“No veo en el banquillo de los acusados al otro sector
de la historia triste de los argentinos donde nadie
tuvo razón, los que fueron comandantes e
ideólogos de esa guerrilla, los que llevaron
a la violencia previa al golpe. La guerrilla
no está siendo juzgada.”
Luis Abelardo Patti,
declaraciones a Radio América,
10 de octubre de 20071
Por Stella Grenat – Heredero de Los rubios (2003), de Albertina Carri, el documental M de Nicolás Prividera se inscribe dentro de una corriente del pensamiento que promueve el ataque a las organizaciones de izquierda en particular y a la militancia revolucionaria en general. En el film, Prividera adjudica el mismo rango de responsabilidad en la represión de la dictadura a los militantes de las organizaciones que la enfrentaron y pide la cárcel para ellos. A pesar de su mediocre producción, este documental ha recibido excelentes críticas de la prensa2 y 50.000 dólares en el Festival de Cine Independiente de Mar del Plata. Asimismo, obtuvo el por primera vez otorgado, Premio Ernesto ‘Che’ Guevara. Hecho que denota que, a pesar de pretender difundir una cultura “alternativa”, este festival se encuentra a la derecha de Hollywood.
Cría cuervos…
La preocupación central del director parece ser la búsqueda de los responsables-culpables de la desaparición de su madre, Marta Sierra, bióloga, activista sindical de ATE en el INTA de Castelar y militante política del peronismo de izquierda. El documental se inicia con una cita de William Faulkner que alude a que los hombres son responsables de sus actos y están obligados a dar cuenta de ellos frente a la sociedad. Así, en el primer bloque del documental, “El fin de los principios”, Prividera muestra cómo la maquinaria burocrática del Estado habría sido incapaz de satisfacer “su” derecho ciudadano a “saber la verdad”. Utilizando como base el trabajo de Hannah Arendt, el film denuncia cómo bajo el manto del accionar burocrático estatal se diluyen las responsabilidades civiles en regímenes autoritarios.3 Así, declara que mientras no se sepa quiénes son los responsables en cada caso de desaparición “va a ser muy difícil que podamos decir que vivimos en una democracia real y en una república verdadera”.
En el segundo bloque, “Los restos de la historia”, se reproducen testimonios amigas y compañeras de trabajo de su madre. Encontramos allí el perfil de los militantes que construye Prividera. Según su mejor amiga, Marta era “inocente, ingenua políticamente”, “un perejil”, una más dentro de un movimiento como el peronismo revolucionario en el que “hubo traiciones”. En este coro, Nicolás no se priva de preguntar por qué algunos “se rajaron” y no dieron aviso a sus compañeros y se muestra, otra vez, indignado por la falta de iniciativa de todos los participantes de la etapa, quienes, según él, no tienen derecho a no hablar. A los gritos les exige que se “hagan cargo de su historia”. Sin perder la línea insiste: “los militantes de superficie no tenían donde ir”, “la represión se escarnecía con la base”, el accionar guerrillero dio una excusa que “terminó fortaleciendo a los militares”. Cierra el bloque apelando a un testimonio que se pregunta si el verticalismo no habrá sido una estrategia de las organizaciones políticas “para entrampar a los militantes”. La imagen de los militantes que presenta el documental es muy clara: de un lado. los perejiles confiados; del otro, las direcciones, los traidores.
En el tercer bloque, “El retorno de lo reprimido”, se rastrea la militancia de Marta en una escuela del INTA, que aparece como un centro de la actividad de Montoneros. Otra vez el eje de la presentación de los testimonios apunta a destacar la confrontación entre direcciones y bases. Un obrero aclarando la desconfianza que le merecía “Chufo” -responsable político militar de montoneros en esa zona- y los “capos” que dejaron morir a los compañeros. Un dirigente medio de los ’70 (Rodolfo) acusado de no visitar más a sus antiguos contactos obreros y atacado en la actualidad por esos mismos contactos. La presentación de la militancia en Montoneros como esencialmente militar, se contrapone a la actividad de masas -sindical o barrial- de las bases. Nuevamente cierra el bloque Nicolás, que desconcertado refunfuña y critica a Rodolfo por no hacerse cargo y acusa a las direcciones que renuncian a responsabilizarse hoy de sus intervenciones del pasado y de no asumir que con “su accionar” le hicieron el juego a la derecha en los ’70. “¿Fue ceguera, ingenuidad o estupidez?”, se pregunta Nicolás, y su hermano responde: “un poco de todo y […] hijodeputismo (sic) de algunos”.
