Los supermercados chinos aparecen en los medios como unos de los principales damnificados de los saqueos. Las cámaras denunciaron haber sufrido 30 saqueos y 20 intentos frustrados. Para explicar esta cifra, argumentaron que se trata de comercios ubicados, en muchos casos, en las zonas de mayor pobreza.[1] Los comerciantes chinos parecen despertar cierta compasión, que surge de la idea de que se trata de trabajadores o pequeños propietarios. Se supone que estos migrantes no explotan fuerza de trabajo, sino que viven del trabajo propio y familiar. Es decir, serían pequeña burguesía o “clase media”. En esta visión, entonces, el saqueo a un supermercado chino implicaría el enfrentamiento entre dos sectores del “pueblo”, de “pobres contra pobres”. Pero esta mirada superficial deja de lado varios hechos.
En el país existían, hasta 2011, alrededor de 10 mil supermercados chinos, cuya facturación anual rondaba los $25.000 millones, lo cual implica un promedio de $8.000 diarios por establecimiento.[2] En 2012, tanto la cantidad de comercios como la facturación se incrementaron.[3] Se calcula que estos comercios representan al menos 15% del mercado de venta de alimentos, bebidas, artículos de tocador y de limpieza, aunque en Capital Federal la cifra asciende al 30%.[4] La mayor concentración de establecimientos se da en Capital (alrededor del 75%), seguido por las grandes ciudades del Interior. Pero en los últimos años, comenzaron a extenderse en ciudades pequeñas de menos de 30.000 habitantes.[5] En estas zonas se instalaron comerciantes chinos que ya operaban en el país y buscaban expandirse. Para instalarse en estas localidades, en general, compraron comercios ya existentes en lugar de instalar uno nuevo de cero.[6]
El crecimiento de los supermercados chinos no se dio sólo en extensión, sino que también han crecido verticalmente, mediante la incorporación de producción propia. A diferencia de las grandes cadenas de supermercados, que cuentan con marcas propias pero elaboradas por terceros, los chinos adquirieron fábricas propias. Por ejemplo, compraron la fábrica láctea Gándara, en Lezama, la de quesos San José, en Mar del Plata y las galletitas Meta Preciosa, que se distribuyen en el interior de Buenos Aires.
Hasta aquí vimos el volumen del negocio que manejan, lo cual ya genera ciertas dudas a la hora englobarlos como pobres hombres de pueblo. Pero el punto nodal que define su posición de clase es la explotación de trabajo ajeno. Uno de los obstáculos que existen a la hora de determinar este problema es que quienes atienden el supermercado parecen forman parte de una gran familia. Se supone que una de sus ventajas es que usufructúan el trabajo familiar y que, por ello, no tendrían trabajadores para registrar.
Sin embargo, la realidad apunta en otro sentido. En un allanamiento realizado en mayo de 2013 en supermercados chinos, se relevó la situación laboral de 1.516 empleados y se encontró que el 54% presentaba irregularidades. El 30% no estaba declarado y el 24% no estaba debidamente registrado, y por lo tanto no contaba con un sueldo en blanco.[7] Esta situación fue incluso percibida por el mismo Cavallieri, Secretario General del gremio de Comercio. En 2005 el sindicato firmó un acuerdo con las cámaras que representan a la patronal china (a esta altura hay que llamarlos así) para regularizar a los empleados, que se estimaban en 12.000. Según denuncias de trabajadores de supermercados este convenio no se cumplió. Un problema que aparece a la hora de las requisas está relacionado con el idioma. Los empleados de estos supermercados son en su mayoría de origen asiático. El gremio aduce que tiene dificultades para controlar el trabajo en negro porque nadie habla español, lo cual se solucionaría sencillamente con un traductor.[8]
A este cuadro, se agrega que, en 2013, se desbarató una banda china dedicada a traer inmigrantes de esa nacionalidad y ofrecerlos por $15.000 a los supermercados chinos. Se detectaron 14 casos de trabajadores, inclusive una menor de edad, que cumplían jornadas de 12 horas, sin francos y con salarios muy bajos.[9] Es decir, que detrás de la “solidaridad” étnica, se esconde la explotación de obreros chinos. Todo esto nos muestra que el trabajo familiar no es la regla y que los dueños de los supermercadistas chinos son burgueses hechos y derechos.
1http://goo.gl/5GUdwq
2http://goo.gl/9fOWw1
3 http://goo.gl/VyGw7U y http://goo.gl/uFZWSl
4http://goo.gl/wzmYtm
5http://goo.gl/AviwRr
6http://goo.gl/wL3iXN
7http://goo.gl/dVZ417
8http://goo.gl/7hCeb6
9http://goo.gl/oVynwu y http://goo.gl/Eug2kD