PARA HACER UNA TEORIA DEL GRITO

en Revista RyR n˚ 1

Por Carlos Salomone

                No podemos menos que saludar auspiciosamente la aparición de la Ficha Temática Nº 6 de Cuadernos del Sur, Marxismo, Estado y Capital. La crisis como expresión del Poder del Trabajo, de John Holloway.

            Aunque en apariencia se trataría de una serie de artículos sobre temas como el valor, la ciudadanía, el estado y la crisis, en realidad se trata de una obra integral organizada en forma de ensayos unitarios que, a pesar del formato, guarda una unidad conceptual y un desarrollo lógico siguiendo una metodología que se aproxima a la forma en que encaró Marx su obra cumbre, El Capital – Crítica de la Economía Política.

            En efecto, Holloway avanza de las formas más esenciales y abstractas de las relaciones sociales capitalistas hasta sus formas más concretas y aparienciales. Claro que en este caso dirigiendo su crítica no a las categorías de la economía política -que fue lo que hizo Marx- sino centrando su aten­ción en la política y en el Estado, llegando a avanzar sobre las condiciones actuales de existencia de los estados naciona­les y su relación con la crisis, y los procesos de regionaliza­ción a los que asistimos en la actualidad.

            Todo lo dicho no significa que se trate de una obra acabada o que no deje líneas por donde proseguir. Al contrario, es una obra destinada a abrir surcos y efectivamente en todo momento se señalan aristas y puntos para desarrollar en trabajos posterio­res.

            Para quienes no conocen a Holloway es necesario explicar que se trata de uno de los principales pensadores marxistas en temas referidos al Estado Capitalista. Forma parte de una generación posterior a los debates de los ’70 cuyos exponentes más signi­ficativos fueron Milliband y Poulantzas y, dentro de la órbita alemana, los desarrollos «hegeliano-marxistas» de Offe y Habermas.

            Incluso su producción teórica es posterior a la primera reac­ción frente a los planteos de la primera generación. Me estoy refiriendo a la llamada «Escuela Lógica del Capital» o «Escue­la de la Derivación», surgida en Alemania, que buscaba retomar el estudio del estado sin desligarlo de la economía (aspecto en el cual todos los pensadores anteriores habían coincidido).

            En este marco, Holloway aparece dando un paso adelante con relación a los «derivacionistas». Su intento no es demostrar cómo la economía influye en el estado, sino retomar la idea del capitalismo como una forma particular de sociedad de clase cuya lógica engloba al conjunto de la sociedad y dentro de ella al estado como forma particularizada de relación social. Específica­mente en uno de los ensayos (escrito en colaboración con Sol Picciotto) Holloway salda cuentas con todas estas corrientes.

            No es mi intención hacer un resumen del libro por que como ha escrito A. Gilly, «Los libros hay que leerlos, no escuchar a quienes los han leído (o dicen haberlo hecho)», pero sí me parece valioso reseñar algunos puntos de gran importancia teórica y de una sorprendente actualidad. Como he adelantado, se trata de un libro organizado en forma de pequeños o medianos ensayos unitarios pero que guardan un encadenamiento lógico y conceptual.

            El primero se denomina «En el Principio fue el Grito». Aquí Holloway introduce las ideas fundamentales que desarrollará en el conjunto de la obra: el marxismo como teoría de la lucha y la idea de que todo el desarrollo histórico del capitalismo y su recurrente crisis se explican a partir del poder del traba­jo. Se trata de un ensayo de elevado nivel de abstracción pero sin que ello sea un obstáculo para desarrollar una críti­ca política al «academicismo marxista» que va a ser uno de los tópicos de todos los ensayos.

            El segundo artículo se titula «Nosotros somos los únicos dio­ses. De la crítica del cielo a la crítica de la tierra.» Aquí Holloway analiza la analogía que existe entre la crítica de Marx a la religión (un tema recurrente en sus primeros escri­tos) y la crítica de la economía (cuya culminación alcanza en El Capital).

