Modesto Emilio Guerrero
Periodista y escritor
¿Qué es lo nuevo y para qué sirve?
Nuestra medida es el avance y desarrollo social y político de los de abajo, sin excluir las capas bajas profesionales de la clase media. Sería absurdo valorar un proyecto revolucionario por lo que hayan avanzado las clases propietarias. A los de arriba no los incluimos en esta evaluación porque ellos no cambiaron de existencia material entre el antes y el ahora del chavismo. Su crecimiento como clases privilegiadas es cuantitativo. Podrán seguir ganando mucha plata, por ejemplo en la banca y el comercio, mientras no se resuelva el régimen de propiedad en esas áreas clave, pero esa no es la marca cualitativa que determina la marcha del conjunto de la vida nacional. Un dato subjetivo clave que indica el sentido de la marcha de la nación, es que la burguesía se queje tanto, pues si lo hacen es porque ya no controlan las cosas como antes. Y aunque sigan ganando, lo hacen en una posición social y política opuesta a como lo están haciendo en cualquier economía burguesa “normalizada”.
En la actual realidad mundial no hay espacio ni tiempo para ninguna experiencia nacionalista o reformista de tipo capitalista. Eso pertenece al pasado. Lo que algunos gobiernos pudieron hacer en el pasado en algunos países, hoy no se puede. Por eso se desgastan más rápido. En buena medida explica el paso rápido de Chávez a la idea socialista. O se avanza al socialismo lo más rápido que se pueda, para consolidar lo poco que se haya conquistado, o el capitalismo mundial fagocitará las conquistas irremediablemente. Son tan endebles e inestables, dentro del dominio imperialista, que duran poco. No por casualidad, gobiernos como el de Chávez se ven obligados a buscar ingresos fiscales por medios distintos al precio petrolero del mercado mundial. Incluso con reservas anticíclicas enormes. Es la mejor vía para sostener las Misiones y el Proyecto de Desarrollo Simón Bolívar 2007-2013, cuyas realizaciones iniciales comenzarán a desgastarse.
Es un dilema de hierro de la dominación capitalista, no un capricho de la teoría de la revolución permanente de Trotsky. Chávez lo comprendió con bastante inteligencia, aunque haya sido por una vía intuitiva. Él mismo lo ha contado varias veces cuando ha citado el libro de Trotsky sobre las fuerzas motrices y la mecánica de las revoluciones modernas, y el Programa de Transición sobre la dialéctica entre programa mínimo y máximo. Los errores de Trotsky en la formulación de esa teoría general no anulan lo principal de su descubrimiento: que la revolución ni bien comienza debe hacerse permanente para no descomponerse. Es un proceso objetivo, inexorable, que se va combinando con los factores subjetivos del proceso, o sea, los sujetos sociales y políticos.
¿Dónde aparece el dilema?
El dilema surge en que los tiempos no coincidieron mientras se mantenga el actual régimen de propiedad y tipo de Estado. Desde 2001, estos tiempos asintóticos dejaron de coincidir. Todo lo invertido en infraestructura, desarrollo social y formación de capital fijo, o capital de reproducción del capital, necesita un tiempo mayor para consolidarse. Ese tiempo no se lo concederán de gratis sus enemigos. Esta discordancia de “tiempos” no tiene carácter económico, es por definición política. El supuesto ideológico de que hacer una revolución por medios pacíficos o amarrados a las instituciones de dominación burguesa, facilitaría el camino y daría mejores y más rápidos resultados, resulta nuevamente incorrecto. No solo en la teoría: desde que la “revolución bolivariana” asumió sus objetivos de transformaciones social y económica (algo más profundo que modificar el régimen político), la reacción ha sido implacable, sin tregua, consciente, sistemática, a veces incluso sangrienta. El retardo en el tiempo de las transformaciones está saliendo caro.
