Manual del argentino obediente. Reseña de Crónica de una fuga, film de Israel Adrián Caetano
Stella Grenat
Grupo de Investigación de Lucha de Clases en los ‘70 – CEICS
En la década de 1970, el nivel alcanzado por la lucha de clases exacerbó las contradicciones
en todos los aspectos de la vida de la sociedad. Sin duda fue en su manifestación política en donde más y mejor podemos observarlo. Fue una década atravesada por los vientos de la revolución, en donde la apuesta por luchar y militar por el cambio social se puso a la orden del día. A ese llamado de la historia, se sumaron obreros, estudiantes, intelectuales; hombres y mujeres de todas las edades y profesiones, organizados en partidos, sindicatos, centros de estudiantes etc., que se dispusieron para el enfrentamiento de múltiples maneras. A la convicción y a la esperanza de esta ofensiva popular le siguió la tristeza, el dolor y la
muerte de la contrarrevolución. La fuerza que empujaba a la historia hacia delante fue derrotada. Para aniquilar a su enemigo, la burguesía debía consumar dos tareas fundamentales: una, material y concreta, fue eliminar físicamente (“hacer desaparecer”) a los integrantes de esa fuerza; la segunda, ideológica, consistió en desterrar la idea de revolución y, junto a ella, las nociones de organización, disciplina, militancia, partido etc., todas ellas insumos necesarios para alcanzar una victoria en el futuro. Esta última es una tarea de largo aliento que llega a nuestros días. En ella, el Estado consume enormes cantidades de energías e involucra a miles de personas que, desde diferentes ámbitos culturales e ideológicos –la radio, la televisión, los diarios, el cine, los libros, la escuela, etc.- construyen la imagen del mundo fundada en los intereses de los vencedores. La más conocida y eficaz de estas imágenes fue la teoría de los dos demonios institucionalizada por la CONADEP, en su informe para el juicio a la Junta Militar a comienzos de los ’80.
La pluma de Ernesto Sabato no dejó lugar a dudas: “durante la década del ’70 la Argentina fue convulsionada por un terror que provenía tanto desde la extrema derecha como de la ex trema izquierda”.1 Ambas, igual de extrañas y de ajenas a una sociedad entendida como una totalidad homogénea.
La última película de Adrián Caetano, Crónica de una fuga, se constituye como parte de esta segunda operación. Muy bien recibida por la crítica, el film está construido desde una perspectiva profundamente individualista y puede ser colocada en la tradición de sus ya conocidas Pizza, birra, faso, Bolivia y Un Oso Rojo. En todas sus obras, Caetano opta por no mostrar el proceso social que envuelve, otorga sentido y permite entender los fenómenos que se desarrollan en sus historias. En esta oportunidad, narra un hecho real: el secuestro de Claudio Tamburrini, de quien sólo sabremos que fue arquero del club Almagro. La película comienza el relato el 23 de noviembre de 1977, cuando un grupo de tareas secuestra a Claudio (Rodrigo de la Serna) y culmina con la fuga del protagonista de la Mansión Seré (centro clandestino de detención), el 24 de marzo de 1978, junto a Guillermo (Nazareno Casero), “el Vasco” (Matías Marmorato) y “el Gallego” (Lautaro Delgado).
Caetano impone su visión sobre los ’70 desde el inicio, con la elección del protagonista y su
elevación a la categoría de héroe. La historia relata la angustia individual vivida por un joven que “no tenía nada que ver”, un “perejil”. En medio de un enfrentamiento que cruza a toda la sociedad y que se apresta a definir el futuro de ésta, el director elige reivindicar a quien intentó mantenerse al margen de la contienda. ¿Por qué es apresado nuestro “héroe”, si es un ignoto arquero de fútbol de un equipo del ascenso? Porque es marcado por un militante montonero (“el Tano”), con la excusa de ganar tiempo para que los compañeros de su organización se resguarden. Primera conclusión: hay que cuidarse de las amistades “peligrosas”. Entonces Claudio, enterado de lo ocurrido, se planta frente al “delator” con un elocuente: “¿Así piensan hacer la revolución ustedes?”. Una frase poco feliz para un film cuyo director afirma que no busca “juzgar a los personajes por sus ideas políticas, sino juzgar el terror al que estaban sometidos”2. Es evidente que con ese “ustedes” el autor establece una distancia entre él y los militantes, dejando bien claro como “juzga” en términos políticos a sus personajes. Recurrentemente, vuelve una y otra vez sobre este punto: al espectador le queda fijada la idea de que Claudio cayó injustamente, ya que “no andaba en nada”. Segunda conclusión: el asesinato de los que sí “andaban en algo” (es decir, de los revolucionarios) es “justo”. Aquellos que decidieron dar su vida en la construcción de una sociedad sin explotados son presentados como seres mezquinos e incapaces de pensar en su prójimo.