En su último tramo, “Epílogo”, los hermanos atacan a todos sus entrevistados y a los actuales militantes sindicales de ATE en un acto en el INTA en el que se coloca una placa en memoria de Marta Sierra. Según los Prividera, hay que recordar a cada uno de los responsables de las desapariciones que “siempre estuvieron aquí, entre nosotros”, los que duermen tranquilos “sin que la justicia les pidiera explicaciones, sin que nadie les dijera que eran tan culpables como los que secuestraron, torturaron y asesinaron”. Es decir, la película cierra pidiendo a la justicia que “le pida explicaciones” a los dirigentes revolucionarios. O sea, reproduce la propuesta del ex comisario y torturador Luis Abelardo Patti.
…y te comerán los ojos
Lo primero que habría que remarcar es que se trata de una obra artísticamente mediocre. La progresión argumentativa es tediosa, el relato es simple y poco profundo y, por último, abusa de las explicaciones: el director aparece, todo el tiempo, explicando cómo deben interpretarse los hechos, es decir, bajando línea…
La segunda cuestión es que el documental recurre a los golpes bajos y engaña a los entrevistados en una situación que se asemeja a una cámara oculta: no se les dice que se trata de un documental. Así, el autor les arranca frases dichas al calor de una conversación íntima y en el marco de querer consolar a un “hijo”. A diferencia de Michael Moore y del cine contestatario, que utilizan recursos no convencionales para ridiculizar al régimen, Prividera, por el contrario, utiliza diversas estratagemas poco serias y moralmente cuestionables para estigmatizar a quienes intentaron cambiar la sociedad.
Un tercer punto radica en que el film estafa al espectador. Se propone una búsqueda y un grupo de culpables: quienes iniciaron a Marta Sierra, la madre, en asuntos presuntamente “oscuros” (la militancia) y quienes supuestamente la delataron. El problema es que, como buen burgués, Prividera busca responsabilidades individuales para un problema social. Aún siguiendo esta lógica, el film no presenta prueba alguna de que su madre haya sido entregada por un compañero. En realidad, el director ya sabe quién es el culpable material y concreto, aún en términos puramente individuales. Según consta en la querella penal que él mismo presentó, su abuela testifica que: “El día 30 de marzo del año 1976 […] se presentó en la calle Belén 90, donde vivimos tanto mi hija como yo, un grupo de personas armadas vestidas de civil […] se introdujeron en el edificio […] se dirigieron entonces al Departamento 7º B, que ocupa mi hija Marta Sierra con su familia. Al no encontrarla y por indicación del esposo de mi hija, se dirigieron al departamento sito en el piso 6to. B, en el cual habita la suscripta y donde por encontrarse convaleciente de un parto y operación de un pecho se encontraba bajo mi cuidado mi hija Marta Sierra […] al ingresar esta comisión […] exigió a mi hija se levantara y los acompañara, sin siquiera permitirle vestirse y procediendo a vendarle los ojos”.4 Es decir, a Marta Sierra la entregó su marido, el padre del director. Curiosamente, el responsable material no aparece en ningún momento. Estando éste al alcance de la mano, y enterado el hijo del asunto, la obra no puede entenderse sino como una operación ideológica poco honesta.