            En forma clara sienta postura con respecto a la pretendida separación entre el «joven» Marx (romántico y subjetivista) y el «viejo» Marx (objetivo y científico) no para contraponer al primero sobre el segundo sino para reflexionar sobre la conti­nuidad entre uno y otro. Y lo hace explícitamente. En su opinión, la base de esta separación se encuentra en la tradi­ción teórica involucrada en la experiencia del «comunismo real» como el mismo la denomina y realiza un llamado para «liberar» a Marx de los escombros provocados por el derrumbe de los estados del Este Europeo.

            «La pertinencia del Marxismo hoy» es el ensayo programático. Después de los dos primeros, en cierto modo introductorios, en éste establece sus tres tesis:

«Mi primera tesis es que el marxismo no es una teoría de la sociedad sino una teoría contra la sociedad, y que para eva­luar su pertinencia hay que verlo desde esta perspectiva»[1].

«La segunda tesis que quiero poner a discusión, pues, es que el marxismo no es una teoría de la opresión capitalista sino de las contradicciones de la opresión. Eso le da al marxismo una pertinencia especial para cualquier persona o movimiento interesado en un cambio radical de la sociedad»[2].

«La tercera tesis que quiero plantear es que la fragilidad del capitalismo es la expresión del poder del trabajo»[3]

            Sin duda se trata de tres tesis provocadoras pero que deben analizarse con el grado de profundidad que lo hace Holloway. De ninguna manera está planteando que el marxismo no sirva para analizar la sociedad, ni la opresión ni mucho menos que los trabajadores tienen el poder en sus manos. Lo que sí es incompa­tible con el planteo de Holloway es la idea de una sociedad que puede ser analizada con independencia de sus conclusiones prácticas y que olvide que el marxismo es una teoría de la lucha.

            El artículo «Se abre el abismo. Surgimiento y caída del keynesianismo» es un análisis del curso histórico de la economía mundial en el siglo XX entendida no como un desarrollo autóno­mo y mecánico de las leyes del capitalismo sino como una permanente respuesta al desafío que implica «contener el poder del trabajo». Obviamente se trata de una visión muy general y lineal pero, sin dudas, es un análisis sumamente rico y con grandes posibilidades. En efecto, es una demostración de cómo el análisis de la sociedad desde la perspectiva de la lucha de clases no pierde validez ni rigor frente a los análisis econo­mistas o sociológicos de pretendida base «científica».

            Después de este desarrollo histórico, con «Capital, crisis y estado», el curso del libro se orienta definitivamente hacia el tema del Estado. Se trata de un artículo de gran importancia teórica, entre otras cosas, porque, como he indicado anterior­mente, hay un análisis crítico de las distintas corrientes del pensamiento marxista en este tema y que introduce la crítica de la política más concretamente analizada en «La ciudadanía y la separación de lo político y lo económico».

            No es posible, ni resulta fructífero intentar resumir lo que Holloway desarrolla en este breve ensayo donde, a partir de los conceptos de ciudadanía y ciudadano se intenta avanzar en una caracterización de la administración pública o el sistema de partidos sin que este punto de vista haga perder la idea del capitalismo como forma unificada de dominación. En sus propias palabras: «… la relación entre la clase dominante y la clase obrera es una relación total que conforma todos los aspectos de la vida social[4]«. Es muy interesante cómo Hollo­way desenmascara el concepto de «autonomía relativa del Esta­do» como categoría sumamente engañosa y aquí sí vale la pena citar:

«… la autonomía del Estado implica un proceso permanente de diferencia entre las luchas económicas y las políticas, de forzar a las luchas a tomar determinados cauces políticos o administra­tivos, de redefinirlas en cierta forma. La autonomía relativa del Estado no es un hecho establecido, como engañosa­mente sugiere esta categoría, sino más bien una lucha perma­nente, un proceso permanente que fragmenta las luchas de clases en compartimientos diferentes[5]«.

            Al leer «El Estado y la lucha cotidiana» uno tiene la sensación de estar frente a uno de los menos acabados y, sin embargo, más ricos de todos los ensayos. Holloway realiza un intento «unir el cielo con la tierra» y no sucumbe ante él. En efecto, para llegar a una conclusión sobre cómo debe ser la práctica cotidiana de un socialista dentro y con relación al estado, desarrolla una discusión de alto vuelo teórico para alcanzar algunas conclusio­nes. Como el mismo lo expresa:

«Nuestro argumento es que el Estado no debe ser visto única­mente como una forma de existencia de la relación capitalista sino como momento o instancia de la reproducción del capital en cuanto relación de explotación de clase mediada a través del comercio individual de la mercancía fuerza de trabajo, como proceso de conformación de la actividad social de manera tal que se reproduzcan las clases como individuos atomizados y se excluya la posibilidad de la organización de clase contra el capital. La conclusión fundamental es que la lucha por construir organizacio­nes de clase debe dirigirse contra el Estado como forma de relación social y debe involucrar el desarrollo de formas materiales de contraorganización que reafirmen la unidad de lo que el Estado separa[6]«.

