Mariana Nadaja
Lic. en psicología (UBA)
Pensar la prostitución hoy implica cuestionar uno de los negocios más lucrativos del mundo, que reúne actualmente los mandatos patriarcales más arcaicos con los modernísimos mecanismos de subjetivación que imperan en el neoliberalismo, en indisoluble complicidad. Es cada vez más urgente pensar esa relación, articulada en el actor principal del fenómeno: el varón prostituyente, cuya demanda sostiene a la descomunal industria del sexo y es, sin embargo, el único agente deliberadamente invisibilizado en la ecuación.
Sobre la demanda
La primera invisibilización del varón prostituyente podemos situarla en la habitual definición de prostitución como “intercambio de servicios sexuales por dinero”. Como ha denunciado el abolicionismo oportunamente esta definición oculta a los sujetos en cuestión, desconociendo la desigualdad de género que atraviesa a la prostitución en tanto institución patriarcal. Como sostiene la filósofa feminista Ana de Miguel: “Esta abstracción, alguien paga, alguien recibe, supone un retroceso a los viejos tiempos prefeministas”1. Por eso, el primer movimiento para analizar la prostitución desde una perspectiva de género es reponer a los sujetos en cuestión allí donde el discurso patriarcal los invisibiliza. Esta tarea no exige demasiado esfuerzo, la realidad demuestra, en todas las latitudes del planeta, que la casi totalidad de quienes demandan prostitución son varones, en tanto que una abrumadora mayoría de quienes ponen el cuerpo para la oferta son mujeres. Entonces, en función de la abismal desproporción que caracteriza a este “intercambio”, podemos corregir la definición que nos impone acríticamente la industria del sexo, ubicando a los hombres del lado de la demanda y el dinero y a las mujeres del lado de la oferta de “servicios sexuales”. Por otro lado, también es un observable que el imaginario colectivo en torno a la prostitución se centra indefectiblemente en la figura de la prostituta, y sólo en casos más críticos, en tratantes y proxenetas. Cabe preguntarse, entonces, ¿a qué se debe esta representación social sesgada sobre los sujetos implicados en la prostitución? Más aún, ¿a qué se debe el silenciamiento masivo, tácito, implícito del rol que ocupan en ella los varones prostituyentes? Tal como plantea Rosa Cobo en su libro La prostitución en el corazón del capitalismo, “la invisibilización conceptual de los puteros (…) obedece a que los varones tienen una posición de hegemonía y poder en el orden social y, en consecuencia, también en el prostitucional. La causa fundamental hay que buscarla en la lógica de los sistemas de dominio que, para reproducirse históricamente, necesitan ocultar tanto los dispositivos de poder como a los beneficiarios de ese poder”2. Desde esta perspectiva, reivindicamos la necesidad imperiosa de visibilizar y analizar el poder que ejercen los puteros en el sistema prostituyente.
Ahora bien, para continuar interrogando la definición mainstream de prostitución, detengámonos en lo que sí pone de manifiesto: hay un intercambio de servicios sexuales (del lado de las mujeres) por dinero (del lado de los hombres). Esta descripción ofrece interesantes preguntas, si es que estamos dispuestos a formularlas: ¿acaso los hombres que consumen prostitución no ponen en juego allí su propia sexualidad, su tiempo y su cuerpo?, ¿por qué entonces no cobran ellos también por ese encuentro sexual?, en suma ¿por qué el intercambio es de servicios sexuales por dinero si hay sexo de ambos lados? Es en este punto donde la mercantilización de la sexualidad, con el sesgo de género ya señalado, deja en evidencia que hay algo más que sexo que se pone en juego en la prostitución. Pero, ¿de qué se trata?, ¿qué es ese plus por el que pagan los hombres cuando van de putas?
Según algunas investigaciones europeas que ponen el foco en los consumidores de prostitución3, podemos esbozar algunas respuestas. Existen los clásicos clientes misóginos que pagan para satisfacer una necesidad sexual considerada irrefrenable y que además les exige, para sostener su posición viril, ejercer explícitamente el dominio y la violencia sobre las mujeres. Otros varones pagan para poner en acto prácticas sexuales específicas de las que no están dispuestos a privarse pero que consideran inviables de realizar con “mujeres respetables”. Por otro lado, están los puteros que pagan para ahorrarse la ansiedad y la angustia que pueden producirles los rituales de seducción y los avatares del compromiso afectivo en relaciones planteadas como igualitarias. Muchos otros hombres (particularmente los más jóvenes) pagan para ejercer su derecho como consumidores a realizar todas las fantasías sexuales que se les ocurran. Son los clientes consumidores de mercancías, a los que llamo: los hijos sanos del neoliberalismo. Por último, podemos ubicar a los categorizados como “clientes amigos” o “clientes buenos”, que responden al perfil más romantizado y halagado por la sociedad. Se trata de los puteros que pagan para satisfacer una necesidad no sólo sexual sino también afectiva que no saben o no pueden satisfacer en vínculos no mediatizados por el dinero. Así, justifican su consumo erigiéndose como víctimas de su propia insuficiencia.
