Mariano Schlez
Grupo de investigación de la Revolución de Mayo – CEICS
Es moneda corriente en el campo intelectual argentino la hipótesis de que el capitalismo argentino no es hijo de la revolución.1 Tanto aquellos que se reivindican como parte del “campo popular”, como muchos militantes de izquierda, consideran que la revolución burguesa sólo tuvo entidad allí donde existió una burguesía “verdadera”, productiva, industrial y liberal. No así en América Latina y, en particular, en Argentina. Aquí habríamos asistido al surgimiento de una burguesía que no se habría comportado como tal. Se trata de una posición que coincide con lo más reaccionario de la historiografía burguesa, insistiendo en que la historia argentina está repleta de inconscientes, pusilánimes y cobardes. En el mejor de los casos, afirman que la burguesía local no habría tenido el suficiente valor para llevar las tareas democráticas hasta el final. Un breve acercamiento a los hechos servirá para desestimar semejantes afrentas a la verdad histórica.
Las burguesías “verdaderas”
El largo camino a la revolución de las burguesías europeas tuvo en común la lucha por constituir organizaciones corporativas. El ascenso burgués cobró tres formas diferentes en el interior de la sociedad medieval. En primer lugar, el ascenso individual, por el cual un burgués logra comprar un título de noble. En segundo, la incorporación de un ministro al gobierno absolutista. En tercero, la formación de organizaciones corporativas. En todos los casos, el poder de la burguesía naciente estuvo atado al desarrollo de las ciudades. En Génova, por ejemplo, en el siglo XI se creó la compagna, una asociación de comerciantes.2 A partir del siglo XI, también se formaron agrupaciones cooperativas de mercaderes germanos en el extranjero (hansa), consolidadas en 1358 con la creación de la Liga Hanseática. Se llamen cofradías, compañías, gremios o hansas, el objetivo era el mismo: defender las condiciones de existencia burguesas, sin necesariamente poner en cuestión el sistema feudal.3 Los Consulados son también una reivindicación histórica de la burguesía en Italia, donde las ciudades pedían autonomía de los nobles. Surgidos a fines del siglo XII, su establecimiento fue el resultado de la lucha de la burguesía mercantil por juzgar y dictar sentencia sobre los conflictos que surgieran en su interior, adquiriendo fueros propios y tribunales distintos a los de la justicia ordinaria civil o criminal. En el régimen feudal, cada clase tenía sus propios privilegios sancionados políticamente. Así, el noble era juzgado por una ley y por un tribunal distinto al del campesino. En el caso del Consulado, la burguesía pide ese mismo derecho, con una salvedad: poder elegir sus jueces y sentar la propia jurisprudencia. Se acepta, entonces, el principio feudal de “cada clase con su propia ley”, pero se intenta utilizar a favor del desarrollo burgués. En España, la lucha de la burguesía y el intento de la corona por cooptar su ascenso determinaron que, desde 1494, los reyes dictaran disposiciones para el establecimiento de consulados. A partir de 1632, con la creación del Consulado de Madrid, el Rey autorizó que puedan erigirse en las ciudades donde hubiera una cantidad importante de comerciantes.4 El Reglamento de Libre Comercio de 1778 reforzará esta política, reglamentando que “en todos los puertos habilitados de España donde no hubiere Consulados de Comercio, se formen ahora con arreglo a las Leyes de Castilla e Indias”.5
Inconcientes…
En Buenos Aires, la burguesía local también debió pelear por el establecimiento de su Consulado. La transformación de Buenos Aires, en 1776, en la capital del Virreinato del Río de la Plata expresa el crecimiento de la ciudad portuaria y, con ella, de su burguesía. Desde el 7 de julio de 1785, fecha de la realización de la primera reunión de comerciantes, transcurrieron casi nueve años de combate, donde se sucedieron Juntas, enfrentamientos con burguesías competidoras y presentaciones de oficios y memoriales a España.6 Los principales comerciantes y productores agrarios porteños, entre los que se encontraban Antonio de las Cagigas, Domingo Belgrano Pérez, Juan Esteban de Anchorena, Miguel de Tagle, Juan Martín de Pueyrredón, Miguel de Azcuénaga, Francisco Antonio de Escalada, Diego de Agüero, Martín de Álzaga y José Martínez de