Te quiero libre, linda y fundida

en El Aromo nº 76

 

Los estudios de género y la militancia en los ‘70

 

En los últimos años, la moda historiográfica de revisar los años ’70 ha encontrado un costado novedoso: los análisis de género. Sin embargo, los trabajos presentan muchos problemas, desde metodológicos hasta políticos. Invariablemente, todos arriban a la misma conclusión: cuestionar la militancia revolucionaria.

 

Ana Costilla

Grupo de investigación sobre la lucha de clases en los ’70

 

Desde hace algunos años, los estudios de género, de la mano de la historia oral, han desembarcado en el terreno de las investigaciones sobre las organizaciones político-militares de los ’70. Su objetivo es indagar en qué medida las organizaciones de izquierda hicieron propias las reivindicaciones de género. Como veremos, las respuestas que brindan lejos están de ser satisfactorias.

 

Por las sendas de Pozzi

 

Los estudios en cuestión constituyen una continuación de la línea de análisis que inaugurara Pablo Pozzi en sus trabajos sobre el PRT-ERP. Su influencia se ve reflejada en una reproducción automática de varios de sus planteos, pese a la insuficiente evidencia empírica que los respalde. Uno de ellos es la idea de que las organizaciones político-militares se vieron “obligadas” a tomar en cuenta los problemas de género, por la “presión” de un ingreso masivo de mujeres en sus filas, y que aún así no lo hicieron “ni siquiera con respeto”. Así, la participación femenina no solo no habría sido perseguida como una política conciente del partido, sino que se habría producido en contra de sus propios deseos. Esta lectura sobre una presunta presión se extiende a todo el período de análisis y así se entiende la creación del Frente de Mujeres, una decisión tomada “casi a regañadientes” (Pozzi dixit) por el Buró Político en 1973. En este caso, la creación del frente apuntaría a incorporar a la mujer obrera como medio para llegar, a través de su influencia, al resto de la familia y al hombre, quien sería el verdadero objetivo del PRT. Dado que dicha experiencia no logró superar los marcos de las regionales de Buenos Aires y Córdoba, Pozzi imagina que “el PRT-ERP no tenía ni idea de cómo encarar el tema y, sobre todo, de cómo convencer a las distintas regionales de que esta orientación debía ser aplicada con la misma fuerza que cualquier otra”.[1] ¿Las pruebas de todo esto? Si las encuentra, avise. Posteriormente, una de las autoras que desarrolla los estudios de género sobre el período cree haber corroborado este punto al dar con dos, de cuatro entrevistadas, que señalan que a las mujeres no les “daban bola” y que en general “el tema de las mujeres era tomado muy a la ligera […] no se hacía un análisis de la mujer dentro de la organización o dentro de la clase….”.[2] Muy endeble evidencia para sostener tamaña afirmación. Esto nos conduce al problema metodológico de los límites de las fuentes orales. En todos los trabajos encontramos militantes que plantean la existencia de problemas de género en sus organizaciones y otras que dicen exactamente lo contrario. ¿Cuál de los testimonios tiene mayor peso para definir si las organizaciones eran machistas o no? El problema que enfrentan estas investigaciones es que, al darle a la fuente oral un valor superior al de cualquier otra, no pueden resolver esta contradicción. O la resuelven según su propio prejuicio, otorgando sin ninguna justificación mayor carga de verdad a los testimonios que afirman lo que quieren escuchar: que la izquierda de los ’70 era machista. Existiendo documentos escritos de las organizaciones que abordan el problema, y frentes femeninos en donde estas posiciones debieron tener un desarrollo, uno esperaría un abordaje en profundidad para complementar la información de las fuentes orales, pero no sucede así.