Ahora bien, más allá de la diversidad de discursos con que los “clientes” entrevistados legitiman y naturalizan su consumo –y que pueden corroborarse directamente accediendo a los foros de puteros que proliferan en la web-, detengámonos en lo que tienen en común. En todos los casos la legitimación última que subyace al consumo de prostitución es la arraigada creencia de que las mujeres – todas, o bien un determinado grupo de ellas- existen para satisfacer sus necesidades, sus deseos, sus demandas y su propio placer. En este punto el pago permitiría comprar el “silenciamiento” de las mujeres encargadas de satisfacerlos. Porque además, para poder ejercer su goce viril tal como lo ordena el patriarcado, no deben ser estorbados ni importunados por ninguna consideración hacia la persona que tienen delante. Para justificar esta falta absoluta de empatía, les alcanza con creer que lo único que les importa a las mujeres que consumen es el dinero, y que al entregárselo les hacen un favor. Así, como desarrolla Juan Carlos Volnovich en su libro Ir de putas, “la presencia del dinero no es un dato menor ni una presencia contingente en el acuerdo. El pago garantiza que el deseo de la mujer quede siempre en suspenso”4. Desde esta lectura, sería a través del pago que la mujer es destituida de su condición de sujeto para devenir objeto del goce sexual masculino. Es más, según plantea Volnovich, “la relación sexual es sólo un medio para ejercer el poder (…). Cuando la dominación se ha erotizado, la explotación se ejerce para controlar y expropiar a las mujeres de su deseo”5.
Sobre el contexto
El aumento de la demanda de prostitución en el contexto neoliberal es un hecho que queda demostrado en la transformación misma que ha sufrido la prostitución en las últimas décadas. Este fenómeno es ampliamente documentado por Rosa Cobo en su último libro, donde explica que la prostitución “de ser un negocio con escaso impacto económico, casi artesanal, en el que desembocaban algunas mujeres sin recursos (…) se ha convertido en un negocio con grandes beneficios que ha crecido gracias a la economía ilegal”6. Se refiere a la poderosa y transnacional industria del sexo donde se inscribe la prostitución hoy, institución que no podría sostenerse sin el soporte económico de un número creciente de varones dispuestos a pagar para ejercer “libremente” los mandatos de virilidad y de consumo que les imponen el patriarcado y el neoliberalismo.
Ahora bien, vale la pena volver a preguntarse: ¿cómo se explica que la demanda de prostitución haya aumentado hasta los niveles que hoy registra luego de la revolución sexual de los 60?, ¿por qué cada vez más varones pagan por sexo cuando el sexo gratuito es más accesible que en cualquier otro momento histórico? Por supuesto, a la luz de lo desarrollado previamente, sabemos que no se trata sólo de sexo (como es habitual) sino que no podemos pensar respuestas sin incluir la dimensión del poder. En este sentido, considero que la clave sería analizar el aumento de la demanda de prostitución en su doble vertiente: como reacción patriarcal y como reacción neoliberal a la revolución sexual que conmovió al mundo occidental a fines del siglo XX.
Comencemos analizando el contexto desde el punto de vista del feminismo: ¿qué liberación implicó para el genérico de las mujeres la revolución sexual producida en la década del 60? Por un lado comienzan a cuestionar y a liberarse del mandato del sexo procreativo, y por el otro, en relación al sexo recreativo, comienzan a liberarse del histórico mandato de satisfacer al varón. El feminismo radical reclama, por primera vez, el derecho de las mujeres al placer, al orgasmo, a mantener relaciones sexuales con quienes quieran y cuando quieran y a poner en juego su propio deseo en los vínculos que elijan establecer. Estas reivindicaciones obligan a los hombres a vincularse como pares con ellas en el terreno de la sexualidad: ya no pueden desentenderse tan fácilmente de su deseo. A su vez, gracias a la persistente lucha del movimiento feminista, las mujeres van conquistando derechos, lenta y progresivamente, en muchos otros aspectos que regulan la vida en común: además de los derechos sexuales y reproductivos, se sanciona la ley del divorcio, se configura como delito la violación y el maltrato intra-matrimonial, se conquistan derechos patrimoniales, laborales y económicos, se sanciona el derecho a no ser acosadas sexualmente por superiores o compañeros de estudio y de trabajo, se reclama el derecho a caminar por la calle sin sufrir acoso, etc. Es decir que, en todos los ámbitos públicos y privados donde históricamente los hombres sometían a las mujeres negándoles su condición de sujetos de derecho y de sujetos de deseo, las múltiples manifestaciones de opresión de género van perdiendo legitimidad sistemáticamente. En este contexto, la única institución patriarcal que permanece en pie, vigente e intocada a pesar de los cuestionamientos del feminismo radical, es la prostitución. No es de extrañar, entonces, el aumento inusitado de la demanda de prostitución como parte de la reacción patriarcal ante los avances del feminismo en el último medio siglo. Como se ha señalado, el pago por “servicios sexuales” operaría como un soborno que garantiza que el deseo de la mujer quede eliminado de la escena, algo que no puede “comprarse” en ningún otro ámbito sin que constituya un motivo de sanción social o, directamente, un delito. De esta manera, aquellos hombres que necesitan reafirmar la posición viril que les exige el patriarcado acudirían a la prostitución para sostenerse como tales, donde los espera una mujer que, en tanto expropiada de su deseo, está destituida de su condición de sujeto. Así, el aumento de la demanda pondría de manifiesto que la prostitución es la última trinchera patriarcal donde el ejercicio de la violencia de género se encuentra aún naturalizado y socialmente legitimado.
