Manual de Zonceras Peronistas. ¿Privilegiados los niños?

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“Los únicos privilegiados son los niños”, decía Eva Perón. Los campeonatos deportivos de la Fundación, el Plan de Turismo Infantil para que los “pequeños descamisados del interior” conozcan el mar o la Ciudad Infantil para los niños huérfanos, aparecen como las grandes obras que el peronismo regaló a los hijos de la clase obrera. Hoy por hoy, esto no es discutido. Pero, como el lector ya sabe, de lo que nos encargamos aquí es de derribar mitos. Y esta ocasión no es una excepción.

La realidad es que el principal privilegio que conquistaron los niños durante el peronismo, fue el derecho a trabajar. Es decir, el derecho a perder su infancia como momento de desarrollo de sus potencialidades físicas y mentales, para entregárselas al capitalista a cambio de unas monedas.

Antes de 1943, existía una fuerte presión empresarial para modificar la ley 11.317, que regulaba el trabajo de mujeres y menores. Esta ley, sancionada en 1924, prohibía el trabajo a menores de 14 años, salvo que se desempeñaran en una empresa de su familia, y pautaba en 6 horas diarias y 36 horas semanales la jornada máxima para los menores de 18.

Los capitalistas argumentaban que esta ley perjudicaba a los obreros, pues el vicio de la desocupación era peor que las enfermedades a las que los menores estaban expuestos en las fábricas. En cambio, los sindicatos afirmaban que las empresas se movían por el afán de lucro y que querían modificar la ley para explotar más extensamente a los menores en sus fábricas y talleres.

¿Por quién se inclinó Perón cuando llegó al gobierno? ¿Se anima a arriesgar? Por los capitalistas, claro. Extendió la jornada laboral de los jóvenes a 8 horas. Pero obviamente no se privó de venderlo como una mejora para los trabajadores. El trabajo de menores fue presentado como uno de los mejores ejemplos de la cultura del trabajo. Una cultura que es la apología de la explotación, que pone el cumplimiento del deber laboral por sobre la formación y la integridad física de una persona que no ha llegado a la edad adulta.

Vayamos, como solemos hacer aquí, a las fuentes, a lo que los propios protagonistas dicen. En 1952 la revista oficial Mundo Peronista, en su número 16, publicaba un artículo sobre “La economía familiar”, donde se lee:

 

“Es necesario que cada uno de los componentes de la familia produzca al menos lo que consume. Para ello es menester quebrar la modalidad existente en muchos hogares de que el único que trabaja y aporta para los gastos es el jefe de familia. Todo el que está en condiciones de trabajar debe producir, solo así puede aumentarse el bienestar nacional, popular, familiar e individual.”

 

Este texto es acompañado de una entrevista a miembros de una familia obrera de La Boca que se presenta como ideal peronista. El jefe de casa se enorgullece de que no es el único laburante. Su hijo, José Luis, trabaja en una ferretería, y al llegar a su casa refiere “como ya terminé 6° grado y estoy en condiciones de trabajar, produzco. No soy un parásito en mi casa… No, mi casa es una casa peronista, como dice mi papá”.

¿Qué hay detrás de esto? El peronismo fomentó el trabajo de los menores desde el inicio, pero hizo más énfasis a partir de la crisis económica. En un contexto en el cual se congelaron salarios, se les dice a los obreros que para aumentar sus ingresos (en realidad para mantenerlos, en términos reales), más miembros de la familia deben trabajar si no quieren ser “parásitos”.

Desde inicios de la década del ’50, la burguesía intenta reducir el salario de modo que solo alcance para las necesidades individuales del trabajador empleado y no del conjunto de su familia. Por eso todos debían trabajar. ¿Se va dando cuenta, lector, a quienes benefició realmente el peronismo?

 

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Todos los gobiernos aprovechan las fiestas patrias: luego de presentarse como los “continuadores” de los revolucionarios, llaman a la defensa del orden y la nación. Así, a muy grandes rasgos, parece que la Independencia fue el acta de nacimiento de una nación al servicio de “todos”. Nos cuentan además que todo se habría resuelto por consenso en la sala de un congreso, y entre diputados electos por el pueblo. Un ejemplo que habría que tomar: nada de violencia, nada de tumultos, nada de desorden. Todos sentaditos debatiendo.

Estas ideas esconden varios problemas. Primero, el carácter de clase de la Independencia, es decir, quién, por qué y para qué declaró la Independencia. En definitiva, el Congreso de Tucumán se enmarca dentro de la revolución burguesa, un proceso político llamado a imponer los intereses de la burguesía del Río de la Plata. Comprobémoslo con los hechos: los mismos personajes que formaron parte del Congreso (Belgrano, Pueyrredón, Anchorena y siguen las firmas) eran parte de esa clase social. Todos eran propietarios, cuando no comerciantes capitalistas o eclesiásticos asociados. De hecho, el Congreso no admitía otra clase social. Todos eran elegidos por una minoría burguesa. Por ejemplo, en Buenos Aires, una ciudad con 40 mil “almas”, como se decía por entonces, el elector más votado logró 176 votos. Esos electores luego votaban a los diputados en una reunión donde no era secreto lo que se votaba.

¿Y por qué hicieron esta declaración? Hasta entonces, la Revolución se hacía en nombre de Fernando VII, que se encontraba cautivo. De otro modo, Inglaterra –aliada a España contra Napoleón– podía entrar en conflicto con las colonias. Era una “mentira” diplomática necesaria. Pero tuvo sus límites: derrotado Napoleón y habiendo regresado el Rey, hubo que “sincerar” que aquí estaba aconteciendo una Revolución. Hubo que admitir que las guerras, las expropiaciones de tierras al Rey y a la Iglesia y el aniquilamiento de líderes leales a la Corona, perseguían un fin revolucionario. De ese modo, el Congreso comenzaría a tomar las medidas necesarias para continuar con la Revolución en su peor momento: rodeado de enemigos y con la amenaza de Fernando latente, el Congreso tenía que administrar recursos para reorganizar ejércitos y dar lugar a las campañas libertadoras de San Martín.

Ahora bien, ¿la Independencia creó una Nación? Más bien, fue una declaración de voluntad de hacerlo, ante la Corona y las burguesías extranjeras. Argentina no existía como la entendemos hoy y nadie se identificaba como “argentino”. De hecho, el Litoral y la Banda Oriental (que todavía no era Uruguay) tenían un sistema aparte llamado Liga de los Pueblos Libres. Otros territorios estaban fuera del control criollo (el sur, Chaco, Formosa, La Pampa). Además, al Congreso concurrieron diputados del Alto Perú, hoy Bolivia: Charcas (hoy Sucre), Mizque y Cochabamba. Por otro lado, los reconocimientos de las principales potencias llegaron unos años después, asunto fundamental si queremos hablar de “Independencia” en el sentido burgués. En definitiva, lo que se firmaba en el papel tenía que ser refrendado luego en los hechos, con más guerra y gestiones diplomáticas.

Pero incluso con sus límites, la Independencia fue un paso necesario para la creación de una nación burguesa, una nación al servicio de sus intereses. Para comienzos del siglo XIX, eso era progresivo, pero hoy hace falta dar vuelta la página: la clase social que nos dirige hace doscientos años ya no tiene más para dar salvo miseria. Es hora de quitarle ese lugar.

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