Por Juan Kornblhitt – En Paris, cada tres años, la revista Actuel Marx organiza el Congreso Marx Internacional con la pretensión de reunir a los más destacados intelectuales marxistas del mundo y marcar una agenda de trabajo. En ediciones anteriores, el congreso alcanzó un fuerte impacto y una gran relevancia, con Gerard Dumenil y Jacques Bidet como principales referentes y con una fuerte influencia en el marxismo académico latinoamericano. Este año, llegaron más de 200 expositores internacionales, divididos en alrededor de 100 paneles de economía, filosofía, sociología y antropología. Todos convocados para discutir dentro de un marco científico. Los números y la tradición del congreso hacían esperar un resultado realmente fructífero. Sin embargo, tanto en el nivel del debate político, como en la concurrencia de público, el saldo fue decepcionante.
Posmodernismo y academicismo
Pese a ser convocada en nombre del marxismo (es decir, de la ciencia), la tónica del congreso estuvo dada por el eclecticismo y el posmodernismo. Desde las mesas de debate plenarias se vio con claridad el espíritu que se buscaba imprimir. La inauguración en el mítico salón Richelieu de la Sorbona contó con la presencia de Samir Amin, quien defendió su ya conocida convocatoria a una Vº Internacional. Allí se destacó, también, la presentación de Chico Witaker, en una apología del Foro Social Mundial como principal órgano de oposición al “neoliberalismo”. Por último, se asistió a una confusa exposición de Gayatri Spivak -una teórica del llamado postcolonialismo- sobre el rol del lenguaje autóctono en las luchas.
Este eclecticismo inicial se repitió en otros paneles plenarios, como en las mesas de trabajo: un “todo vale” donde el debate sobre los contenidos de las exposiciones no debía llevar a ninguna conclusión y a ninguna búsqueda sobre la realidad. Las discusiones fueron mínimas. No se intentó, tampoco, causar un impacto más allá de los expositores. Casi sin difusión pública, la asistencia se redujo a los ponentes, sin presencia de militantes ni de estudiantes de las diferentes facultades. Se repitió, así, el academicismo que se encuentra en la mayor parte de los congresos tradicionales.
Rojo Amanecer
Esta dinámica general tuvo algunas honrosas excepciones. Se destacaron, en particular, marxistas latinoamericanos que, acompañando el auge de la lucha de clases en la región, vincularon en forma explícita las preguntas que guían su investigación con el problema de la revolución. Trabajos sobre México, por ejemplo, que mostraron la inviabilidad de una burguesía local para impulsar el desarrollo (Abelardo Mariña Flores). Investigadores brasileños que mostraron el aumento de la tasa de explotación a partir del gobierno de Lula. En cuanto a investigaciones en un espacio más amplio, encontramos notables esfuerzos por mostrar la determinación de la renta agraria y petrolera de los proyectos del llamado “Socialismo del Siglo XXI” (Nicolás Grinberg). Hubo lugar, también, para las discusiones teóricas. Allí, el debate sobre el rol del capital financiero, tuvo su punto alto en un trabajo español sobre el concepto de capital a interés en El Capital y su correlación con la crisis actual (Juan Pablo Mateo Tomé), aunque no llegara a extraer las conclusiones necesarias. Como contraste, la exposición de Reinaldo Carcanholo sobre el concepto de capital ficticio, no permitió avanzar sobre la comprensión de la dinámica de la economía actual, debido a su alto grado de abstracción. Por nuestra parte, presentamos un análisis de la evolución de la economía argentina. Explicamos allí la ilusión que se esconde detrás de modelos teóricos que contraponen una economía “industrial-progresista” a una “financiera-reaccionaria”. En debate con autores como Eduardo Basualdo, o el mismo Dumenil, mostramos que la crisis del capitalismo argentino no es el producto de la falta de un capitalismo “serio” y de una burguesía industrial, sino, contrariamente, se debe al pleno desarrollo del sistema y sus contradicciones. A su vez, en diferentes mesas, intentamos estimular el debate y el análisis sobre la dinámica de la crisis internacional, aunque la tónica general del congreso invitaba, más bien, al silencio.
Fragmentaciones
La cuestión latinoamericana apareció reflejada con cierta rigurosidad en las exposiciones de las ponencias. Sin embargo, se presentó desfigurada por completo en los paneles. En abstracción de las investigaciones planteadas, los expositores destacaron los avances en la lucha contra el “neoliberalismo” que estarían encarnando Chávez y Evo Morales. Lo curioso es que le atribuyen, como principal “virtud”, el hecho de haber abandonado esquemas marxistas y haber apelado a “nuevas identidades”. Sader remarcó esto para el caso boliviano, poniendo como ejemplo al vicepresidente García Linera quien, junto al grupo de intelectuales La Comuna, había abandonado el concepto de clase en favor del indigenismo. Esta posición mereció una dura y certera respuesta de Tania Aillón, investigadora boliviana, quien remarcó el carácter racista de estas concepciones que priorizan la pertenencia étnica en abstracción de las relaciones sociales. En definitiva, el congreso se reveló como la expresión de un seudo-marxismo académico. En algún momento, gozó de cierto prestigio. Sin embargo, el haberse abstraído de las condiciones concretas en las que se desenvuelve el capitalismo, lo ha llevado a identificar sujetos en cualquier movimiento visible. Estas “nuevas” teorías (que ya tienen más de quince años) se oponen al marxismo (y, por lo tanto, a la ciencia) y contribuyen a la fragmentación de la lucha en nombre del feminismo, el nacionalismo y el indigenismo. En este sentido, el congreso resultó un fracaso como reagrupación del marxismo. Se hace necesaria, entonces, la construcción de un ámbito de discusión científica internacional, que no levante, sino que combata, a las banderas del posmodernismo y del academicismo y que busque, por lo tanto, ser una usina de herramientas para la acción revolucionaria.