Hoz, debieron enfrentar obstáculos tanto en la administración local como en la metropolitana. Para afrontar semejante tarea establecieron un frente que tenía como meta la instauración del Consulado.7 Juntos enfrentaron, por ejemplo, a la Real Audiencia de Buenos Aires, que se había declarado abiertamente en contra. La disputa contra la burocracia real se llevó tres años de combate, donde los representantes Gregorio Laviano, Diego de Paniagua y Tomás Pérez Arroyo presentaron las propuestas de estatuto y ordenanzas a la corte en Madrid y debieron moverse hábilmente para lograr su aprobación.8 Finalmente, el 6 de febrero de 1794, Diego de Gardoquí, ministro de Hacienda e Indias de Carlos IV, anunció la constitución del Real Consulado de Buenos Aires.9 La batalla estaba ganada, pero era la primera de las numerosas que le seguirían.
Pusilánimes…
A fines del siglo XVIII, los Consulados poseían ya funciones económicas y políticas más generales, que llegaban a implicar cuestiones del gobierno virreinal. El eje del enfrentamiento entre la burguesía y el bloque monopolista era el tráfico de cueros con puertos extranjeros. En la segunda Junta del Consulado, los apoderados del comercio porteño, Jaime Alsina y Verjes, José Martínez de Hoz y Diego de Agüero plantearon que los cueros no debían ser considerados “frutos” exportables.10 Su reclamo estaba apoyado por los Consulados de la Coruña y Santander.11 El argumento principal de los monopolistas era que todo el tráfico debía pasar por Cádiz y abonar sus correspondientes impuestos. Eludir esto significaría la ruina del comercio español. Mientras tanto, la burguesía y los comerciantes aliados intentaban demostrar que los cueros eran parte de los frutos exportables e impulsaban el comercio directo con puertos extranjeros, para valorizar su producción. El alegato de Francisco Antonio de Escalada tenía por destinatarios aquellos que “por el establecimiento y conexión de sus giros en Cádiz, Lima, Habana”: “[Estos tienen] particular interés en sostenerlos para fijar el monopolio, y por lo tanto en entorpecer cuando no ultimar en su nacimiento el comercio recíproco de nuestros frutos con el de las colonias extranjeras. […] Sí señores, lo repito, como en la junta de la semana anterior: nosotros no somos apoderados del comercio de Cádiz, ni de Lima ni de Habana, ni tenemos representación para reclamar sus fantásticos derechos sobre nosotros, ante nosotros, y contra nosotros mismos”.12 El quiebre del frente llegó el 9 de septiembre 1799, cuando se leyó la real orden que derogaba el comercio con neutrales. El síndico De las Cagigas, que de acuerdo a su función era el encargado de defender los intereses generales del comercio, atacó a los monopolistas y llamó a no obedecer la orden real. El consulado estaba partido en dos: quienes apoyaban al síndico y los que seguían al Prior, Martín de Álzaga, que representaba los intereses de Cádiz y la corona. La derrota monopolista determinó el alejamiento de sus principales dirigentes, Agüero y Álzaga, y el declive de la influencia monopolista al interior de la institución.13
y cobardes…
Luego de obtener el control del Consulado la burguesía continuó utilizándolo para defender sus intereses. Pero la evolución del combate político en el Río de la Plata le enseñó que el dominio del organismo corporativo no era suficiente para garantizar el triunfo. Cuando la conquista del poder se transformó en el próximo objetivo a conseguir, la burguesía comenzó a privilegiar la construcción de otro tipo de organizaciones. A principios del siglo XIX se formaron las primeras logias. Estas organizaciones secretas fueron combinadas con otras de carácter público, como los periódicos Sociedad Patriótica Literaria, Correo de Comercio, Semanario de Agricultura y Comercio y La Gaceta Mercantil, que difundieron primero las reformas, y luego las ideas revolucionarias.14 La profundización de la crisis orgánica del feudalismo europeo y las invasiones inglesas radicalizaron la lucha política rioplatense. A la organización corporativa (consulado), política (logias) y cultural (periódicos), la burguesía le sumó la última tarea necesaria para el asalto al poder: la organización militar. Manuel Belgrano y Juan José Castelli o el Prior, Martín de Álzaga, abandonaron sus salones para organizar verdaderos ejércitos, llamados a vencer o morir por su causa.
