de sus más reconocidos dirigentes era Hugo Blanco, quien militaba en el Partido Obrero Revolucionario (POR) de ese país, partido hermanado con el de Moreno en Argentina y ambos nucleados en el Secretariado Latinoamericano del Trotskismo Ortodoxo (SLATO). En virtud de esta vinculación, y de la lectura de Moreno según la cual en Perú se desarrollaba una situación de “doble poder” acotada al ámbito rural, se decidió en junio de 1961 el envío de tres militantes (Pereyra, Eduardo Creus y José Martorell) y un aporte económico. El objetivo era fortalecer al partido y avanzar en la constitución de un Frente Único Revolucionario. La polémica se desató cuando, ante la asfixia presupuestaria del partido peruano, el equipo de Pereyra, ya instalado en aquel país, inició acciones de expropiación.

Moreno acusó al equipo de Pereyra de impulsar una “desviación putchista” y “foquista”, con motivo de estas acciones de expropiación que tendrían como objetivo conseguir financiamiento para impulsar un supuesto asalto al cuartel Gamarra del Cuzco, emulando al Moncada. La crítica de Moreno es parcialmente falsa. No es cierto que Pereyra haya abandonado el trabajo de masas. En su defensa, alegaron que fue la única vía de salida ante el ahogo de las finanzas del partido, que necesitaría el dinero para fortalecer las milicias campesinas que sostenían la toma de tierras. Sea esto real o no, el desarrollo de una estrategia, y las tácticas que de ella se desprenden, no puede estar atado a la situación financiera del partido. Si las fuerzas del partido no alcanzaban para desarrollar las tareas que imponía una estrategia insurreccional, difícilmente estas se solucionarían apostando al desarrollo de un frente militar, aunque más no sea acotado a las acciones de recuperación. Los hechos demostraron esta realidad: la caída del equipo, producto de las dificultades del repliegue luego del asalto al Banco de Miraflores, liquidó buena parte del trabajo político que habían realizado.

Aún queda pendiente un análisis científico de la trayectoria del morenismo, que aporte elementos para clarificar estos problemas. Sin embargo, puede pensarse como uno de los elementos explicativos la propia estrategia seguidista que llevaba a la adopción de diversas tácticas, no en función de las características estructurales de cada país, sino del accionar concreto de las masas en un determinado momento. Los vaivenes tácticos, que en algunos casos han sido interpretados como una ausencia de estrategia,2 pueden ayudar a entender la confusión en las propias filas del partido.

No es osado suponer entonces que, en ocasiones, se cayera en la confusión de asumir como estrategia lo que en ese momento se reconocía como táctica.

Discusión y ruptura en Argentina

La experiencia en Perú le valió a Pereyra casi cinco años de cárcel en aquel país. Durante ese tiempo, en particular a partir del año 1964, PO comenzó a desarrollar un proceso de discusión con el Frente Revolucionario Indoamericano Popular (FRIP), liderado por los hermanos Santucho (Mario Roberto, Francisco José y Asdrubal), que tenía cierto trabajo político en el norte del país (Tucumán, Santiago del Estero y Salta). En mayo de 1965 ambas organizaciones confluyeron en una nuevo nucleamiento: el Partido Revolucionario de los Trabajadores (PRT). Sin embargo, la unidad había sido forjada bajo bases frágiles.

La ruptura se produjo en enero de 1968, cuando se llevaban adelante las reuniones de la Comisión Precongreso para el IV Congreso del partido. Sin embargo, desde 1967 ya se hacían visibles dos tendencias: la morenista y la santuchista, que a la postre derivarían en la formación del PRT-La Verdad y PRT-El Combatiente, respectivamente. El grupo de Santucho, reconociendo como un acierto la estrategia “castrista-guevarista”, sostenía la necesidad de que el partido desarrollara tareas de propaganda y agitación política sobre la clase obrera y que, en paralelo, preparara y diera inicio a la lucha armada “en la perspectiva de crear un ejército en el campo y de impulsar la guerrilla urbana, tanto en apoyo a la guerrilla rural, como acompañando las luchas de masas”.3 El PRT-EC sostenía que la estrategia del morenismo era espontaneísta, dado que no tendría una estrategia de poder, lo que, en la línea del partido de Santucho, significaba plantear en el corto plazo el problema militar.

