No es un simple rumor, Macri ya anunció que va a implementar una reforma laboral. ¿De qué se trata? En sentido técnico, la “reforma laboral” hace referencia a la modificación de las normas que regulan las condiciones de trabajo, en especial la Ley de Contrato de Trabajo (LCT), pero también en los Convenios Colectivos de cara gremio.
Pero en un sentido más concreto, las reformas laborales son una forma que tiene la burguesía de aumentar la explotación, avanzando sobre nuestras conquistas que le ponían un límite. La burguesía pide una mayor “desregulación”, una mayor “flexibilidad” para modificar según sus necesidades las pautas de trabajo, contratación, etc. O sea, quieren tener menos límites para imponer ciertas condiciones y así bajar costos. Explotarnos más. Cuando se acortan los tiempos de descanso o se alarga la jornada laboral, como se pretende hacer, el patrón logra extraernos más plusvalía (absoluta en este caso).
La “flexibilidad” laboral no es una estrategia nueva de la burguesía, ni es un invento del “neoliberalismo”. Ya Perón en los ‘50 buscó revertir conquistas obreras en el Congreso de la Productividad. Usualmente se asocia la flexibilidad laboral al gobierno menemista. A mediados de los ’90, la flexibilidad comenzó en los convenios que los sindicatos firmaron frente a la amenaza de la desocupación, algo similar a lo que el gobierno está planteando ahora. Pero la avanzada sobre los derechos laborales no evitó que la tendencia al aumento de la desocupación siguiera su curso.
La flexibilidad trascendió al gobierno de Menem y al de De la Rúa y se consolidó durante el kirchnerismo. En la última década y media, por ejemplo, se avanzó en la atomización de la negociación colectiva. Es decir, se mantuvo la tendencia que se inauguró a mediados de los noventa de que los convenios firmados por empresa superen a los firmados a por rama de actividad. Esto es perjudicial porque atomizar la negociación nos debilita. No es la misma fuerza la que tenemos cuando luchamos en una sola empresa, que cuando lo hacemos con los compañeros de toda la actividad.
Durante el kirchnerismo, además, se mantuvo elevado el porcentaje de convenios que incluían cláusulas de flexibilización horaria (47%), así como las de flexibilización de la organización del trabajo (51%). Otro elemento que se mantuvo son las cláusulas de productividad, aquellas que atan una parte del salario a metas productivas.
En definitiva, Macri no está inventando nada nuevo, sino que busca profundizar una estrategia de largo aliento. En esta nueva vuelta de tuerca, los principales objetivos son la inclusión de pautas de productividad y la extensión de la jornada laboral. Esta última tiene varias vías: reducción de descansos, extensión de la jornada, o excluyendo de la jornada ciertas tareas. También se buscará incrementar la tercerización, los contratos temporarios y, sobre todo, reducir las indemnizaciones.
La burguesía justifica todo esto diciendo que somos “caros”. Es cierto que en comparación con obreros chinos o indios, lo somos. Esto es resultado de las luchas que hemos librado históricamente, mediante las que arrancamos importantes conquistas. Muchas las fuimos perdiendo, por caso nuestro salario viene en picada desde 1974. Cuando el gobierno dice que esta reforma busca “mejorar la competitividad” lo que está diciendo es que viene a degradar más nuestras condiciones de vida, a abaratarnos. Eso es ser competitivo en el capitalismo.
Si no queremos descender otro escalón tenemos que pensar en cómo defender nuestros intereses y frenar esta nueva avanzada. Ya sabemos que no podemos esperar nada de la CGT ni la CTA, ni que tampoco se frena en el Congreso. Las organizaciones de izquierda deberían comenzar a organizar una gran campaña común a partir de un Congreso de Trabajadores Ocupados y Desocupados.