Razón y Revolución
Las chicanas “sectarios” y “divisionistas” son la frágil cáscara que envuelve los debates verdaderos antes de llegar a su tuétano: que toda unidad profunda se plasma alrededor de un programa y una estrategia
Se dice que son tan incomprensibles tanto la capacidad de unidad del peronismo como la de división de la izquierda. El comentario no suele superar el corto vuelo que permite el pensar sólo con abstracciones y generalidades. Pero llevada al mundo concreto la cuestión es importante, muy importante. Por el lado de las sucesivas unidades peronistas no requieren un análisis distinto que los que realizamos en muchas de nuestras páginas: esa unidad es útil a la clase capitalista, sirve, sirvió y lo seguirá haciendo, a la existencia de una Argentina con relaciones de producción capitalistas, con miseria y explotación.
Otra cosa es el tema de la unidad y la dispersión de la izquierda revolucionaria. Por ser una fuerza social de la que somos parte, pero sobre todo porque la unidad la consideramos necesaria, es que los ataques por sectarios y divisionistas no nos resultan banales aunque sean errados. En principio descartamos responder a las críticas de quienes anteponen condiciones a la acción cómo “yo militaría si la izquierda se une” o cosas por el estilo. Si se trata de actuar cuando las condiciones sean de mi entera satisfacción sería más honesto decir “yo militaría cuando la militancia no sea necesaria”. Pero si elijo pronunciarme como un verdadero actor de los hechos, sólo se puede intervenir en una realidad tal como esa realidad se presenta, y en todo caso intentar modificarla. Atender a las críticas de los que esconden en supuestos defectos de la realidad su propia defectuosa disposición a la lucha no vale la pena. Si vale la pena responder a los que hacen, a los que mientras cuestionan, hacen. Y entre los que hacen están algunos integrantes de los “grandes” partidos de la izquierda que saludan nuestra existencia con esos adjetivos: “sectarios divisionistas”
Secta es un grupo minoritario que se aparta de la ortodoxia dominante. Si nos atenemos a esa definición la chicana no lo es tanto, ya que proponernos como una opción política sólo se justifica si eso consiste en alejarse de una cierta ortodoxia dominante. Esa ortodoxia existe y es la de todas las organizaciones que sostiene el dogma del capitalismo incompleto. Y que por lo tanto, como todo lo incompleto, debe llegar a su pleno despliegue. Esa es la ortodoxia actual de la izquierda revolucionaria.
Pongamos un ejemplo de ortodoxia y diferencia. El estudio de la realidad argentina nos ha llevado a una conclusión categórica: Argentina ha realizado todas las tareas necesarias para convertirse en un país capitalista, ha llegado a la madurez como país capitalista y lo que presenciamos es la incapacidad de las relaciones capitalistas de organizar satisfactoriamente la vida social, la vida humana. Por lo tanto, lo que tenemos por delante es la construcción del socialismo en su lugar. Que no quedan tareas burguesas por realizar, quiere decir que nuestra democracia burguesa es completa y nuestra integridad nacional e independencia es completa. Quiere decir que todos los sectores cruciales de la vida socioeconómica se rigen por relaciones capitalistas. ¿Cómo –interrumpirán – puede ser completo y maduro el desarrollo de un país atrasado como Argentina? Extrañamente esa pregunta corresponde a un prejuicio ciertamente delirante: el que sostiene que en una totalidad toda parte puede y debe llegar a ser equivalente a cualquier otra, al desarrollo de cualquier otra parte de esa misma totalidad. Que cada país tenga y pueda llegar al nivel de los más desarrollados del mercado mundial es similar a esperar que el meñique se desarrolle hasta ser cerebro o globo ocular. La abolición de la idea de totalidad llevada a cabo durante años de hegemonía cultural posmoderna – de retroceso de la clase obrera- permite estas tonterías. Entonces la democracia es incompleta, el desarrollo es incompleto, algo falta realizar de la revolución burguesa que hay que anteponer a las tareas socialistas, que llegarán luego de cumplidas las primeras. En ese caso sin mediar una revolución de las relaciones de producción esta totalidad que es el capitalismo mundial se emparejará negando sus propias condiciones de existencia. La revolución permanente se refiere a esa continuidad (a la que el estalinismo o el maoísmo separan en etapas pero sin cambiar la consideración de tareas por completar para el capitalismo argentino). Eso se puede percibir en forma clara en esa gran oportunidad de agitación socialista que son las elecciones de la democracia burguesa, en las que los otros partidos socialistas realizan una gran agitación no socialista. Desde el “milagro para Altamira” hasta el “faltan tantos votos para que meter la izquierda en el congreso” se percibe una confianza que se trasmite a los trabajadores en que es necesario ensanchar la democracia (en esta etapa) Por supuesto que en confianza ningún partido lo reconocería así pero los hechos son claros. Esta es una diferencia programática y estratégica que se plasma en las acciones cotidianas, la defensa de De Vido o de Dilma o la espera del guiño kirchnerista en la convocatoria para repudiar el 2×1 son algunos ejemplos.