            Esto no significa que se pueda extraer de aquí en forma direc­ta  un programa de acción de la práctica cotidiana pero sí agrega casi al terminar el artículo que «la única manera de derrotar la explotación de clase es mediante la organización de clase[7]«. Y rescata, a través de Pannekoek, la recurrente posición de los consejistas de que lo distintivo de los conse­jos obreros era que estaban compuestos no por individuos, sino por trabajadores.

            «El Poder del Trabajo y la Reorganización Territorial de los Estados Capitalistas» es el último de los artículos y quizá el de mayor actualidad, a partir del «efecto tequila» y sus consecuen­cias en la Argentina, ya que se ocupa del aspecto territo­rial de la «fuga» del capital a partir de la reconversión del capital-productivo en capital-dinero. Por esta razón nos vamos a detener particularmente en él.

            En este ensayo, Holloway, rescata una de las más importantes y, muchas veces olvidada, tesis acerca del surgimiento del Estado Nacional: «El poder estatal se desarrolló sobre todo para controlar la nueva libertad (con relación al feudalismo) de movimiento de los trabajadores, organizando la coerción a través de nuevas definiciones territoriales[8]«. Pero, al mismo tiempo, el capital se desarrolla en una forma aterritorial que es el espacio del mercado mundial, así prosigue en que no existen diversos capitalismos nacionales sino un «capitalismo global con aparatos estatales nacionales como puntos de apoyo y coerción[9]«.

            Es decir que nos encontraríamos ante una relación capital-trabajo que ha sido desde siempre global y donde lo que ha cambiado es el grado de movilidad del capital. Ahora bien, dado que los ingresos y estabilidad de cada Estado Nacional depende de que logre atraer o retener la mayor porción del capital global dentro de su territorio, debe tratar de asegu­rar dentro de sus fronteras las mejores condiciones posibles para la acumulación del capital. A partir de aquí las estrate­gias proteccionistas de los diferen­tes bloques (Nafta, CEE) no se orientan en contra de los capitales de los bloques antagónicos, sino que fuerzan a que su ingreso sea como capi­tal productivo y no en forma de mercancías.

            En la crisis actual un aspecto central es la fuga del capital, al perder rentabilidad productiva, se transforma en dinero y circula por el mundo en búsqueda de oportunidades de realiza­ción. Para los que hemos vivido estos años de auge del tándem Menem-Cavallo, sus palabras referidas a la crisis mundial nos resultan llamativamente familiares:

«La prepotencia del dinero durante los años 80 parecía ser el triunfo casi sin límites del capital. Pero no era así: la existencia del capital en su forma de capital-dinero es final­mente el índice más seguro de que el capital no había logrado recrear su dominio sobre el trabajo de una forma más adecuada. A pesar de las apariencias el capital seguía siendo débil (y dependiente). La expansión económica que se dio tenía un carácter en gran medida ficticio, sostenido por la expansión constante del endeudamiento. Este carácter ficticio se mani­festó de manera más y más clara en los últimos años de los 80, con el crac de 1987, la inestabilidad monetaria creciente, la caída enorme de la bolsa japonesa, los problemas crecientes de la banca a nivel interna­cional y  finalmente  el ‘credit crunc­h’, la restricción del crédito que ha sido un elemento central de la crisis económica de los últimos años[10]

            Todo este desarrollo de no más de seis páginas es un formida­ble argumento que revela la profunda incomprensión de las caracterís­ticas del capitalismo de quienes sustentan la pere­grina idea de la «desaparición del estado nacional», porque, por un lado la contradicción entre capital global mundial y estado nacional ha existido siempre y por el otro, porque lo que ha cambiado en el capitalismo es su forma de manifestación pero no su esencia.

