Damián Bil
Observatorio Marxista de Economía – CEICS
El 6 de julio de 2018, los EE.UU. establecieron un aumento de aranceles de hasta el 25% a 818 productos específicos provenientes de China: equipamiento para la industria petrolera, robots industriales, tecnología informática de nueva generación (como partes para fabricar circuitos integrados), equipos aeroespaciales (satélites, vehículos suborbitales) y marítimos (turbinas, barcos autopropulsados, etc.), accesorio ferroviario, componentes para vehículos eléctricos, partes de equipamiento agrícola, aparatos médicos y para biotecnología, como los más importantes. Estos aranceles representarían un valor aproximado de 250 mil millones de dólares en términos de intercambio comercial. Los argumentos utilizados por la administración Trump, que se plasmaron en el informe que Robert Lighthizer (el Representante de Comercio de los EEUU, una suerte de Ministro de Comercio Exterior) elevó a la Casa Blanca, giraron en torno a la idea de un plan orquestado por el PC chino para debilitar las ventajas de las empresas estadounidenses en el plano económico-tecnológico. Entre las acusaciones de “competencia desleal”, se denuncian la transferencia de tecnología forzada, las restricciones de inversión y comercio discriminatoria al capital extranjero, las adquisiciones predatorias, los ataques cibernéticos, el espionaje industrial, la desprotección de la propiedad intelectual, el dumping, entre varios otros elementos. Por ello, exigieron al gobierno chino que realizara “cambios radicales”, como la disminución de subsidios a empresas estatales y una mayor protección de la propiedad intelectual y de la inversión extranjera. Beijing no se quedó atrás, y respondió estableciendo aranceles a los productos que importa desde los EE.UU. (como soja y sus derivados, carnes, insumos, etc.).
Frente a las tensiones, en diciembre durante el G20, ambos países llegaron a una tregua de 90 días hasta el 1 de marzo. La administración de Xi Jinping prometió ciertas reformas, como en la legislación para proteger la propiedad tecnológica que aporta el capital extranjero; aunque para los “Halcones” de Washington las reformas no serían suficientes para destrabar el conflicto. Si bien en la superficie se presenta como una disputa comercial, la cuestión tiene motivos más profundos a desentrañar.
El populista de la Casa Blanca
Como señalamos en la edición previa, Trump representa una fracción de la burguesía que impulsa la protección de la industria nacional en los EE.UU. Con el lema de Make America Great Again y la suba de tasas (lenta pero progresiva) estimuló el retorno de capitales, junto con una activa política comercial externa. Uno de los objetivos es reforzar el sector manufacturero, apuntando a reducir el déficit comercial con China, que se expande año a año: en valores de 2017, se incrementó de 39.100 millones de dólares anuales promedio durante los ’90, a 179.900 millones en los 2000, y a 309.500 millones en el lapso 2010 a 2018. Los principales rubros de exportación lo constituyen las aeronaves y sus partes, los semiconductores, la soja y los vehículos; mientras que las importaciones fundamentales son teléfonos celulares, computadoras, otros equipos de comunicación y juguetes. En este punto, la situación es particularmente crítica para los yanquis en los renglones de bienes de “alta tecnología”: mientras poseen un leve superávit en productos de biotecnología, medicina, electrónica, manufactura flexible y nuclear, y uno más holgado en aeroespacial; tienen déficit leves en óptica, armamento y materiales avanzados, y un rojo muy agudo en tecnología de información y productos de comunicación (donde se incluyen los aparatos de telefonía celular y las computadoras). En este renglón, los EE.UU. pierden 120 mil millones anuales promedio entre 2010 y 2018. Por ello, la batería de aranceles y la guerra declarada por Trump encuentran aquí un motivo. Pero la cuestión es aún más profunda: lo que está en juego es la posibilidad de que los chinos, en cierto plazo, asalten el liderazgo del desarrollo tecnológico a nivel mundial. Ello es el objetivo abiertamente declarado en el plan Made in China 2025.