Sin embargo, el problema no es la utilización de recursos turbios, ni los engaños al público y a compañeros que dieron su vida por transformar la sociedad (entre ellos, la madre del realizador). Lo que debe discutirse es aquello que defiende políticamente este documental. Aquello que tiene una plena acogida hoy día en ciertas fracciones de la pequeño burguesía y que es celebrado por el régimen: la utilización del lenguaje del individualismo radical para perpetrar un ataque a la revolución. Una particular defensa del capitalismo.
Prividera reproduce concientemente los postulados de Pilar Calveiro5, una ex montonera preocupada por señalar las responsabilidades de las direcciones de las organizaciones armadas en las desapariciones (y quien llegó a pedir un “escrache” a los que militaron en aquellos años6). Ella, por su parte, explica que de joven habría sido demasiado ingenua. En esta línea, el film retoma a Hannah Arendt, cuya perspectiva teórica supone a la sociedad como una sumatoria de individuos escindidos y aislados de toda referencia a una determinada base social. De modo tal que, igualando idealmente a todos los individuos, Arendt niega la existencia del conflicto que atraviesa a toda sociedad dividida en clases.7 En realidad, no se trata de cuestiones individuales. En un momento de la historia argentina, una fracción de la sociedad combatió a un sistema que produce la miseria material y moral de la gran mayoría de la población (el capitalismo). Éste se defendió. El resultado fue la muerte y el exilio de los rebeldes. Hubo errores en nuestro campo que explican la derrota, claro. Pero una cosa es debatir con los compañeros para afinar el arma y otra, muy distinta, condenar a quien combate.
Entonces, encontramos una concepción burguesa de la responsabilidad. Un intento de buscar culpables en personas concretas. Para ello se recurre a la simplificación de un enfoque que descarta los estudios que prueban la profundización de la lucha de clases y la crisis de hegemonía que atraviesa a la Argentina desde 1969.8 Para Calveiro y Prividera, las masas que se organizaron políticamente contra la burguesía fueron, en realidad, llevadas como ganado por un puñado de pícaros aprovechados para abonar oscuros intereses. Un calco de lo que Gino Germani propuso para explicar el nacimiento del peronismo: los “negros”, ignorantes ya se sabe, fueron “hipnotizados” por un general fascista.9 En concreto: sólo los malvados y los tontos se rebelan contra el sistema. Entonces, para unos corresponde la cárcel y, para otros, el arrepentimiento y la promesa de no volver a portarse mal. En este análisis no existe la posibilidad del descontento con o la transformación del régimen social, ni que éste produzca su propia crisis.
El documental muestra una defensa rabiosa de la sociedad tal como es. Prividera confiesa que “no hay re-evolución posible, y a veces la historia se convierte en puro ruido y furia, en una pesadilla de la que uno no puede despertar”.10 Caos y desorden de un proceso que él no alcanza a comprender. El director trata de apelar, de esta forma, a las capas más desinformadas de la población. Una ignorancia que abona las posiciones más reaccionarias. No es extraño, entonces, que el título del film, M, aluda tanto a Marta como a M, el vampiro de Düsseldorf. En medio del caos de la República de Weimar, Fritz Lang, su director, clama por la intervención de un Estado neutral que imponga la paz y la justicia. El mismo clamor aparece aquí en boca de Prividera que, igual que Blumberg, parece aspirar a que los asesinos de su madre de ayer, sean los justicieros de hoy. A favor de Blumberg, digamos que no ha llegado al extremo culpar a su propio hijo o tratarlo de idiota por atreverse a vivir…
Notas
1En http://www.agencianova.com/nota.asp?n=2007_ 10_12&id=44606&id_tiponota=4.
2Con excepción del artículo “Sobre la película M: Una falta de respeto a Marta Sierra”, en Prensa Obrera, nº 1010, 19/9/2007.
3Arendt, Hannah: Eichmann en Jerusalén. Un estudio sobre la banalidad del mal, Lumen, Barcelona, 2000.
4http://www.hijos.nl/archivos/dossier_Zorreguieta/prividera_penal.doc
5Véase Calveiro, Pilar: Política y/o violencia, Editorial Norma, Buenos Aires, 2005.
6Véase Suplemento Radar, de Página/12, 2 de octubre de 2005.
