A propósito de Julia Kristeva y su posición con respecto al amor
Rosana López Rodriguez
“All you need is love”
En las páginas de El Aromo ya hemos reflexionado en otras ocasiones con respecto a ese sentimiento que asegura la reproducción social de la vida humana y que, por lo tanto, es uno de sus elementos constitutivos: el amor. En esta oportunidad, examinaremos una caracterización del amor que no tiene en cuenta la materialidad humana, ni sus determinaciones, ni sus necesidades más generales, sino que, por el contrario, partiendo de bases filosóficas idealistas, se transforma en una concepción elitista, aristocrática y fascista del amor. En Historias de amor1, Julia Kristeva considera que en la manifestación y concepción del amor hay un antes y un después de la Modernidad. Mientras que en la Antigüedad y en la Edad Media el amor adoptaba formas sociales que lo convertían en un sentimiento al alcance de todos, la Modernidad eliminó las formas orgánicas del amor (el mito en la Antigüedad y la religión en la Edad Media) porque con ella “las religiones de salvación han entrado en crisis y nuestro mundo contemporáneo está desquiciado por la muerte del Dios Uno.”2 Según la autora, superados los tiempos en los que el amor podía garantizarse porque los códigos morales y religiosos fijaban sus límites y sus prohibiciones, se ha buscado el amor en otras formas, bajo otras realizaciones, falaces todas ellas porque, en definitiva, los seres humanos no hacen sino buscar el amor en los lugares equivocados. Veamos:
“(…) hemos enterrado el amor en lo inconfesable, en aras del placer, del deseo, cuando no de la revolución, la evolución, la ordenación, la gestión, en una palabra, en aras de la Política. Antes de descubrir bajo los escombros de estas construcciones ideológicas pero ambiciosas, a menudo exorbitantes, a veces generosas, que eran intentos desmesurados o tímidos destinados a saciar una sed de amor.”3
Kristeva desdeña toda acción política y todo progreso social y postula, por lo tanto, una visión idílica del pasado precapitalista. Según su parecer, ahora estamos peor situados con respecto al amor no sólo porque hemos perdido las formas que limitaban y ligaban a los seres humanos, sino también porque corremos tras deseos engañosos, cuando todo lo que buscamos (y necesitamos) es amor.
¿Dónde estás, amor de mi vida, que no te puedo encontrar?
Las manifestaciones del amor no son para Kristeva ningún tipo de acción, sino que son del orden de lo Imaginario. El amor es un sentimiento que sólo puede ser expresado a través de la palabra, es comunicación. No es casual que la autora considere que, en la etapa premoderna, es un atributo de Dios: Él ha creado todo lo existente gracias a un acto de amor, un acto de habla de Dios es el origen y la transformación del Universo. Dios es el Verbo y Dios es Amor, dos dogmas que la sociedad burguesa ha transformado en una frase de póster o fileteado.
En la Modernidad, la vida amorosa no puede ser homogénea, total, íntegra, sino que es fragmentaria, contradictoria, pues no se puede hallar la identificación completa entre la palabra y la realidad que designa (el sentimiento). El amor es un conjunto de “contradicciones y equívocos”, porque en él tanto el sentido del discurso como la precisión de la referencia y “los límites de las propias identidades” se diluye, se fragmenta, se difumina. El amor es un transporte de sentido (metáfora), y por lo tanto, discurso, y es también un transporte de sí mismo, un fuera de sí. Porque estoy enamorado necesito imperiosamente rendirme a la palabra que nunca dice exactamente lo que quiero decir. Al igual que el discurso psicoanalítico, el discurso amoroso es transferencia; transferencia entendida en términos retóricos, pues la metáfora es el recurso que representa por excelencia al discurso amoroso y al psicoanalítico. En la instancia psicoanalítica, el paciente habla sus síntomas. Siempre decir en la terapia es decir una cosa distinta (más bien, desplazada en significado con relación al referente) de lo que es. También es un amor de transferencia, pues el paciente va a convertir al analista en el Otro amado, u odiado. En la sesión, como en la literatura, “la Instancia del Sentido (de la palabra) deja de estar fijada en un carácter unívoco estrictamente referencial.”4 Pues, según Lacan, no puede esperarse del signo lingüístico más que el aspecto visible (el espejo), nunca ese referente al que apunta el significado de ese significante. Según Kristeva, hay allí un vacío constitutivo de la relación entre el lenguaje y lo real que (lo que Saussure denominó arbitrariedad).5
Partiendo de estos presupuestos, ¿debemos considerar que el amor es esencialmente solitario porque el lenguaje es impotente para expresar lo que se siente? Suponiendo que el amor sea posible (aun en las condiciones que señala Kristeva), ¿dónde encontrarlo? Y lo que es más importante, ¿cómo?
La palabra sanadora
Kristeva entiende que el amor es el elemento que permite que yo pueda identificarse con otro; considerando siempre que la relación se establece de individuo a individuo. Por eso, la figura clave del libro es Narciso, personaje mítico que se impuso en la cultura gracias a Freud: “amo en otro lo que hay en él de mí”.
