En nuestra provincia, desde el año 2016, los docentes vamos a clase los sábados en el marco del Programa Nacional de Formación Permanente (PNFP). Durante el año 2017, una jornada al mes, se desarrolla la propuesta del área de Formación Docente Situada PNFS. Estas se focalizan en el trabajo docente sobre la capacidad de comunicación, con énfasis en la comprensión lectora y en la producción de textos, buscando la inclusión y la articulación con cada una de las áreas curriculares. En la provincia, casi el cuarenta por ciento de los alumnos alcanzan un nivel básico de lectura en primaria y, a la luz del programa, seríamos los principales responsables.
Cada jornada de capacitación se divide en 2 grandes instancias de trabajo: en la primera, denominada Abordaje General, todos los docentes de la escuela trabajamos juntos durante dos horas. Ya en el Abordaje Específico nos agrupamos por disciplinas y/o áreas de desempeño para trabajar con contenidos específicos de las materias.
Llama la atención que pocos nos hayamos cuestionado algo básico: estamos frente a una capacitación en servicio a la que se nos obliga a concurrir un día sábado. Esta situación resulta ser una vuelta de tuerca a la precarización laboral de todos nosotros, porque incrementa e intensifica la jornada de trabajo, estamos obligados a asistir y estudiar en nuestro tiempo no escolar. El gobierno “hace trampa” cuando presenta esta formación como en servicio. Si bien el Estatuto establece que podemos ser citados ocasionalmente, al hacerlo un sábado, todos estamos obligados a concurrir, por fuera de nuestro horario frente a curso o extraclase. Le estamos sacando tiempo a la familia, a la vida personal, a la recreación, incluso al estudio (no contemplado en esa obligación). En lugar de buscar una alternativa en la mayor concentración de personal durante la semana o a hacerlo con una jornada con suspensión de clases en la semana, nos obligan a asistir el sábado. Nadie se queja porque el Estatuto lo permite. ¿No será hora de pensar que hay que modificar ese punto? ¿O vamos a esperar a concurrir los domingos para hacerlo?
Un problema mal encarado
No rechazamos la capacitación. Que no se malinterprete. Pero queremos una capacitación de calidad que trate los verdaderos problemas de la educación y la formación profesional. La que estamos recibiendo parte de una verdad de Perogrullo: “los chicos (ya) no leen” y, para peor, “no comprenden lo que leen”. Solo hay que prender la tele para recibir semejante verdad. La explicación oficial ubica el problema en el orden de las razones culturales, de los cambios en los hábitos o (y ahí entramos nosotros), como un problema pedagógico que se lo relaciona con la comunicación en las escuelas. Según esta idea, los jóvenes no tendrían el hábito porque transitan ambientes no propicios para la lectura y las escuelas tampoco los generan. Para resolver este problema se propone reforzar la estrategia comunicativa en las escuelas, desde una reflexión y puesta en práctica de acuerdos institucionales para planificar la lectura en el aula con un abordaje didáctico adecuado y específico para cada área. Cierto es que, el hábito de la lectura se construye. Pero nuestros alumnos (su gran mayoría) no tiene acceso a libros, y el Estado tampoco se los provee. Para peor, ese mismo Estado (promoción automática mediante) es el que degrada los objetivos que deben alcanzarse, el que nos aconseja no corregir errores, el que nos pide privilegiar la permanencia. Las razones para que alguien decida desarrollar voluntariamente cualquier actividad que guste o no, y se transforme en hábito por repetición, son principalmente de carácter político. La motivación es política, y eso tiene que ver con los contenidos, no con el hábito de leer por leer, por más despreocupado que parezca. Es cierto que el hábito de lectura ayuda pero ¿vamos a juzgar familias cuyos padres están pobremente alfabetizados, fuera del hogar ganando un mango para subsistir? Sabemos quiénes son nuestros alumnos, por eso rechazamos esta pantomima. Se pretende que el alumno se vuelque naturalmente hacia la lectura simplemente con disponerlo a leer en la escuela a través de una didáctica sin ruido o interferencia en la transmisión comunicativa. ¿Nos están pidiendo censura? Pero los alumnos no leen (no pretenden hacerlo y no se los podrá obligar) porque la escuela no imparte contenidos de su interés, no les brinda herramientas para transformar el mundo, para pensar el mundo en el que viven, un mundo que no les parece simpático. No quieren leer a esta sociedad. Esta escuela (capitalista) solo se propone contenerlos.
Por eso si queremos persuadir a nuestros alumnos hacia la lectura, debemos interpelarlos políticamente a favor de sus intereses, debemos dar una batalla por los contenidos, por una educación y una cultura socialista, que esté al servicio de toda la población, una educación para la vida, no para el trabajo; una educación para el tiempo libre, que todos puedan acceder a ella, puedan vivirla y disfrutarla efectivamente. Esto solo es posible si invitamos a cambiar la sociedad a la vez que cambiamos la escuela. Por el socialismo. No cambiar la didáctica para que nada cambie. El problema de la lectura se va a resolver cuando la escuela les hable a nuestros alumnos de su vida y les muestre un sendero para construir una vida mejor.