Pozzi también promueve una forma negativa de leer el documento Moral y proletarización analizado en su libro, donde el PRT postulaba que “[los hombres] debemos comprender que nuestra pareja o nuestros hijos no son objeto de nuestro placer o nuestras necesidades, sino sujetos, personas humanas integrales […] Si comprendemos esto, lograremos un presupuesto básico para comenzar a avanzar en este terreno: la absoluta igualdad entre los sexos”. Además, sancionaba, entre otras cuestiones, que “los compañeros, tanto los que constituyen parejas como los que no, compartirán todos los elementos de la vida cotidiana […] compartiendo sus recursos a través de un fondo común y rotativamente las tareas domésticas”. A pesar de esto, Pozzi señala que el documento presenta un planteo estrecho y limitado de la cuestión de género. Señala además que el texto sería “machista” por estar dirigido al militante masculino, aunque si su propósito fuera combatir el machismo, ¿qué mejor que interpelar directamente a los compañeros? Así, el resultado para Pozzi sería que “la organización tendía a minimizar la lucha por la igualdad de géneros (o si no, a disfrazarla bajo el planteo ‘todos somos militantes’ lo cual reproducía una cierta discriminación de hecho, al no reconocer la especificidad de cada género y de tender hacia la homogeneización en torno a criterios masculinos)”. Sin embargo, nuevamente, el planteo carece de evidencias que lo respalden. Moral y proletarización, un folleto de gran circulación en donde el máximo dirigente de la organización plantea ciertas ideas que, aún con sus limitaciones, buscaban combatir el machismo, debiera ser tomado al menos como un llamado de atención antes de postular que para el PRT la cuestión de género no tenía ninguna importancia.

Esta es la línea que Pozzi legará a los “estudios de género” posteriores: la hipótesis de que las organizaciones de izquierda en los ’70 no asumieron la defensa de la igualdad de género, y la obsesión por dar por probada dicha hipótesis aún cuando hechos, documentos y testimonios la pongan en cuestión. No negamos que las organizaciones revolucionarias de los ’70 pudieran reproducir prejuicios machistas y que, en ese aspecto, no hubieran logrado despegarse de los arraigados patrones culturales de la sociedad que intentaban transformar. El problema es que estos trabajos no logran probarlo, y en el empeño en sostener estas premisas muestran, más que una vocación crítica, el intento de cuestionar con cualquier pretexto a las organizaciones de izquierda. Un rasgo más propio de un fundido, que de un científico.

 

Fuera de contexto

 

Una característica central de las salieris de Pozzi es visualizar problemas de género donde no necesariamente los hubo. Muchas veces, forzando la evidencia. Veamos algunos ejemplos. Respecto de las relaciones de pareja al interior de las organizaciones, Andrea Andújar considera el caso de una mujer cuyos deseos de separarse de su compañero debieron ser discutidos con el responsable regional. Indignada con este procedimiento, entiende que la militancia dentro de la organización podía conducir a una invasión de la intimidad y a un ataque de género, porque le estarían negando a la mujer la autonomía de elegir con quién estar.[3] Más allá de no reparar en que al hombre también le habrían invadido su privacidad, la autora omite una cuestión vital: la pareja formaba parte de una célula del frente militar del ERP. Y cuando se construye un aparato armado que debe funcionar en la clandestinidad, estas relaciones personales pueden resultar un asunto de vida o muerte. Los protagonistas de este tipo de hechos, como se observa en un testimonio recogido por Pozzi, no veían allí ningún “problema de género”, sino algo inherente a la clandestinidad derivada del accionar militar: “la cuestión era seguir viviendo en la misma casa aún separados […] ahí la cuestión era el aspecto de lo militar, el conflicto que podía traer dentro de la propia célula”.[4]

Del mismo modo toman como discriminación de género las críticas que pudiera recibir cualquier mujer respecto de algún aspecto de su actividad militante. Suelen confundir la crítica política (que tranquilamente podría haber recibido un hombre) con un cuestionamiento de género, cayendo en el absurdo de pretender que no se discuta la actuación de ninguna mujer en la organización porque eso sería “machista”. Nuevamente, las propias entrevistadas suelen comprender mejor la situación que los autores. El balance de una compañera criticada por el carácter “asistencialista” que estaba tomando su militancia asume que “eso no significó que yo me sintiera discriminada como mujer, porque discutía de igual a igual […] En ese sentido, ser mujer no tenía nada que ver”.[5]