Siguiendo este hilo es que se pueden ubicar distintas consideraciones para la actitud divisionista de acuerdo a que división es la que se efectúa, es decir a qué cosas quedan separadas por esa división. Y nos encontramos con que si algo caracteriza al marxismo es su clara, decidida y profunda actitud divisionista allí dónde la burguesía promueve sus propuestas unitarias. No nos queda otra que volver al problema nacional. Qué es una nación como construcción ideológica sino un gran mescolanza de clases. Qué es el marxismo sino una gran divisoria de aguas entre las clases. Por último: qué problema más que esa división debemos resolver cuándo no hay otras clases más que la clase obrera y la burguesía en condiciones de disponer de un proyecto político propio.
Sin embargo, no existen tantas tradiciones y programas como parecería al observar la diáspora trotskista, maoísta, guevarista, autonomista. Hay muchas divisiones entre grupos y personas que dicen pertenecer a la misma tradición y defender el mismo programa, eso no es nuestro problema, obviamente. Nos sorprende que no se unan siendo lo mismo, pero no es asunto nuestro. Sí sabemos que nosotros debemos hacerlo para sostener uno distinto. Porque cuándo las diferencias son sustantivas la división es indispensable e insuperable. Cuando los programas y estrategias son distintos, la división es solo el paso previo y necesario para constituir unidades mayores, ya que esa diferencia actúa como una palanca y no como un freno. Esa es nuestra razón de existir, defender y proponer una estrategia y un programa que no sostienen las otras agrupaciones, atacar a los enemigos de la clase obrera sin esperanzas ni expectativas, derrumbar esas esperanzas y expectativas, sin tregua, sin atenuantes, sin compromisos.
La parte chicanera de la atribución de sectarismo es la de constituir una unidad cerrada y refractaria al ingreso de nuevos integrantes y al crecimiento. El número centenario del Aromo en el que se publica esta nota, al igual que las decenas de títulos editados, de intervenciones en la lucha de clases, en la vida cultural, en la actividad sindical, siempre menores a nuestros deseos pero utilizando la totalidad de nuestras fuerzas, demuestran que no escatimamos ninguna vía para ofrecer, discutir, proponer este programa que hemos construido y que, consideramos, justifica nuestra propia existencia como organización.
Las chicanas “sectarios” y “divisionistas” son la frágil cáscara que envuelve los debates verdaderos antes de llegar a su tuétano: que toda unidad profunda se plasma alrededor de un programa y una estrategia. Los que atraviesen esa cáscara nos encontrarán dispuestos a debatir las tares necesarias para llegar al socialismo en Argentina. Porque no se trata de algo que se hizo mal (la constitución de Argentina como país, no entender y seguir al peronismo, la conquista de una democracia limitada) sino que hay algo que no se ha hecho y está pendiente: la independencia de clase para luchar por el socialismo.