Tratar de conquistar el mundo
Algunos analistas consideran que la guerra comercial es un capricho de la línea dura de Washington, que estaría sobreestimando las posibilidades reales de China para desplazar a los yanquis de su lugar de privilegio tecnológico. Esta exageración se manifestaría en el caso del boicot a la firma Huawei, una de las líderes del mercado de celulares inteligentes y pionera en la tecnología 5G, conflicto que incluso llegó a la detención de Meng Wanzhou (jefa financiera e hija del fundador de la firma) en Canadá.
No obstante, si se examina con detalle, la política de la Casa Blanca no parece una de las torpezas que suelen atribuirse al excéntrico Donald, sino una estrategia para “curarse en salud”. En efecto, las alarmas se encendieron con la proclamación del plan Made in China 2025, impulsado por el primer ministro Li Keqianq en 2015. El plan propone en el mediano plazo cerrar la brecha con las habilidades en alta tecnología de Occidente y resolver el cuello de botella en la industria manufacturera (desaceleración en la exportación de productos de bajo contenido tecnológico desde finales de los ’90, aumento del costo laboral, reducción de la población activa que lleva a escasez de mano de obra, entre otros). Se establecen tres etapas: a 2025, se plantea alcanzar el nivel de potencia industrial; para 2035 llegar a un nivel medio entre los líderes industriales del mundo, y para 2049 ser la primera potencia manufacturera. Para ello, la estrategia se concentra en estimular diez sectores claves: robótica, tecnología de información, aeroespacial, marítimo, ferroviario, vehículos de bajo consumo, equipos energéticos, maquinaria agrícola, materiales básicos y biofarma-medicina. Las autoridades pretenden medir los avances a partir de indicadores como el ratio de I+D (investigación y desarrollo) sobre ventas, la tasa de calidad de los productos o la disminución de emisiones contaminantes. Se proponen como objetivos destacados, en un reducido lapso, aumentar la cantidad de satélites propios (por el momento cuentan con una quinta parte de los que tienen los EE.UU., algo más de 300 contra 1.600), sobre todo los de captura de imágenes con alta definición; asimismo, pretenden alcanzar en 2020 un output anual de 100 mil robots industriales; y proveer buses y autos eléctricos al mercado asiático. Con esto, además, buscan superar uno de sus déficits más agudos: la integración de la cadena de valor; es decir, la fabricación de componentes electrónicos claves, de materiales específicos y de otros componentes de precisión que en el país no se producen (o no con la calidad requerida) y deben importarse, como de Australia (materias), EE.UU., Corea del Sur, Japón, Suiza o Alemania (bienes intermedios, microchips, piezas de precisión). Por el momento, si bien ha avanzado en la complejidad de su estructura productiva, China continúa siendo en varios sectores “una base de manufactura y ensamblaje de bajo margen y baja gama para el suministro de cadenas globales”. Como ejemplo, a pesar de fabricar 38 mil millones de biromes al año, aún tiene dificultades para producir puntas de precisión para las mismas. Para smartphones y computadoras, importa casi la totalidad de los microchips de alta gama para su armado: en efecto, una tercera parte de los principales proveedores de Huawei son empresas estadounidenses. El plan en cuestión buscar acelerar la conversión de China en potencia tecnológica. Es decir, replicar el camino que realizaran Japón o Corea del Sur décadas atrás, pero con una potencialidad mucho mayor. Es que salvo en rubros puntuales, los capitales de estos países no opacaron el dominio tecnológico norteamericano. En cuanto a China, la situación aparece como diferente, lo que ha sido percibido por los funcionarios de Washington. La preocupación de los yanquis no es, como señalan varios analistas, una exageración. China tiene un elemento de ventaja, que es posiblemente la herencia central del PC: la capacidad de intervención y planificación centralizada desde el Estado. Ello le brinda una potencia superior a otras experiencias. Es decir, el impulso de China no está solo en la mano de obra barata, sino que la dirección central de los resortes económicos está a cargo del Estado. Eso es lo que lo diferencia de otras naciones que se insertan por la baratura de la fuerza de trabajo como por ejemplo la India.
