Víctor Hugo Pacheco Chávez
Colaborador
Las elecciones presidenciales que se llevarán a cabo en México, en julio del presente año, enfrentará a dos candidatos burgueses. Aquí un historiador mexicano analiza el proceso.
Las propuestas políticas de cada uno de los aspirantes presidenciales comparten el mismo trasfondo de ajuste que se ha implementado como política económica a lo largo de las últimas tres décadas en el país. Las candidaturas del PRI y del PAN comparten la misma preocupación por sacar adelante aquellas “reformas” que han quedado pendientes, como medidas estructurales que permitan una penetración de mayor amplitud por el capitalismo, principalmente la intervención privada en la industria petrolera. Con los costos que esto significa: privatización de todas las empresas paraestatales y una mayor sujeción de la economía a los capitales estadounidenses. Además de esto, PRI y PAN comparten los impulsos privatizadores del sector eléctrico y una búsqueda por flexibilizar todas las condiciones labores de la clase trabajadora.
La diferencia que habría entre estas dos opciones no estriba en sus políticas económicas, sino más bien, en la manera en que quieren encarar el problema de la violencia social que ha generado la llamada “guerra contra el narcotráfico”, que implementó Felipe Calderón y que ha tenido consecuencias nefastas para la sociedad en su conjunto. El PRI quiere regresar a los “buenos” entendimientos con el crimen organizado. No es casualidad que los estados de mayor fortalecimiento del narcotráfico hayan sido aquellos en donde gobierna el PRI. Llama la atención, como ejemplo del crecimiento de la actividad del narcotráfico, el caso del Estado de México, sobre todo por ser la región donde gobierno el aspirante priista, Enrique Peña Nieto. Por su parte, el PAN pretende continuar con la misma política, lo cual significaría un recrudecimiento de la violencia social que existe en el país.
De lado de las izquierdas la cosa no es mejor. La discusión se mantiene en los límites del viejo debate entre una izquierda parlamentaria y otra izquierda que apostaría a la lucha social. La paradoja en la que se encuentra la izquierda le da la razón a ambas propuestas, pues el accionar de unos justifica las dudas de los otros. Por un lado, es verdad que Andrés Manuel López Obrador no representa un proyecto anticapitalista y ni siquiera socialdemócrata, sino más bien en la línea de la historia del país representa un proyecto “nacional revolucionario”. Más aún, su actuar político, su propuesta de una “República amorosa”, ha ocasionado que trate de pactar acuerdos con las elites capitalistas dejando de lado la amplia base social que ha mantenido movilizado en estos años y que surgió a raíz de la protesta contra el fraude electoral de hace seis años. E incluso dentro de los sectores sociales que han entrado a ese movimiento, a través del Movimiento de Regeneración Nacional (MORENA), poco pueden disputarle a la burocracia del PRD.
Del otro lado de la izquierda, los que pugnan por la no participación dentro de las instituciones políticas actuales y apelan a organizarse de manera independiente, actualmente se encuentran sin una perspectiva real. Su llamado al no-voto se da en un vacío, debido a su extrema debilidad. La izquierda socialista, por ejemplo, no rebasa tres o cuatro organizaciones con un marcado acento estudiantil. Ajenos a la pugna partidaria de la burguesía, han sido incapaces de construirse como una alternativa. Existe una fuerte evaluación en otros sectores socialistas de que tratar de mantenerse al margen de la coyuntura en la que nos encontramos, por considerar que las mediaciones políticas no son importantes para un empoderamiento de la lucha social, es una idea totalmente errónea. No movilizarse para no compartir la responsabilidad del fracaso de las fuerzas electorales (y poder después erguirse como “curas rojos”), es llevar a cabo una política no sólo hipócrita sino incluso darle ventajas a la derecha de continuar con su agenda política.
En este panorama de una izquierda totalmente dividida y desmovilizada es urgente reconsiderar el camino que se está tomando en México. Las posibilidades de que esta coyuntura política no sea más que otra segura derrota necesitan de una articulación entre la parte institucional, consecuente con una movilización social, que se ha mantenido por seis años, y la de las organizaciones socialistas, capaces de aprovechar la participación de las masas.
La política de la izquierda socialista en México no puede reducirse a que cada quien con su actuar individual agriete el capitalismo esperando que la fisura se haga más grande y este pueda estallar (como ahora lo pregona John Holloway). Por el contrario, existe la prioridad de trazar una táctica de lucha que no implique ni la subordinación a los partidos burgueses, nacionalistas, pero que tampoco ignore la participación de las masas en torno a la disputa electoral. El objetivo a largo plazo será la construcción de organizaciones clasistas independientes y, a corto, la derrota de la derecha en vísperas de las elecciones. Tareas, ambas, complicadas, pero nunca imposibles.