Por Gonzalo Sanz Cerbino – ¿Quién es el culpable de lo que pasó en Cromañón? Esa es la pregunta que hace un año y medio flota en el aire. Es la pregunta que explícita o implícitamente intenta responder cada persona que interviene en referencia a este hecho. Necesariamente tiene que ser así, porque un hecho social de tamaña magnitud demanda explicaciones: han muerto 195 personas. ¿Por qué? ¿Quién las mató? Sin embargo, Franca Tosato y Ezequiel Ratti, los autores del libro que reseñamos, dicen que esa no es su intención. Los autores plantean, desde la solapa de tapa, que su libro reproduce las “voces directas de sus protagonistas […] sin bajar línea ni meterse en la discusión política”1. Su intención es únicamente “narrar los hechos”, tal y como los vivieron sus protagonistas. No pretenden dar explicaciones más generales ni describir fenómenos que vayan más allá de la propia noche del 30 de diciembre de 2004. Pero en la descripción “desnuda” de los hechos los autores van delineando una explicación. Van tomando partido.
Un libro oportunista
Los autores señalan que no estamos frente a un libro oportunista. Una aclaración muy necesaria, ya que es lo primero que uno piensa al encontrarse, a poco del primer aniversario del crimen, con un libro que no es mucho más que la desgrabación de 19 entrevistas y la búsqueda en internet de algunos fragmentos periodísticos. Más todavía cuando nos enteramos que sus autores no están capacitados para hacerlo. La única calificación de Ratti para un trabajo de este tipo es su condición de sobreviviente. El currículum de Tosato no es mucho más apropiado: es actriz y “trabaja en publicidad”. Su mayor mérito, es haber sido la “creativa del comercial de TV ‘Romanos’ de Merthiolate”.
Sin embargo, el trabajo se presenta como “el libro más verdadero”, el que lleva a la sociedad la voz de las personas más autorizadas para explicar lo que sucedió esa noche: los que estuvieron en Cromañón y sobrevivieron para contarlo. Asumiendo una posición antiintelectual, plantean que nadie puede explicar lo que sucedió en Cromañón si no estuvo esa noche en el lugar. Como si el haber “vivido” esa terrible experiencia les diera a las víctimas las herramientas y la información necesarias para comprender un hecho complejo que no comienza ni acaba el 30 de diciembre. Con este razonamiento, sólo una ameba, que no tiene cerebro, podría conocer la biología de las amebas… Por otro lado, no se entiende por qué participa de la escritura Franca Tosato, que no es una “víctima”. ¿El merthiolate tendrá alguna virtud cognoscitiva? Hoy por hoy, sólo una de las causas judiciales acumula más de 40.000 fojas de actuados, que incluyen, además de los testimonios de los sobrevivientes (que no son seres omniscientes capaces de estar al mismo tiempo en cada rincón del mundo), los testimonios de policías, inspectores, autoridades gubernamentales y legisladores, junto a las pericias técnicas de arquitectos, ingenieros y médicos. Explicar lo que sucedió en Cromañón no es sencillo y sólo puede hacerlo quien, tomando esta enorme cantidad de información, realice un trabajo científico. No es el caso de este libro.
Pero los autores no cumplen ni siquiera con su promesa de asepsia, cargada de populismo oportunista. Al internarnos en sus páginas vemos cómo la voz de los protagonistas, lo único que legitimaba su trabajo, es fácilmente desvirtuada cuando los autores intercalan entre las entrevistas una serie de fragmentos de diarios, de canciones, de testimonios y de opiniones propias que le dan sentido a los testimonios. El libro no contiene las entrevistas “en bruto”. Han sido, como no puede ser de otra manera, “editadas”.