Las herramientas
Lo primero que se desprende de este somero análisis es que la burguesía rioplatense tuvo una conciencia clara de sus tareas y una enorme capacidad de intervención política. Desde un principio comprendió la importancia de la construcción de una herramienta corporativa, como lo fue el Consulado, y estableció las alianzas necesarias para obtener su instauración. Una vez erigido el Consulado, se enfrentó a su antiguo aliado, el bloque monopolista, y lo desplazó de su control. Durante este recorrido, la burguesía aprendió lo que es el poder: se desenvolvió en el interior del régimen feudal y se enfrentó a sus enemigos según sus propias reglas. Cuando los ingleses aceleraron los tiempos de la política rioplatense, la burguesía había recorrido ya un largo camino. Una estrategia correcta y la acabada formación política de sus dirigentes le permitieron “abandonar” la construcción de una organización de tipo corporativa, como el Consulado, para comenzar a edificar una estructura que le permitiera destruir el sistema colonial y tomar el poder: su partido.
Notas
1 Véase Schlez, Mariano: “¿Sólo una cuestión de management? Un balance del estudio de los comerciantes rioplatenses coloniales” y Harari, Fabián: “Persiguiendo fantasmas. La cuestión agraria en la campaña bonaerense tardocolonial y algunos equívocos historiográficos”, ponencias presentadas en las XI° Jornadas Interescuelas / Departamentos de Historia, Tucumán, 19 al 22 / 9 de 2007.
2 Le Goff, Jacques: Mercaderes y banqueros en la edad media, Buenos Aires, Eudeba, 1975, p.54.
3 Pirenne, Henri: Historia económica y social de la edad media, México, FCE, 1975, p. 74.
4 Berajano, Francisco: Historia del Consulado y de la Junta de Comercio de Málaga, Madrid, 1947, en Tjarks, Germán: El Consulado de Buenos Aires y sus proyecciones en la historia del Río de la Plata, Buenos Aires, UBA, Fac. de Fil. y Letras, 1962, p. 14.
5 Reglamento y aranceles reales para el comercio libre de España e Indias, en Tjarks, Germán: op. cit. p. 47.
6 A.G.N.: Consulado de Buenos Aires. Antecedentes-Actas-Documentos, t. III, Buenos Aires, KRAFT Ltda., 1936, p. 11.
7 A.G.N.: Consulado de Buenos Aires, op. cit. p. 94.
8 Tjarks, Germán: op. cit., p. 53-55.
9 A.G.N.: Consulado de Buenos Aires, op. cit. p. 193.
10A.G.N.: Consulado de Buenos Aires, op. cit. p. 217.
11A.G.N.: Consulado de Buenos Aires, op. cit. pp. 291-292.
12A.G.N.: Actas y Documentos, t. II, en Tjarks, Germán: op. cit. p. 296.
13Tjarks, Germán O. E.: op. cit. pp. 113 y 168.
14Harari, Fabián: La Contra. Los enemigos de la Revolución de Mayo, ayer y hoy, Buenos Aires, Ediciones ryr, 2005.