Este 24 de marzo se cumple un nuevo aniversario del golpe de Estado de 1976. Todos los gobiernos, sean del signo que sean, se autoproclamen o no progresistas, aprovechan la oportunidad para hacernos creer que la democracia que hoy tenemos es algo que hay que celebrar y defender como el mejor de los escenarios posibles. Por eso mismo se instaló como el día nacional “de la memoria”. Hace ya muchos años que “recordar” se volvió una manía. Es común escuchar en las vísperas del 24 que “hay que tener memoria”. Pero ¿qué hay detrás de la memoria?
Lo primero que hay que tener claro es qué es lo que se recuerda. La última dictadura militar vino a poner freno a un proceso de ascenso de la lucha de clases. Desde 1969 trabajadores, estudiantes y militantes de organizaciones de izquierda protagonizaron grandes movilizaciones políticas de masas. El Cordobazo, el Viborazo y otros tantos “azos”, son un ejemplo de eso. En las fábricas fue creciendo un activismo que desde las bases, recuperando cuerpos de delegados y comisiones internas, puso en cuestión el control que ejercía la burocracia sindical. Eso que se llamó clasismo. Así se conformó una fuerza social que enfrentaba el capitalismo y luchaba por la toma del poder para la construcción del socialismo. No se trataba simplemente de una lucha contra la dictadura de Onganía y cia., sino de un combate que ponía en cuestión las bases mismas de una sociedad basada en la ganancia, la explotación y la miseria.
Justamente, como el problema era de fondo, el retorno de la democracia en 1973 no logró cerrar el proceso. La burguesía debió recurrir a otro personal político, más preparado para una solución final: las Fuerzas Armadas. A partir de 1976 los militares asumieron el gobierno y llevaron adelante la tarea necesaria para defender el capitalismo: el asesinato sistemático de los militantes que formaban parte de la fuerza social revolucionaria. Y aquí conviene hacer una distinción importante para discutir una idea común. Suele decirse que esto fue un “genocidio”. Pero lo cierto es que aquí no hubo un exterminio de un “pueblo” ni tampoco hubo “víctimas”. Ya lo dijimos: hubo una lucha revolucionaria, que llegó al nivel de impugnar la sociedad misma y frente al cual la burguesía reaccionó con una solución de máxima violencia para garantizar el orden. No fue genocidio, fue lucha de clases. No hubo víctimas, hubo militantes.
Habiendo resuelto a sangre y fuego el problema, a la burguesía le quedaba una última tarea: convencer a los derrotados de que se equivocaron y que su castigo fue justo. Evitar que todo volviera ocurrir. Para eso, primero fue necesario deshacerse de los militares. Los que habían salvado el pellejo de los capitalistas, ahora debían ser desalojados del Estado y repudiados. Había que volver a la democracia y sus “virtudes”. Ahí es donde cobra importancia la cuestión de la justicia y la memoria. Los juicios a los represores contribuyeron a reforzar la idea de la grieta que supuestamente separa democracia y dictadura, ocultado la continuidad de clase y deshaciéndose de quienes tenían las manos manchadas. Con ellos, lo que debía recordarse es que el “buen” camino es el de la democracia. Que todos nuestros problemas se resuelven votando cada cuatro años a un candidato que está un poquito más a la derecha o un poquito más a la izquierda que el anterior, pero que siempre hacen lo mismo. Nos prometen el oro y el moro en campaña y después solo recibimos migajas para continuar con una vida miserable. Ahora, si nos atrevemos a cuestionar esto y tomar el toro por las astas, si salimos a la calle y solucionamos el problema con nuestras manos, ahí sí vamos por el mal camino, somos “violentos” y ¡ojo!, no vayamos a repetir el pasado…
Finalmente, la memoria no es más que una política de la clase que nos gobierna, tanto en dictadura como en democracia, para que nos callemos la boca, para que nos resignemos, para hacernos creer que podemos estar peor y que mejor nos conformemos con lo que tenemos. Memoria que intenta hacernos olvidar que en esta sociedad lo que se dice “vivir la vida” lo pueden hacer unos pocos, mientras que la gran mayoría, los que producimos la riqueza para la fiesta de ellos, simplemente sobrevivimos. Nosotros no necesitamos recordar nada, sufrimos todos los días la miseria y la degradación. Sabemos que el capitalismo nos mata, con palos y con hambre, en democracia y en dictadura. Lo que necesitamos es arrebatarles de una vez por todas el poder. No queremos memoria, queremos Socialismo.