Despidos, cierres, suspensiones… La escena muestra un cuadro muy claro: cuando los números “no cierran”, el primero en pagar los platos rotos es el trabajador. Se trata de un problema atravesado por la crisis capitalista (ver Hoja Socialista N°6) y por la forma en que se desarrolla el capitalismo: concentrando el capital y expulsando gente. Es un movimiento que va más allá de los gobiernos: a la larga, se impone y nos coloca a los trabajadores cada vez un escalón más por debajo de nuestro nivel de vida. Es más, todos los gobiernos son agentes que garantizan que esto funcione así.
Como vimos, el capitalismo funciona a través de la competencia. La misma tiene una vara: aquel al que no le rinden los números siguiendo una tasa media de ganancia, se funde. Eso dependerá naturalmente de la productividad: hay que producir más en menos tiempo y tiene que salir barato, por lo que los capitales apelan a la tecnología para aventajar a otros. La tecnología, también lo vimos, vuelve “desechable” a una parte de los trabajadores: con menos trabajadores, se puede producir la misma o mayor cantidad de mercancías. Claro que existen más elementos que entrar en juego, como el Estado y sus subsidios, que son particularmente importantes en Argentina. Durante el kirchnerismo la industria solo subsistió a base de los subsidios que recibía, pero cuando se corta el chorro porque al Estado no le alcanza para repartirles a todos, empiezan los problemas. En el próximo número vamos a explicar mejor este asunto.
El asunto no se termina ahí. Los capitalistas siempre buscan las mejores condiciones para competir. Si los trabajadores le salen baratos, mejor. Pensemos en los chinos, que tienen salarios miserables, lo que para los capitalistas orientales resulta una ventaja sobre otros burgueses del mundo. Así, encontramos numerosos ejemplos en donde los capitalistas presionan a una baja salarial o a hacer trabajar más tiempo y con más intensidad a los obreros. No en otra cosa consiste el intento de las patronales argentinas por “flexibilizar” la mano de obra o negociar salarios por debajo de la inflación. El caso de la fábrica de AGR-Clarín, ubicada hasta el año pasado en Pompeya, resulta bastante claro al respecto: la patronal cerró la fábrica, dejó en la calle a cientos de trabajadores en blanco y tercerizó el mismo trabajo con imprentas negreras y baratas.
Sin embargo, como en toda competencia, tarde o temprano, hay ganadores y perdedores. Los capitales más ineficientes tienden a perder. Mucho más en situación de recesión, cuando la tasa de ganancia cae y no alcanza para cubrir los costos. Es el momento de despidos y cierres masivos, como vemos en cada crisis. Claro que estos patrones intentan aumentar la tasa de explotación de los trabajadores para que sus ganancias no se vean afectadas. De ese modo, procuran que cada peso invertido en salarios, rinda en la mayor cantidad de plusvalía posible (Ver Hoja Socialista n°1). Lo pueden lograr bajando el salario o pagando solo parte del mismo (siempre con el discurso de “hacenos el aguante que la estamos pasando mal”), aumentando la jornada laboral (“dale, quédate un rato más”) o precarizando el trabajo. Nuestro sacrificio y nuestra salud para que ellos mantengan sus ganancias, al menos por un tiempo.
Pero hay una contracara: la concentración de capital. Ante la crisis, los más concentrados acaparan capitales, se juntan, expulsan más gente y producen con más eficiencia capitalista. La clase obrera, bien gracias: si se puede producir mejor con menos, entonces una parte va a ser declarada “sobrante”. Y si lo necesitan, pueden reincorporar trabajadores de manera extorsiva: si aceptás condiciones más precarias, volvés a entrar… Eso o nada. Un caso ilustrativo: en salud, el histórico Centro Gallego ubicado en Congreso, vive una crisis permanente. Luego de varias intervenciones del INAES, Ribera Salud y la Fundación Favalaro quieren comprar el edificio, sin respetar la plantilla ni las categorías. Como se ve, la compañía en cuestión no ve rentable el servicio prestado y busca readaptarlo a los nuevos negocios. Seguramente, con trabajadores más baratos.
En resumen, las recetas capitalistas nos llevan siempre al mismo lugar: la degradación absoluta de nuestras condiciones de vida. Si la burguesía no puede garantizar nuestra subsistencia más elemental, tenemos que echarla a patadas. Un primer paso es poner toda fábrica o institución que cierra o despide bajo control de los trabajadores, con reparto de horas de trabajo y gastos a cuenta del Estado. Pero solo una salida socialista puede poner a funcionar este motor inviable.