La culpa es de las víctimas
El libro se concentra en lo sucedido el 30 de diciembre: no pretende sacar su mirada de lo que sucedió esa noche en el local de Bartolomé Mitre 3060. No intenta avanzar en una explicación del hecho, sólo en su descripción. Sin embargo, el libro opina y mucho. Ya desde el propio título, los autores asumen que lo sucedido fue una “tragedia”: un hecho fortuito que no tiene culpables. Ni siquiera se molestan en explicar por qué Cromañón no fue una masacre o un crimen social, como reclaman los familiares y sobrevivientes movilizados. Una clara toma de posición por una de las explicaciones que se echaron a rodar sobre el hecho: no hay culpables. Curiosamente, si algo parece unir a las víctimas, las únicas autorizadas a hablar sobre el asunto, es que sí los hay. Esta toma de posición “implícita” se vuelve explícita cuando la autora sentencia sobre las marchas: “estaba muy concentrada en dilucidar si, usando el dolor como bandera, no se había infiltrado algún partido político oportunista. Mi sexto sentido me dijo que había allí mucho olor a política. Me indignó y volví para casa. No me cabía que la forma de expresar tristeza, luto y tantas lágrimas fueran saltos, bombos y cantitos”. Recordemos que los primeros meses que siguieron al crimen presenciaron una batalla entre quienes reclamaban justicia por Cromañón. Por un lado, quienes decían que había sido una masacre y señalaban a los culpables -encabezados por Ibarra y Chabán- en sus consignas y cánticos. Era el sector que quería dirigir sus reclamos a la Plaza de Mayo, donde se encuentran las sedes del poder político nacional y municipal. Del otro lado quienes hablaban de tragedia y señalaban que todos éramos culpables y, por lo tanto, nadie lo era. Este sector luchó por imponer las marchas de silencio, que se circunscribieran al ámbito de la Plaza Once, sin llegar nunca a la Plaza de Mayo2. Los autores toman partido claramente por este último sector, por la explicación enhebrada por la propia burguesía para lavar sus culpas, mientras se espantan, asumiendo posiciones macartistas, de los partidos de izquierda que acompañaron e impulsaron el reclamo más legítimo, el que los familiares terminaron por imponer.
La posición de los autores se puede ver nítidamente a medida que se avanza en la lectura: comienzan a aparecer fragmentos de testimonios que señalan “culpables”. Los testimonios de Ibarra, Chabán, Callejeros y su público se suceden unificados. Asesinos y víctimas, igualados. Asumiendo posiciones claramente posmodernas, para las que cada testimonio tiene tanta carga de verdad como cualquier otro, la verdad se desdibuja. “Existen tantas interpretaciones de las cosas y los hechos como seres humanos”, dice Tosato. La verdad no existe, por lo tanto toda opinión es tan válida como cualquier otra (lo que contradice la idea de que quienes “estuvieron allí” tienen una relación privilegiada con la verdad). Sensación que se refuerza porque el trabajo sólo presenta “testimonios”, opiniones de las que no se dan mayores pruebas que la propia afirmación.
Así, los testimonios hacen desfilar a sus culpables. Chabán y sus defensores (su abogado, su madre), en las pocas palabras extraídas de los recortes periodísticos, cargan culpas contra Callejeros y contra el público, especialmente contra quien encendió la bengala. Por su lado, Ibarra y Callejeros acusan a Chabán: él cerró las puertas de emergencia y permitió el exceso de personas que impidieron la evacuación. Ibarra a su vez carga las tintas sobre quien encendió la bengala: ahí tienen al asesino que buscaban. Los músicos de rock hacen su mea culpa: nos podría haber pasado a cualquiera de nosotros. Otros músicos, menos “solidarios”, ponen en la picota a Callejeros y a su público. A ese público “bárbaro” que enciende bengalas en un lugar cerrado… ¡la culpa es del “rock chabón”! Hay alguna referencia suelta a la corrupción, retomada en algunos párrafos en los que Ibarra reconoce parte de sus culpas. Algunos acusan a las madres y padres que permitieron que sus hijos vayan a ese tipo de “antros”… ¿Sabe dónde están sus hijos ahora? La propia autora realiza un mea culpa por permitir que su hija asistiera muchas veces a recitales en este tipo de locales, despreocupándose de su suerte.
Sin embargo, los autores señalan que la única opinión que cuenta es la de los sobrevivientes: ¿Y qué dicen los sobrevivientes? En el capítulo 3, una obra maestra de la manipulación, se reconstruye un momento de esa noche del 30 de diciembre en que, a poco de comenzar el recital de Callejeros, Omar Chabán realiza un extenso discurso en el que pide al público que no encienda pirotecnia, señalando que el boliche podía incendiarse y que se iban a morir todos. En cada uno de los testimonios presentados, los sobrevivientes describen la poca importancia que le dieron a este aviso… ninguno tomó en serio a Chabán. Todos querían que empiece a tocar su banda y eso era lo único que les importaba. “¿Por qué nos robaba cinco o veinte o más minutos de show?