Por eso, es un desafío a la hegemonía tecnológica norteamericana, y de ahí las represalias de Trump en forma de guerra arancelaria y denuncias diversas. Aún así, más allá de la posibilidad de que China arrebate el liderato mundial en el desarrollo tecnológico, debemos atender a la coyuntura del corto plazo, como las condiciones en que se desarrolla esta “guerra” y sus probables consecuencias inmediatas.
Burbujas chinas
En lo inmediato, los primeros disparos de la contienda generaron daños a ambos lados de la trinchera. En los EE.UU., la evolución del mercado bursátil se resintió y se predice una caída de la rentabilidad de las firmas durante estos meses, debido a los vínculos de ambas economías en las cadenas de valor globales. A su vez, se está generando una dificultad logística en puertos y depósitos, dado el incremento de importaciones y el stockeo hasta marzo, momento en el cual debería aplicarse o anularse la suba de aranceles. Por otro lado, el sector sojero se perjudicó por la caída en las exportaciones. Una empresa insignia como Apple vio caer el precio de sus acciones durante los últimos meses de 2018, al igual que las estimaciones de ingresos, por la desaceleración de China. A nivel interno, si bien los indicadores económicos generales se mostraron en alza, la deuda pública no para de crecer. La misma se duplicó desde 2008, superando en febrero de este año los 22 billones de dólares. Pasó de tener un peso del 67% sobre el PBI en 2008 a representar un 104% diez años más tarde. Ello alimentó en estos diez años el mercado de bonos corporativos comprados por las propias empresas y los créditos a prestatarios de alto riesgo. Es decir, el inflado de otra burbuja de papeles.
Pero amén de lo que ocurre en Occidente, China cuenta con sus propias dificultades, que pueden arrastrar a otros países a una recesión prolongada. Hemos reseñado algunos de los inconvenientes de esta economía en los últimos años: la retracción de las exportaciones, el agotamiento del modelo basado en la mano de obra barata por la mayor complejidad del mercado de trabajo, la organización obrera, la progresiva escasez de fuerza de trabajo (por el límite demográfico en las migraciones internas y por efectos de la política “de un solo hijo”) y el incremento paulatino de los salarios; el creciente endeudamiento, vinculado a la necesidad de financiar la expansión interna, entre varios otros.
En efecto, si bien no hay una recesión abierta, sí se produce una desaceleración marcada en la economía desde hace varios trimestres, como se observa en distintos indicadores. Mientras que durante la primera década del milenio hasta 2011 el crecimiento del PBI fue en promedio de un 13% anual, partir de ese año, comenzó a ralentizarse y en 2018 ya era la mitad: 6,5%. Ese fue el valor más bajo desde mediados de los 90. La ralentización del crecimiento en China no es solo un problema interno, sino que afecta la demanda de varios insumos y materias primas en distintos países. También se constata una caída en las ventas de ciertos productos claves en el mercado interno, por primera vez luego de varios años: computadoras (3,4%), vehículos (5%), celulares (5,6%), cemento (6%), lácteos (7,7%), heladeras (8,3%), neumáticos (12%), vestimenta (28%), como algunos de los más destacados. Las ventas minoristas crecieron solo 2% en términos reales durante el último año, lejos del 13% en 2015, lo que significó la menor tasa en quince años. Entre diciembre del año previo y enero de 2019, el Manufacturing Purchasing Manager Index (indicador que mide la actividad de la industria y los servicios) cayó por debajo de los 50 puntos, lo que indica una contracción en la actividad. Durante el primer cuatrimestre de 2018, la inversión cayó a niveles de 1999. En cuanto al comercio exterior, si bien las exportaciones se recuperaron de una caída sustantiva en 2015-2016, las importaciones avanzan a mayor velocidad.
Dada el alza de los salarios, de los servicios y de la tierra pública, China muestra costos más altos para el capital que otros países de la región. Un ejemplo es lo que ocurre en la provincia de Guangdong, núcleo de la industria exportadora, donde la desaceleración, la aparición de competidores más baratos y los aranceles de Trump obligaron al gobierno regional a establecer estímulos como la provisión de terrenos gratuitos, reducción de impuestos y de tarifas de servicios para fomentar la inversión.