Otro ejemplo es el modo en que se aborda el problema del acceso a la dirección del partido. En general, se sostiene que las mujeres no ascendían por su condición de mujeres y que, cuando lo hacían, era por “ser la mujer de…”. En efecto, Paola Martínez retoma esta hipótesis y asevera que

seguramente la competencia política y militar de estas mujeres era destacable pero cabe suponer que otras mujeres con similares o mejores características debieron militar en el PRT-ERP. En este sentido, seguramente lo que determinó su acceso a puestos de dirección no fueron, exclusivamente, sus capacidades como militantes.”[6]

 

Demasiadas suposiciones para un trabajo que se pretende científico… Ya Pozzi había tratado el problema, que le discutió uno de sus entrevistados, un “antiguo miembro del Comité Central” que señalaba que la razón de la escasa presencia de mujeres en dicho nivel se vinculaba con un menor grado de desarrollo político que solían presentar las mujeres. ¿Por qué asumir, sin ninguna otra evidencia, la hipótesis del “machismo” antes que la de la capacidad política? Claramente, existe un sesgo anti-partido que define cada “situación dudosa” en contra de las organizaciones de izquierda.

Las hipótesis, sin embargo, son cuestionadas por la propia evidencia que presentan. No solo porque hay documentos escritos, como Moral y proletarización, con reivindicaciones de género y porque la mayoría de las entrevistas no manifiesta ninguno de los problemas que estos autores señalan, sino porque hay experiencias concretas, como los frentes de mujeres creados por Montoneros y el PRT-ERP, que como mínimo deberían estudiarse con más cuidado. Aunque no necesariamente los frentes de mujeres desarrollaron la lucha por reivindicaciones de género, su existencia muestra que algún tipo de importancia se le daba a la cuestión. ¿Cómo hacen las autoras que trabajan estos temas para seguir sosteniendo entonces sus hipótesis? Responsabilizando a las organizaciones de los “fracasos” de estas iniciativas, que terminaron disolviéndose: la Agrupación Evita,[7] de Montoneros, luego del pase a la clandestinidad en 1974; el Frente de Mujeres del PRT[8] a fines de 1975. Ambos hechos son atribuidos a la poca importancia que las organizaciones le daban al problema de género, sin ninguna evidencia más que la propia especulación. No se considera importante, por ejemplo, que con el pase a la clandestinidad de Montoneros se relegaron todos los frentes de superficie, ni que el PRT en 1975 privilegió la lucha en el monte tucumano. Tampoco el avance de la represión paraestatal ni las dificultades para mantener el trabajo político en esas condiciones aparecen como explicaciones centrales. Por H o por B, siempre el problema es el “machismo” de la izquierda en los ’70.

 

Del socialismo al feminismo

 

En general, la fuente de la que se nutren estos estudios son las voces de ex militantes que actualmente son activistas del feminismo (cuando no abandonaron, hace tiempo, todo tipo de militancia política). Las autoras reseñadas coinciden en ubicar el quiebre ideológico, que las condujo de la revolución al feminismo, en los años ’80. Generalmente es a partir del exilio y la derrota que se acercaron a las nuevas ideas, en un clima muy diferente al de los ’70, con la restauración de la hegemonía política y moral de la clase dominante. Así, estas mujeres replantearon su experiencia reciente en las organizaciones revolucionarias y, con ella también, sus propias ideas políticas. Si bien las autoras identifican este proceso de cambio, no visualizan en él los efectos ideológicos de la derrota y, muy por el contrario, realizan una valoración positiva de esta “evolución” hacia la militancia feminista. Por un lado, celebran que “las militantes políticas de la izquierda revolucionaria [que] consideraban que la lucha contra la desigualdad y la jerarquía sexual formaba parte de una reivindicación burguesa y era secundaria frente a la contradicción entre el capital y el trabajo” hayan empezado a validar, recién en el exilio, “el hecho de que la lucha de género era política y que la política debía incluir al género entre sus prioridades2.[9] Nadie podría objetar que es un avance significativo el que las compañeras hayan reconocido la importancia de las problemáticas de género. Pero ello se convierte en un problema si lo que implica es renegar de la lucha por transformar la sociedad de conjunto.