[…] ¿Por qué se la agarraba con las bengalas que con las banderas eran el alma en un recital de rock? Sólo un demente o un imbécil podrían venir a decirnos que lo que hacíamos era una locura. Un peligro”. De esta manera, los propios sobrevivientes se presentan como “inconscientes” a los que sólo les importaba un recital de rock. Las propias letras de Callejeros, intercaladas a lo largo de la narración, buscan reforzar la idea de que algo en el “mundo del rock” estaba podrido: “porque mucho de lo que está prohibido me hace feliz”. De esta forma, utilizando sus propios testimonios, se construye un texto que refuerza los argumentos burgueses que culpan a las víctimas. ¿Saben, se dan cuenta los autores de que esto es una canallada? Como coronación, varios de estos sobrevivientes realizan el mea culpa correspondiente, que ya es un lugar común a lo largo del libro.Pero todo este danzar de culpables sólo toma sentido hacia el final del capítulo 3, donde un párrafo extraído del texto de un desconocido filósofo “egresado de La Sorbone”3 recoge los fragmentos y los une en la explicación que funciona como conclusión:
“… los cantantes hablan de ‘incendiarse’, se trata de una banda cuyos seguidores usan pirotecnia, el dueño del local clausura la puerta de emergencia, […] pone material inflamable en las paredes y techos […], se venden más entradas de las debidas, las familias llevan a sus hijitos que alojan en los baños […], pero todavía no apareció el ser humano individual que va a desencadenar el sacrificio. Hay uno que prende la mecha. Es el que tira ‘los tres tiros’. Es el que inconscientemente junta los elementos anteriores”
Esta última cita pinta de cuerpo entero la posición asumida por los autores. Si unimos todos los elementos dispersos, veremos que Cromañón fue una tragedia y que toda la sociedad tiene algo de culpa, desde los adolescentes que van a presenciar un recital de rock sin que les importe su seguridad; seguidos por la banda, que es parte de esta “cultura de la inconsciencia” y que la refuerza desde un “lugar de poder”; en el mismo grado de culpabilidad, el dueño del boliche al que no le importaba nada salvo hacer más dinero; los padres, que no sabían dónde estaban sus hijos. Por último, aunque más desdibujado, el poder político que debió evitar que un boliche en tales condiciones se encontrara funcionando. Todos somos culpables. Nadie lo es.
Pero una investigación seria sobre el tema –como la que estamos llevando adelante-, muestra que todos los testimonios que reparten las “culpas” en dosis homeopáticas están equivocados: las víctimas que se autoinculpan, lo están porque su juicio se encuentra nublado por la “culpa del sobreviviente” (síndrome que escritores como éstos no dudan en aprovechar); cuando los que intervienen son Ibarra o Chabán, obviamente expresan sus intereses más mezquinos, su explicación del hecho es falsa simplemente porque les conviene. Es pura ideología. Por último, se equivocan los autores del libro que, o no saben nada sobre el hecho, o están expresando en el libro posiciones de clase. Porque no todos somos culpables de lo sucedido en Cromañón. Hay un asesino oculto, invisible: el capitalismo. Porque lo que mata en Cromañón es la ganancia capitalista, el motor de esta sociedad. La única culpable es la burguesía, que vive de este orden social. Con ella, el Estado burgués, que garantiza la acumulación de capital y la libertad de los asesinos de su clase. Pero esta clase y este Estado no son abstracciones, son relaciones encarnadas en individuos de carne y hueso. Ibarra y Chabán son la mano que ejecuta la sentencia dictada por el capital, y el libro que reseñamos intenta ocultar esta verdad.
Notas
1 Todas las citas textuales pertenecen al libro.
2 Ver El Aromo, Nº 18, año III, abril de 2005.
3 El filósofo es Guido Mizrahi y la cita fue tomada de la página web: elistas.net. Evidentemente, los autores del libro poco saben de Mizrahi, lo cual es otro botón de muestra de la calidad de su trabajo.