Cuando en la sesión psicoanalítica se expresa con un desplazamiento de sentido lo que se siente, se produce una transferencia y el otro (objeto de mi sentimiento) pasa a ser el psicoanalista, el que me escucha, el que puede ser un exégeta de la palabra. El malestar inevitable lleva a la crisis y la escucha de esa crisis es el psicoanálisis. “El ser hablante es el ser herido, sus palabras brotan de un problema para amar”6: este malestar es extensivo a todos los seres humanos. Se deduce de ello que todos lo tenemos (o debiéramos tenerlo), pues es inherente a lo humano bajo la civilización moderna sin Dios y desdeñosa del arte. En la Edad de Oro del pasado, la represión, la idealización o la sublimación permitieron que dicho malestar fuera estabilizado. Nuestra época no tiene ninguna de estas características. Por eso, a juicio de Kristeva, somos Narcisos exiliados, no podemos encontrar la idealización amatoria, somos seres desvalidos en busca de amor. Esa búsqueda podrá encontrarse en lo imaginario7, en el discurso de transferencia, en el psicoanálisis o en la literatura. Son artes de la palabra y por lo tanto, del transporte amoroso. Los nuevos sacerdotes son los escritores. Ser poeta es un destino y no un destino cualquiera, sino uno superior. Por lo tanto, la tarea de todo esteta es llevar la metáfora al grado mayor de desplazamiento, casi al hermetismo: Kristeva reivindica las estéticas-límite, como manifestación de la idealización necesaria para el amor.8 La nueva religión de Narciso es la del artista, y en especial la del poeta.9
De delirios discursivos y otras falacias
El texto es una apología del escritor y del psicoanalista como únicas formas posibles (aunque parciales, fragmentadas) del amor. Son los elegidos del mundo de hoy, son los únicos seres que pueden religarse y religarnos en nuestra calidad de seres humanos. Es por eso que el libro tiende a un discurso irracional e incoherente, hace caso omiso de toda explicación científica acumulando arbitrariedades, como cuando intenta explicar e interpretar Romeo y Julieta, sobre la base de la biografía de Shakespeare, con un determinismo biográfico (teniendo en cuenta además, que los datos con los que se cuentan de esa vida son escasos, contradictorios y muchos de ellos, incomprobados) digno de mejor causa. Ni qué decir cuando aventura que los amantes de Verona podrían haber sido curados de haber existido el psicoanálisis…
De la propuesta de Kristeva se extrae una política que sienta sus bases en el irracionalismo, el individualismo, el idealismo y el protofascismo nietzcheano. Lo último que se le puede ocurrir a esta teórica es que el amor sea un fenómeno de la superestructura de la sociedad de clases y sus formas, por lo tanto, sean expresión de las ideas de la clase dominante.
En el capítulo sobre la Virgen María aparece una ética femenina de la maternidad fundada en lo Imaginario. Menos racional que el discurso falogocéntrico del varón, el discurso de la mujer tiende a la incoherencia, al libre fluir discursivo, las asociaciones y las analogías. Además de los elegidos (poeta y psicoanalista), las mujeres tenemos una veta natural (el discurso es paradójicamente lo más natural en Kristeva) para el amor… La propuesta podría enunciarse de la siguiente manera: hablemos como descerebradas (o descerebrados, ya que de usos discursivos se trata), escribamos poemas que nadie entienda y hagamos terapia mientras dejamos fluir la conciencia (o el inconsciente terapéutico), o permitamos volar nuestra imaginación plagada de oraciones unimembres, asociaciones libres, analogías, metáforas, hipérboles, y habremos demostrado que somos capaces de amar y ser amados; hablemos y escribamos con un estilo similar al de Kristeva y nos constituiremos en seres humanos ligados nuevamente (religados) por la religión del amor:
“Niño confuso, desollado, un tanto repugnante, sin cuerpo ni imagen precisos, que, habiendo perdido su propio, extranjero en un universo de deseo y de poder, sólo aspira a reinventar el amor. Los E.T. son cada vez más numerosos. Todos somos E.T. El único punto en común entre este síntoma moderno y Querubín es que el lenguaje que amansa y nos hace amar a ese desarraigado del espacio psíquico sigue siendo imaginario. Música, película, novela. Polivalente, indecidible, infinito. Una crisis permanente.”10
O igual que el cultor autóctono del Imaginario lacaniano en el discurso, nuestro hilarante Roberto Giordano… ¡Qué noche, Teté!
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1Kristeva, Julia: Historias de amor, Siglo XXI, México, 1997.
2Idem, p.105.
3Ibidem, p.4.
4Ibidem, p.11.
5A nuestro juicio esta afirmación constituye una distorsión de la teoría saussureana.
6Idem, p.331.
7“Propongo lo imaginario como antídoto de la crisis. (…) mediante la saturación de poderes y contrapoderes por construcciones imaginarias: fantasiosas, osadas, violentas, críticas, exigentes, tímidas…” (p.338)
8Valora, entonces, el simbolismo de Baudelaire (por su condensación poética, por su desarrollo en el plano de lo Imaginario) o la obscenidad del erotismo de Bataille, que tiene mucho de sagrado/místico.
9Es ya un lugar común reivindicar el narcisismo como una característica inherente a los artistas.
10Idem, p.p.339-340.