Cuando se estudia un proceso revolucionario en términos políticos, sociales y económicos, hay que remitirse a tres dimensiones. Primera, ¿la nación avanzó o retrocedió en su relación con el poder mundial imperialista? Segundo, ¿tiende a mejorar la vida de la población trabajadora y sus familias, o la tendencia es la contraria? Tercero, ¿avanzó el poder popular y la conciencia política en amplias capas de la sociedad pobre y explotada, o sólo se mantienen como clientela masiva de un Estado protector, sin ningún desarrollo político y cultural? Esas transformaciones en segmentos básicos de la vida social como la salud y la educación, no constituyen una revolución social. Pero tienen virtudes que pueden servir de base para impulsar al movimiento social hacia una revolución que la haga sustentables en el tiempo. Samir Amín las define como “avances revolucionarios”, el asunto es hasta cuándo y hacia dónde. Si esos avances no han dado el salto a una completa revolución social, se debe a que el Estado sigue siendo una máquina capitalista fagocitadora, con todas sus mañas y vicios, asentada en la tradicional dominación privada y en una burocracia dislocante de más de 2 millones de funcionarios. Ellas constituyen una debilidad frente al poder del enemigo. En las transformaciones está la fuerza de la revolución bolivariana, en la naturaleza del Estado está su vulnerabilidad. Como todo análisis, es relativo al tiempo y a las circunstancias que se evalúan en las condiciones en que se dan los acontecimientos y las políticas aplicadas.
La revolución de la revolución
Si se mide de esta manera lo que está pasando en Venezuela, será fácil notar que estamos ante varias modificaciones revolucionarias segmentadas, sectoriales. Venezuela no ha vivido una revolución social en su conjunto porque no se ha removido el viejo estado de cosas e impuesto otro nuevo sobre sus desechos. Pero eso no anula el hecho de que vive un proceso que abre esa perspectiva. Ahí radica el “secreto” que la justifica. Los revolucionarios apostamos a esa dinámica. Ahí nace el riesgo de equivocarse y colocarse en el lado errado del proceso, porque lo que se vive en Venezuela desde hace 11 años, no se parece a la revolución sandinista de 1979, a la revolución cubana de 1959, a la revolución china de 1949 o a la revolución rusa de 1917. Las revoluciones son como aparecen, uno participa o se aísla de ellas y del cambio histórico que empujan y contienen. Ser parte de ellas no obliga a nadie a convertirlas en paradigmas sagrados, sin consideraciones críticas, o pensar que son superiores. No hay una única forma de comenzar un proceso revolucionario. Las revoluciones, por definición y antonomasia, son despiadadas críticas de escala histórica que la sociedad se hace a sí misma. Dicho con la reflexión que hace Georges Labica respecto de las Tesis sobre Feuerbach, de Karl Marx, sería así: “El cambio es auto-cambio. La práctica revolucionaria lo evidencia porque es su realización (…) La autotransformación es el proceso ininterrumpido de la revolución, siempre operativo en la práctica (…) Acá está el origen de la idea de autoemancipación del proletariado”.1
Itsvan Mészáros, entre otros, ha advertido con paciencia y sabiduría que tanto el marxismo como la experiencia de un siglo de revoluciones no resolvieron el urgente asunto de la transición desde el capitalismo al socialismo. La transición al socialismo y sus probables resultados siempre serán más fáciles de construir si el punto de partida del cambio revolucionario es también avanzado. Esto es de Perogrullo, sin embargo se ha olvidado convirtiendo el defecto histórico en virtud. Este capricho del desarrollo desigual y combinado de la historia no impide participar con el mismo entusiasmo y ardor de las revoluciones en los países dependientes y atrasados. No participar activamente de estos procesos, porque no aparecen en el manual de revoluciones de fantasía que muchos conservan en el alma, es un desprecio a sí mismos como revolucionarios. Esta definición simplemente sirve para optar, o sea, “participo del proceso revolucionario tal como es, o sigo esperando a que llegue mi revolución de fantasía”. Cuando aparece un proceso nuevo, primero le hacen las pruebas de pureza química y si los ADN no registran con el modelo de revolución que llevan en el bolsillo, se apartan, usan los límites del proceso y de sus líderes para negar su novedad. Si el gobierno expropia no lo apoyan porque no lo hizo como los cubanos o los rusos.
Quienes adversan al proceso y al gobierno bolivariano por sus defectos y límites, llegan a la misma conclusión simplista del sano vecino del barrio que no comprende por su estado de alienación. En el caso de aquellos no es alienación, sino una cierta arrogancia individualista, sectaria, a veces depresiva; ellos no apoyan revoluciones que no dirigen, quizás por eso nunca dirigen nada serio. Es lamentable porque se trata de valiosos y valiosas camaradas que se quedarán en el camino por no comprender lo nuevo y qué es lo que domina en el conjunto de lo nuevo. Y si hay una derrota reducirán la explicación a la “crisis de dirección” olvidando su propio rol.
Nota
1Citado por Aldo Casas, en Actualidad de la revolución y ad-venir del socialismo. Anotaciones desde una perspectiva marxiana (y latinoamericana). En Herramienta, revista de debate y crítica marxista Nº 34, Buenos Aires, marzo 2007, pág. 28.