¿Nuevos canales de participación o lucha de clases? Acerca de la militarización revolucionaria en Buenos Aires (1806-1810)
Por Juan Manuel Corbalán
Grupo de Investigación de la Revolución de Mayo – CEICS
Desde las páginas de El Aromo, como en las de nuestra revista Razón y Revolución, venimos sosteniendo una discusión sobre la naturaleza social de la revolución burguesa en Argentina. En esta ocasión, la temática a abordar es la situación revolucionaria que se abre en la Buenos Aires colonial con el proceso de militarización luego de las invasiones inglesas. Se trata del armamento, de 8.000 personas (sobre una población activa de 10.000) según su lugar de origen (catalanes, vizcaínos, andaluces, patricios, arribeños) o status jurídico (labradores, castas). Las principales hipótesis de la historiografía burguesa presentan al fenómeno como un proceso de ampliación de la participación política a partir de la incorporación de grandes capas de la población al servicio activo. Se abrirían así nuevos canales de comunicación entre lo que se denomina “plebe” y las indescriptibles “élites”. Los exponentes de la llamada “renovación” historiográfica (Di Meglio, Bragoni, Frega) ven aquí un positivo paso en la incorporación de “nuevos actores a la vida política”, en su intento del “rescate” de los “sectores populares”. Por su parte, la clásica interpretación de Tulio Halperín Donghi plantea que durante esta etapa se va a consolidar una cultura política basada en la violencia y que esa estructura militar va a convertirse en un insaciable devorador de recursos y en una fuente de clientelismo. Este sistema, según el “eximio” historiador, va a impedir la conformación de un Estado nacional. Tenemos, entonces, una mirada positiva y otra negativa del asunto. Para las dos vertientes, sin embargo, todas las organizaciones que surgen tienen una idéntica naturaleza. De allí que las denominen “milicias”, sin distinción. El problema que recorrería a todas sería la dinámica de la incorporación de sectores más vastos. El énfasis será puesto, entonces, en la disciplina y los conflictos que oponen a las direcciones con los sectores subalternos1. Si estas hipótesis son ciertas, al observar los conflictos más relevantes entre 1806-1810 deberíamos encontrarnos con alzamientos de los subalternos e indisciplina generalizada. Veamos con más detalle.
¿Quiénes luchan?
Sin bien es cierto que en los albores de la organización de las milicias afloraron cuestionamientos a la oficialidad y actos de indisciplina, la mayoría desaparecieron al poco tiempo. Ya para julio de 1807, en las acciones protagonizadas por las milicias en la defensa de Buenos Aires, nos encontramos con superiores estables y reconocidos por los subalternos. Los cuestionamientos a la dirección provendrán, como veremos, desde otras organizaciones. Pasada la segunda invasión, las direcciones de los Tercios de Gallegos, Catalanes y Vizcaínos ofrecen sus tropas para servir gratuitamente. La excusa: sacar del apuro financiero al erario público, debido a los gastos que ocasionaba mantener activas a las milicias. El objetivo: disolver la estructura institucional que nucleaba a los futuros revolucionarios. La dirigencia de las milicias criollas se opuso a esta maniobra. Esto provocó la reacción de la dirigencia peninsular y la de sus aliados en Montevideo, quienes conformaron allí, una Junta de Gobierno que juró fidelidad a la Corona española. A su vez, planificaron una sublevación contra el virrey Liniers -quien toleraba las organizaciones criollas- para desarmar a las milicias nativas. La operación iba a llevarse a cabo el 17 de octubre de 1808. Sin embargo, llegado el momento de actuar, el movimiento se abortó debido a que, enteradas, las tropas criollas se acuartelan dispuestas a sostener a Liniers. Superado el traspié, la reacción relanzó la sublevación para el 1º de enero. La fecha elegida no fue casual, ese mismo día se renovaban las autoridades en el Cabildo. Esta vez, las milicias peninsulares de Gallegos, Vizcaínos y Catalanes tomaron la Plaza de la Victoria (hoy Plaza de Mayo). La respuesta criolla no se hizo esperar. Habiendo requisado el grueso de las piezas de artillería existentes en la ciudad y aliados a las milicias peninsulares de Andaluces y Cántabros, se apersonaron en la plaza y desarmaron la insurrección. Liquidado el movimiento, los vencedores obligaron a Liniers a iniciar juicios a los conspiradores. Se llamó a testificar a una buena parte de los soldados involucrados en la insurrección. El proceso determina la condena a los amotinados: cárcel en Carmen de Patagones y confiscación de sus bienes. Respecto a las milicias reaccionarias, se resolvió su desarme y disolución. Sin embargo, y pese a los denodados esfuerzos de los revolucionarios, la reacción resistió estas medidas y mantuvo, con complicidad del virrey, su organización y sus armas.