En el marco de este debate, Pereyra, confirmando su línea de intervención en Perú, acompañó la fracción de Santucho, llegando a ser miembro del Comité Central y del Comité Ejecutivo del partido. Sin embargo, al poco tiempo de andar se manifestaron ciertas tensiones dentro del PRT-EC, que derivarían en nuevas rupturas.

Las posiciones de la tendencia de Pereyra se vieron cristalizadas en el Proyecto de resolución del C.C. de autocrítica y convocatoria al V Congreso. En concreto, lo que señala dicho documento es que el partido habría incurrido en una “desviación foquista” que se expresaría en un déficit político a la hora de lograr inserción y orientar con consignas a las masas movilizadas, y el abandono de la lucha teórica para enfrentar las tendencias reformistas. En el plano militar, se habrían desarrollado planes ambiciosos y no subordinados estrictamente a la dirección política del partido (se creó una comandancia unipersonal en manos de Santucho), a la par que se subestimaría la lucha del proletariado en el ámbito urbano donde no se garantizó la actividad militar independiente. Por último, a nivel partidario se constataría la ausencia de discusión política interna y el desarrollo de rasgos burocráticos. Todo ello surgiría como producto de una sobreestimación de las propias fuerzas y cierta tendencia voluntarista, que se identificaría con el foquismo, en la medida que supondría que los combatientes pueden construir la fuerza militar ellos mismos y no en un proceso de contacto y concientización de las masas.

Tras un breve período de dispersión, varios ex-militantes del PRT-EC constituyeron el GOR, entre fines de 1970 y comienzos de 1971. Consecuentes con la crítica que habían realizado a la tendencia santuchista, abocaron sus esfuerzos a la construcción de frentes de masas (la Agrupación Universitaria Socialista y la Corriente Clasista -CoCla-) y la edición de publicaciones (Lucha de clases, Combate Socialista, Combate Socialista Internacional). A la par que defendió la necesidad de construcción del partido, el GOR no renegó del desarrollo de acciones armadas, considerando que estas debían ser realizadas bajo el criterio de “autodefensa de masas” y para “garantizar la actividad independiente de la vanguardia”.4

No puede decirse que uno y otro hayan caído en una “desviación militarista” ni una “deriva militarista” (como le achaca Pereyra al PRT-ERP). Lo que es real es que nuestro país no presentaba, ni presenta hoy, características favorables al desarrollo de formaciones guerrilleras urbanas o rurales. No existe una base campesina ni condiciones geográficas, y, fundamentalmente, el Estado, en manos de una burguesía consolidada, controla el conjunto del territorio nacional. De modo que, la construcción de un frente militar obturó la tarea principal de la etapa: la conquista de la hegemonía del partido en el interior de la clase obrera. Tarea que suponía dar una fuerte batalla contra el reformismo e impulsar la tendencia insurreccional que se desarrollaba en el seno de las masas. Anticipándose al momento político-militar de la lucha de clases, las organizaciones que desplegaron la lucha armada terminaron complotando contra su propio desarrollo. Las memorias de Pereyra nos alertan sobre este problema.

Notas

1 El problema del seguidismo aparece en la discusión que sostiene Lenin contra las posiciones del periódico Rabóchei Dielo. Véase el capítulo II de Lenin, Vladimir: ¿Qué Hacer?, ediciones varias.

2 Coggiola, O.: Historia del trotskismo en Argentina y América Latina, Ediciones ryr, 2006, pp. 198-205.

3 PRT-EC: El único camino hasta el poder obrero y el socialismo, 1968, p. 42.

4 Primer Congreso del GOR: “El Partido y las tareas de los revolucionarios”, marzo de 1976, pp. 33-35, mencionado en: Cortina Orero, Grupo, op. cit., p. 28.

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