La crisis de 2002 fue consecuencia de la falta de crédito externo e interno, la devaluación y otras medidas que, en conjunto, dispararon el desempleo de mayo 2002 al 21,5%. Esta cifra debe sumarse al 12,7% de los subempleados demandantes, que son quienes trabajan pocas horas buscando trabajar más. Resultó así que 1 de cada 3 trabajadores estaba por entonces buscando un empleo digno y no lo podía hallar.
Comparando con las últimas cifras de desempleo que difundió el INDEK para el segundo trimestre de este año, la mejoría es notoria, pero la enfermedad sigue. En efecto, se informa un 7,3% de desempleados y otro 5,7% de subempleados demandantes. Esto redondea un promedio nacional del 13%, es decir que hoy 1 de cada 7 u 8 trabajadores tiene problemas serios de empleo. Esa cifra se eleva a 1 de cada 5 trabajadores en las ciudades de Salta y de Paraná, 1 cada 6 en las de Mar del Plata y Catamarca y 1 de cada 7 en el Gran Buenos Aires. Lamentablemente, el INDEK no informa la tasa de sobreocupación, es decir, los muchos que hoy por hoy necesitan dedicar de su vida más de 45 horas semanales al trabajo para mantener el nivel de vida familiar.
El mercado de trabajo argentino sufre un mal que no se cura con aspirinas
Estos niveles resultan más alarmantes aún si se considera que hubo un crecimiento económico a tasas “chinas” del 7,6% anual promedio durante 9 años (desde 2007, ese dato se sobreestima en uno o dos puntos). Así, mientras que el Producto Interno Bruto creció en total 93%, la cantidad de ocupados aumentó 38%.
Es verdad que el desempleo existe porque la demanda de trabajadores no depende de las necesidades sociales sino de las empresariales y, por eso, cada empleo debe ser necesario para sacar ganancias. Es obvio que socializando la asignación del personal o, directamente, sin propiedad privada de los medios de producción, los puestos se podrían acomodar a la población trabajadora para que nadie se quede sin nada. En ese caso, la variable de ajuste pasaría a ser la duración de la jornada laboral y no la cantidad de puestos de trabajo. Esto es obvio tanto aquí como en EE.UU., España o China. Pero en el caso particular de Argentina, tamaño desempleo después de tanto crecimiento es síntoma de que la enfermedad capitalista del desempleo se presenta agravada en estas tierras.
¿A cuánto subiría la tasa de desocupación, a cuántos trabajadores más afectaría la falta de trabajo si la economía creciera más lentamente, digamos al 3% anual? No es ociosa esta hipótesis, porque el balance comercial y los precios de las materias primas en el mercado mundial fueron el motor del crecimiento K. Pero esa situación ya cambió. En primer lugar, porque nuestros precios pasados a dólares están cada vez más caros y eso alienta la sustitución por importados y desalienta a la exportación. En segundo, el Norte desarrollado está estancado con riesgo de nuevas recesiones mientras que, en tercero, China está desacelerando su economía con tasas de interés más elevadas y encareciendo su moneda frente al dólar para frenar el alza de precios.
Es claro que las oscilaciones del desempleo están atadas a la marcha de la producción y ésta obedece a las expectativas de ganancias empresarias y al rol de la política económica en la coyuntura. Sin embargo, salta a la vista un nivel muy elevado de desempleo de base y eso sugiere buscar razones estructurales, principalmente (1) la escasa productividad del trabajo local y (2) un mercado interno de bajos ingresos con (3) escasa densidad poblacional.
¿Cómo se remueve ese lastre? El Mercosur y, en particular, la asociación con Brasil evitaron quizás un deterioro mayor pero no revirtieron ni compensaron esas falencias. Ni podrían hacerlo jamás. Salir del atraso supondría una intensa transferencia de ingresos y riqueza en la forma de salarios convergentes y financiamiento de inversiones masivas con tecnología de punta. Es decir, salir del atraso supone un marco político e institucional local e internacional diferente y, por eso, el remedio a esta clase de desempleo no podría ser jamás una receta meramente “economicista” si se la pretende viable en el contexto actual.
Los políticos proponen construir “sellos” y garantizar el empleo… de sus familias
Lejos de intentar ideas serias contra el desempleo, los políticos argentinos se dedican a pergeñar con apuro respuestas burdas y mediocres que poquísimo y nada tienen que ver con generar nuevos puestos de trabajo en una situación de emergencia laboral. Según La Nación (14/8/2011), en una nota titulada, “Las propuestas sobre el empleo de los candidatos presidenciales”, Duhalde querría devaluar y crear un Ministerio de la Juventud, y el socialista Binner querría fortalecer la inspección del trabajo, crear un instituto para el mejoramiento de las condiciones para la seguridad y el medio ambiente en el trabajo, un Consejo Federal del Trabajo y expandir las oficinas de empleo (al menos esos institutos generarán trabajo a los conocidos). Los de la Coalición Cívica, de Carrió, pretenden erradicar la tercerización y el trabajo precario (pero no dicen cómo) y “crear” un plan (con toda su estructura de jefes y empleados) contra la desocupación y otro (¿otra estructura?) contra el trabajo precario, dando batalla al trabajo en negro “a través de la fiscalización y el castigo” (¿sueldo y propinas para los profesionales afiliados?).
Alfonsín, por su lado, propone “el desarrollo” (¿cómo?) y crear condiciones para la inversión privada (¿cómo?) sobre la base de la “generación de riqueza en el agro” (¿pero esto no está ya?) para la creación de empleos urbanos. Todos quieren legislar beneficios, como Alfonsín, subsidiando el primer empleo. La Coalición Cívica que propone leyes de trabajadores de casas particulares y de otros sectores y programas de capacitación laboral, además de proponer “una política de distribución de ingresos que instrumente un salario mínimo vital y móvil adecuado a la realidad” (¿y cuánto sería hoy ese salario mínimo?).
En el Frente para la Victoria dicen que se debe seguir haciendo más de lo mismo y que van a “restaurar una sociedad de pleno empleo” diversificando la estructura productiva, incorporando mayor valor agregado e incrementando la capacidad exportadora con un fuerte apoyo a la agroindustria y estimulando la genética, la biotecnología y la informática (buenos deseos, como el resto, pero mejor armados). Finalmente, para Rodríguez Saá estaría el ejemplo de San Luis, su provincia, donde la gente trabaja en la administración pública seis horas por día a cambio de un salario “por encima del nivel de indigencia”. ¿Tiene conexión eso con su convicción de que “hacen falta salarios fuertes, que se logran con pleno empleo”? ¿Y cómo piensa llegar al pleno empleo? Ni él ni los demás lo saben, ni les interesa.