Un elemento frecuente de desaprobación de la militancia setentista refiere a que, en los ’80, las ex militantes habrían podido desarrollar las reivindicaciones de género que las organizaciones revolucionarias no les habían permitido plantear. Como afirma Marta Vassallo:

 

“las organizaciones de pertenencia de estas militantes no implementaron medios para garantizar la proclamada igualdad, porque la discriminación sexual no figuraba en su campo visual y, si figuraba, era en el mejor de los casos uno de los tantos aspectos ‘secundarios’ de la vida que se resolverían solos una vez lograda la revolución. Ellas mismas compartían en muchos casos esa lógica. Se resistieron a abordar su condición de mujeres como cuestión específica”.[10]

 

Para estas autoras, tan dañina habría sido la política revolucionaria de los ’70 en materia de género, que incluso en pleno exilio, continuaba operando como un “límite” para el encuentro de las militantes con el activismo feminista. Así lo plantea Marina Franco cuando analiza cómo se insertaba la situación de las mujeres argentinas en el clima francés de la época. En un grupo de “mujeres latinoamericanas” en París, mientras las emigradas se centraban en la solidaridad con los exiliados y la denuncia de la masacre en Argentina, las francesas, como señala una entrevistada, “ya venían con una comprensión del problema de la mujer”. Para la autora, entonces, “el relato muestra (…) los límites que la urgencia de la situación argentina –y los patrones de militancia previa- imponían a las emigradas como causas de movilización política.”[11]

Afortunadamente (para las autoras) la ampliación ulterior de la “conciencia feminista” se combinó con el rechazo a la estrategia armada de los ’70. Así, se les abría a las “sobrevivientes” la posibilidad de revisar y plantear la cuestión de la discriminación sexista de la que habrían sido víctimas en sus respectivas organizaciones. En este punto resulta preciso reparar en la trayectoria política de las mujeres cuyo testimonio es recogido para estudiar los ’70. Como anticipamos, en su mayoría se trata de actuales militantes feministas o activistas de ONG que, según afirman las autoras, toman ambas experiencias militantes como dos etapas completamente separadas de su vida. Tal es el caso, por ejemplo, de Verónica G. El retorno a la Argentina en el año 1984 implicó retomar su profesión de abogada sindical, y terminar conformando una ONG dedicada a las problemáticas de las mujeres trabajadoras, especialmente a resolver situaciones de violencia doméstica. “Así, el feminismo se iría colando subrepticiamente en su cotidianeidad y en su actividad profesional, hasta convertirse en una nueva militancia que ya poco tendría que ver con sus pasos iniciales por las células armadas.” Sin embargo, Verónica rescata positivamente su experiencia “guerrillera”, por lo cual las autoras, en lugar de revisar sus hipótesis, afirman que “ese feminismo no redunda demasiado en un re-pensar el lugar asumido por las mujeres y por ella misma en las relaciones entre sexos dentro de las organizaciones político-militares”.[12] Distinto es el caso de Alejandra, uno de los testimonios de Mujeres guerrilleras más retomado en los trabajos, precisamente por el énfasis con que la entrevistada cuestiona absolutamente todo de la militancia revolucionaria, desde los “sacrificios inútiles” hasta el hecho de que dejara poco espacio para “tirarse debajo de un árbol y mirar el cielo”.[13] Esta militante cuenta cómo al llegar a Suecia, desesperada por su situación laboral y con dos hijos que alimentar, recibió el sostén material que brindaba CARITAS y comenzó a “revisar” varios de sus postulados ideológicos. Estamos claramente ante una mujer que modificó a tal punto sus ideas políticas, que reniega de todo su pasado, lo que no se problematiza a la hora de utilizar su testimonio como fuente para la investigación del problema de género en las organizaciones armadas de los ’70. Este es un error en que incurren todas las autoras, el de no analizar críticamente los testimonios y su contextos. Los efectos de la derrota militar y moral, que operó no solo en las trayectorias de las entrevistadas sino también en la valoración de su militancia en los ’70, no solo no es problematizada, sino que se utiliza convenientemente para sostener hipótesis funcionales a reforzar los efectos de esa derrota.