Por su parte, el neoliberalismo obtiene beneficios extraordinarios de esta situación: el mandato de virilidad que antes podía cumplirse gratuitamente en diversos ámbitos ahora exige un pago en dinero (si es que quieren evitarse otros costos) porque su cumplimiento queda circunscripto a las leyes del mercado. Por supuesto, esto no quiere decir que el neoliberalismo sea un subsidiario o un beneficiario pasivo de la globalización de la prostitución. Si atendemos a las palabras de Rita Segato, es fundamental no perder de vista que buena parte de la reacción patriarcal no se apoya (al menos no exclusivamente) en los avances del feminismo, sino en la “precariedad de la vida”7 que genera el neoliberalismo en tanto maquinaria de producción de desigualdad, exclusión y ruptura de los lazos sociales.
A su vez, casi todas las reivindicaciones de los grandes movimientos de liberación y ampliación de derechos iniciados en la segunda mitad del siglo XX, han sido colonizadas por el neoliberalismo. Una vez aplastados los enemigos que era necesario destruir, sus banderas fueron fagocitadas por el capitalismo tardío y devueltas a la sociedad como mercancía, en una transformación histórica de la reivindicación de derechos de ayer al mandato de consumo implacable que rige hoy en día. En este contexto, la revolución sexual de los 60 no escapó a las garras de la reacción neoliberal. Lo que sobrevino, en nombre de la proclamada liberación sexual, fue un proceso de hipersexualización masiva de las sociedades occidentales que continúa vigente. Nunca antes los seres humanos nos habíamos visto empujados a consumir tanto -y a la mayor velocidad posible- para poder alcanzar el ideal de “persona sexualmente liberada”. Convenientemente ampliada al infinito por la mercantilización de la sexualidad, de los cuerpos y de los vínculos, la lista de mercancías a consumir es inagotable y la vida no alcanza para probarlo todo. Por su parte, la industria del sexo responde ampliamente a la demanda que ella misma incentiva. La masificación del consumo de pornografía opera así como propaganda de la prostitución, facilitando la traducción de las fantasías inoculadas en el imaginario colectivo de los varones a su puesta en acto en el consumo prostituyente. Es en este sentido que desde el abolicionismo sostenemos que la globalización de la prostitución es el corolario del maridaje perfecto entre los dos sistemas de opresión más poderosos del mundo, el patriarcado y el capitalismo neoliberal.
Notas
1 De Miguel, A. (2015): Neoliberalismo sexual. El mito de la libre elección, Editorial digital: Titivillus, ePub base r1.
2 Cobo, R. (2017): La prostitución en el corazón del capitalismo, Editorial Catarata, Madrid, España, p.
3 Las investigaciones europeas mencionadas son dos: una realizada en Francia en el año 2004 y retomada en el libro Ir de putas, del psicoanalista argentino Juan Carlos Volnovich (ver nota 4). La otra investigación fue realizada en España y publicada en 2015 en el libro El putero español, de Rosa María Verdugo Matês, Silvia Pérez Freire y Águeda Gómez Suárez, Editorial Catarata, Madrid, España.
4 Volnovich, J.C. (2010): Ir de putas, Editorial Topía, Buenos Aires, Argentina.
5 Volnovich, J.C. (2010): Ir de putas, Op. Cit.
6 Cobo, R. (2017): La prostitución en el corazón del capitalismo, Cit.
7 Entrevista realizada a Rita Segato en el diario digital “La Tinta”, el 22 de septiembre de 2017. Recuperado de: https://latinta.com.ar/2017/09/rita-segato-falla-pensamiento-feminista-violencia-genero-problema-hombres-mujeres/