            Antes de terminar quisiera hacer algunos comentarios más generales sobre la obra y el impacto que ha tenido en nuestro medio. En primer lugar quiero señalar que se trata de un trabajo de alto vuelo teórico y de un alto nivel de abstracción, por eso mismo no es de lectura sencilla. Requiere tener presentes conceptos y categorías que sólo se encuentran en «El Capital» y no en otras obras de Marx y que, por supuesto, está absolu­tamente ausente en toda la «manualística marxista». También requiere tener bastante en claro cómo es la estructura lógica y expositiva de los textos marxianos y más precisamente de su obra más importante.

            Por este motivo no son admisibles algunas críticas «a la ligera» que ha recibido[11]. Partir de que el marxismo es, y debe ser, la «teoría del grito» entendido como oposición, negatividad o lucha, no significa en absoluto que Holloway sea un desteorizador ni un voluntarista que quiere poner a la acción por sobre la reflexión crítica. Tampoco puede plantearse condescendientemente -como se ha hecho- que en realidad está discutiendo con la corriente regulacionista cuyos seguidores aconsejan a los trabajadores no luchar y por eso puede perdonársele el ex-abrupto.

            Por otra parte, su libro es mucho más que una respuesta a los «académicos», si bien es cierto que no les ahorra críticas, es un intento de recrear una crítica de la política y del estado a partir de las categorías más abstractas y generales que caracte­rizan al capitalismo. Es por eso que comienza por lo más básico que es el rescate del marxismo como pensamiento crítico y negativo que, no casualmente, fue algo parecido al camino transitado por Marx para realizar la «crítica de la economía política». Cualquiera que se acerque a los «Cuadernos de París» que documentan el primer contacto de Marx con la economía clásica se dará cuenta que lo primero que intentó atacar Marx fue la idea de que la economía era una ciencia con leyes eternas como las ciencias naturales y lo hace desde la pura negación.

            Por todo lo dicho, este trabajo de crítica está en las antípodas de cualquier planteo desteorizador o voluntarista. Al contrario su propuesta implica un doble esfuerzo productivo: por un lado criticar y desmitificar todo lo que hay de ideológico en la visión que la burguesía ofrece del mundo y, al mismo tiempo, compatibilizar este análisis con la actividad productiva de las masas que, al vivir la explotación, generan formas de oposición y resistencia que van a ser la base de la transformación revolucionaria de nuestra sociedad. Teorizar esta lucha, darle un sentido y vincularla con una crítica general de la sociedad no es asumir una concepción seguidista sino escuchar lo que surge desde abajo.

            Contra quién sí se enfrenta Holloway es esa especie de «marxista académico» que ha transformado lo que debe ser una teoría crítica de la sociedad en una variante de la sociología y esto, quiérase o no, se origina en la separación del marxismo entre una teoría que analiza la sociedad y una práctica totalmen­te desvinculada de ella. Partiendo de estas premisas la práctica puede ser vista desencantadamente como una actividad inútil e incluso peligrosa o desde otra posición se puede caer, paradóji­camente, en el más ciego voluntarismo.

            Por último, este libro es una muestra de la vitalidad del pensamiento marxista en la actualidad. Despojado de los lastres que significaron el vulgarizado «marxismo oficial» de los estados burocratizados y del elitismo académico del estructuralismo marxista, «ambos dos» en crisis terminal, reaparece una corriente marxista crítica, no dogmática, que retoma la totalidad, la historicidad y la lucha como componentes básicos.


Notas

    [1]Holloway, John: Marxismo, Estado y Capital – La crisis como expresión del poder del trabajo. Fichas Temáticas de Cuaderno del Sur, pág. 30.

    [2]Ibidem, pág. 31.

    [3]Ibidem, pág. 31.

    [4]Ibidem, pág. 112.

    [5]Ibidem, pag. 113.

    [6]Ibidem, pág. 146.

    [7]Ibidem, pág. 155.

    [8]Ibidem, pág. 161.

    [9]Ibidem, pág. 162.

    [10]Ibidem, pág. 164.

    [11]Me refiero a algunas críticas que se le hicieron en la presentación del libro, en la cual participaron R. Astarita, A. Borón y C. Brocatto, además de A. Bonet como presentador.

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