Primer Concurso Literario “Las flores del aromo” – 2004 – Categoría Cuento
Anunciamos a los concursantes mencionados en ambas categorías, que hemos decidido editar las obras seleccionadas y presentarlas al público en el marco de las Vas Jornadas de Razón y Revolución, que se llevarán a cabo en el mes de diciembre. Por ese motivo, convocamos a los autores hemos decidido que nuestra compañera, la escritora Rosana López Rodriguez otorgara alguna mención ex aequo en representación de nuestro mensuario.
La Redacción
Después de leer las producciones enviadas a nuestro concurso literario, hemos seleccionado los textos en los que se observan las características del modo narrativo breve, más allá de los géneros que pusieran en juego los concursantes: unidad temática, efecto y mensaje. El cuento que mejor reúne estas condiciones es “El cigarrillo” (seudónimo El Tusitala). Un problema serio (la desocupación) y una aparente nimiedad (sólo le queda un cigarrillo en su atado): ¿cómo unir estas situaciones con un efecto único? En el encuentro que se produce en la fila, el lector encontrará la respuesta. Mencionaremos también, los cuentos “El reloj” (seudónimo Natalia) y “Cajita de música” (seudónimo Lunario López). El primero, aunque tiende a la temática “existencial”, más bien abstracta por momentos, rescata el importancia de la relación con los otros, para bien o para mal, para que nos salven a pesar nuestro o para luchar contra ellos. El segundo, una historia de amor imposible, muestra la necesidad de la lucha y los costos que ella implica. Me atrevo a soñar que ambas tareas, el amor y la lucha, no debieran ser incompatibles, que en una sociedad socialista no entrarían en contradicción. Aquí y ahora, la lucha es una de las formas que adopta el amor.
Rosana López Rodriguez
La reunión pautada para el 16 de julio queda, de esta manera, aplazada hasta diciembre, a la espera de la publicación. Las bases del nuevo concurso aparecerán en el próximo número, junto con la confirmación de la fecha y lugar definitivos de las Jornadas. Por último, al margen del dictamen del jurado de la categoría cuento, El Aromo también ha querido expresar su opinión y a acercarnos sus datos completos y corregir las pruebas de imprenta, comunicándose a lasfloresdelaromo@yahoo.com.ar.
Abelardo Castillo, Sylvia Iparraguirre y Vicente Battista escribieron:
“El fallo del concurso de cuentos es, finalmente, así: decidimos no discriminar en primer o segundo premios, sino mencionar, en igualdad de condiciones, dos cuentos. O sea: Abelardo Castillo, Sylvia Iparraguirre y Vicente Battista, por unanimidad, mencionan ex aequo (es decir, en igualdad de condiciones) los cuentos FELICIDAD (pseudónimo del autor: El Tusitala) y EL CIGARRILLO (pseudónimo del autor: El Tusitala). Por su parte, Sylvia Iparraguirre, otorga además un voto personal para el cuento CAJA DE MUSICA (pseudónimo del autor: Lunario López).
El Cigarrillo
Julio César Silvain
-¿Ésta es la cola del aviso?
Le responde un lento gesto de cabeza, afirmativo, y se coloca detrás, con el diario doblado en la mano, el dedo señalando la dirección. Queda allí, con esa ridícula sensación de ser el último, estudiando con una ojeada la larga cola, zigzagueante, que va y viene por el gran patio. Son muchos, piensa fastidiado, y calcula delante suyo por lo menos cincuenta postulantes. Relée el diario, los titulares, el aviso que ya sabe de memoria, pateando rítmicamente el suelo para entrar en calor. Y esos saltos cortos, repetidos a lo largo de la fila, resuenan como un tamborilleo triste. Hace frío en ese gran patio abierto, sombreado por los tres pisos de la fábrica.
Desde hace un rato las ganas de fumar le cosquillean los dedos en el gesto de meter la mano en el bolsillo y tocar el paquete flácido, con los dos últimos cigarrillos, un poco arrugados de tanto manosearlos. Los toca, los cuenta, son dos, ya lo sabe pero los cuenta, son dos. El último lo fumó hace más de una hora, en la esquina, junto a la grapa mañanera que le llevó los últimos tres pesos. Y el recuerdo renueva el placer de ese cigarrillo fumado entre los tragos cálidos de la bebida.