Sin embargo, en ningún lugar se informa que el promotor de la fuga, un personaje sensato y compañero, fue Guillermo, un militante.3 El director decide, intencionalmente, omitir una
información que compromete el contenido macartista de su película.
La película se caracteriza por la atomización de los fenómenos que quiere abordar. Su visión maniquea de la historia divide a la sociedad en “buenos ciudadanos” y “violentos”. Todo el problema se reduce a una cuestión moral. Queda sin explicar por qué se emplea la violencia y con qué intereses se lo hace. Esta deficiencia puede notarse en la relación del protagonista con el Estado. Al concentrar las escenas en el interior de una casa, se pierde la explicación más general del conflicto y la acción estatal aparece como un agente “externo”. La dictadura y su personal son presentados como la encarnación del mal absoluto, tal como lo hacía la Iglesia con los demonios. Desde esta perspectiva, los acontecimientos pierden su racionalidad y se pasa al mundo bíblico de ángeles y demonios. La explicación deja paso a lo imprevisto: un peligro que nos espera a la vuelta de la esquina. El suspenso que la película adquiere hacia el final se sustenta en que los espectadores esperan un desenlace incierto, producto de la casualidad. Del mismo modo en el que no aparecen razones serias que expliquen las detenciones, tampoco las hallaremos para entender la salvación de los detenidos. Simplemente “zafaron” de las garras de un horror que se les impuso desde afuera. Recientemente, Caetano justificó los recortes de su enfoque diciendo que su objetivo era “mostrar que lo que ocurría [eran] crímenes contra la humanidad”4 y pidió a los militantes de izquierda que realicen una severa crítica a la experiencia en la que participaron. Él ya ha realizado su “aporte”: lo mejor que puede hacerse es mantenerse al margen, ser un “perejil”. Se ampara en la remanida teoría del ataque a un todo al que denomina genéricamente como “humanidad”. Pero ese todo homogéneo al que apela no existe. Basta entender que una parte de esa “humanidad” somete a la miseria y la muerte a la otra para negar esa totalidad “homogénea”. Por lo tanto, los “derechos” de algunos humanos se contraponen antagónicamente con los de sus semejantes: el de la propiedad privada se opone al de la vida de los no propietarios, por dar un ejemplo. Y así, no hay “derechos humanos” posibles, porque toda sociedad de clase es atravesada por contradicciones sociales profundas. En los años ’70, esas tensiones estallaron y salieron a la luz. Al negarla y excluirla de su relato, la perspectiva de Caetano se ubica por fuera de los procesos, en el ámbito de la tragedia y de
lo inevitable. Sin embargo la realidad es que los hechos acaecidos en aquellos años fueron de carácter social y, por lo tanto, sólo desde esa perspectiva pueden ser explicados. Contrariamente a lo que sostiene la teoría de los dos demonios, la sociedad no es un ente homogéneo y sin fisuras, sino que en su seno conviven fuerzas opuestas.
Los méritos de las actuaciones y del propio director -que logra alejarse de los golpes bajos y de innecesarias escenas de tortura, en las que incurren la mayoría- se opacan frente a los límites del planteo general de una obra que se dedica a encontrar seres malvados y peligrosos en todos lados. Si Claudio hubiera elegido mejor sus amistades, nada de esto le hubiera pasado. Como en el fondo cumplía con los lineamientos que su sociedad le exigía, el monstruo (la dictadura) lo raptó, pero luego se salvó. Más que una película testimonial, es una película de terror. De esas que Hollywood produce para atemorizar a su población. La autocrítica que Caetano pide a la militancia de izquierda le vendría muy bien a él mismo.
Notas
1Este prólogo fue recientemente modificado por el gobierno de Kirchner. En el próximo número haremos referencia al caso.
2Ballester, Alejandra: “La militancia debería hacer su autocrítica”, entrevista a Adrián Caetano, Revista Ñ, 13 de mayo de 2006.
3www.clarin.com, entrevista a Guillermo aparecida en el suplemento El país el 30-4-2006.
4Ballester, op.cit.