 

Ni sumisas, ni devotas, ni revolucionarias

 

Los estudios que aquí reseñamos son producto de la derrota de la política revolucionaria de la clase obrera en los ’70. En primer lugar, porque se nutren principalmente –y de manera acrítica- de testimonios de mujeres que hace treinta años abandonaron las banderas del socialismo. Mujeres que, en un contexto contrarrevolucionario, flaquearon ante las voces que pregonaban el fin de las esperanzas de cambio y la imposibilidad de la revolución. Y cuando los testimonios de muchas de las compañeras reivindican su pasado setentista, no son tenidas en cuenta a la hora de sacar conclusiones. Estos trabajos, apoyados en una débil fundamentación empírica (y dejando de lado la evidencia que podría cuestionar sus conclusiones), se empeñan en afirmar que las organizaciones de izquierda en los ’70 no asumían las reivindicaciones de género, reproduciendo prácticas machistas. Sin dejar de tener en cuenta que las organizaciones de izquierda (y sus militantes) surgen y actúan en una sociedad patriarcal, y que podrían haber reproducido prácticas machistas, estos trabajos no prueban que así sea. Es más, se minimizan esfuerzos evidentes por combatir estas prácticas. Claramente, se trata de una corriente intelectual más preocupada por cuestionar la militancia revolucionaria que por reconstruir fehacientemente el pasado.

1Véase Pozzi, Pablo: Por las sendas argentinas…. El PRT-ERP. La guerrilla marxista, Eudeba, Buenos Aires, 2001, pp. 220-221.

2Pasquali, L.: “Narrar desde el género: una historia oral de mujeres militantes”, en Andújar, A. et al. (comps.): Historia, género y política en los 70, Buenos Aires, FFYL-UBA/Feminaria, 2005, p. 131.

3Andújar, Andrea: “El amor en tiempos de revolución: los vínculos de pareja de la militancia de los 70. Batallas, telenovelas y rock and roll”, en Andujar et al. (comp.): De minifaldas, militancias y revoluciones, Buenos Aires, Luxemburg, 2009.

4Pozzi, op. cit., p. 230.

5Pozzi, op. cit., p. 228.

6Las itálicas me pertenecen. Martínez, P.: Género, política y revolución en los años ’70. Las mujeres del PRT-ERP, Buenos Aires, Imago Mundi, 2009, p. 126-127.

7Véase Grammático, K.: Mujeres montoneras. Una historia de la Agrupación Evita 1973-1974, Buenos Aires, Luxemburg, 2011.

8Andujar, Andrea: “El amor en tiempos…”, op. cit.

9Andújar, Andrea: De minifaldas…, op. cit., p. 12-23.

10Vassallo, Marta: “Militancia y trasgresión”, en De minifaldas…, op. cit., p. 30.

11Franco, Marina: “El exilio como espacio de transformaciones de género”, en De minifaldas…, op. cit., p. 142.

12Seminara, Luciana y Cristina Viano: “Las dos Verónicas y los múltiples senderos de la militancia: de las organizaciones revolucionarias de los años ‘70 al feminismo”, en De minifaldas…, op. cit.

13Diana, Marta: Mujeres guerrilleras, Buenos Aires, Editorial Planeta, 1996, pp. 27-44.

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