Sus dirigentes no permanecieron inmóviles: pidieron al Consejo de Regencia un nuevo virrey para poner “orden” en la colonia. Convocado por los peninsulares, Baltasar Hidalgo de Cisneros emprendió viaje con el objetivo de liquidar la organización independiente de los revolucionarios. Enterados de su llegada, las fuerzas criollas intensificaron las persecuciones a los opositores y confiscaron armamentos a cualquier sospechoso de apoyar a Cisneros, desde humildes pulperos a grandes comerciantes. Reunieron toda la artillería de la ciudad y emplazaron una guardia permanente en el puerto para recibir a cañonazos a la nueva autoridad. Cisneros tuvo que esperar en Montevideo. Allí, pasado un mes de negociaciones, debió acceder a los demandas de no desarmar a las milicias revolucionarias. Sin embargo, una vez en el gobierno, el nuevo virrey indultó a los insurrectos del 1º de enero e intentó devolverlos a la actividad militar mediante la orden de constituir Batallones de Comercio. El 18 de mayo de 1810, con las noticias de la caída a manos de los franceses del Consejo de Regencia de la Isla de León, las juntas españolas abrieron el paso para la toma del poder en manos de la revolución. Luego de acuartelar a sus tropas, la dirección revolucionaria instaló piquetes armados en todos los accesos a la Plaza y bloqueó la entrada al cabildo a los principales referentes de la reacción. Aunque intentó resistir, mediante la apertura del gobierno a dirigentes criollos, para el amanecer del 25, Cisneros entrega la Junta de gobierno al comandante de las fuerzas revolucionarias, Cornelio Saavedra.
¿Por qué se enfrentan? Los programas en pugna
Como observamos, los combates más relevantes del período son aquellos que enfrentan a las direcciones, en un proceso de polarización política: del lado revolucionario, a Patricios, Arribeños, Labradores, Castas, Húsares, Cántabros y parte de Andaluces. Por la reacción, a las milicias de Gallegos, Vizcaínos y Catalanes, sus aliados en el Cabildo de Buenos Aires y las autoridades de Montevideo. El conflicto dirección-sectores subalternos ocupa un lugar muy secundario.
Las disputas por la dirección de las milicias nos llevan a preguntarnos quiénes son esas direcciones y qué representan sus conflictos. Por los revolucionarios, nos encontramos con terratenientes como Saavedra, Pío Elía, Basavilbaso, Pueyrredón, Grijera, Pedriel. Todos propietarios rurales que peleaban por poner su producción en el naciente mercado mundial. Por la reacción, personajes de la talla de Álzaga, Santa Coloma, los Agüero, Varela y Villarino, lo más granado de los monopolistas ligados a la ruta de Cádiz2. Vemos que estas direcciones expresan programas de clases diferentes. Son direcciones concientes de la lucha y lograron arrastrar tras de sí al resto de las clases sociales. Es lo que llamamos fuerza social: una alianza de clases con la dirección de una de ellas. Una buscaba destruir el Estado colonial, la otra, reconstruirlo. La evolución de los enfrentamientos llevó a la eliminación de una de ellas.
De lo anterior concluimos que, tanto la visión “halperiniana” como la “renovadora”, no dan cuenta de la naturaleza social de los enfrentamientos. La primera se deja deslumbrar por el hecho militar mismo y lo sobredimensiona, mientras que las visiones “renovadoras” lo banalizan. Para estos últimos, las armas sólo representan una nota de color en la incorporación de nuevos actores en la vida política ¿Cómo explican, entonces, que una “elite” sin conflictos antagónicos a su interior deje armada a toda población? Se trata, ni más ni menos, que de dos versiones liberales. En los dos casos no pueden restituir la naturaleza social del conflicto. Sencillamente, porque no pueden restituir la naturaleza contradictoria de la sociedad. Las grandes luchas del pasado son barridas debajo de la alfombra porque molestan en el presente a la consagración del statu-quo. Claro, se trata de algo muy difícil de ocultar. Eso sí, hay que reconocerles sensatez y espíritu de sacrificio: pueden hacer el ridículo intentando disimular lo evidente, pero son fieles a los mandatos de su clase y no van a arriesgarse a poner sobre el tapete aquello que no pueden conjurar, menos en estos tiempos de piquetes y huelgas.
Notas
1Utilizamos el término subalterno partiendo de la posición en la estructura militar. No como lo utilizan algunas corrientes historiográficas para describir a las clases explotadas.
2Para un tratamiento más profundo de la naturaleza de clase de las direcciones véase Harari, Fabían: “Los Saavedra y la historia de la burguesía argentina” en El Aromo nº 20, mayo del 2005, y “Los enemigos de Mayo. Los Agüero y la defensa del sistema colonial”, en El Aromo nº 22, agosto del 2005. Página 13 Cromañón Septiembre 2005