Mira la cola hacia delante y hacia atrás, donde ha crecido como prolongándola. ¡y recién comienzan a llamar! Hay para tres horas por lo menos -se dice- palpándose el bolsillo. Para no tentarse se entretiene mirando la puerta, esperando de antemano los movimientos de los que llegan, repetidos, con el diario en la mano, releyendo el aviso, confirmando la dirección con un gesto. Y los ve entrar, achicados, al gran patio. La cola, zigzagueante, a completado una vuelta, colocando el extremo final a su costado. No es él, es la mano que no aguantó más y allí lo tiene, estirándolo despacio. Lo golpea lentamente, una, dos, tres, cuatro veces, contra la uña del pulgar y, al encenderlo, la primer bocanada es una suave caricia
reconfortante. Me fumo medio -piensa- tienen que durarme hasta que me toque a mí. Fuma con lentitud, espaciando lo más posible el tiempo entre cada pitada.
-¡Negro!
Está distraido, sumergido blandamente en el placer del cigarrillo y, al escuchar su apodo, vé, de pronto, en el extremo de la cola, a su costado, ese rostro grande, amigo, la sonrisa quebrando las mejillas y el mechón rebelde sobre un ojo, que en un movimiento de cabeza vuela hacia atrás para deslizarse lentamente otra vez hacia abajo.
-¡Cholo!
El Cholo está allí, delante suyo, en esa mirada que habían comenzado a borrar los años.
-¿Qué hacés?
-Ya lo ves, como vos, en la cola.- le contesta.
Lo escucha hablar, preguntar sobre el barrio, los muchachos, arrancar manojos olvidados al recuerdo, con su charla rápida, desordenada, la de siempre, salpicada por gestos y risas. Oye caer esa lluvia de palabras y preguntas que casi no esperan respuesta. Lo oye hablar y no lo vé. Está mirando aquel baldío de la esquina, y los pibes corriendo, desgreñados, detrás de la pelota.
-«Pasala Cholo, pasala, no te la tragués». Y allí va ese pibe grandote, con los ojos tapados por un mechón, corriendo y gambeteando sólo, hasta ese gol que estalla en gritos, abrazos y manoseos. Es el Cholo. El que sin duda va a jugar en primera. «Seguro, con la gambeta que tiene». Y detrás de una pregunta contestada sin escucharla vé, de pronto, a la hermanita del Cholo, aquella rubita preciosa que tenía embobados a todos los de la barra, frenados por el gesto permanentemente del hermano: «Ojo muchachos, con mi hermana no se metan». Y siente un henorme deseo de preguntarle por
ella.
-¿No jugás más? -le dice. Y entonces lo vé, recién ahora lo vé, con esa mirada cansada, al final de la cola.
-Y, vos sabés, desde aquella operación de la rodilla no pude jugar más. Y se ríe como si hubiera dicho una gracia.
Bruscamente se da cuenta que ha terminado el cigarrillo. Ha fumado la mitad que debía guardar. Junto al fastidio crece un ansia inaguantable de fumarse el que le queda. La mano en el bolsillo aprieta el paquete.
Pesadamente la cola se mueve, avanza. El amigo va quedando atrás de esos pasos breves.
-Te espero a la salida.- le dice, palmeándole el brazo. El Cholo retiene la mano que acaba de tocarlo, en un gesto brusco, nervioso.
-¿No tenés un cigarrillo, viejo? Desde anoche que no fumo- y lo mira. El saca la mano que aprieta el paquete y le tiende el arrugado cigarrillo.
-No ché, el último no- rechaza el Cholo con un gesto que se pierde en el aire.
-¡Agarrá! Tengo otro paquete.- le contesta tocándose el bolsillo.
Notas
1 El Tusitala: Julio César Silvain; Lunario López: Christian Grecco y Natalia: Natalia Rodríguez Simón.