7Jones, Julieta: “Un misticismo idiota”, en El Aromo, nº 34, diciembre de 2006. Esta estrategia es común a gran parte de la intelectualidad “progre” y ha sido tratada ya por El Aromo en repetidas ocasiones. Véase, en particular, el tratamiento que Rosana López Rodriguez hace de las novelas de Martín Kohan en “Dos veces nunca”, El Aromo n° 37, julio/ agosto de 2007
8Sartelli, Eduardo: La plaza es nuestra, Ediciones ryr, 3º edición, Buenos Aires, 2007; Löbbe, Héctor: La guerrilla fabril, Ediciones ryr, Buenos Aires, 2006; Balvé, Beba y Beatriz: El 69, Ediciones ryr, Buenos Aires, 2005; Balvé, et.al: Luchas de calles-luchas de clases, Ediciones ryr, Buenos Aires, 2005; Marín, Juan Carlos: Los hechos armados, La Rosa Blindada y P.I.Ca.So., Buenos Aires, 2° Edición, 2003.
9Es interesante observar las referencias que el documental hace a El ciudadano (1941), de Orson Welles. Allí, un líder supuestamente ejemplar, mantiene oculto un turbio secreto y engaña a toda una sociedad que lo considera honesto.
10Koza, Roger: “M, de Nicolás Prividera: la voluntad de saber”, entrevista a Nicolás Prividera en http:// ojosabiertos.wordpress.com. 25/7/2007.
Recién leo este comentario sobre M. Yo soy la autora del artículo aparecido en Prensa Obrera en el 2007, protagonista involuntaria de la película junto a mi hermana, gran amiga desde la facultad y compañera de militancia dentro del INTA de Marta Sierra. Agradezco y coincido con el enfoque de este artículo. M es un falso documental que utiliza a una víctima aprovechando la vinculación familiar para crear una fábula «cinematográfica». Para ello no bastó la utilización de los hechos acontecidos, dramáticos por sí solos, sino que se provocaron situaciones para llegar a confidencias usadas y manipuladas. Tanto yo, y muchísimo más mi hermana, hemos acunado a Nicolás bebé y hemos sangrado por dentro por la desaparición de Marta, por lo que el reencuentro significó un desborde de informaciones suponiendo una honesta búsqueda de «la verdad de lo sucedido». Estoy convencida de que el causal del secuestro de Marta había que buscarlo fuera del INTA, por las circunstancias y datos que sabíamos. O sea que, no es que Marta «no tuviera una militancia comprometida» sino que esa militancia, si se hacía, se hacía por fuera de esa institución. Pero cinematográficamente era más conveniente ligarla al INTA. Lo mismo sucede con la información respecto a ella. Toda la película es una mise en escene para reforzar sus propios prejuicios y fantasmas, dejando así mal parados a su madre y a sus compañeros de militancia.
Repasando lo mucho que se escribió sobre «M», vuelvo a encontrarme con esta nota discordante. Si hubiera habido espacio en su momento, se podría haber comentado largamente, aunque en verdad lo único que cabe es citar afirmación por afirmación y decir: miente burdamente, como es evidente para cualquiera que vea la película. Baste un solo ejemplo, que tiene que ver con otra: refiriéndose a «M, el vampiro de Düsseldorf» de Lang dice que «en medio del caos de la República de Weimar, Fritz Lang, su director, clama por la intervención de un Estado neutral que imponga la paz y la justicia». Es una interpretación ridícula, antojadiza y falaz. Lo que ya sería una verguenza, siendo la autora una historiadora, pero todo el resto es por demás miserable. Pero se ve que es costumbre en R &R. Unos años después, leyendo el interesante libro «Los escritores frente a la comuna», encuentro que en el prólogo el Sr. Sartelli usa tan valioso espacio para volver a mencionar esta película como «perversa». Perversas son estas repetidas muestras de juicio estalinista, que poco tienen que ver con la «producción y difusión de conocimiento científico» que dicen tener como objetivo.