La construcción ha venido sosteniendo buena parte de la actividad interna, aunque al precio de generar una burbuja, con precios exorbitantes en las grandes urbes industriales y financieras, y construcciones deshabitadas en áreas de segundo orden. Aunque se calculan en más de 65 millones las unidades vacías, a fines de 2018 se encontraba en construcción un área de 14.100 millones de metros cuadrados. Ese volumen, en un buen momento del mercado inmobiliario, tardaría cuatro años en ser desagotado. En la situación actual, bastante más.
Asimismo, un elemento significativo es el deterioro en el balance de pagos. Durante los primeros nueve meses de 2018, registró un déficit de 5,5 mil millones de dólares. A ello contribuyó la expansión del rojo en el subrubro de servicios, que en ese lapso alcanzó los 228 mil millones en negativo (en buena medida por el turismo emisor). Los elementos señalados derivaron en una expansión del crédito barato, la emisión (la base monetaria se cuadriplicó en diez años, y equivale al 200% del PBI) y el endeudamiento público como forma de estimular la economía. La deuda del gobierno central superó a fines de 2018 los 2,1 billones de dólares; aunque estudios privados la ubican en un valor muy superior, debido a la acción de la “banca en la sombra” y las diferentes estratagemas de los gobiernos locales (provincias, municipios) para endeudarse de forma solapada por distintas vías, y al peso de la deuda corporativa (la tercera más grande del mundo), donde el estado tiene una participación fundamental. En efecto, muchas compañías estatales se encuentran híper-endeudadas. A las mismas se les impide quebrar, pues las provincias las precisan como generadoras de empleo. De esta manera, en los últimos años se ha multiplicado el fenómeno, como en Japón, de empresas “zombies”.
Considerando esos elementos, se estima que la relación deuda/PBI está cerca del 300%; volúmenes similares a los de los países del sudeste asiático previo a la crisis de 1997-98. Por ello, el gobierno chino encaró una serie de políticas para contener la expansión de la deuda y el riesgo financiero asociado a ello: por un lado, pateando la pelota hacia adelante con los permisos para emitir bonos a plazos mayores; por otro, reduciendo la masa de créditos oficiales para los gobiernos locales y regulando los instrumentos financieros, enmarcado en la política de tres años de “desapalancamiento” que lanzó recientemente Jinping.
En estas circunstancias, China se encuentra ante la posibilidad de una crisis severa o, en el mejor de los casos, de un aterrizaje suave, lo que significa un crecimiento a tasas mucho más modestas. Este segundo escenario es el que estaría buscando el gobierno en el mediano plazo, por la vía de desactivar, minimizar o patear hacia adelante varias bombas que se generaron en la economía del país. Va de suyo que cualquiera de estos resultados impactará en varios países proveedores de China, como ya ocurrió en 2014-15. En definitiva, asistiremos a una disputa feroz por el liderazgo tecnológico mundial. Pero antes de ello, probablemente, debamos prepararnos para otro cimbronazo de la economía internacional.
Notas
¹Ver South China Morning Post (SCMP), 13/1/19, https://goo.gl/G4aMWc; NY Times, 19/1/19, https://goo.gl/sGAKwV.
2Bustos, Nadia y Yecora, Benjamín: “Sacrificio de posiciones”, El Aromo, n° 103, 2018.
3Información del plan en https://goo.gl/Zrw7Tf, y en Bustos y Yecora, op cit.
4SCMP, 14/12/18, https://goo.gl/naeHLQ.
5Fox News, 3/1/19, https://goo.gl/hGgPn3; SCMP, 9/1/19, https://goo.gl/oBffND y 22/1/19, https://goo.gl/GUvYJY.
6Según datos oficiales de la Reserva Federal (https://goo.gl/QTmPfB) y del Departamento del Tesoro de los EEUU (https://goo.gl/1rifCM). Ver también SCMP, 16/1/19, https://goo.gl/NTdsPv.
7SCMP, 11/9/18.
8NY Times, 30/12/18.
9Pereira, Pablo: “El mundo de los muertos muertos”, en El Aromo n° 98, 2017.